Pujol: dos platillos en tensiĆ³n

Los platillos que surgen de la tensiĆ³n entre dos maneras de acercarse a la cocina: lo monacal y lo barroco.Ā 
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La “alta cocina” estĆ” en un periodo de tensiĆ³n dramĆ”tica. RenĆ© Redzepi en Noma o Andoni Luis Aduriz en Mugaritz parecieran contagiados de una vocaciĆ³n monacal: despojan sus platos hasta reducirlos a su mĆ­nima, que es su mĆ”xima, expresiĆ³n: parecen desmontarlos de capas y capas de historia de la cocina y dejarlos en quintaesencia. Ɖste, por ejemplo, es el langostino con ostiones y alga marina de Redzepi. No se me ocurre otra palabra: es un plato casto:

Redzepi y Andoni pasaron por la cocina de Ferran AdriĆ . Ɖl, que ya cerrĆ³ su restaurante, representaba el otro extremo de esta cocina en tensiĆ³n: lo gozoso, explosivo, juguetĆ³n. La cocina entre comillas, la cocina irĆ³nica (pensemos en su famoso “huevo” de gorgonzola); tambiĆ©n: la cocina del desplante tĆ©cnico, del capricho, del lucimiento de mago o prestidigitador. A AdriĆ  siguiĆ³ Heston Blumenthal en The Fat Duck, que acaso va de salida, y en esta generaciĆ³n Grant Achatz, de Alinea en Chicago. Ɖstas son las costillitas de Alinea, que, como se verĆ”, son cualquier cosa menos recatadas:

SegĆŗn la famosa lista S. Pellegrino de los mejores 50 restaurantes del mundo, Noma es el nĆŗmero 1, Mugaritz el 2, The Fat Duck el 5, Alinea el 6.

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Hay un momento en el “menĆŗ de la tierra” de Pujol (nĆŗmero 49 en la lista S. Pellegrino) que es, probablemente, la forma mĆ”s inteligible de la tensiĆ³n entre despojamiento y acumulaciĆ³n, entre lo monacal y lo barroco, que puede encontrarse en la ciudad de MĆ©xico. Son el cuarto y quinto platos del menĆŗ, que en el papel vienen enunciados asĆ­: “Huevo escondido en infladita rellena de frijol bayo y salsa de chapulĆ­n” y “Chilacayotes curados en limĆ³n y sal; chileatole; papitas tiernas; bolitas de yuca frita; epazote”.

Hace tiempo, en cocina, Enrique Olvera (chef de Pujol) era juguetĆ³n, divertido, irĆ³nico. Luego, conforme se aproximĆ³ a RenĆ© Redzepi, su cocina fue inclinĆ”ndose hacia una seriedad extrema. Libres completamente de humor, sus platos –como el impresionante tamal de huitlacoche, tercero en el orden del menĆŗ de la tierra– pueden parecer hasta luctuosos. Entonces el mesero sirve el huevo escondido.

Veamos. El solo uso de la palabra “escondido” implica un juego, si no de escondidillas cuando menos de participaciĆ³n del comensal: hay que entrar a esa infladita (diminutivo cien por ciento chilango y tambiĆ©n lĆŗdico) y recoger de ahĆ­ ese huevo. El huevo estĆ” en un equilibrio tembloroso: el tenedor lo hiere y Ć©l emite su yema lĆ­quida, que se convierte en una salsa untuosa que se va como por un drenaje hacia adentro de la infladita; la infladita tiembla tambiĆ©n, mojada de amarillo, presumiendo los reflejos de la grasa en que ha sido frita. El tenedor busca en el interior de la masa: salen frijoles cuya redondez corta la salsa de chapulines, que es salada, ahumada, Ć”cida: equilibrio entre redondo y punzante. Es un plato riquĆ­simo en texturas: crujiente, untuosa, cremosa, gelatinosa, lĆ­quida, granulosa, grasosa: todas en cantidades pequeƱitas; en sabores: clara de huevo, yema de huevo, yerbas, frijoles, chapulines, masa frita. Es un plato decididamente postcolonial: sĆ­, maĆ­z, chapulines, frijoles, pertenecen a un pasado antiguo de MĆ©xico, pero la idea –lo escondido, lo sumergido en grasa, lo juguetĆ³n– es necesariamente de un signo no prehispĆ”nico. La grasa es gozo: este plato es gozo puro. Y broma y sonrisas. Es un plato en consonantes forzados, en esdrĆŗjulos: es un plato barroco y explosivo.

Y luego, como para callarte la boca, llegan a la mesa los chilacayotes. Vienen en un plato imperfecto: barro (o algo similar) cafĆ©, tal vez con alguna grieta muy pequeƱa. Claramente una mano humana hizo este plato; claramente esa mano mezclĆ³ el material irregular de que estĆ” hecho. En el fondo del plato: ademĆ”s de un par de trozos de chilacayotes, bolitas de masa, papitas, hojitas verdes. Esto es modestia, humildad. Entonces un mesero derrama sobre estos pobres vegetales un chorro de chileatole –atole salado y ligeramente picante.

Como es sabido, en el calmĆ©cac el niƱo o adolescente azteca aprendĆ­a mortificaciĆ³n (refieren los estudiosos que por medio de espinas de maguey), penitencia, humildad, castidad; aprendĆ­a a comer poco o mal. El sufrimiento es el gran aprendizaje. AsĆ­ precisamente es este plato. No todos sus elementos son prehispĆ”nicos, pero sin duda la idea que estĆ” detrĆ”s de Ć©l lo es. (¿Involuntariamente para Olvera? Lo ignoro.) Esta es la cocina de la sencillez, del despojamiento, de la humildad. MĆ”s: es la cocina de la mortificaciĆ³n. Este plato te habla y te dice: –Eres poco: resĆ­gnate. Es la cocina de la jodidez: lo pruebas y una espina de maguey se te hunde en la espalda. Ɖsta no es la cocina que los sirvientes de Motecuhzoma Xocoyotzin le daban a probar mientras le limpiaban las babas, y que tanto sorprendiĆ³ a Bernal. Ɖsta es la cocina que CuauhtĆ©moc, el apasionado y solitario CuauhtĆ©moc, debiĆ³ comer en su crianza; la crianza que te hace indoblable, la crianza que termina aƱos despuĆ©s con tu martirio: CortĆ©s pone tus pies en llamas y tĆŗ guardas silencio. AsĆ­ precisamente es este plato.

El lapso entre la llegada del plato nĆŗmero cuatro del “menĆŗ de la tierra” de Pujol y el Ćŗltimo bocado del plato nĆŗmero cinco debe ser de unos treinta minutos. MaƱana quiĆ©n sabe, pero el dĆ­a de hoy es la media hora mĆ”s tensa y mĆ”s emocionante de la cocina mexicana.

 

Nota. Las fotos, de arriba abajo, son de Judith RodrĆ­guez; Joachim Ladefoged; Ulterior Epicure y Adam Goldberg.

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Escritor. Autor de los cĆ³mics Gabriel en su laberinto y Una gran chica (2012)


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