En las décadas posteriores al triunfo de la Revolución mexicana, e inclusive en nuestros días, al analizar la trayectoria de nuestros intelectuales y artistas, en muchas ocasiones se indaga por su postura política. Así se les asigna una nota aprobatoria o reprobatoria, según se considere lo que debe ser “políticamente correcto”, a criterio del clasificador.
La obra cultural no es ajena a las posturas políticas de los creadores. Sin embargo, su calidad artística o intelectual no está determinada por su postura en ese rubro. Imposible hacer una división entre los artistas acertados, si supuestamente estuvieron del lado de la Revolución, y aquellos que malvadamente no apoyaron a aquel movimiento, o a alguna de sus facciones.
Entonces como ahora, los intelectuales se involucraban en otras actividades para sobrevivir, pues quienes podían y pueden dedicarse exclusivamente a producir arte son contados. Para fines de la dictadura, el conjunto de ellos tenía una colocación en las instituciones y empresas porfiristas. Debe decirse que también los intelectuales de la Revolución –incluyendo a varios de los redactores de documentos y planes– tuvieron su formación en las instituciones educativas porfirianas y se criaron en los espacios culturales del régimen.
El más importante de estos espacios fue la prensa que, pese a todo, siempre tuvo espacio para aquellas manifestaciones de tendencia opositora. Ciertamente la prensa oficialista fue la que tuvo la mayor penetración e influencia en la mentalidad de aquella época. En particular el diarioEl Imparcial (1896-1914), el primer periódico noticioso y de gran circulación publicado en México, alcanzó una distribución y preferencia que todos reconocieron (incluso sus enemigos revolucionarios, que lo catalogaron como “la más alta tribuna” del país).
Entre los literatos que ahí trabajaron se encuentran aquellos que, por su influencia en la cultura nacional, consideramos ya indispensables: Amado Nervo, Ángel de Campo, Manuel Puga y Acal, Victoriano Salado Álvarez, Enrique González Martínez, Heriberto Frías, Justo Sierra y otros muchos.El Imparcial incluso dio cobijo a algunos que pronto (hacia 1909) transitaron hacia la oposición, como Juan Sánchez Azcona.
Además de los autores anteriores, para este periódico escribieron José Juan Tablada, Luis G. Urbina y Salvador Díaz Mirón. Nada menos que tres de los más importantes poetas mexicanos. De estos tres presentamos al lector ejemplos de sus textos políticos –todos ellos publicados en El Imparcial– relativos a la última reelección porfiriana, la llegada de Francisco I. Madero al poder y el régimen huertista.
Posteriormente, presentamos también fragmentos de otros dos intelectuales que expresan de manera más íntima su criterio político, en sus respectivas memorias: Querido Moheno y Federico Gamboa.
En cuanto a los autores seleccionados en esta breve e incompleta antología de textos de intelectuales que, en su momento, se expresaron en contra de la Revolución mexicana –en particular en contra de Madero y en favor de Huerta–, es necesario comprender el contexto en el que escribieron. Fundamentalmente sus críticas señalaron la paradoja que suponía, por un lado, la destrucción de la paz y el orden porfirianos, y, por el otro, la anarquía y destrucción que representaba la Revolución.
Desde 1909, cuando la discusión política se centró en la selección del candidato a la vicepresidencia –y cuando pocos se atrevían a declararse antiporfiristas, algo que ni siquiera hizo el mismo Madero–, nuestros autores se expresaron en contra de la candidatura del general Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León, a quien la oposición promovía para acompañar a Díaz en la vicepresidencia. Tablada publicó entonces una serie de artículos bajo el título de “Tiros al blanco”, en donde hizo gala de su habilidad versificadora, y su destreza para ironizar y ridiculizar a sus contrincantes.
Posteriormente Tablada sería más cruel al recurrir al libelo y publicar anónimamente la aristofánica pieza teatral “Madero-Chantecler”. Esta pieza fue editada inmediatamente después de que Madero formalizara su candidatura presidencial el 15 de abril de 1910.
Cuando Francisco I. Madero llegó al poder, el periódicoEl Imparcial saludó al político revolucionario con un editorial titulado “Ni amigos ni enemigos” (11 de junio de 1911). Este texto, desde luego sin firma, es atribuido a Luis G. Urbina, quien entonces figuraba como jefe de Redacción del diario.
El texto que presentamos de Salvador Díaz Mirón es una crónica donde el poeta narra la visita de Victoriano Huerta a la redacción deEl Imparcial. Debe aclararse que para este momento el periódico ya no era simplemente oficialista, sino propiedad del gobierno (a fines de 1912 sus dueños fueron obligados a venderlo a personeros del régimen de Francisco I. Madero).
Para la segunda parte de esta compilación hemos recurrido a los escritos de dos secretarios del gabinete huertista, y por lo tanto, antimaderistas: acudimos a un texto de 1921 que forma parte de las memorias del gran tribuno y secretario de Relaciones Exteriores Querido Moheno y, finalmente, entresacamos de las memorias de don Federico Gamboa un fragmento en donde narra un aspecto de su relación con el gobierno maderista, todavía como representante de nuestro país en Europa.
Respecto a la Decena Trágica, la decisión de no condenar en su momento los asesinatos y apoyar al huertismo fue muy costosa para nuestros antologados. Así, algunos tuvieron que pagar con el destierro del país y con la búsqueda de nuevos empleos y recursos económicos. Otros intelectuales no pasaron por esas humillaciones. Tuvieron más suerte o fueron más hábiles para colocarse al lado de los vencedores.
– Clara Guadalupe García
José Juan Tablada,
“Madero-Chantecler”
Presentamos la parte final. El acto tercero transcurre en una plaza de gallos en el Canal de la Viga. Se trata de un “agarrón” entre El Perico (el mismo Tablada) y el Madero-Chantecler.
El Perico
(que no ha dejado ni un instante de azorrillar a su contrario)
¡Qué paladín vas a ser,
te lo digo sin inquinas;
gallo bravo quieres ser
y te falta, Chantecler,
lo que ponen las gallinas!
¿De dónde sale que tú
de político presumas
ni de Chantecler? ¡Tus plumas
han de ser de kikapú!
¡En tu vinícola empresa,
siendo con los clientes malo,
hiciste vino de mesa,
es decir, vino de palo!
Como homeópata, triunfar
tampoco tu ciencia pudo,
pues hay pruebas de que ni a un crudo
lograste nunca curar!
¿Salvador eres? ¡No embromes!
¡Te creen solo salvador
los clientes de Vázquez Gómez,
pues los tienes sin doctor!…
(encarnizándose con su víctima)
¡Y si no eres salvador
ni buen vinatero, quía!
¡Ni tampoco redentor,
ni docto en homeopatía!
Al final de esta revista
¿qué te va quedando sano?
¡Un poco de espiritista
y algo de vegetariano!…
En magnetismos insanos,
con paciente estupidez,
aplícate tus dos manos
a la mesa en cuatro pies…
¡Y hoy quieres en tus empresas
magnetizar muy formal
a las Directivas Mesas
y hasta a la Mesa Central!
Mas las mesas de elecciones
contestarán esta vez
si tú hablas con los talones
como antaño, con los pies…
(Todas las miradas se vuelven hacia el lugar donde yace Chantecler, que incorporándose a medias exclama con voz débil:)
¿Estoy soñando o despierto?
No sé, mas llegando al fin
tan solo a decir acierto
que me creí paladín
y ahora soy un gallo muerto.
(Mientras El Perico es sacado en triunfo en hombros de sus admiradores, el cadáver político, del que en vida fue Chantecler, sale de la arena arrastrado por un grupo de partidarios vueltos en sí, es decir, convertidos en mulas)
Triste fin de un megalómano destorretado que no deseo a ninguno de mis lectores.
Cae el telón
Luis G. Urbina (sin firma),
“Ni amigos ni enemigos”
(11 de junio de 1911)
[…] Y ante la entrada triunfal del señor Madero, en una ovación delirante de las multitudes,El Imparcial ha querido decir con entera verdad su pensamiento sobre el hombre aclamado –más que como propuesto candidato, como revolucionario vencedor–, y medir los compromisos contraídos con el país por el señor Madero y las orientaciones a que, en el caso de que el pueblo lo unja con su designación, debe estrictamente ajustarse la política de su gobierno.
Esta designación trae, en efecto, aparejada una promesa, y la falta de su cumplimiento constituiría el más horrible proceso abierto a la revolución, su más justificado y fulminante anatema; se ha gritado “libertad” al pueblo, y el pueblo, que ha seguido al señor Madero, que por él y por su causa ha derramado generosamente su sangre y perdido su bienestar, tiene el derecho de que la libertad sea el eje de la nueva política, la piedra singular del edificio que ha de cobijarle. De lo contrario, esa opinión pública que hoy apoya al vencedor se hartaría de él irremisiblemente, acusándolo de haberlo consagrado a destruir, sin dedicarse después a construir; de haber señalado la tierra prometida, careciendo de resolución y de fe para guiar a los redentos; acusándolo, en una palabra, de haber engañado a la Nación por el logro de ambiciones personales.
Y aquí surge necesariamente la pregunta: ¿El señor Madero ha iniciado la revolución con el propósito de satisfacer ambiciones personales? Lealmente, sinceramente, con la mano puesta sobre el corazón, pensamos que no; creemos en la proclamada impersonalidad del jefe de la revolución, como creemos en la sinceridad de sus promesas; queremos y debemos creerlo, ya que hasta ahora su conducta lo cubre de toda sospecha. La opinión pública ha tomado nota de esa conducta y de las promesas y emplaza al señor Madero para el porvenir. Y con la opinión estaremos nosotros, estará el pueblo, estará la Nación en masa.
[…] Y esta es otra labor encomendada a la revolución: frenar los movimientos de odio, hacer respetar la vida y la propiedad, amparar el derecho, unir a la familia mexicana, separada hoy por lamentables antagonistas y escisiones cortantes; curar este desgraciado cuerpo patrio con el bálsamo de la templanza y del amor… Con el bálsamo de esos mismos principios que la revolución ha invocado: la libertad y la justicia.
¿Harán esto el jefe de la revolución y los hombres que lo rodean cuando el voto popular haya coronado su triunfo? El pueblo, que ha secundado esta revolución, que ha tomado parte en esta lucha, que ha recogido estas promesas, dejará oír en lo porvenir su fallo inapelable.El Imparcial espera, tranquilo y sereno, en su puesto de observador, el gradual desarrollo de los acontecimientos.
Salvador Díaz Mirón,
“Crónica” (10 de abril de 1914)
El primer Magistrado del país hizo ayer la honra de ilustrar media hora las oficinas de El Imparcial.
Visitó casi todos los departamentos y se mostró satisfecho del orden que hay en ellos. Un linotipo y una rotativa trabajaron ante el preclaro Jefe de la Nación.
Nuestro gran Presidente permitió que tomáramos fotografías de él y de sus acompañantes. Estos últimos fueron el distinguido Coronel Delgado y un valiente oficial de Estado Mayor.
Cuando, para retirarse, el culminante Mandatario subió a su automóvil, una multitud atraída por un esplendor: la presencia del hombre insigne, aplaudió frenéticamente.
El señor General Huerta dejó en la casa de nuestro diario un perfume de gloria.
Querido Moheno, “En tierra
de santos… y de pachecos”
Aquí, en efecto, hay más de un hombre ilustre que lo debe todo a su manera de morir. Hombres que en vida no hicieron nada digno de mención, pero que, por azares de la fortuna en lugar de morir de un cólico nefrítico o de una fiebre tifoidea, tuvieron la fortuna de tropezar con un jefe de horda disfrazado de autoridad más o menos constitucional que los sacrificara en aras no siempre auténticas de la patria. Y eso bastó para convertirlos en héroes o patriotas y para asegurar a sus parientes un decente peculio.
¿Qué hizo en su vida Pino Suárez? Una colección de versos, una campaña electoral en Yucatán y aceptar la vicepresidencia que le dio don Gustavo Madero, solo para quitársela al doctor Vázquez Gómez. Todo esto, ciertamente no era bastante para aspirar a la inmortalidad; pero hubo imbéciles y desalmados que discurrieron sacrificarlo en uno de los crímenes políticos más torpes de la historia, y desde ese momento las cosas cambiaron. Convertido así de simple ciudadano en mártir contra su voluntad, ya dio ocasión a las autoridades edilicias para cambiarle el nombre a una calle, y su sangre fue desde aquel instante tan fecunda, que todavía al cabo de ocho largos años sigue dando frutos.
Don Abraham González, “ñor Abraham” en el folklore político-burlesco, es otro ejemplo de estos hombres ilustres que no lo fueran durante su vida ni por aquello que hicieron ni por lo que dejaron de hacer, sino que todo lo debieron a su muerte. Pasar de inspector de coches de plaza a secretario de Gobernación, por obra de un vendaval revolucionario, ser gobernador de un Estado donde no queda de su paso por allí ni un mal empedrado que lo recuerde, indudablemente que no es bastante para quitar a una vía pública el nombre de Limantour y darle el de Abraham González.
¿A qué se debe, entonces, la glorificación de este personaje rural que nada inventó ni fundó nada? A que tuvo la suerte de encontrar un verdugo. Y entre nosotros, como llevo dicho, fallecer de muerte violenta es a menudo un motivo de canonización patriótica…
Federico Gamboa, “Mi diario. Mucho
de mi vida y algo de la de otros”
15 de diciembre de 1911.- … Una sorpresa en el salón de juntas del tribunal [Permanente de Arbitramento, en La Haya], cuyos muros están colgados con grandes retratos al óleo de los jefes de los Estados que lo integran. Suponía yo que el del presidente Madero ocuparía ya el lugar que el del general Díaz ocupó por varios años. Y no, sigue la efigie del caudillo, en gran uniforme, y de Madero, ni asomos…
Al llegar a casa, cartas y periódicos de México; según estos, no puede ser peor la situación política, aquello sería la dictadura de la impreparación y del huarache, sazonada con copia de malas pasiones en libertad; y según alguna de las cartas, que Madero por poco no me destituye. Por su puritanismo o lo que sea, siéntese herido con mis libros, que, por otra parte, no ha leído, según lo presume mi corresponsal. Sin embargo, aconsejado por tercera persona, o por impulso propio y espontáneo, me declaró “autor de novelas inmorales que a mí me perjudican y, además, me incapacitan para continuar representando a mi país en tierras extrañas”. Si el hecho resulta exacto, hay para privarse…
21 de diciembre de 1911.– Según un recorte deEl Imparcial, correspondiente al día 9 del mes en curso, que hoy llegó triplicado a mis manos dentro de tres cartas diversas, “los exrevolucionarios, no satisfechos, piden que la cartera de Relaciones quede a cargo del licenciado de la Barra” ¡¡¡o al cargo mío!!!
Un gran regocijo interior me sacude al pronto, pero luego la reflexión tercia y me diseña porción de inconvenientes y riesgos. ¿Qué tengo yo que ver con “los exrevolucionarios”, satisfechos o insatisfechos con lo que por allá esté ocurriendo?, ¿ni qué vinculaciones o afinidades tuve nunca con el maderismo hoy en el poder, a sus principios cacareados como un movimiento renovador y de cansancio frente a la luminosa y larga presidencia del general Díaz, y calificado de locura insigne, según así me lo dijo el propio padre del actual presidente?… Luego, que si es cierto que por culpa de mis libros Madero me declaró inhabilitado para representar a México en el exterior ¿cómo va ahora a tenerme en su gabinete?… ¡Bah!, todo ello no ha de ser sino algarada inconsciente de los periódicos. Si fuese verdad y a tiempo me consultaran mi parecer, sin titubeos preferiría mi translación a España… ~
Es doctora en Historia por la UNAM. Entre otros libros, es autora de El Imparcial, primer diario moderno de México (CEHIPO, 2002)