Johnny Cash música contra la muerte

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Dicen que “Hurt” es el epitafio musical de Johnny Cash, pero “Ain’t no grave”, la primera pieza de su álbum póstumo, es el cierre excepcional para una vida como la suya. Músico, escritor, drogadicto, alcohólico, violento pero generoso con sus amigos, esposo y padre de familia, leyenda que trascendió géneros. Johnny Cash murió el 12 de septiembre de 2003 por complicaciones con la diabetes que lo tenía enfermo desde años atrás. Menos de cuatro meses antes murió June, su mujer. No falta quien afirme que eso fue lo que lo destruyó. Ella le ayudó a dejar las pastillas que tomaba para soportar giras interminables y también lo acercó al cristianismo y le dio a su música una espiritualidad que después jamás abandonó.

En su discografía de casi cincuenta años se encuentran diversas formas de composición. Es imposible revisarla toda en unos cuantos párrafos, pero se pueden identificar ciertos estadios líricos con canciones representativas. Son numerosos, porque era un músico prolífico, pero me enfocaré solo en tres.

Las historias oscuras de asesinos, que él afirmaba disfrutar, es uno de esos estadios: “Cocaine blues”, “Don’t take your guns to town”, “25 minutes to go”. Pero es “Folsom prison blues” la más paradigmática. Un estudio de la discografía de Cash hace fácil reconocer sus obsesiones, como los desechos del estilo de vida americano. Los pobres, los abandonados, los enfermos, los prisioneros. “Folsom prison blues” es su homenaje a todos ellos. Inspirada en una canción de Gordon Jenkins, Cash la convirtió en una definición de lo que él era como cantante. La canción tiene varias perspectivas, el personaje de la historia sufre distintas clases de penas: una porque está encerrado en la prisión, sin ver la luz del día. Otra, porque resiente el estilo de vida de los millonarios, aquellos hombres que toman café y fuman puros finos. Y también por saber que le disparó a otro hombre solo para ver cómo moría y no siente nada, se sabe vacío, excepto cuando escucha el silbato del tren porque entiende que está atrapado e inmóvil. Cash era un hombre siempre en la carretera, pero podía explicar con sencillez lo que significaba la inmovilidad.

Otro estadio tiene letras llenas de humor: por ejemplo, “One piece at a time” y su versión de “In the jailhouse now”, original de Jimmie Rodgers. Pero la pieza cómica por excelencia es “A boy named Sue”. Poema original de Shel Silverstein, autor infantil de culto estadounidense y amigo de Cash, el cantante la convirtió en canción frente a los presos de San Quentin en 1969. Apareció en su álbum en vivo At San Quentin y alcanzó el número uno del Billboard de Estados Unidos. Es una historia sencilla que esconde una reflexión profunda sobre la identidad y los nombres.

La última etapa de su vida está marcada por el estadio Rick Rubin, quien redescubrió al cantante a las generaciones de finales de los noventa. Sería muy fácil analizar “Hurt”, la canción que Trent Reznor compuso para luchar contra su adicción y que Cash retomó dándole un nuevo significado musical y cultural. Por eso prefiero escribir sobre “Ain’t no grave (Gonna hold this body down)”.

“Ain’t no grave” abre American VI: Ain’t no grave. Quizá no tiene la misma fuerza que las canciones incluidas en American IV: The man comes around, pero demuestra una declaración de principios. Cash, al límite, sabiendo que pronto morirá, decide afirmar la vida. La canción es fúnebre, el sonido de cadenas y pisadas eriza la espalda, pero el cantante está vivo. Mientras siga así, continuará cantando, tal como se lo dijo su mujer antes de morir. ¿En qué momento la música es algo más que simples acordes y melodías? Cuando sobrepasa a la vida y le da nuevos significados. Eso escuchamos en la voz grave y áspera de Johnny Cash, “no hay tumba que pueda retener mi cuerpo, no hay tumba que pueda retenerlo”. ~

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(Torreón 1978) es escritor, profesor y periodista. Es autor de Con las piernas ligeramente separadas (Instituto Coahuilense de Cultura, 2005) y Polvo Rojo (Ficticia 2009)


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