Justo al año siguiente de la caída del muro de Berlín, fueron convocados en la ciudad de México, por Octavio Paz y la revista Vuelta, un amplio conjunto de intelectuales con el fin de reflexionar sobre el ciclo histórico que en ese momento parecía llegar a su término y sobre las perspectivas que se abrían para el mundo. Fue un encuentro singular, por la multitud, pluralidad y calidad de las personalidades invitadas, pero también por el alto nivel que alcanzó la discusión. Nunca en México se había llevado a cabo un coloquio de tal magnitud (un año más tarde, la revista Nexos, la UNAM y el Conaculta organizaron, a manera de espejo invertido, un Coloquio de Invierno, innecesariamente excluyente, sin la repercusión ni profundidad que alcanzó el modelo original.) Provenientes sobre todo de la Unión Soviética, que todavía existía, y de los países que acababan de liberarse de su yugo (Polonia, Hungría, Checoslovaquia), pero también de Europa, América Latina y Estados Unidos, los invitados al Primer Encuentro Vuelta: La experiencia de la libertad, durante varios días departieron con honestidad y libertad, con tal éxito que las emisiones, que se transmitían por sistema de cable, fueron trasladadas primero al Canal 5 y finalmente al Canal 2, el de mayor audiencia en el país. Fue un momento único en México: durante algunos días, los medios dieron cuenta de una discusión por instantes acalorada y siempre fascinante en torno a los cambios que ocurrían en el mundo: ¡éramos –por fin– contemporáneos de todos los hombres! El mundo nos importaba. ¿Qué pasó luego, por qué dieciséis años después de ese Encuentro, en las arterias cerradas de la ciudad de México, y ahora mismo en algunas barricadas levantadas en la ciudad de Oaxaca, encontramos todavía enormes retratos de Stalin? ¿Qué se dijo entonces y cuáles fueron las lecciones que no supimos asimilar?
El Encuentro operó como un reactivo político e intelectual. La opinión pública no permaneció pasiva frente a él: apoyó, reaccionó, atacó, criticó, tomó partido. Un sector mayoritario de la izquierda lo vio como una “maquinación prefabricada para enterrar prematuramente al socialismo y cantar loas al capitalismo”. La señora Cecilia Corona Arellano, secretaria general del hoy desaparecido PSD, declaró que los participantes formaban parte de “la internacional fascista” (sin darse cuenta de que dirigía su acusación a personas que en carne propia habían padecido en sus países la persecución totalitaria: censura, tortura, cárcel, exilio.) La prensa militante les propinó también curiosos adjetivos a los participantes: estalinistas, totalitarios, apologistas del gran capital. Pese a esa reacción airada y previsible, el Encuentro alcanzó su cometido de pensar públicamente la historia reciente y sus implicaciones en nuestra sociedad, cumplió al enfrentar a la sociedad mexicana a sí misma a través de la reflexión y la imaginación. Cumplió al reflejarla y criticarla. Pero ¿por qué un Encuentro?
Desde su nacimiento, a fines de 1976, la revista Vuelta y antes de ella su predecesora: la revista Plural, había seguido con atención la evolución de los países que vivían en el socialismo real. Muestra de ello es la gran cantidad de artículos publicados en sus páginas de disidentes polacos, rusos, checos que revelaban la dura realidad de represión pública y escasez material en sus países. Así, los acontecimientos de 1989 tomaron primero por sorpresa, como a todo el mundo, y luego alegraron y animaron a los miembros de Vuelta. Sobre esos días registró Enrique Krauze: “En noviembre de 1989 me tocó la suerte de vivir los días maravillosos en que Praga se liberó del secuestro soviético-comunista. De vuelta a Vuelta, Octavio Paz concebía ya la idea de organizar un encuentro televisivo en México con algunos protagonistas de aquellos sucesos […] A los pocos meses se organizó un viaje relámpago a la URSS, Checoslovaquia y Hungría para invitar personalmente a los escritores elegidos.” Los criterios de selección fueron muy simples: tenían que ser intelectuales, es decir, hombres de letras, con voz y credibilidad pública sobre temas de interés. En el diseño general del encuentro el criterio principal fue el equilibrio: geográfico, ideológico, profesional. La lista de los invitados es impresionante: Leszek Kolakowski, Czeslaw Milosz, Jorge Semprún, Hugh Thomas, Daniel Bell, Agnes Heller, Cornelius Castoriadis, Irving Howe, Adam Michnick, Juan Nuño, Ferenc Fehér, Hugh Trevor-Roper, Jean-François Revel, Tatiana Tolstaya, Lucio Colletti, Michael Ignatieff, Mario Vargas Llosa, Jorge Edwards, Carlos Franqui, Alejandro Rossi, José Guilherme Merquior, sin excluir a intelectuales mexicanos de izquierda, como Luis Villoro, Adolfo Sánchez Vázquez, Héctor Aguilar Camín (que hace dieciséis años era de izquierda), Arnaldo Córdova, Carlos Monsiváis. La lista la completan: Peter Sloterdijk, Norman Manea, Ivan Klíma, Bronnislaw Geremek, Leon Wieseltier, Valtr Komárek y Rolando Cordera, János Kornai, Josué Sáenz, Nikolai Shmelev, Carlos Franqui, Vitaly Korotich, Tomas Venclova, Carlos Castillo Peraza, Rafael Segovia, Isabel Turrent, Eduardo Lizalde, Jaime Sánchez Sussarrey, José de la Colina, Alberto Ruy Sánchez, Jean Meyer, Juan María Alponte y Roland Dallas.
Cientos de aburridos seminarios, coloquios y congresos académicos se han celebrado en México en los últimos dieciséis años, ninguno con la densidad intelectual y calidad moral del reunido en el otoño de 1990 por la revista Vuelta.
En términos muy bastos, el Encuentro desarrolló cinco grandes temas y arribó a dos enormes conclusiones. Los temas: el ocaso de los sistemas totalitarios y el reconocimiento de la democracia como la única e imperfecta vía para organizar a la sociedad; el libre mercado como un elemento implícito en la vida de las democracias; el resurgimiento de la religión y el nacionalismo, o como decía Octavio Paz, “la insurrección universal de los particularismos”; el ambivalente papel de los intelectuales –cómplices, víctimas, opositores, testigos– frente al poder totalitario; y por último, permeando todo el Encuentro, la crítica al socialismo como ideal, ya que la refutación al socialismo real había correspondido a los pueblos que la padecieron justo un año atrás: 1989, annus mirabilis.
En cuanto a las conclusiones, las vuelvo a calificar de enormes porque ambas se alzan sobre las coyunturas concretas en las que fueron pronunciadas y siguen teniendo una validez inmediata sobre nuestras vidas, sobre la forma de encarar el porvenir. En primer lugar: el Encuentro mostró que, en el fondo, el socialismo real falló porque el socialismo ideal se sustentaba en una petición de principio: la solidaridad a priori de todos los hombres, que se cumpliría necesariamente según las leyes de la historia. La primera conclusión a la que se llegó en el Encuentro fue ésta: que no existe el determinismo histórico, que no hay leyes ni reglas, que la historia no se desenvuelve dialécticamente, lo cual conduce directamente a la segunda de las conclusiones: que la libertad es un valor, el máximo, pero que, para realizarse plenamente, como quería Octavio Paz, “es inseparable de la justicia. La libertad sin justicia degenera en anarquía y termina en despotismo”.
El Encuentro, como se ve, llevó a cabo dos importantes críticas. La primera, muy evidente, se dirigió contra lo que había quedado atrás: el cadáver aún fresco del ideal socialista. La segunda, no menos importante, fue la crítica que se hizo de la sociedad capitalista y democrática, es decir, de la sociedad moderna. Esta segunda crítica no se escuchó en su momento y apenas se escucha hoy. Se trata de la crítica al mercado, a su engranaje abstracto y cruel, que ciegamente sacrifica familia, religión, honor y naturaleza para que la maquinaria funcione, y brinda circo para su distracción. Si no existe el determinismo histórico, es decir, el destino, lo que queda es la libertad. Ésa fue la pregunta central que arrojó el Encuentro hacia el futuro: ¿cómo hacer vivible la libertad?
El Primer Encuentro Vuelta, celebrado en la ciudad de México entre el 27 de agosto y el 2 de septiembre de 1990, tuvo momentos memorables, como las participaciones –cargadas de intensidad eléctrica– de Leszek Kolakowski, o los conmovedores relatos que los polacos, checos, húngaros y rusos hicieron sobre su vida durante el largo invierno socialista. Tuvo, también, sus grandes momentos polémicos, como los chispeantes intercambios entre Cornelius Castoriadis –que defendía la resurrección de la democracia directa– y Octavio Paz –que pedía una oportunidad para la democracia representativa, haciendo un llamado a perfeccionarla; o el monólogo que pronunció en defensa del ideal socialista Adolfo Sánchez Vázquez (si la realidad se equivoca, peor para la realidad). Sin duda el clímax polémico del Encuentro corrió a cargo de Mario Vargas Llosa, que calificó a México como la dictadura perfecta, ya que llegaba al extremo de pagar a sus críticos para simular la disidencia democrática. Cuesta trabajo imaginar hoy cómo esa frase provocó la tremenda agitación a que dio lugar en aquellos días. Una repentina salida de México de Vargas Llosa, por motivos familiares, fue rápidamente interpretada como una expulsión del país. Ése era el estado de la crítica entonces, ése su grado de mínima apertura.
Han pasado dieciséis años del Encuentro Vuelta. Como se predijo entonces, México se integró con Estados Unidos en un vasto bloque comercial; la insurrección universal de los particularismos –nacionalismo y religión peligrosamente entremezclados– estalló en Medio Oriente; el imperio soviético se disolvió y las repúblicas satélites se han ido adhiriendo a la Unión Europea. Sin embargo, no se supo ver la emergencia de China como potencia mundial, la creciente alarma ecológica, la devaluación de las democracias en América Latina. Sombras y luces de un Encuentro intelectual fascinante.
Vuelta convocó a un encuentro para discutir la situación del mundo. Vuelta creía en el diálogo y la confrontación de ideas. Vuelta fue el espacio verbal que Octavio Paz creó. Se trata de un ejemplo vivo, no de una herencia que se pueda detentar. Traer el mundo a México. Mirar desde México al mundo. Y desde aquí señalar: la libertad es una experiencia, se cifra en un monosílabo: sí o no. Imposible negarse a elegir. ~