El crítico Evodio Escalante ha hecho bien en llamar la atención de la comunidad literaria hacia un fenómeno inquietante, escandaloso: las comillas están desapareciendo. Esos signos menores, que sobreviven mal colocados en los carteles de las fondas (Favor de cerrar la puerta al salir. “Atentamente”, “la administración”. ‘Gracias’), aparecen cada vez menos donde tendrían que estar: en los libros de poesía. Muestra de ello es el galardonado Tríptico del desierto, de Javier Sicilia. Como apuntó Escalante en una reseña publicada en Laberinto, en el mencionado libro campean citas célebres del top ten lírico del siglo XX (Rilke, Eliot, Celan) desnudas por completo de comillas, ¡e incluso de cursivas! Ante una ausencia semejante, impúdica, el crítico da un paso atrás, aterrado. Ningún análisis ulterior es ofrecido: si no hay comillas puestas, parece decir Escalante, no hay nada más que hacer. (Se corre el riesgo, además, de criticar a Celan sin advertirlo, lo cual sería un verdadero fastidio.)
Erigido en ferviente defensor de las comillas, esos animalillos textuales en peligro de extinción, Escalante olvida –peccata minuta– comentar los poemas de Sicilia. Pero también olvida, en su fervor, que el mismo Eliot, por quien voluntaria y voluntariosamente aboga en la corte de la originalidad, atentó contra las comillas en no pocas ocasiones, plagiando descaradamente o modificando apenas algunos fragmentos de la Biblia, de Shakespeare, de John Donne y de muchos otros, sin tomarse la molestia de indicar sus fuentes.
Propongo, para aplacar al crítico, una antología de poesía del siglo XX con comillas obligatorias, para restaurar la moral que ese siglo perverso le robó a las letras. ~
(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).