La mitad de los mexicanos tiene acceso a variadas y cada vez más espléndidas opciones de consumo audiovisual. Este año la mitad de las familias mexicanas contará con algún servicio de televisión de paga y aproximadamente también el 50% de los mexicanos dispondrá de conexión a internet –aunque la mitad de ellos en el trabajo, en escuelas o en sitios de paga, pero no en sus hogares. La televisión a la carta, el consumo audiovisual casi personalizado, las narrativas transmediáticas y el futuro digitalizado que de manera tan atractiva se describió en el número de febrero de Letras Libres involucra a la mitad de los mexicanos. A la otra mitad, todavía no.
Por eso es tan importante la construcción de reglas para que en telecomunicaciones y radiodifusión tengamos la diversidad de opciones, el contraste y la competencia y la regulación de las que hemos carecido en nuestro país. La reforma constitucional promulgada en junio de 2013 atendió esas necesidades. Más oferta en televisión abierta, nuevos medios públicos, derechos de usuarios de telefonía y espectadores de radiodifusión, reglas para acotar consorcios dominantes y propiciar competencia, organismo regulador con fuerza necesaria para fiscalizar a las grandes corporaciones, internet en todo el país… esas y otras decisiones, respaldadas por los tres partidos nacionales y el gobierno, resolvieron vacíos legales que hemos padecido durante décadas y crearon un nuevo contexto para las telecomunicaciones.
Pero la Constitución debe ser reglamentada. La Ley de Telecomunicaciones y Radiodifusión que propuso el presidente Enrique Peña Nieto y que el Congreso discutía en los últimos días de abril tuvo demasiados contraluces y en algunos temas resultó contradictoria con diversas disposiciones constitucionales.
Los dos principales consorcios de ese ramo se dijeron afectados por ella. Telmex y Telcel se quejaron por la imposición de cuotas de interconexión que consideran agraviantes para sus utilidades; no recordaron que la extensa red que tienen por todo el país ha crecido gracias a tarifas altas (si se les compara con los precios de tales servicios en otros países) y a la debilidad de otras empresas telefónicas. A su vez, entre otros reclamos, Televisa rechazó las multas señaladas en la propuesta1 y se opuso a que los medios comunitarios y públicos obtengan ganancias por la venta de publicidad.
Las querellas de esos consorcios ratifican la debilidad de las normas que México ha tenido en el campo de las comunicaciones.2 El crecimiento de Telmex y Telcel, que manejan ocho y siete de cada diez líneas telefónicas alámbricas e inalámbricas respectivamente, devino en debilidad de sus competidores, pero sobre todo en tarifas caras y servicios malos –la lentitud de las conexiones a internet mantiene a México rezagado en los indicadores internacionales de conectividad.
1 El catálogo de multas es muy amplio y va desde entre el 0.01% al 0.5% de los ingresos de la empresa infraccionada por presentar informes de manera extemporánea, hasta entre 4.1% y 5% de los ingresos de quien preste servicios de telecomunicaciones o radiodifusión sin tener concesión, o a quien sin causa justificada suspenda servicios en una población en donde sea el único proveedor de ellos.
2 Las normas además son demasiado arcaicas. La Ley Federal de Radio y Televisión tiene 54 años y fue redactada cuando no había sistemas satelitales ni comunicaciones digitales. La de Telecomunicaciones está por cumplir dos décadas.
Investigador en el IIS de la UNAM.