Mary-Anne Martin y el arte latinoamericano

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Para principios de los años sesenta el arte latinoamericano había dejado de importar en Estados Unidos. Era, dicho rápido, historia. La Segunda Guerra Mundial había tornado a Estados Unidos anticomunista, la pintura de protesta había perdido popularidad y el interés estético se alejaba de lo figurativo. Entonces, de pronto, Estados Unidos se enamoró del surrealismo mágico de la pintura latinoamericana.

¿Cómo sucedió un giro tan inesperado? La verdad es que fue sucediendo despacio, sin darse a notar. La curiosidad comenzó titubeantemente en las universidades y luego en los museos. Yale organizó, en el año 66, la exhibición “Arte latinoamericano desde la independencia”. El museo Guggenheim de Nueva York instaló la muestra “La década naciente. Pintores latinoamericanos y pintura en los sesenta”. Siguieron exposiciones individuales y colectivas en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Pero lo dicho: se trataba de una curiosidad pausada y más intelectual que fervorosa.

Entonces alguien abrió la puerta que de verdad comunicó a los pintores hispanohablantes con los coleccionistas anglosajones. Ese alguien fue Mary-Anne Martin.

La historia arranca en 1974. Mary-Anne Martin trabaja en la casa de subastas Sotheby’s de Nueva York, donde, catalogando pinturas de arte moderno, se topa con lienzos de Rivera, Tamayo, Matta, Mérida. La emocionan vivamente, pero no sabe cómo clasificarlos. Le parece que le falta conocer el contexto en que estas pinturas fueron creadas y esto la lleva a México. Más tarde volverá una y otra vez.

El contacto de Sotheby’s en México era Inés Amor, de la Galería de Arte Mexicano. Qué mejor guía para Martin que Amor y Alejandra Reygadas de Yturbe, entonces su asistente (hoy socia de la GAM junto con Mariana Pérez Amor, hija de la fundadora). Con el tiempo, Martin conocerá a varios coleccionistas mexicanos y a las estrellas vivas de la pintura mexicana de aquellos años: Cuevas, Zúñiga, Toledo, Mérida.

Para probar el mercado, en 76 Martin incluye treinta obras mexicanas en la subasta de arte moderno. Todas se venden. Esto le da la confianza para organizar en 77 el primer remate exclusivamente de arte mexicano en Estados Unidos. Abarca obras de Orozco, Ruelas, Siqueiros, Gerzso, Carrington, Varo, Dr. Atl y esa curiosa surrealista –más conocida como la esposa de Diego Rivera–, Frida Kahlo.

De Rivera hay nada menos que cuatro murales. Han pasado del Museo de Arte Moderno de Nueva York a la propiedad de Abby Aldrich Rockefeller y luego a la de Erhard Weyhe, dueño de una galería-librería. Martin los “descubre” a principios de los setenta al evaluar el patrimonio de la familia Weyhe. Son enormes: no caben en los elevadores de Sotheby’s y se exhiben en el lobby.

En 79 Martin organiza la primera subasta de pintura “latinoamericana”. Una categoría que a ella, con razón, le causa escozor porque incluye un abanico muy amplio de tradiciones, etapas y estilos, pero que reduce la dependencia entre los precios de las obras y la situación económica de los países latinoamericanos. La puja es un éxito: expande y diversifica la clientela y los precios son más altos que en 77.

Martin funda entonces el departamento latinoamericano en Sotheby’s y establece dos ventas anuales. (Christie’s, la otra gran casa de subastas, observa el fenómeno y decide calcarlo.) Para el año 82, deja Sotheby’s y crea su propia galería, Mary-Anne Martin/Fine Art (mam/fa).

Hoy, veinticinco años después, la galería es un gozne de lo latinoamericano con el mundo: museos, coleccionistas y galeristas consultan a diario a Martin para autentificar y certificar obras de pintores nuestros. Martin es una enciclopedia viva del arte latinoamericano gracias a una memoria asombrosa y un don para el detalle.

La galería, aunque pequeña, con apenas dos salas, está llena de preciosidades. Me recibe primero Nuestro sueño de Alfredo Castañeda, un retrato espléndido de un hombre barbado –presumiblemente el mismo pintor– al que le sale agua del pecho y del sombrero de copa. Luego, un Gunther Gerzso primerizo y un acogedor retrato de Olga Tamayo. Antes de subir a la oficina de Martin me topo con un divertido retrato del argentino Xul Solar.

Ya en su oficina, con las paredes repletas de libros de arte, le pregunto a Mary-Anne cómo ha cambiado el mercado artístico latinoamericano desde que ella abrió aquella puerta con una primera subasta. Resumo su diagnóstico: con algunas altas y bajas, los precios han ido elevándose y el mercado se ha expandido.

Frida Kahlo es, claro, el fenómeno más notable de este ascenso, pero también es un barómetro de la suerte del resto de los pintores latinoamericanos. Martin narra que en 77 vendió, con dificultad, un Kahlo por veinte mil dólares; en 79 vende Autorretrato con chango a más del doble. Tras una exhibición individual en Nueva York, un documental, la publicación de su biografía y varios reportajes, Frida se vuelve un ícono popular. Cuando Autorretrato con chango regresa al mercado a fines de los ochenta, esta vez la superstar Madonna lo adquiere en más de un millón. Y en 90 Martin compra para su galería Diego y yo por casi millón y medio. Por cierto, al año siguiente la reproducción de esta pintura aparece en la Encyclopædia Britannica, que es tanto como decir que ha entrado al canon central de la cultura de Occidente.

Martin narra que, dados el número finito de cuadros que Frida dejó y sus altísimos precios, no era raro que en los noventa llegara a su galería por lo menos un Kahlo falso al mes. Pero, lo dicho, la creciente popularidad de Frida indica también la de otros pintores latinoamericanos. Hoy en día las obras de otros de nuestros “clásicos modernos” sobrepasan los cuatro millones.

En cuanto a los amantes de nuestro arte, Martin dice que sus rostros también son otros que los de hace unas décadas. En un principio los compradores eran en su mayor parte latinoamericanos, casi todos mexicanos; hoy los hay de cualquier nacionalidad. Abundan los europeos y están aumentado los japoneses. En una palabra: hoy, el mercado de arte “latino” está globalizándose.

Especialmente interesante es notar cómo las mismas definiciones de lo mexicano o de lo latino se han expandido. Gerzso, absolutamente abstracto, despierta un renovado entusiasmo. Sus óleos, junto con los de Toledo, Varo, Castañeda y Carrington, que se alejan también del estereotipo que se tiene en Estados Unidos del arte latino (sucintamente: “revolución, fruta y flores”), sobrepasan por mucho el medio millón de dólares. Y los artistas jóvenes que se alejan aún más de ese cliché (como Julio Galán, Nahum Zenil, Gabriel Orozco y Miguel Calderón) son mejor preciados cada año.

Dice Martin que la creciente globalización ha vuelto banal el categorizar a los artistas según sus nacionalidades. Se han diluido, o por lo menos atenuado, las identidades nacionales, liberando a los artistas y al público de estereotipos. Tomemos el caso de Gabriel Orozco, cuyas obras han viajado por el mundo: sencillamente no es catalogado como mexicano o latinoamericano. Se considera incidental su lugar de nacimiento y formación.

Ésta es la época de un nuevo tipo de artistas y de un nuevo tipo de público: los artistas contemporáneos multiculturales y el público global. ~

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