Los artistas e intelectuales de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX vivían en medio de un maelstrom de modernidad y nuevas ideas. Se apasionaron por el amor libre, el feminismo, las fuerzas del inconsciente, la locura, el simbolismo, la vida bohemia, la ruptura de esquemas tradicionales y muchas otras expresiones modernas. Exploraban los paisajes psíquicos interiores y trataban de enfrentarse a la vida atormentada que venía con los nuevos tiempos. La rebelión contra el pasado tenía a veces consecuencias dramáticas. Una de las más conocidas expresiones de estas tensiones es el cuadro El grito del pintor noruego Edvard Munch, de 1893. Él mismo describió la visión que inspiró su cuadro: “Iba por el camino con dos amigos – El sol se puso; súbitamente el cielo se convirtió en sangre – y sentí el aliento de la tristeza – Nubes sobre el fiordo derramaban sangre mal oliente… Escuché un extraordinario y potente grito pasar a través de la naturaleza.” Las obras de Munch, con buenas razones, fueron definidas como frutos de un “naturalismo psíquico”.
Munch estaba obsesionado por las secuelas, con frecuencia catastróficas, del amor: desesperación, tristeza, angustia, celos. En la última década del siglo XIX comenzó a realizar varios grabados y cuadros en torno al tema de la melancolía. En ellos vemos una figura masculina en el primer plano, en la triste pose típica del melancólico, con la mano en la mejilla. Al fondo se observa un muelle donde un hombre y una mujer, seguidos por el remero, se disponen a abordar una barca. La pareja es el motivo de la melancolía del joven, que ama a la mujer que se va con otro. Es la versión escandinava y moderna del antiguo humor negro.
El propio Munch contó la historia detrás del cuadro. En 1891 paseaba solo por Åsgårdstrand a lo largo de la costa: “Había suspiros y susurros entre las piedras – nubes grises y alargadas sobre el horizonte. Todo era vacuo, otro mundo – un paisaje de muerte. Súbitamente hubo vida en el muelle – un hombre y una mujer, y otro hombre con los remos en la espalda, y la barca allí, esperándolos… Parece ella… su manera de caminar… por piedad, Dios del cielo – no dejes que ocurra.” Pero la pareja se embarca, cuenta Munch, y parte hacia una isla donde pasearán bajo los árboles, en la clara noche de verano, cogidos del brazo… Es la historia de un triángulo amoroso. Munch piensa en su primer amor, Millie Thaulow, pero en realidad se trata de Oda Krohg, esposa de un compañero. Ella había querido mantener una relación erótica con Munch, que él rechazó. Después fue la amante de Jappe Nilssen, un amigo muy cercano. Oda atormentaba y humillaba tanto al marido como al amante. Munch se identificó con su amigo Jappe, pues años antes él mismo había pasado por una situación semejante, con Millie. El cuadro retrata a su amigo, presa de una profunda melancolía provocada por los celos.
Munch, como puede verse en este grabado, solía establecer un estrecho vínculo entre el tormento interior y el paisaje: la ondulante costa noruega bajo un cielo opresivo. Todo el entorno –mar, cielo, tierra– parece sufrir con el personaje doliente. La biógrafa de Edvard Munch, Sue Prideaux, comenta que el pintor observaba con inquietud cómo el amor moderno se desintegraba en anticuados celos. Es una expresión del drama de la cultura moderna y vanguardista: aún en medio de nuevas formas y conductas, la gente cae bajo el imperio de la vieja melancolía. Esta veta melancólica atraviesa las obras de los suecos August Strindberg (muy amigo de Munch) y de Ingmar Bergman.
La muerte del objeto amado parece el estallido de un astro oscuro que inunda con su humor negro la mente de quien sufre la pérdida. La desaparición de la pareja erótica provoca un angustioso duelo melancólico; lo mismo ocurre con quienes experimentan la muerte de su dios. Pero los celos son el sufrimiento de una pérdida cuando el objeto amado sigue presente, de manera real o imaginaria. Se podría decir que ante este mal las formas libres, vanguardistas y avanzadas del amor se topan con una emoción profundamente enraizada en la naturaleza humana. Luchar contra ella parece una batalla perdida. Pero las formas culturales de esta enfermedad erótica son cambiantes y expresan siempre las tensiones de la época. Desde su perspectiva puritana y utilitarista, el sociólogo Max Weber dijo que los celos son un “atroz despilfarro de energía emocional”. Pero la melancolía que los acompaña puede ser un poderoso estímulo para los artistas modernos. ~
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.