MUAC (primera parte)

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Por todos lados se ve que el mundo está de cabeza”, se lamentaba Theodor Adorno,1 “en el hecho de que comoquiera que un problema es resuelto, la solución es falsa”. O por lo menos curiosa. Por ejemplo: se piensa en crear un museo de arte contemporáneo y antes de siquiera detenerse a imaginar qué podría tener de específico o de distinto de otros museos, se decide que al menos por afuera sea, como los grandes museos del mundo, así: grande. No se me malentienda: la apertura de un museo es una de las mejores cosas que le pueden pasar a una ciudad, pero no deberíamos contentarnos con reconocer que se trata de una situación positiva (por rara, sobre todo). Que el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) haya dado finalmente comienzo a sus actividades es una gran noticia. Que lo hiciera antes de haber resuelto, o sólo a medias, una serie de problemas, no lo es tanto. Algunas de estas fallas quizá son atribuibles a una inauguración prematura;2 otras, me temo, son más bien producto de una serie de decisiones: curiosas. Sin duda, las primeras se corregirán sobre la marcha; la solución del resto, sin embargo, dependerá de una cabeza capaz3 de dar los muchos pasos necesarios para llegar, ya no digamos a “convertirse en foco principalísimo del quehacer artístico en México y América Latina”,4 pero sí al menos en un espacio con alguna relevancia en la vida cultural de este país.

Lo que es un hecho es que la visibilidad y el impacto de un museo no dependen de su tamaño; pero que en el MUAC las cosas se hicieran, digamos, al revés: el museo grande antes que el gran museo, tampoco es –o no enteramente– culpa del arquitecto Teodoro González de León.5 La arquitectura sólo responde, y parcialmente, a la pregunta sobre el museo que se desea, pero no a la del museo que se necesita y, menos, a la del que se puede tener. Y si se responde únicamente a lo primero, con un diseño arquitectónico que no sabe de necesidades ni límites, se corre el riesgo de terminar atado a la resolución perenne del problema –porque lo es– de cómo llenar, en el caso del MUAC, los más de seis mil metros cuadrados de exhibición con que irremediablemente se cuenta. Eso, al parecer, es lo que ha ocurrido aquí.

“No es deseable cubrir todos los espacios en blanco a cualquier altura”, aconsejaba en 1845 Charles Eastlake, el primer director de la Galería Nacional de Londres, “con la única idea de vestir las paredes sin tomar en cuenta el formato y la calidad de la pintura”. Es cierto que los cambios en la naturaleza del arte y en las aspiraciones de los artistas han ido transformando, desde hace ya algunas décadas, el carácter de los museos; pero aun así, la preocupación, de fondo, sigue siendo la misma desde hace casi dos siglos (cuando nacieron los museos modernos). No hay, en verdad, una manera natural o correcta de mostrar el arte. El museo ofrece una, la más evidente si se quiere, pero no la única (como lo prueban modos menos ortodoxos de exhibición: desde Xilitla hasta La boîte-en-valise, de Marcel Duchamp). En cambio: museos, hay todos. El MUAC, por ejemplo, tiene –como nos han venido presumiendo desde hace meses los voceros de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM– su propia colección de arte contemporáneo.6 Eso lo convierte en un museo único en México. Desde hace décadas, el coleccionismo de arte contemporáneo ha sido exclusivamente privado. Así que ese podría ser un buen punto de partida. Sin embargo, se ha decidido que tratándose de un “posmuseo”, como lo definió Graciela de la Torre,7 la colección no se mostrará de manera permanente. ¿Por qué? Si la idea es crear una cultura del arte contemporáneo, ¿no sería interesante que el museo tuviera al menos una sala con algunas obras, digamos, clave, a las que el público pudiera siempre volver? ¿O así se comportan los posmuseos? Es curioso: uno pensaría que después del museo hay otra cosa, no simplemente un museo más. ~

 

 

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1. En su escrito “Valéry Proust Museo”, de 1953.

2. Señalización deficiente; una inquietante abundancia de espacios más que vacíos o mal aprovechados; inexistencia de una oferta más amplia de servicios al público: desde una cafetería hasta un buen programa educativo. Lo curioso es que el museo se inauguró un año más tarde de lo previsto.

3. Hace unas semanas se anunció que Guillermo Santamarina sería el primer coordinador de Exposiciones del MUAC. Un museo, sin embargo, es más que sus exposiciones. ¿Quién va a encargarse de todo lo demás?

4. Como afirmó Sealtiel Alatriste, coordinador de Difusión Cultural de la UNAM, en su artículo “El MUAC: Libertad creativa, libertad de creación”, publicado en la edición en línea de la Revista de la Universidad de México, No. 57.

5. Por cierto, también autor del único otro museo de arte contemporáneo de la ciudad de México: el Museo Rufino Tamayo, que realizó en colaboración con Abraham Zabludovsky en 1981.

6. Compuesta por 19 mil obras realizadas desde 1952, año de la inauguración de Ciudad Universitaria, hasta nuestros días.

7. Directora de Artes Visuales de la UNAM.

 

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(ciudad de México, 1973) es crítica de arte.


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