Ilustraciรณn: Oliver Flores

Nuestra era ilegible

Nunca desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el pensamiento polรญtico habรญa sido tan superficial e incapaz de explicar su รฉpoca. Perder el vocabulario de las ideologรญas y quedarnos con la simple fe en los valores democrรกticos ha empobrecido el debate.
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Veinticinco aรฑos despuรฉses tiempo de debatir de nuevo sobre la Guerra Frรญa. En la dรฉcada posterior a los acontecimientos de 1989 no hablรกbamos de otra cosa. Ninguno de nosotros previรณ la rรกpida desintegraciรณn del Imperio soviรฉtico, el retorno tambiรฉn veloz de Europa del Este a la democracia constitucional, o la agonรญa de los movimientos revolucionarios que Moscรบ apoyรณ durante tanto tiempo. Ante lo inesperado, de manera atรญpica nos ocupamos de pensamientos grandilocuentes. ¿Este es el “fin de la Historia”?, “¿quรฉ queda de la izquierda?” Despuรฉs, la vida siguiรณ su curso y nuestro pensamiento volviรณ a hacerse pequeรฑo. Europa dirigiรณ su atenciรณn a construir una Uniรณn Europea amorfa; Estados Unidos, al islamismo polรญtico y la quimera de fundar las democracias รกrabes; el mundo, en cambio, se concentrรณ en el estudio de la economรญa liberal, convertida en la esencia de nuestro currรญculo global. Y asรญ, por estas y otras razones, nos olvidamos de la Guerra Frรญa y eso parecรญa algo fabuloso.

No lo fue. La verdad es que no hemos reflexionado lo suficiente acerca del fin de la Guerra Frรญa y, en especial, acerca del vacรญo intelectual que dejรณ atrรกs. Aunque no sirviera para nada mรกs, la Guerra Frรญa hacรญa que nos concentrรกramos. Las ideologรญas que estaban en conflicto, cuyos linajes podรญan remontarse a dos siglos atrรกs, ofrecรญan puntos de vista claramente opuestos a los de la realidad polรญtica. Ahora que ya no existen, se esperarรญa que las cosas tuvieran mucha mรกs claridad. Sin embargo, al parecer ocurre justo lo contrario. Nunca, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y tal vez desde la Revoluciรณn rusa, el pensamiento polรญtico en Occidente habรญa sido tan superficial y tan desorientado. Todos intuimos que estรกn ocurriendo cambios desastrosos en nuestras sociedades y en otras sociedades cuyos destinos desempeรฑarรกn una funciรณn importante en moldear la nuestra. Sin embargo, carecemos de conceptos adecuados o, incluso, del vocabulario apropiado para describir el mundo en que vivimos. La conexiรณn entre las palabras y las cosas se ha roto. El fin de la ideologรญa no significa que haya desaparecido la oscuridad. Ha traรญdo una niebla tan espesa que ya no podemos leer lo que estรก justo frente a nosotros. Vivimos en una era ilegible.

¿Quรฉ es o quรฉ era la ideologรญa? Los diccionarios la definen como un “sistema” de ideas y creencias que tiene la gente para motivar su acciรณn polรญtica. Pero la metรกfora resulta inadecuada. Toda actividad prรกctica, no solo la actividad polรญtica, implica ideas y creencias. Una ideologรญa denota algo diferente: se apodera de nosotros con una cautivadora imagen de la realidad. Siguiendo con la metรกfora รณptica, la ideologรญa se apropia de un campo visual indefinido y lo enfoca de manera que los objetos aparecen en una relaciรณn predeterminada entre unos y otros. Las ideologรญas polรญticas que nacieron de la Revoluciรณn francesa fueron particularmente vigorosas porque tenรญan imรกgenes que revelaban la forma en que el presente emergiรณ de un pasado comprensible y se dirigรญa hacia un futuro inteligible. En Europa dos grandes narrativas compitieron por captar la atenciรณn. Luego esto se extendiรณ a todo el mundo: una narrativa progresiva, que culminaba en una revoluciรณn liberadora, y otra apocalรญptica, que llegaba a su fin con la restauraciรณn del orden natural de las cosas.

La narrativa ideolรณgica de la izquierda europea era una mezcla entre Prometeo encadenado y la vida de Jesรบs. Se asumรญa que la humanidad era igual a los dioses, pero estaba encadenada a la roca de la Historia por la religiรณn, las jerarquรญas, la propiedad y la falsa conciencia. Durante miles de aรฑos todo siguiรณ igual hasta que en 1789 se produjo el milagro de la encarnaciรณn y el espรญritu de libertad e igualdad se hizo carne. El problema fue que a este milagro no le siguiรณ una redenciรณn. Del mismo modo que los seguidores de Jesรบs debรญan realizar cierta labor teolรณgica mientras el segundo advenimiento continuara aplazรกndose, durante los siglos XIX y XX la izquierda desarrollรณ una apologรฉtica revolucionaria para dar sentido a esa decepciรณn histรณrica. Enseรฑรณ que, aunque la Revoluciรณn francesa cayรณ en el Terror y el despotismo napoleรณnico, preparรณ el camino para las revoluciones paneuropeas de 1848. Su vida fue corta, pero inspiraron la Comuna de Parรญs. Esta durรณ solo algunos meses, pero sirviรณ de ejemplo para la Revoluciรณn de febrero de 1917. Es cierto que luego la sucedieron la Revoluciรณn de octubre y el terror de Stalin. Pero, inmediatamente despuรฉs de la Segunda Guerra Mundial, el peregrinaje de la revoluciรณn se abriรณ paso hasta China y los paรญses del Tercer Mundo, globalizando asรญ la lucha contra el capitalismo y el imperialismo. Luego vino Camboya y la mรบsica dejรณ de sonar.

En Europa la derecha contrarrevolucionaria, a pesar de que en lo polรญtico fue mucho mรกs fuerte durante el siglo XIX, no logrรณ ofrecer una narrativa tan gloriosa como la de la izquierda. Formada en la reacciรณn y bajo coacciรณn, era oscura y menos inspiradora. Sin embargo, en momentos de crisis podรญa ser muy convincente. La historia que narraba era una mezcla entre la leyenda del hombre artificialmente creado por ritos cabalรญsticos y el Libro de las Revelaciones. En la versiรณn mรกs conocida de la historia del gรณlem, un rabino inserta en la boca de una figura de arcilla un pedazo de papel donde estรก escrito el nombre de Dios. La figura cobra vida y encolerizada se dirige a un gueto judรญo donde siembra el terror entre los habitantes hasta que el rabino le arrebata el papel de la boca. Si pensamos en el gรณlem como le peuple, en la hoja de papel como los escritos de Voltaire y Rousseau, y en la destrucciรณn del gueto como el Terror, nos hemos adentrado en la mente de la derecha reaccionaria.

En la leyenda el rabino logra amansar al gรณlem. Sin embargo, las fuerzas de la reacciรณn nunca lograron controlar a las fuerzas revolucionarias que tambiรฉn tenรญan causas cientรญficas, econรณmicas y tecnolรณgicas. Los ferrocarriles formaron una red de lรญneas a travรฉs del paisaje intacto. Las ciudades reemplazaron a aldeas y fincas; las fรกbricas, a las granjas; las escuelas laicas, a las religiosas; los polรญticos barbudos, a duques y condes; y los campesinos se convirtieron en una masa de trabajadores embrutecidos. A medida que avanzaba el siglo, la derecha romรกntica que soรฑaba con restaurar una era de dulzura e ilustraciรณn se transformรณ en una derecha apocalรญptica, convencida de estar viviendo la Gran Tribulaciรณn. Y cuando la inesperada Revoluciรณn rusa triunfรณ y el marxismo pasรณ de ser una pequeรฑa secta a una poderosa fuerza global, el rostro del anticristo quedรณ al descubierto para que el mundo lo viera. La batalla final habรญa comenzado y a ella saltaron redentores nacionalistas que gobernaban a sus pueblos con mano de hierro y “pisotearon el lagar del vino del furor, y de la ira del Dios Todopoderoso” (Apocalipsis 19:15). Nos hemos adentrado a la mente del fascismo.

Hablar de estos asuntos es –transcurridas dos dรฉcadas– conjurar un mundo perdido. El intento por transmitir a los jรณvenes estudiantes de hoy –americanos, europeos e incluso chinos– el gran drama de la vida polรญtica e intelectual entre 1789 y 1989 hace que uno se sienta como un poeta ciego que canta acerca de la Atlรกntida perdida. Para ellos el fascismo es “el mal radical” y por lo tanto les resulta incomprensible y no pueden entender cรณmo logrรณ desarrollarse y atraer a millones de personas. Al comunismo, aunque desde luego sirviรณ “para muchas cosas buenas”, tampoco le ven mucho sentido, sobre todo en la fe que la gente tuvo por la Uniรณn Soviรฉtica. Hoy los estudiantes sencillamente no sienten atracciรณn por la ideologรญa, y les resulta difรญcil imaginar una mente que estรฉ cautiva en ella. Es mรกs fรกcil para ellos acceder al mundo de las Confesiones de San Agustรญn que al de Dostoievski y las novelas polรญticas de Conrad.

Es una bendiciรณn con matices. Muchos de quienes tenemos mรกs de cincuenta aรฑos recordamos nuestras discusiones con comunistas y sus allegados, y habernos maravillado ante su impresionante –y, al cabo, repugnante– destreza. Con aire indulgente explicaban que lo que para nosotros eran hechos significativos, para ellos resultaba todo lo contrario; que aquello en apariencia trivial, en realidad constituรญa el meollo del asunto. No parecรญan llevar anteojeras que ocultaran la realidad. Por el contrario –y este era el problema–, podรญan ver absolutamente todo y la manera en que se conectaba mediante fuerzas ocultas que operaban a tremendas distancias. Cuando ocurrรญa algรบn hecho embarazoso, instintivamente se lanzaban a la negaciรณn. Pero no pasaba mucho tiempo antes de que comenzaran las explicaciones casuรญsticas que defendรญan desde el Muro de Berlรญn hasta las Brigadas Rojas, pronunciadas con la seguridad de un jesuita en su hรกbito.

Hoy dรญa ese tipo de gente ya no es comรบn, y es un alivio. Pero hay que admitir que algunas valiosas cualidades intelectuales que desarrollamos para hacerles frente tambiรฉn han ido desapareciendo. Por ejemplo, la curiosidad y la ambiciรณn. Los intelectuales anticomunistas solรญan exponer las razones por las que la historia no puede ser dominada por un sistema o una idea. Las sociedades son demasiado complejas; las motivaciones humanas, demasiado diversas; y las instituciones son demasiado opacas como para obtener una imagen estรกtica de la realidad o discernir las leyes invariables que las rigen. Pero ninguno de los lรญderes liberales de la Guerra Frรญa –Raymond Aron, Daniel Bell, Leszek Koล‚akowski, Isaiah Berlin, Ralf Dahrendorf– pensรณ que los problemas que abordaba el marxismo fueran imaginarios o estuvieran mรกs allรก de la consideraciรณn humana. Se resistieron a la teorรญa marxista porque, a la postre, era inadecuada para la tarea que asumiรณ, no porque su ambiciรณn estuviera mal dirigida. (No eran, vale la pena repetirlo, conservadores.) Bell imaginรณ que el fin de las ideologรญas liberarรญa las mentes para investigar las sutiles e inesperadas reacciones entre las esferas polรญticas, econรณmicas y culturales de la vida social moderna, a medida que se desarrollasen con el tiempo. No imaginรณ que se marchitara la voluntad misma de investigar. Pero ocurriรณ.

La izquierda radical no lo ve asรญ. Para ella la era de la ideologรญa nunca terminรณ. Simplemente, la nueva “visiรณn hegemรณnica del mundo” ha sustituido al fascismo y al comunismo. Los norteamericanos lo llaman capitalismo democrรกtico y estรกn encantados; los europeos lo denominan neoliberalismo y no estรกn contentos. Hay mucho de verdad en esto. Es difรญcil negar que el concepto de democracia –no importa cuรกn incomprendido o vilipendiado sea– es la รบnica forma polรญtica que hoy puede reivindicar un reconocimiento global, si no universal. Y es cierto que el crecimiento econรณmico es el objetivo comรบn de los gobiernos de todo el mundo y se ha perseguido –la mayorรญa de las veces– con una fe irreflexiva en los beneficios sin costo del libre comercio, la desregulaciรณn y la inversiรณn extranjera.

Yo irรญa aรบn mรกs lejos. La liberaciรณn social que se iniciรณ en los aรฑos sesenta en algunos paรญses occidentales encuentra menos resistencia entre las รฉlites urbanas educadas de casi todas partes, y ha surgido una perspectiva cultural, o al menos un cuestionamiento. Esta visiรณn tiene como axioma la primacรญa de la autodeterminaciรณn individual por encima de los lazos sociales tradicionales, se muestra indiferente hacia asuntos de religiรณn y sexo, y siente a priori la obligaciรณn de tolerar a los otros. Desde luego, han surgido poderosas reacciones contra esta perspectiva, incluso en Occidente. Pero fuera del mundo islรกmico, donde los principios teolรณgicos aรบn conservan autoridad, cada vez hay menos objeciones que persuadan a la gente que no tiene esos principios. La reciente e increรญblemente veloz aceptaciรณn de la homosexualidad, e incluso del matrimonio homosexual, en tantos paรญses occidentales –una transformaciรณn de la moral y las costumbres tradicionales que carece de precedentes histรณricos– dice mรกs sobre nuestro tiempo que cualquier otra cosa.

Nos dice que esta es una era libertaria. Esto no obedece a que la democracia estรฉ en marcha (en muchos lugares se halla en retroceso), o a que las munificencias del libre mercado hayan llegado a todos (tenemos una nueva clase de pobres), ni se debe a que ahora seamos libres para hacer lo que nos plazca (sobre todo porque resulta inevitable que los deseos entren en conflicto). No, la nuestra es una era libertaria por omisiรณn: se han atrofiado las ideas o creencias o sentimientos que silenciaban la exigencia de una autonomรญa individual. No se dio ningรบn debate pรบblico ni se tomรณ votaciรณn alguna al respecto. Tras el fin de la Guerra Frรญa, simplemente nos encontramos en un mundo en el cual cada avance del principio de libertad en una esfera lo hace avanzar en otras, lo queramos o no. La รบnica libertad que estamos perdiendo es la libertad de elegir nuestras libertades.

No a todo el mundo le gusta esto. La izquierda, sobre todo en Europa y en Amรฉrica Latina, quiere limitar la autonomรญa econรณmica por el bien pรบblico. Sin embargo, de entrada rechaza los lรญmites legales de la autonomรญa individual en otras esferas, como la vigilancia y la censura en internet, que tambiรฉn podrรญan servir al bien pรบblico. Esa izquierda quiere un ciberespacio sin controles en una economรญa controlada: una imposibilidad tecnolรณgica y sociolรณgica. En China, Estados Unidos o en cualquier otro lado, a la derecha le gustarรญa lo contrario: una economรญa permisiva con una cultura restrictiva, lo que, a la larga, tambiรฉn constituye una imposibilidad. Estamos como el hombre a bordo de un tren que avanza a gran velocidad y quiere detenerlo tirando del asiento de enfrente.

Sin embargo, nuestro libertarismo no es una ideologรญa en el sentido antiguo. Es un dogma. Vale la pena tener en mente la distinciรณn entre ideologรญa y dogma. La ideologรญa trata de conocer a fondo las fuerzas histรณricas que impulsan a la sociedad y para ello primero tiene que comprenderlas. Eso es justo lo que hicieron las grandes ideologรญas de los siglos XIX y XX. Lo hicieron demasiado bien. Al ser “totalizadoras” en lo intelectual apoyaron el totalitarismo polรญtico. Nuestro libertarismo opera de forma distinta: es sumamente dogmรกtico y, como ocurre con todos los dogmas, sanciona la ignorancia sobre el mundo y ciega a sus seguidores con respecto a sus efectos en ese mundo. Parte de principios liberales bรกsicos: la santidad del individuo, la prioridad de la libertad, la desconfianza de la autoridad pรบblica, la tolerancia, pero no avanza mรกs. No le gusta la realidad, no siente ninguna curiosidad con respecto a cรณmo llegamos hasta aquรญ o hacia dรณnde vamos. No existe una sociologรญa libertaria (serรญa un oxรญmoron) ni una psicologรญa o filosofรญa de la historia. En sentido estricto, tampoco existe una teorรญa polรญtica libertaria, puesto que no alberga ningรบn interรฉs por las instituciones y no tiene nada que decir acerca de la necesaria y productiva tensiรณn entre los propรณsitos individuales y los colectivos. No es liberal en un sentido que hubiesen reconocido Montesquieu, los redactores de la Constituciรณn estadounidense, Tocqueville o Mill. Ellos habrรญan visto el libertarismo como un credo muy similar al sola fide de Lutero: hay que dar a los individuos la mรกxima libertad en todos los aspectos de su vida y todo estarรก bien. Y si no, pereat mundus (que perezca el mundo).

La sencillez dogmรกtica del libertarismo explica por quรฉ quienes de otro modo tendrรญan muy poco en comรบn pueden suscribirlo: son fundamentalistas del small government en la derecha estadounidense, anarquistas de izquierda en Europa y Amรฉrica Latina, profetas de la democratizaciรณn, absolutistas de las libertades civiles, cruzados de los derechos humanos, evangelistas del crecimiento neoliberal, hackers renegados, fanรกticos de las armas, fabricantes de pornografรญa y economistas de la Escuela de Chicago en todo el mundo. El dogma que los reรบne estรก implรญcito y no requiere explicaciรณn; es una mentalidad, un estado de รกnimo, una conjetura: lo que antes se llamaba, sin afรกn peyorativo, un prejuicio. Mantener una ideologรญa requiere trabajo porque los acontecimientos polรญticos siempre amenazan su plausibilidad. Hay que modificar las teorรญas; hay que revisar las revisiones. Puesto que la ideologรญa plantea una explicaciรณn sobre la forma en que funciona el mundo, incita y resiste la refutaciรณn. En contraste, un dogma no. Por esto nuestra edad libertaria es una era ilegible.

Consideremos dos ejemplos.

Desde la dรฉcada de 1980 el proyecto de integraciรณn econรณmica de la Uniรณn Europea ha estado dominado por el neoliberalismo, una forma poderosa del libertarismo contemporรกneo. Hubo razones concretas para ello, relacionadas con ciertos fracasos del Estado benefactor, la indolencia de las economรญas ralentizadas por empresas estatales, el exceso de regulaciรณn y
el poder de los sindicatos. Pero a medida que pasรณ el tiempo se fueron olvidando las razones y el neoliberalismo se convirtiรณ en lo que es hoy: un dogma que oscurece sus efectos en el mundo real, que no se limitan a lo econรณmico.

Por ejemplo, es repugnante ver cรณmo los europeos han reaccionado con tanta lentitud a la hora de reconocer hasta quรฉ punto el enfoque neoliberal de la Uniรณn Europea sobre la integraciรณn econรณmica pone en riesgo los principios del autogobierno democrรกtico, reconquistados tras la Segunda Guerra Mundial. La democracia trata de la autodeterminaciรณn, tanto colectiva como individual. Hasta ahora, las democracias constitucionales modernas se han desarrollado solo dentro del contexto de los Estados-naciรณn soberanos. Existe una explicaciรณn. El Estado-naciรณn representa una especie de acuerdo entre la polรญtica del imperio y la polรญtica de la aldea: tiene el tamaรฑo suficiente como para animar a la gente a pensar mรกs allรก de sus intereses locales, pero no es tan grande como para que sientan que no tienen control sobre sus vidas. Proporciona un espacio con lรญmites claros de contestaciรณn polรญtica y acciรณn colectiva de los ciudadanos que se identifican con รฉl, a la vez que brinda los medios necesarios para que los gobiernos rindan cuentas. Histรณricamente hablando, se trata de algo muy difรญcil de lograr.

Desde sus inicios nunca hubo consenso acerca de exactamente quรฉ tipo de truco encarnaba la Uniรณn Europea, aparte de ser una mรกquina para mantener la paz y generar prosperidad. Todos coincidieron en que eso exigirรญa una disminuciรณn de la soberanรญa nacional. Pero al principio se pensรณ muy poco en el establecimiento de procesos democrรกticos internos, en parte debido a que, tras la experiencia con el fascismo, los Padres Fundadores no confiaban del todo en le peuple. Mucho menos se pensรณ en la forma de construir una identificaciรณn pรบblica dentro de ese proyecto: cรณmo convertir a escoceses y sicilianos en compatriotas que sientan tener un destino en comรบn y que reconozcan las mismas instituciones. El resultado es que hoy los europeos de a pie no saben quรฉ pensar del “proyecto europeo”.

Ven que las decisiones de peso las toma la burocracia de Bruselas o la Comisiรณn Europea, cuyos miembros no se eligen de modo directo. El Parlamento Europeo sรญ es elegido, pero no hay partidos paneuropeos que ofrezcan programas integrales para gobernar y sufrir las consecuencias si no consiguen ejecutarlos. Los votantes deben elegir de acuerdo a listas nacionales de candidatos que no pueden prometer nada y tampoco son responsables de nada, lo que alienta el voto irresponsable de protesta. En cuanto a la construcciรณn de una identidad europea, baste seรฑalar que el euro no muestra un solo personaje histรณrico, lugar o monumento que pudiera resonar entre los ciudadanos, desde Glasgow hasta Taormina, y que pocos conocen el himno que la Uniรณn Europea ha elegido para ellos. (Irรณnicamente, se trata de la Oda a la alegrรญa.) No solo la inmigraciรณn masiva ha hecho tambalear el sentido nacional de un “nosotros” entre los europeos, sino tambiรฉn la continua expansiรณn de las fronteras de la ue hacia el este y sureste y, quiรฉn sabe, quizรกs un dรญa hasta la ribera sur del Mediterrรกneo. Puesto que Europa ya no cree tener una esencia, un nรบcleo, una historia compartida o, incluso, fronteras definidas, ¿bajo quรฉ criterios rechazar la afiliaciรณn de cualquier otra naciรณn que se diga tambiรฉn de Europa?

No es de extraรฑar que los ciudadanos de hoy, tanto en las naciones fuertes como en las dรฉbiles, se sientan estafados y desconfรญen unos de otros. Dado que Grecia y otros paรญses han estado al borde de la quiebra y la ue les ha exigido austeridad, sus ciudadanos sienten, con razรณn, que pierden control de su destino colectivo. Aunque eso tambiรฉn es cierto para un inquieto pรบblico alemรกn, preocupado por haber firmado un pacto econรณmico suicida con despilfarradores. En los Estados mรกs dรฉbiles, los funcionarios nacionales electos, que esperan permanecer en sus cargos a la vez que deben imponer medidas de austeridad, seรฑalan a los alemanes. Los alemanes culpan a las normas de solvencia de la Uniรณn Europea. Por su parte, la ue acusa a los mercados financieros omniscientes, que remiten a las agencias calificadoras de deuda estadounidenses, atendidas en sus cubรญculos por administradores de empresas con un mรกster en “Business Administration”, que a falta de mejor alternativa se han convertido en los nuevos soberanos de Europa. Y lo que estos exigen es menos democracia y una mayor dependencia de gobiernos tรฉcnicos y de los expertos econรณmicos.

Quienes defienden la Uniรณn Europea nos recuerdan que la paz se ha mantenido con รฉxito desde hace dos dรฉcadas; advierten tambiรฉn que las naciones deben renunciar aรบn a mรกs soberanรญa si Europa ha de hacer frente a la volatilidad de los mercados financieros globales y competir con gigantes econรณmicos como China y Estados Unidos. Quizรกs esto sea asรญ. Una Europa pacificada es una cosa muy valiosa y una ue mรกs poderosa bien podrรญa ser una cosa muy necesaria. Pero no se trata de cosas democrรกticas.

Mientras Europa socava en silencio las bases de sus democracias de posguerra, Estados Unidos intenta construir otras nuevas sobre la arena.

Histรณricamente a los estadounidenses siempre se les ha dado mejor vivir la democracia que entenderla. La consideran un derecho de nacimiento y una aspiraciรณn universal, no una forma excepcional de gobierno que durante dos milenios fue descartada porque se consideraba ruin, inestable y potencialmente tirรกnica. En general no estรกn conscientes de que, en Occidente, la democracia pasรณ de considerarse un rรฉgimen irredimible en la Antigรผedad clรกsica a uno potencialmente bueno apenas en el siglo XIX, para luego convertirse en la mejor forma de gobierno despuรฉs de la Segunda Guerra Mundial, y en el รบnico rรฉgimen legรญtimo hace apenas veinticinco aรฑos.

La profesiรณn estadounidense de la ciencia polรญtica adolece de la misma amnesia. Durante la Guerra Frรญa, los acadรฉmicos, convencidos de la bondad absoluta y รบnica de la democracia, abandonaron el estudio tradicional de las formas no democrรกticas de gobierno, como monarquรญa, aristocracia, oligarquรญa y tiranรญa, y en vez de eso se dedicaron a distinguir regรญmenes en una sola lรญnea que iba de la democracia (bueno) hasta el totalitarismo (malo). El juego acadรฉmico se convirtiรณ entonces en saber dรณnde colocar, a lo largo de esa lรญnea, todos los demรกs Estados “autoritarios”. (¿La Espaรฑa de Franco estaba a la derecha de la Indonesia de Suharto, o al revรฉs?) Esta forma de pensar ha dado pie a la ingenua suposiciรณn de que, tras la caรญda de la Uniรณn Soviรฉtica, los paรญses de forma natural comenzarรญan a hacer “transiciones” para pasar de la dictadura y el autoritarismo a la democracia, como atraรญdos por un imรกn. Esa confianza se ha evaporado y nuestros politรณlogos han visto que muchas cosas desagradables pueden crecer bajo el manto de las elecciones. Pero aรบn quieren aferrarse a su pequeรฑa lรญnea y escriben artรญculos sobre autoritarismo electoral, autoritarismo competitivo, autoritarismo de clan, pseudodemocracias, aparentes democracias y democracias dรฉbiles. Y, para tener cubiertas todas las bases, tambiรฉn escriben sobre “regรญmenes hรญbridos”.

Pero en la mente de las clases polรญticas y periodรญsticas de Estados Unidos, hoy solo existen dos categorรญas polรญticas: la democracia y le dรฉluge. Si uno asume que la democracia es la รบnica forma legรญtima de gobierno, resulta una distinciรณn perfectamente รบtil. “Lo que no debe ser no puede ser”, escribiรณ el poeta alemรกn. Incapaces o simplemente reacios a distinguir las variedades no democrรกticas que existen en la actualidad, mejor hablamos de sus “reportes de derechos humanos”, que nos dicen mucho menos de lo que pensamos. Recurrimos a organizaciones como Freedom House, un think tank que promueve la democracia y denuncia los abusos a los derechos humanos en el mundo, y publica un influyente informe anual titulado Freedom in the World que, afirma, cuantifica los niveles de libertad en todos los paรญses del mundo. Califica distintos factores (derecho de participaciรณn polรญtica, libertades civiles, la prensa, etc.), y luego combina esas cifras con un nรบmero รญndice mixto que indica quรฉ paรญs es “libre”, “parcialmente libre” o “no libre”. El documento se lee como un informe de la bolsa de valores: “Este es el sรฉptimo aรฑo consecutivo en que los paรญses con descensos superaron a aquellos con mejoras.” En 2013 se confiรณ a los lectores que, segรบn las cifras, durante el aรฑo anterior las “ganancias mรกs notables” en el apartado de la libertad fueron en Egipto, Libia, Birmania y Costa de Marfil. Uno no sabe por dรณnde empezar.

Sin duda la gran sorpresa en la polรญtica mundial desde el fin de la Guerra Frรญa no fue el avance de la democracia liberal sino la reapariciรณn de formas clรกsicas de gobierno no democrรกtico disfrazadas de modernas. La disoluciรณn del Imperio soviรฉtico y la “terapia de choque” que siguiรณ produjeron nuevas oligarquรญas y cleptocracias que tienen a su alcance herramientas innovadoras de financiamiento y comunicaciรณn. El avance del islam polรญtico ha colocado a millones de musulmanes, que representan una cuarta parte de la poblaciรณn mundial, bajo un gobierno teocrรกtico mรกs restrictivo. Tribus, clanes y grupos sectarios se han convertido en los actores mรกs importantes en los Estados poscoloniales de รfrica y Medio Oriente. China ha vuelto a traer el mercantilismo despรณtico. Cada una de estas formaciones polรญticas tiene una naturaleza distintiva que debe entenderse en sus propios tรฉrminos, no como una forma menor o mayor de la democracia in potencia. El mundo de las naciones sigue siendo lo que siempre ha sido: una pajarera.

Pero la ornitologรญa es complicada y la promociรณn de la democracia parece mucho mรกs sencilla. A fin de cuentas, ¿no todos los pueblos quieren estar bien gobernados y que se les consulte sobre los asuntos que les afectan? ¿Acaso no anhelan seguridad y un trato justo? ¿No quieren escapar a la humillaciรณn de la pobreza? Pues bien, la democracia liberal es la mejor forma de lograr todo eso. Ciertamente, esa es la visiรณn de los Estados Unidos, compartida por muchas personas que viven en paรญses no democrรกticos. Pero eso no significa que entiendan las implicaciones de la democratizaciรณn ni que acepten el individualismo social y cultural que de manera inevitable trae consigo. Ningรบn pueblo se ha vuelto tan libertario como el estadounidense. Valora bienes que el individualismo destruye, como la deferencia a la tradiciรณn, el compromiso con un lugar, el respeto a los mayores, las obligaciones con la familia y el clan, la devociรณn por la piedad y la virtud. Si ellos y nosotros creemos que se puede tener todo a la vez, entonces, ellos y nosotros estamos muy equivocados. Estas son las rocas sobre las cuales, una y otra vez, se estrella la esperanza de una democracia.

La cierto es que, durante el lapso de nuestra vida o la de nuestros hijos y nietos, miles de millones de personas en el mundo jamรกs vivirรกn en una democracia. Eso no se debe solo a la cultura y a las costumbres establecidas. Hay que sumar divisiones รฉtnicas, sectarismo religioso, analfabetismo, inequidad econรณmica, fronteras nacionales absurdas, impuestas por las potencias coloniales… la lista es larga. Sin Estado de derecho y una Constituciรณn que se respete, sin burocracias profesionales que traten a los ciudadanos imparcialmente, sin la subordinaciรณn de los militares al poder civil, sin รณrganos reguladores para asegurar la transparencia en las transacciones econรณmicas, sin normas sociales que alienten el compromiso cรญvico y el cumplimiento de la ley: sin todo esto es imposible una democracia liberal moderna. De modo que, cuando pensamos en las no democracias de hoy, la รบnica pregunta posible serรญa: ¿cuรกl es el Plan B?

Nada refleja mรกs la bancarrota del pensamiento polรญtico actual que nuestra falta de voluntad para plantearnos esta pregunta, que para la izquierda huele a racismo y para la derecha apesta a derrotismo (y a las dos cosas para los halcones liberales). Pero si las รบnicas opciones que podemos imaginar son la democracia o le dรฉluge, excluimos la posibilidad de mejorar los regรญmenes no democrรกticos sin intentar transformarlos por la fuerza (al estilo norteamericano), o esperando en vano (al estilo europeo) que los tratados de derechos humanos, las intervenciones humanitarias, las sanciones legales, los proyectos de las ong y los blogueros con sus iPhones representen una diferencia duradera. Estas son las caracterรญsticas del absoluto delirio que caracteriza a nuestros dos continentes. El prรณximo Premio Nobel de la Paz no deberรญa recaer en un activista de derechos humanos o en el fundador de una ong, sino en un pensador o en un lรญder que desarrolle un modelo de teocracia constitucional que dรฉ a los paรญses musulmanes una forma congruente pero limitada de reconocer la autoridad de la ley religiosa y que la haga compatible con el buen gobierno. Esto serรญa un autรฉntico logro histรณrico, si bien no necesariamente democrรกtico.

Por supuesto, nunca se otorgarรก ese premio, y no solo porque esos pensadores y esos lรญderes no existen. Reconocer tal logro requerirรญa abandonar el dogma de que la libertad individual es el รบnico o, incluso, el mayor bien polรญtico en todas las circunstancias histรณricas y aceptar que los trade-offs son inevitables. Esto significarรญa aceptar que, si existe un camino de la servidumbre a la democracia, largos tramos estarรกn pavimentados por la no democracia, tal y como ocurriรณ en Occidente. Empiezo a sentir cierta simpatรญa por aquellos oficiales norteamericanos que llevaron a cabo la ocupaciรณn de Afganistรกn e Iraq hace diez aรฑos y, de inmediato, empezaron a destruir los partidos polรญticos y los ejรฉrcitos existentes, y las instituciones tradicionales de consulta polรญtica y de autoridad. La razรณn mรกs profunda para este colosal error no fue la hubris norteamericana ni su ingenuidad, aunque hubo mucho de eso. La verdad es que no tenรญan otra forma de pensar alternativas a esta precipitada y, al cabo, engaรฑosa democratizaciรณn. ¿Adรณnde tendrรญan que haber acudido? ¿Quรฉ libros habrรญan tenido que leer? ¿En quรฉ habrรญan tenido que apoyarse? Lo รบnico que sabรญan era la directriz primordial: redactar nuevas constituciones, establecer parlamentos y oficinas presidenciales y, luego, convocar a elecciones. En efecto, tras todo esto llegรณ el diluvio.

La edad libertaria es una era ilegible. A diferencia de los antiguos maestros pensadores, ha engendrado un nuevo tipo de hubris. Nuestra arrogancia consiste en creer que ya no tenemos que pensar profundamente o poner atenciรณn o buscar conexiones, sino que lo รบnico que tenemos que hacer es aferrarnos a nuestros “valores democrรกticos” y a nuestros modelos econรณmicos y tener fe en el individuo y todo saldrรก bien. Al presenciar desagradables escenas de embriaguez intelectual, nos hemos convertido en abstemios satisfechos de sรญ mismos, distanciados de la historia e incapacitados ante los desafรญos que ya se estรกn dando. El fin de la Guerra Frรญa destruyรณ cualquier rasgo de confianza en la ideologรญa que pudiera quedar en Occidente. Pero tambiรฉn parece haber destruido nuestra voluntad de entender. Hemos abdicado. El dogma libertario de nuestro tiempo estรก embrollando nuestras organizaciones polรญticas, nuestras economรญas y nuestra cultura y nos ciega a todo esto porque hace que seamos menos curiosos de lo que somos por naturaleza. El mundo que estamos haciendo con nuestras propias manos estรก tan alejado de nuestra mente como el mรกs remoto agujero negro en el espacio. Alguna vez sentimos nostalgia por el futuro. Hoy tenemos amnesia del presente. ~

Traducciรณn de David Medina Portillo.
Este ensayo apareciรณ originalmente
en
The New Republic.

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(Detroit, 1956), renombrado ensayista, historiador de las ideas y profesor de la Universidad de Columbia, es colaborador frecuente de The New York Review of Books y The New York Times. Su libro mรกs reciente es El regreso liberal. Mรกs allรก de la polรญtica de la identidad (Debate, 2018).


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