Pinche nada

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Estaban decepcionadรญsimos, pero ya iban camino de resignarse, ni pedo, ¿por quรฉ siempre nos pasa lo mismo justamente a nosotros?, se repetรญan, estamos salados, hay que hacernos una limpia, aunque por pura probabilidad un dรญa de estos nos toca, seguro, hay que seguirle. Se pusieron a repartir los pinches veinte mil pesos que habรญan encontrado. ¡Veinte mil pesos! Son mamadas. Ademรกs de malhumorados andaban bien mal peinados, uno porque se levantรณ en chinga para el operativo y no tuvo tiempo ni de pasar por el baรฑo, se vistiรณ el uniforme y saliรณ de casa disparado como un rayo. Como un rayo codicioso, hay que decirlo, y, hablemos con precisiรณn: como un rayo obeso y mal planchado. El otro no tenรญa remedio, era la genรฉtica la que le imponรญa el despeinado, con esos cabellos que apuntaban como cerdas de escoba para todos lados.

Andaban tan necesitados que aun con las prisas se habรญan traรญdo una mochila para guardar lo que les tocarรญa, cada uno su mochilototota, la verdad: es que se habรญan imaginado una montaรฑa de dinero. No es que fueran fantasiosos nomรกs gratuitamente, tenรญan sus razones, la informaciรณn que les filtraron era esa, que en la casa habรญa un chinguรญsimo de lana. ¡Diez mil pesos para cada uno! En billetes de veinte pesos no eran mรกs que un montoncito ridรญculo, quinientos papelitos azules, de hecho. ¿Cuรกnta lana se necesitarรก para formar una montaรฑa de dinero? En esos cรกlculos estaban cuando llegรณ el jefe con otros dos del departamento, un par de cabos ligerรญsimamente menos desarrapados.

–Puta… Dos mรกs tres, cinco, veinte entre cinco, cuatro. Valiendo madres. (Esto fue un pensamiento, pero queda muy bien con su guioncito.)

–¿Dรณnde estรก el detenido?

–No habรญa nadie, Sargento.

–¿Y quรฉ chingados estรกn haciendo?

–Inspeccionando, Sargento, tenรญamos informaciรณn de una fuente, pero la casa estรก limpia, no hay armas, ni drogas, no hay pinche nada.

–¿No hay pinche nada o ya se lo chingaron?

–Negativo, Sargento, no hay pinche nada.

–¿Y lana?

–Ah, nomรกs veinte mil pesos, estaban debajo del colchรณn. ¡Chin! (20/5=4)

–¿Veinte mil pesos?, no mamen… ¿Y por quรฉ andan tan despeinados y tan puercos? ¡Cรณmo pueden traer el uniforme tan sucio! Luego llegan los periodistas y sacan sus chingadas fotos donde siempre salimos como si fuรฉramos unos pinches zarrapastrosos. ¡Vayan a asearse un poco! Y dejen aquรญ la lana.

Se metieron al baรฑo los dos juntos, como si fueran comadres que quieren contarse sus chismes, tendrรญan que ser unos enredos muy bochornosos, porque hasta cerraron la puerta y pusieron el seguro. ¡Cuรฉntame, comadre! Empezaron a echarse agua en el pelo, a atusarse, pero lo รบnico que conseguรญan era el mismo triste despeinado, aunque ahora mojado. Un wet look, pues. Aprovecharon para quitarse unas lagaรฑas gigantescas y para extirparse algรบn moco monstruoso, quiรฉn sabe cรณmo habรญan estado mirando y respirando hasta este momento con semejantes obstรกculos. Lagaรฑas y mocos como estalactitas. Uno de ellos se empeรฑรณ en sacarse una hebra de carne que se le habรญa quedado alojada entre dos incisivos superiores, la noche anterior habรญa cenado tamales de pobre, de esos que son pura masa y una hebrita de carne, ¡y justo una de esas hebritas se le habรญa quedado entre los dientes! Luego se alisaron el uniforme con las manos, esperando un efecto mรกgico: como si sus manos fueran de hierro y estuvieran a noventa grados y emitieran vaporcito. O sea, los uniformes siguieron arrugadรญsimos. Tambiรฉn se humedecieron las manchas esparcidas por aquรญ y por allรก, salsa, aceite, algรบn fluido inconfesable, y hasta rascaron un poquito, unas manchas salieron, otras no, pero ahora daban la impresiรณn de haber estado chapoteando en la fuente de un parque.

Afuera comenzaron a escucharse unos golpes demoledores, la casa se cimbraba, ¡ay, gรผey!, parecรญa que iba a desplomarse, ¡cรณrrele!, ¿para quรฉ pusiste el seguro?, salieron disparados del baรฑo y lo que vieron fue: a los dos achichincles del Sargento pegando unos tremendos mazazos en la pared de la sala. Estaban abriendo un boquete y de la pared comenzaban a chorrear fajos de billetes, una cascada de ¡dรณlares! ¡Dรณlares! ¡No pinches pesos!

–¡Es que estamos bien pendejos, de veras! –concluyeron al unรญsono silencioso.

–¡A la puerta!, ¡cubran la entrada!, ¡รณrale, cabrones!, si ustedes se portan bien conmigo yo me porto bien con ustedes –les dijo el Sargento mientras iba golpeando con el puรฑo derecho en el resto de las paredes de la casa, buscando el sonido hueco de la felicidad.

La cosa estaba bien cabrona, segรบn el anรกlisis preliminar del Sargento habrรญa ocho paredes rellenas de dinero. ¡Ocho! Era un chinguรญsimo de lana. Una montaรฑa de dinero. Y eso que la casa ni siquiera era tan grande: ademรกs de la sala nomรกs tenรญa dos habitaciones, el baรฑo, la cocina, el recibidor y un patiecito trasero para colgar la ropa. Sesenta, mรกximo setenta metros cuadrados.

El Sargento les ordenรณ a sus achichincles abrir cada una de las paredes, ¡en chinga!, un pequeรฑo boquete, solo para confirmar el hallazgo. ¡Y sรญ! Resultรณ que habรญa lana en cada una de las ocho paredes. A juzgar por la cantidad de billetes que habรญan salido de la primera, tanta buena suerte acabarรญa convirtiรฉndose en un problema. El descubrimiento adquirรญa otro nivel, habรญa unos cรณdigos y el Sargento sabรญa perfectamente que era imposible agarrar esa lana y largarse. Quiero decir, que era imposible agarrar esa lana y largarse sin avisar al jefe. Lo llamรณ por telรฉfono.

–Jefe, tenemos un setenta y tres muy cabrรณn, tiene que venir a verlo.

Le indicรณ la direcciรณn en la que se encontraban y aunque eran menos de las ocho de la maรฑana, no tuvo que insistir, el jefe ya venรญa en camino. Tal prontitud madrugadora necesita explicarse: un setenta y tres de por sรญ ya es algo muy cabrรณn, asรญ que si un Sargento habla de un setenta y tres muy cabrรณn es porque algo de veras muy gordo estรก pasando. Desde la puerta se empezaron a escuchar insultos, forcejeos, los despeinados llamaban a gritos al Sargento.

Afuera estaba un grupito de cinco cabos que exigรญan entrar, a ellos tambiรฉn les habรญan pasado el chivatazo. Parecรญa un concurso de andrajosos. La verdad es que con todo y ser tan temprano nada justificaba tal dejadez, tal suciedad, tales despropรณsitos capilares. Menos mal que dos venรญan con cachuchas, asรญ solo habรญa que soportar los despeinados del resto, tres –¡seguรญan siendo muchos!

–¿Quรฉ se les perdiรณ, hijos de su rechingada madre? –les dijo el Sargento. ¡Es un cuarenta y ocho, pendejos!, alto nivel, vรกyanse a ver si ya puso la marrana. El jefe estรก llegando, ¡รณrale, caminando y meando para no hacer charco!

Un cuarenta y ocho es una cosa muy grave, tanto tanto que los cinco de inmediato comenzaron su รฉxodo despojados de sus ilegรญtimas aspiraciones, sin alegar nada ni pedir mรกs explicaciones. Los detuvo el mismo que los estaba mandando a la chingada.

–¡Un momento!, รณiganme cabrones, ¿cรณmo puede ser que anden tan puercos?, ¡y no me vengan con que el salario no les alcanza!, la limpieza no tiene nada que ver con la pobreza, ¿cรณmo va a confiar la gente en nosotros?, ¡los delincuentes van con ropa de marca y peinaditos!, ¡cuiden su chamba, chingado!

El Sargento volviรณ a la sala y descubriรณ que en el centro se estaba formando una montaรฑa de dinero. Habรญan retirado los muebles hacia una esquina y desde las paredes iban trayendo fajos de billetes a puรฑos, en actitud contradictoria: primero los transportaban abrazaditos en el regazo, como si fueran niรฑos reciรฉn nacidos, y luego los dejaban caer al suelo sin miedo a que se rompieran la columna y se quedaran paralรญticos. La visiรณn de la montaรฑa producรญa un vรฉrtigo de angustia y sinsentido, ¡y apenas era la lana de dos paredes! Es que el dinero puede rebosar abultando las billeteras de los afortunados, o retacar en orden perfecto maletines de uso variado, o descansar perezoso en cajas fuertes escondidas detrรกs de retratos insulsos de dudoso valor artรญstico, pero el dinero nunca debe despatarrarse por el suelo en acumulaciรณn grotesca. Al dinero no le gusta el desorden.

El Sargento miraba la montaรฑa que se iba irguiendo y veรญa cรณmo ese dinero acabarรญa convirtiรฉndose en un monstruo que se lo tragarรญa todo. Quizรก la comparaciรณn mรกs afortunada fuera la de un agujero negro, que ese chingamadral de dinero era como un agujero negro, pero al Sargento no le interesaba la astronomรญa, ¡lรกstima!, con lo bonita que habrรญa quedado esa metรกfora.

Cuando llegรณ el jefe habรญan terminado de vaciar tres paredes. La montaรฑa se levantaba hasta las rodillas de los mรกs espigados y tenรญa una circunferencia de dos metros. Aunque el mรกs alto de todos solo medรญa uno setenta y cuatro, ¡la montaรฑa estaba bien pinche impresionante! Y el jefe reaccionรณ en concordancia cuando lo plantaron delante de la lana:

–¡ร“rale!, ¡no mames!, ¡hijo de su putรญsima madre! –con todos esos signos de exclamaciรณn–, ¿pues quiรฉn vivรญa aquรญ?, ¿Rico Mac Pato?

–No sabemos, Sargento, no habรญa nadie en la casa, estamos investigando –le informรณ el Sargento.

Ante tal proliferaciรณn de personajes innombrables –shhhh– tendremos que hacer una breve pausa para evitar confusiones y explicar cosas del escalafรณn de la policรญa. Es lo que pasa siempre por culpa del dinero: su acumulaciรณn supone, paralelamente, el ascenso en una escala, cualquiera que esta sea, ¡siempre para arriba! Por alguna oscura razรณn al dinero le asquea quedarse abajo: el dinero contraviene la ley de la gravedad. Y para ejemplos, nuestro caso, los primeros en llegar fueron dos policรญas, luego un Sargento –jefe de los policรญas– con dos cabos –de mayor rango que los policรญas. El Sargento llamรณ a su jefe, otro Sargento, pero estamos hablando de Sargentos diferentes, el primero era un Sargento Segundo y el segundo un Sargento Primero. Es decir, que llegaron en orden contradictorio a su rango, que es lo lรณgico de acuerdo con el escalafรณn. Nunca mejor dicho eso de que los รบltimos serรกn los primeros.

–¡Ya chingamos, Sargento! ¡Es un chingo de lana! Y todavรญa falta la de las otras cinco paredes –completรณ el Sargento Segundo.

El Sargento Primero se quedรณ mirando la montaรฑa, a รฉl no le parecรญa un monstruo, ni tampoco un agujero negro –no abundan los astrรณnomos en el departamento de policรญa: รฉl sentรญa el asco de observar un montรณn inmenso de cagada. Y no nos equivoquemos, ¡cuidado!, al Sargento Primero, como a todo el mundo, le encantaba la lana. Sin embargo, esta imagen, tales cantidades, billetes a montones, era obsceno. ¡Eso! Ese es el adjetivo que le habrรญa gustado utilizar si se lo hubiera propuesto: obsceno. Desviรณ la mirada hacia el techo porque no podรญa soportarlo, le venรญan arcadas, entiรฉndanlo, habรญa interrumpido el desayuno:

–Sargento, ¿ya vio el techo?, eso es plafรณn, ¡es un pinche doble techo! –descubriรณ el Sargento Primero, probando una vez mรกs que los traumas personales suelen ser muy productivos.

Hicieron venir a los despeinados de la puerta, quienes encontraron una escoba y un trapeador en el patiecito trasero, y les ordenaron golpear el techo. Efectivamente, habรญa un doble techo, estaba colocado de manera tan burda que fue facilรญsimo desmontarlo. ¿Y adivinen? Llovรญa dinero del cielo. Fajos y fajos de dรณlares. La montaรฑa dejรณ de ser montaรฑa y ahora lo que sucedรญa es que estaban sumergidos en la lana, los billetes les cubrรญan como mรญnimo media pantorrilla.

–Comprenderรก que tengo que llamar al jefe, Sargento, esto parece un ciento once –fue la conclusiรณn del Sargento Primero mientras pateaba dinero para abrirse paso.

Eran todavรญa menos de las nueve de la maรฑana, un horario deshonesto para los jefes, pero la ocasiรณn lo imponรญa, porque no era un setenta y tres, cosa emocionantรญsima para policรญas, cabos y hasta Sargentos, ni siquiera un cuarenta y ocho, territorio exclusivo de los Sargentos: ¡se trataba de un ciento once! Las llamadas telefรณnicas se sucedieron en escalada vertiginosa, ¿un ciento once?, ¿seguro?, ¿seguro?, hay que llamar al jefe, repetรญan todos, hay que llamar al jefe, con esporรกdicos desplazamientos horizontales entre jefes para activar novedosas escalas institucionales. Estamos hablando de gerentes, directores, subprocuradores, procuradores, secretarios, ¡al Mismรญsimo Presidente de la Repรบblica lo acabaron despertando a las nueve treinta y siete! ¡En un martes! ¡Son chingaderas!

En menos de media hora llegaron a la escena del negocio decenas de personas, el chinguero de gente iba y venรญa por la casa, salรญan a la calle para hacer llamadas telefรณnicas histรฉricas, ¡han de ser como mil millones de dรณlares!, chillaban al aparato, se movรญan siempre rodeando la sala, en donde despuรฉs de sacar los muebles un grupo de cabos habรญa comenzado a contar y organizar el dinero. Habรญan llegado algunos civiles trajeados, y mรกs policรญas, mรกs cabos, soldados, inspectores, comisarios y un par de militares de altรญsimo rango, entregados a la tarea de descubrir quiรฉn vivรญa en esa casa, ¿¡quiรฉn!?, de quiรฉn chingados era la lana, ¡que me lo presenten!

Despuรฉs de tomar cafรฉ y comerse unos chilaquiles con pollo bien picosos, el Mismรญsimo Presidente habรญa intervenido directamente, designando a un Director de la Operaciรณn, decidiรณ enviar al lugar de los hechos al Director de Imagen de la Presidencia de la Repรบblica, un tipo especialista en fruncir el ceรฑo de maneras insรณlitas. La orden que llegรณ desde las alturas fue la de tomar una fotografรญa rotunda, una imagen aplastante de la montaรฑa de dinero, acompaรฑada, claro estรก, a pie de foto, por la escandalosa cifra que surgiera del recuento. Por lo visto, el Mismรญsimo Presidente era devoto ciego de aquella frase que afirmaba que una imagen vale mรกs que mil palabras, y tenรญa razรณn, sobre todo desde su punto de vista y en relaciรณn consigo mismo, es decir, si las mil palabras habรญan sido pronunciadas por el Mismรญsimo Presidente en una de sus apologรญas rimbombantes. Como sea, el mundo ideal no existe, por mรกs que el Mismรญsimo Presidente lo quisiera, al dรญa siguiente seguro que los periรณdicos le ensuciarรญan el impacto de la fotografรญa con sus innecesarios textos horriblemente escritos, en los que explicarรญan la gloriosa victoria de las fuerzas del orden sobre el hampa.

¡Pero no ignoremos la tragedia que se cierne sobre la clase proletaria!, es lo que pasa siempre que surge un ciento once, ya no era posible agarrar la lana, repartirla y largarse, guardando el secreto, aunque sean muchos burros y muchos olotes, no es que no alcanzara la lana para todos, era mรกs que suficiente para producir decenas de millonarios automรกticamente, pero era un ciento once, ni siquiera propenso al robo hormiga, asuntos de estado, sรญ seรฑor, asuntos de estado, que nadie meta las manos, ¡valiendo madres!, a menos que de veras quiera volverse hormiga y padecer unos pisotones genocรญdicos.

Entrรณ en escena el Director de Imagen y lo primero que quiso hacer, despuรฉs de asombrarse estrepitosamente con la visiรณn de la lana, fue hablar con quienes hubieran realizado el descubrimiento, ponerles cara a los hรฉroes de la historia. El Sargento Primero le plantรณ delante a los dos policรญas, bien despeinados que seguรญan, no sin evitar las protestas de los cabos, del Sargento Segundo, etcรฉtera: ¡fui yo!, ¡fui yo!, ¡estos pendejos no encontraron nada! –reclamaban. Frunciรณ el ceรฑo el Director de Imagen, en gesto analรญtico, dedicรณ una mirada furtiva a los dos policรญas, y cortรณ de tajo la sublevaciรณn de los aspirantes a hรฉroe nacional con un ademรกn aristocrรกtico, cosas de haber nacido donde se naciรณ y encima haber estudiado semiรณtica en la universidad:

–¡Paren, paren! Ustedes no me sirven. Yo mando aquรญ y yo digo que ustedes pueden irse a chingar a su madre.

Sofocada la revuelta, el Director volviรณ a mirar a los dos policรญas, ahora despaciosamente, de arriba a abajo, los barriรณ con detalle, con deleite, frunciendo un ceรฑo deconstructivo, y sonriรณ una sonrisa sardรณnica muy cabrona:

–Ah, chingado, ¿estรก lloviendo?

–No, seรฑor, no llueve –respondiรณ uno confundido.

–Ya sรฉ, ya sรฉ, era una broma –lo atajรณ el Director con ceรฑo elegante e incrรฉdulo, fulminando con la mirada los lamparones esparcidos por ambos uniformes, ¿de veras estรกn tan pendejos?

–Pero no llueve, hace un pinche solazo –dijo el otro.

–¿Cรณmo estuvo el pedo?, ¿a quรฉ hora llegaron?, ¿quiรฉn les avisรณ? –quiso saber el Director.

–Como a las siete, seรฑor, nos avisรณ una fuente, ya sabe, no podemos decirle, si no nos va a cargar la chingada –respondiรณ el de peores cabellos.

–Pero ellos no encontraron nada, tenรญan nomรกs pinches veinte mil pesos, ¡fui yo quien descubriรณ lo de las paredes! –interrumpiรณ el Sargento Segundo.

–Ya le dije que no se meta, Sargento, tengo รณrdenes del Presidente de encargarme de todo, ¿entiende?, ¿desde cuรกndo tan devoto de la exactitud?, ¿quรฉ no es policรญa? ¿Y quรฉ les dijo la fuente? ¿A quiรฉn pensaban agarrar o quรฉ?

–A nadie, seรฑor, nomรกs nos dijeron que en la casa habรญa un chingo de lana –dijo el que habรญa cenado tamales de pobre.

–Ah, ¿pero quรฉ no era un operativo?

–Sรญ, pues, un operativo, asรญ hacemos.

–Se quedan por aquรญ –dijo el Director con seรฑo dictatorial–, no se vayan, no se cambien, no se toquen un pelo, los vamos a necesitar para una foto. Ya chingaron, el Presidente de la Repรบblica ha autorizado una recompensa de cinco mil pesos para cada uno. ¡Cinco mil pesos!

Elegido el elenco para la representaciรณn, otra vez el relato รฉpico de dos muertos de hambre que subliman su miseria, el Director se acercรณ a la sala para supervisar el conteo y la organizaciรณn del dinero. Habรญa ocho personas en ello, seis contando y dos levantando la incipiente montaรฑa del dinero ya contado. Para poder trabajar, habรญan empujado los billetes amontonรกndolos en un rincรณn de la sala, si es vรกlido llamar rincรณn a una superficie que cubrรญa mรกs de la mitad de la totalidad del espacio. Un rinconzote, digamos. En alrededor de una hora habรญan contado apenas catorce millones cuatrocientos mil dรณlares, apenas eso, catorce millones cuatrocientos mil dรณlares, un chinguรญsimo de lana, pero una cantidad ridรญcula si se miraba el montoncito que formaba. Haciendo un cรกlculo geomรฉtrico, primero, y aritmรฉtico, despuรฉs, el Director concluyรณ que serรญa alrededor del cinco por ciento del total del dinero. Organizรณ de nuevo a la gente, asignando a algunos que se entretenรญan en ocupaciones trascendentales para la burocracia, tales como mirar, especular y asombrarse, hasta conseguir que fueran trece los que contaban y cinco los que iban levantando la montaรฑa. ¡A ver si asรญ avanzaban mรกs rรกpido!

Necesitaban la foto antes de las seis de la tarde, para que los noticieros nocturnos tuvieran tiempo de reorganizar sus ficciones en torno a esa imagen. Habrรญa una declaraciรณn oficial del Procurador. Y otra foto: una imagen del Procurador y el Mismรญsimo Presidente de la Repรบblica estrechรกndose la mano en el despacho presidencial, muy dizque contentos, sonriendo sonrisas impostadas, felicitรกndose aliviados, como dos compadres que acaban de aclarar un malentendido y ya pueden seguir chupando, que no compadre, que nunca me he acostado con su vieja, se lo juro por mi jefecita que estรก en el cielo, ah bueno, chรณcalas.

La montaรฑa crecรญa y el Director habรญa cambiado de idea respecto de los policรญas, la imagen de un par de zarrapastrosos al lado de una montaรฑa de dinero no serรญa inspiradora, como habรญa imaginado al principio, sobre los valores de la humildad y la pobreza, sino lacรณnicamente melancรณlica –y sin trabalenguas. Que traigan uniformes nuevos, ordenรณ frunciendo un raro ceรฑo apocalรญptico que no venรญa al caso, uniformes de gala, y zapatos de charol relucientes, que se baรฑen, traigan una peluquera para que les arreglen esos peinados tan lamentables, si puede.

Comenzรณ entonces a pasar el tiempo, que no paraba, ¿en serio?, no cesaba, arrastrado por la acciรณn, ¡ah!: unos iban formando la montaรฑa de dinero, otros intentaban adecentar a los protagonistas del fabuloso suceso y el resto investigaba la procedencia de tanta pinche lana. El objetivo final era desmontar lo abstracto de la situaciรณn, vaciarla de misterio y llenarla de realidad, y todo esto se conseguรญa a travรฉs de la forma, de la imagen que se estaba construyendo como estandarte de la victoria inequรญvoca del gobierno. El mejor ejemplo era el dinero, que estaba dejando de ser un monstruo o un hoyo negro o un montรณn de cagada: el bloque que se estaba levantando lo delimitaba, lo devolvรญa al orden del que nunca deberรญa haber salido. Por eso al final la montaรฑa no serรญa propiamente una montaรฑa, sino un inmenso bloque rectangular en el que la forma cumplirรญa el cometido de aniquilar el desasosiego. La montaรฑa de dinero seguirรญa siendo una montaรฑa, porque la bonita palabra montaรฑa era fundamental, pero solo como metรกfora, para expresar rotundamente que se trataba de un chinguรญsimo de lana, ¡un golpe a los criminales de proporciones himalรกyicas!

Iban a ser las cuatro de la tarde cuando un Teniente coronel con chinguero de medallas resplandecientes prendidas al uniforme, uno de los militares de alto rango presentes, convocรณ una reuniรณn de emergencia. Para aquel entonces la montaรฑa estarรญa al setenta u ochenta por ciento, calculaban, un setenta y cinco por ciento, digamos, y el conteo indicaba doscientos diez millones de dรณlares. Doscientos diez millones de dรณlares. ¡Se la rajan! Pronto podrรญan tomar la fotografรญa, en la pared del fondo habรญan colocado unas lonas con los escudos de la Procuradurรญa, de la Policรญa, de las Fuerzas Armadas y el involuntariamente anti-artรญstico logotipo de la Presidencia de la Repรบblica. La idea era que la foto inmortalizara a las instituciones o, como mรญnimo, que la imagen institucionalizara la inmortalidad.

El Teniente, el Director de Imagen y el Sargento Primero se encerraron en una de las habitaciones carentes de sigilo, empeรฑรกndose en parecer lo mรกs sospechosos que fuera posible, para enfatizar asรญ sus respectivos altos cargos.

–El dinero estรก limpio –informรณ el Teniente.

Siguiรณ un silencio breve, no hace falta decir que pareciรณ eterno, porque es mentira, fue cortito, que sirviรณ nomรกs para que el Director de Imagen y el Sargento Primero verificaran su competencia lingรผรญstica, a saber: si hablaban el mismo idioma que el Teniente, manera de confirmar que estaban entendiendo lo que estaban entendiendo.

–La pregunta es, ¿quiรฉn querรญa chingarnos? –continuรณ.

–¿Cรณmo que estรก limpio?, ¿quรฉ quiere decir? –interrumpiรณ el Director de Imagen, quien empezรณ a fruncir combinaciones de ceรฑos bastante contradictorias.

–Que estรก limpio quiere decir que estรก limpio, se trata de un siete, ¿necesito explicรกrselo?

–ร“igame, a mรญ me mandรณ aquรญ el Presidente…

–Tch, tch, ¿a usted no le enseรฑaron cuรกndo tiene que callarse el pinche hocico? ¿Usted cree que yo voy a decir que el dinero estรก limpio si no estรก limpio? ¿No sabe lo que es un siete? La verdad, Sargento, tuvimos que confirmarlo varias veces, no creรญamos que pudieran estar tan pendejos.

–Fueron dos policรญas de a pie, Teniente, ¡cรณmo iban a imaginarse! –se defendiรณ el Sargento Primero.

–¿Y todos los demรกs? ¡Serรกn pendejos! ¿Cรณmo pueden confundir un ciento once con un siete?

–Nosotros pensรกbamos que era un setenta y tres

–¡Pero es que no mames! ¡No mames! –se entrometiรณ de nuevo el Director de Imagen. ¿¡Cรณmo van a tener tanta chingada lana metida en una pinche casita!?

–Cรกllese.

–¿¡Quรฉ no conocen Suiza!? ¿¡Andorra!? ¿¡Liechtenstein!? ¡No mames! ¡En Uruguay hablan espaรฑol si ese es el problema!

–¡Que se calle el puto hocico! Traigan a los pendejos esos, a los primeros que llegaron, ahorita vamos a averiguar todo.

–Teniente, con todo respeto, usted no tiene mando ni autoridad para hacerlo, yo hablarรฉ con ellos –protestรณ el Sargento.

–ร“igame, Sargento, aquรญ se hace lo que yo digo y se hace por รณrdenes de quien usted ya sabe. ¿Acaso no se ha enterado de cรณmo ha cambiado el paรญs? ¿No se ha enterado de quiรฉn manda ahora? ¿Quiere probar? ¿Quiere probar?

El Sargento Primero saliรณ casi corriendo a buscar a los policรญas, esto sรญ que era mandar y no mamadas con ceรฑos expresionistas, por si fuera poco cada vez que el Teniente gritaba lo acompaรฑaba de tintineos de medallitas, tilรญn-tilรญn, ¿tilรญn?, no, no era asรญ, estรก cabrรณn reproducir el enรฉrgico cimbrar de una caja torรกcica marcial, pero la combinaciรณn de gritos y tintineos era bien imponente. Enseguida ordenรณ que desalojaran la casa, en putiza, todos deberรญan largarse con la consigna muy clarita de que allรญ no habรญa pasado nada, aquรญ no ha pasado nada, comenzaron a repetir todos como merolicos, nada, pinche nada, ¡ay del que hablara!, le sobrevendrรญan espantosรญsimos tormentos dizque nunca vistos pero en realidad muy comunes, torturas chinas cruzadas con japonesas y extirpadas de todo residuo de piedad.

En el mismo instante en que al Director de Imagen se le esfumaba el ceรฑo, el Sargento Primero volviรณ a la habitaciรณn solo y con la cola entre las patas:

–Teniente, no pueden venir ahora, les estรกn cortando el pelo. ~

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(Guadalajara, 1973) es escritor. Es autor de la novela Fiesta en la madriguera (Anagrama, 2010).


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