Ser un poeta que escribe, en nuestros días, sobre la ciudad de Londres, Buenos Aires o Jerusalén tiene sus dificultades. Pero escribir sobre una ciudad que ha crecido hasta desbordarse exige estrategias de apropiación poética en constante renovación. Por distintos caminos, un poema puede crear la ilusión de devolvernos una imagen reconocible del lugar, pero la ciudad escapará a la imagen, y el poeta nunca será dueño de la ciudad. Ni aquí ni en ninguna parte.
Tomando como punto de partida esta imposibilidad de volver equivalentes la ciudad textual y la ciudad física, podremos, no obstante, confiar en la poesía como un registro peculiar (semántico, rítmico, múltiple y parcial) de una imagen de la ciudad en un momento determinado. Pero ningún poema puede tener la última palabra, ningún poema podrá tener la razón. Es la poesía en su conjunto, en su trayecto y en su evolución, la que puede permitirnos dilucidar sentidos y recomponer una suma de imágenes de la ciudad de México.
La ciudad ha cambiado de un siglo a otro, tardó en convertirse en moderna y concluyó el siglo xx transformada en “megalópolis”. La profecía de Huidobro se cumplió: “Habrá ciudades grandes como un país/ Gigantescas ciudades del porvenir.” Vista desde el siglo xxi, en que padecemos un “estado urbano de la mente”, la ciudad tiene otra fisonomía, ha ido perdiendo sus contornos, extendiendo sus límites, y se han ido dando otros sentidos a la vida urbana y sus espacios vitales.
La poesía mexicana dejó capturadas en sus imágenes las huellas de la modernización de la ciudad de México de un siglo a otro. Como instrumento sensible, el poema ha reproducido la dimensión efímera de lo moderno.
Pero sería muy simple si pensáramos que la ciudad y sus cambios se han hecho presentes a través de imágenes explícitas y ordenadas. Es justamente el desorden, la aparición simultánea de distintas visiones de la ciudad en los poemas, la confrontación de modos contradictorios de percepción de una misma ciudad, lo que nos puede permitir construir otra lectura. Aquello que fue negado al lector, lo que quedó suprimido o subrayado en la imagen de la ciudad que los poemas nos ofrecen, tiene un sentido que habrá que recuperar.
La poesía mexicana ha dejado un importante registro de la metamorfosis de la ciudad de México en ciudad moderna, en una suma de poemas que revelan el esfuerzo de conciencia colectiva que significó para el poeta mexicano nombrar su ciudad. Poder hablar de la ciudad, asumiendo su modernidad, fue un derecho que el poeta mexicano tuvo que conquistar. Las tensiones que alimentaron este impulso no sólo provienen de la ciudad física y sus cambios, sino también, en ocasiones, de las ciudades visibles e invisibles de otros poemas, de otras tradiciones, y por supuesto, del propio repertorio de símbolos que ofrece la historia de la fundación de la ciudad. Para nombrarla, el poeta ha tenido que darle forma a lo que va perdiendo su forma, y elegir qué ciudad (de todas las ciudades que habitan nuestra ciudad) es su ciudad, en el espacio del poema. ~
(Buenos Aires, 1957) es ensayista, poeta, traductora y profesora-investigadora de tiempo completo de la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa. Ha difundido la obra del poeta israelí Yehuda Amijái en español. Es autora de La ciudad de los poemas. Muestrario poético de la Ciudad de México moderna (Ediciones del Lirio, 2021).