Puntos o la ley de Heisenberg (I)

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Un libro póstumo no es una inasequible rareza. Basta un escritor muerto en actividad, con deudos dedicados y un editor dispuesto. A veces el autor lo prevé en su más terco detalle. O el manuscrito inconcluso (Confieso que he vivido, de Neruda) nace con la colaboración de la esposa y un amigo. En otros casos lo debemos a un albacea sensible. Son hechos normales. En cambio no es normal que ese complemento provenga del más allá. De ahí lo raro, lo de gato camarrupa1 de un volumen que descubro con diez culpables años de atraso: L'amore infinito y Lo spirito che torna. Lettere d'amore (a una jovencita) en prosa lirica e poesie dell'oltre limite di Rabindranath Tagore, escritas al dictado por Rosa Ferrari (Eura Press, Milán, 1989). La milanesa de venerable edad transcribió lo que captaba la eletta sensitiva Miriam Parri, de la boca invisible de quien comenzó por declararse "un poeta de paso" para después revelar su nombre, quizá harto del mortecino anonimato. Traduzco un poco, sin agitar el misterio de que estos poemas aterrizaran en italiano y no en bengalí, lengua de este Nobel 1913, ni en sánscrito, ni en el inglés de sus años de estudio: "Y una palabra/ para este dulce Medio/ que me permite poetizar/ sin un lápiz/ sin una hoja blanca/ dejo palabras con grandísimo orgullo. /Porque tenéis nuevos medios/ si queréis de pronto/ volver a oírme y si/ no tenéis los medios/ os vendrán dentro,/ dentro del corazón./ No dejo mi firma,/ soy un poeta de paso,/ os dejo el don del amor, etc. Gracias por haberme escuchado". Más de sesenta textos indican una agitada postrimería. Su laxitud repetitiva no hubiera asombrado a Borges, que definía a Tagore como "té con leche", y sugiere que "más allá del límite" las musas no aceptan reclamos. Si Victor Hugo, captor de espíritus en Guernesey, le daba a Jesús permiso para entrar, con la cortesía despreocupada que se destina al cartero, a la venerable Rosa no se le pida que ponga en uso "la máquina de himalayar" que decía Michaux.
      
     Harold Bloom, con humor ácido cercano al de Nabokov, ha dado al pasar una definición de nuestra época justa y amenamente cruel: "la época de Warhol, en la que tanta gente es famosa por quince minutos". Por si no está claro, insiste: "La inmortalidad durante un cuarto de hora se confiere ahora pródigamente y puede considerarse una de las consecuencias más hilarantes de 'abrir el canon'". Bloom está inmerso, quiéralo o no, en el refrigerador universitario. Fuera de este espacio mínimo que opera en circuito cerrado también existe el inquieto hormiguero que, lejano del cielo donde vuelan las águilas, cría sus larvas y las alimenta: la compleja galaxia Gutenberg, con su requerimiento de una vía láctea formada por infinitas luces menores, que se preparan con lentitud para una milagrosa filtración de la gloria. Quizás existan los papá Mozart que pretenden establecer para siempre el prestigio del niño maravilloso; no pululan, claro, los Wolfgang Amadeus. Éstos vienen en modelo reducido, aunque más creciditos, y con autopropulsión.  

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