En la lucha, en el salto, en la carrera

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Las Soledades de Don Luis de Góngora y Argote (1561-1627) son, entre mil otras cosas, un muestrario de tipos humanos en donde sólo falta la mención de la mujer madura: aparecen ahí ancianos, hombres adultos, jóvenes de ambos sexos. Canto suntuoso y resonante a la naturaleza y a la vida rústica, fueron escritas en un estilo revolucionario para su época —el barroco europeo— y desconcertante, aún, para muchos lectores de nuestro tiempo, quienes no acaban de aceptar "la dificultad gongorina", que sin duda existe.
Su visión de una parte muy real y desdeñada de la humanidad y su complicación formal fueron motivo de escándalo y desencadenaron la célebre polémica en torno al gongorismo. El escándalo que comenzó en 1613 se prolongaría durante casi tres siglos. En 1927, un puñado de poetas españoles restituyó a Góngora en el lugar principalísimo que siempre mereció. Ello ocurrió en buena medida gracias a los esfuerzos de incontables estudiosos dediversas nacionalidades y lenguas, entre quienes se contaba el mexicano Alfonso Reyes, a quien Dámaso Alonso llamó, con justicia, "cabeza de todos los gongoristas de hoy", en una dedicatoria de 1950.
      
     Realismo y aristocracia
     Para uno de los más encarnizados enemigos de don Luis de Góngora, Juan de Jáuregui (1583-1641), las Soledades estaban llenas de "raterías", de maneras plebeyas —atentados contra el buen gusto poético— y de menciones de seres y actos viles: aves de corral, descripciones de comidas campestres, chozas de pescadores, entre muchas otras. Los innumerables poemas artificiosos, por ejemplo, derivados de la tradición pastoril, no habían admitido nunca que se hablara del pelo corporal, como no fuera el cabello de oro de la mujer paradigmática del petrarquismo, dechado de bellezas extremadamente codificadas: rubor, blancura marfileña de la piel, cuello largo, miembros lánguidos. Anota el gongorista Edward M. Wilson en el prólogo a su admirable edición de The Solitudes de 1931 (revisada y reeditada por Willis Barnstone en 1965): "Things are mentioned that we feel Montemayor would have not dared to mention, the hairiness of the wrestlers, the aphrodisiac nature of the oyster". ("Se mencionan cosas quesentimos que Montemayor [el portugués Jorge de Montemayor, autor de una famosa novela pastoril: la Diana] no se hubiera atrevido a mencionar: la pelambre de los luchadores, la naturaleza afrodisiaca del ostión.") Esos rasgos del poema desmienten la opinión que circula aún ahora: la de que las Soledades constituyen una pieza de poesía aristocrática y antirrealista. Las acusaciones de Jáuregui son exactamente las opuestas: Góngora, a sus ojos, había escrito un poema demasiado plebeyo y toscamente —inaceptablemente— realista. Jáuregui tenía razón en señalar eserealismo y esa dedicación de Góngora a la vida rústica; no latenía en absoluto cuando se lo reprochaba acerbamente.
      
     La silva y la vida retirada
     Otro motivo de escándalo fue la estructura que le dio Góngora a su poema. Lo escribió en silva, forma en la que alternan versos de siete y de once sílabas, rimados más o menos libremente, sin dejar versos sueltos; en muchas ocasiones la distancia entre las rimas es enorme, pero Góngora tuvo buen cuidado de "cerrar" bien cada uno de esos enlaces fonéticos (habrá que volver sobre este punto). Sor Juana Inés de la Cruz escribió también en silva, no hay que olvidarlo, su Primero sueño, pues escribió su poema —tampoco hay que olvidarlo— "imitando a Góngora", según reza el epígrafe. Las Soledades fueron —siguen siendo— la silva más larga y rica de cuantas hay. Esa extensión insólita y las libertades formales que Góngora se permitió —licencias de composición, podríamos llamarlas— produjeron alarma a los ojos de muchos, pero también una admiración enorme.
     La estructura formal de las Soledades se combinó con la extrañeza de su tema y, por lo tanto, dejó también abierta la discusión acerca del género en el que debía colocárseles. En uno de sus ensayos del libro Gongoremas (1998) —título irónico, para quien pueda entender la intención que abriga—, Antonio Carreira resuelve y resume las discusiones acerca del género al que pertenece el gran poema gongorino: "Se trata […] de una épica lírica, cuyo lenguaje, sublime, está al servicio de un asunto humilde"; y anota que la idea de un "lirismo épico" se debe a T. W. Adorno, "quien la aplica a los Lieder de Mahler". Son además, según se sabe, una versión del tema renacentista del "menosprecio de corte y alabanza de aldea" —que se remonta al Beatus Ille horaciano—, abordado en el siglo xvi por el simpático fray Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo, en un libro que llevaba esa frase bimembre como título. Apenas hace falta agregar que Fray Luis de León escribió uno de los poemas clásicos sobre el tema: la oda que comienza "Qué descansada vida…"
      
     La Edad de Oro, las fuentes y la polifonía
     En su poema —acaso el mayor del barroco europeo—, Góngora expresa una poderosa nostalgia de la Edad de Oro y le hace un homenaje único a los paisajes naturales de España. El elogio de la vida sencilla del campo y de las riberas —en las dos Soledades que han llegado hasta nosotros, la segunda inacabada, de las cuatro que, se supone, habría de escribir el poeta— está, contra lo que todavía se afirma sobre su "formalismo", pletórico de ideas, muchas de ellas de una audacia deslumbrante. Vale la pena repetirlo siempre que se puede: la brutal simplificación del par histórico-literario —y aun estilístico— que forman, en los manuales, el conceptismo (ideas: Francisco de Quevedo) y el culteranismo (forma: Luis de Góngora), es totalmente falsa.
     Durante largo tiempo se supuso que las Soledades no tenían una fuente literaria definida, a diferencia de la Fábula de Polifemo y Galatea, de raíz ovidiana. María Rosa Lida de Malkiel descubrió, sin embargo, una fuente del mayor poema gongorino, que parece indudable: el Discurso Séptimo de Dion Crisóstomo, llamado "Discurso euboico", en el que puede leerse una historia semejante —sobre todo en las escenas iniciales del poema— a la de la primera Soledad. El Peregrino de Dion Crisóstomo es el antecedente remoto del náufrago gongorino, "desdeñado, sobre ausente", es decir: portador de una pena de amor irrestañable. Robert Jammes destaca además algunas posibles fuentes portuguesas contemporáneas de Góngora, en años cercanos —la segunda década del siglo xvii— a la composición de las Soledades, y apunta la posible gravitación de las novelas bizantinas (y de la principal de ellas: la Historia etiópica de Heliodoro, tan importante para el Persiles cervantino) en el "hilo narrativo" del poema. A pesar de ello —el remoto antecedente clásico, los libros portugueses de Rodrigues Lobo—, la principal obra de don Luis de Góngora rebosa originalidad.Virgilio, como en Dante, es su guía y su maestro.
     Por lo demás, sólo escuchar y paladear la rica eufonía —o polifonía, como la llama Robert Jammes— de su arquitectura, así como entender el sentido de sus laberintos conceptuales y metafóricos, significa una recompensa que la poesía posterior, hasta nuestros días, apenas puede ofrecernos en muy escasos momentos.
      
     El umbroso coliseo
     Hay en las Soledades elogios magistrales de la fuerza y la destreza corporales: las escenas de la primera Soledad sobre la "olímpica palestra" —o "umbroso coliseo"— en la que compiten variosmuchachos, durante el festival atlético con el que culminan las fiestas nupciales, rezuman en verdad una energía pindárica. Pero hay que tener cuidado con estas comparaciones: el poeta cordobés se ocupa, en efecto, como señala Carreira, "de un asuntohumilde", las vidas de zagales, serranos y pescadores en laEspaña de su tiempo; a diferencia de Píndaro, el "águila deTebas", que erigió sus odas y epinicios para exaltar el ambiente heroico de los juegos panhelénicos. En la segunda Soledad, las muchachas pescadoras Éfire y Filódoces —nombres de lina-

je virgiliano— son amazonas cuyas proezas marinas que-

dan plasmadas en cuadros de extraordinaria plasticidad.
     Los versos 958 a 1076 de la primera Soledad (cito por la edición de Robert Jammes en Castalia, 1994), en los que se recrean las competencias de fuerza y velocidad, constituyen uno de los pasajes de mayor dinamismo y de más acabada perfeccióndramática. Tres justas se celebran antes de que los recién casados se dirijan al "campo de pluma" donde han de librarse las "batallas de amor" con cuya alusión concluye el poema, antes de entrar en la "Soledad de las riberas". Los jóvenes serranos y los zagales luchan, saltan y corren. Estos renglones aspiransolamente a destacar y a comentar ese pasaje "olímpico" delresplandeciente diorama gongorino. He echado mano de los comentaristas modernos de Góngora: Dámaso Alonso, Robert Jammes y Antonio Carreira, principalmente; sabios cuya labor de exégesis y crítica no hubiera sido posible, como ellos mismos lo reconocen siempre, sin el antecedente de los comentaristas españoles del siglo xvii, incluido, desde luego, el turbulento antigongorino Juan de Jáuregui. Las prosificaciones de Alonso, Carreira y Jammes son las base del resumen argumental que sigue; sus numerosos datos aclaran, a veces hasta el mínimo pormenor, las partes difíciles, tan abundantes en el poema.
      
     La olímpica palestra
     Las competencias atléticas del poema están anunciadas enonce versos: del 562 al 572, que pueden leerse un poco más allá de la mitad de la primera Soledad (quizá son más, hasta la mención de una "meta" que posiblemente aluda a la de las carreras). Las justas ocupan el penúltimo cuadro, antes de que los novios se retiren una vez concluidas las fiestas de las bodas. Once versos preparatorios (562-572) y 119 versos enteramente dedicados a las tres competencias (958-1076), entonces, forman el cuadro "olímpico" de las Soledades: 130 versos en total, con los cuales tendríamos un poema de tamaño considerable y de tema deportivo, escándalo para tantas "sublimidades" en boga. ¡Góngora, príncipe de poetas, ocupado en estos asuntos! Pues sí, nada menos.
     Los diez versos preparatorios hablan de las esperanzas de triunfo de los jóvenes serranos en las justas que se celebrarán al día siguiente:
      
     Vencedores se arrogan los serranos
     los consignados premios otro día,
     ya al formidable salto, ya a la ardiente
     lucha, ya a la carrera polvorosa.
      
     Uno de ellos, el "menos ágil" de aquellos comarcanos, lanza a los demás un desafío y le promete a su esposa los premios ("los palios"). Ella le limpia la frente sudorosa con rosas frescas:"puñado de rosas deshojadas", según el comentarista JosephPellicer. El sudor de esta víspera es más copioso que el que desatarán las competencias:
      
     … mayor aun del que espera
     en la lucha, en el salto, en la carrera.
     Lucha, salto y carrera
     En un campo despejado de árboles, tienen lugar las competencias. En primer lugar, la lucha de los "valientes desnudoslabradores". La novia llega a tiempo para ver a "dos robustosluchadores" que lucen orgullosos su musculatura; están, en verdad, casi desnudos: "blanco lino" los cubre apenas, pero no más que el "vello oscuro" de sus propios cuerpos. Los luchadores se traban en combate feroz:
      
     Abrazáronse pues los dos, y luego,
     humo anhelando el que no suda fuego,
     de recíprocos nudos impedidos,
     cual duros olmos de implicantes vides,
     yedra el uno es tenaz del otro, muro…
      
     Es decir: los combatientes se anudan con tal fuerza como la vid a un árbol o la yedra a un muro; tan intenso es el abrazo de este pancracio rústico. Luego aparece una comparación mitológica: los luchadores se asemejan a Hércules (Alcides) en combate con el gigante africano Anteo. Ese encuentro —uno de los parerga del héroe— tiene sus peculiaridades. Anteo sacaba su poderío físico del contacto de sus pies con la tierra, de modo que Hércules lo vence levantándolo para impedir esa ventaja. En un extenso comentario crítico —lleno de admiración, por cierto— a las Soledades editadas por Robert Jammes (Nueva Revista de Filología Hispánica, tomo xliv, número 1, 1996), señala Antonio Alatorre que losluchadores del poema no son comparables a Hércules pero sí, cómo no, al fornido Anteo: son hombres que viven en contacto con la tierra, y gracias a ella prosperan. (El poeta irlandés Seamus Heaney escribió dos bellos poemas sobre el tema de Anteo y Hércules; pueden leerse en la primera parte de su libro North, de 1975.) Jáuregui dice de este pasaje que le parece estar viendo a los luchadores, cosa que le sienta muy mal; el Abad de Rute, en cambio, defensor de Góngora, encarece al poeta por su bienlogrado realismo. Se declara un empate entre los dos primeros competidores y más tarde otros cuatro obtienen iguales triunfos.
     Después comienzan los saltos. Ocho o diez montañeses "se abaten" sobre un "pardo gabán", prenda que simboliza el desafío. Uno de ellos "su agilidad pondera" cargando pesadas piedras (los corredores tarahumaras —los rarámuri— hacen algo parecido, según se sabe: se desplazan a gran velocidad llevando rocas en las manos, de las que después se deshacen para salir "disparados", como con pies de Mercurio); otro de los serranos "susnervios/ desata estremeciéndose gallardo". Uno más pone su planta en la marca convenida ("Besó la raya") y se eleva por los aires:
      
      … y con airoso vuelo
     pisó del viento lo que del ejido
     tres veces ocupar pudiera un dardo.
      
     Las documentadísimas notas de Robert Jammes a las Soledades aclaran que esa distancia equivale a poco más de seis metros. Todos los circunstantes (la "bárbara corona" que forma el público en corro de los villanos) se admiran de ese salto formidable,naturalmente; como nos admiramos nosotros ante el salto largo de los atletas modernos, cuyo récord actual rebasa los ochometros.
     Una nota cómica esmalta la segunda competencia: ciertovaquero corpulento salta pero, "Ícaro montañés", se precipita a tierra, de mala manera, en su intento. A diferencia del Ícaromitológico, no cae en las aguas del mar, sino sobre "la menuda hierba", la cual, por ello, merece esta comparación: es, sí, un "seno blando", pero para el infortunado vaquero resulta "piélago duro hecho a su rüina". Por último, otros saltadores son comparados elogiosamente con animales ágiles: el "ayuno leopardo", el "corcillo travieso", el "muflón sardo". Todos son premiados de acuerdo con sus méritos: "gradüadamente". Aquí aparece con asombrosa plenitud el recurso de las rimas lejanas. Robert Jammes escribe: "Es notable […] que el momento en que, de repente, se multiplican estos intervalos largos en la primera Soledad, ese pasaje en el que las rimas empiezan a saltar por encima de grupos de cinco, seis y hasta catorce versos, es precisamente[…] el episodio del concurso de salto".
      
     Cierzos y Austros
     Llaneros y serranos protagonizan las carreras. Son los "Cierzos del llano y Austros de la sierra", veloces como aquellos vientos. Y tanto, que podrían correr sobre las aguas del mar o sobre las mieses "sin inclinar espiga,/ sin vïolar espuma".
     Son veinte corredores; veinte saetas nerviosas y aceradas:
      
     … es el más torpe una herida cierva,
     el más tardo la vista desvanece,
     y, siguiendo al más lento,
     cojea el pensamiento…
      
     Tres se adelantan a los demás. Es difícil juzgar al vencedor, pues, como escribe Góngora:
      
     … la distancia sincopan tan iguales,
     que la atención confuden judiciosa.
      
     Los tres llegan a la meta al mismo tiempo y abrazan, con fuerza, los olmos que señalan el término de su hazaña. Aquí apareceotra comparación clásica, alusiva al mito de Dafne y Apolo. Ni siquiera Hércules, asomado entre las ramas, hubiese podidodiscernir cuál de ellos es el ganador. El padrino de las bodas les entrega a los corredores, para zanjar la posible disputa, ydeclarar así un empate salomónico, tres cuchillos corvos "delimpio acero".
     Así concluye la pequeña olimpiada gongorina. –

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(Ciudad de México, 1949-2022) fue poeta, editor, ensayista y traductor.


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