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En el capĆtulo titulado āāLocosā judĆos en la EspaƱa del siglo XVā, tras referirse al Elogio de la locura de Erasmo y a la obra de Rabelais magistralmente examinada por BajtĆn, Francisco MĆ”rquez Villanueva lamenta en De la EspaƱa judeoconversa: doce estudios (Bellaterra, 2006) que los especialistas europeos en el tema no hayan extendido su anĆ”lisis a las figuras del juglar y posteriormente del bufĆ³n que florecieron en la comunidad conversa durante la dinastĆa de los TrastĆ”mara y que cuentan en su haber con notables ejemplos de los que, en muy distinto contexto, Ibn Arabi llamaba āseres razonables pero sin razĆ³nā en la medida en que el desdĆ©n y la risa suscitados por su conducta y palabras descubrĆan una verdad de otro modo imposible de formular. Sin detenerme ahora en una eventual comparaciĆ³n con los ālocosā del islam estudiados por Emile Dermenghem (pienso en la frase de William Blake, āsi el loco persistiera en su locura serĆa cuerdoā), la referencia de nuestro autor al sabrosĆsimo Cancionero de Baena y, a salto de siglos, a la CrĆ³nica de la corte de Carlos V del bufĆ³n Francesillo de ZĆŗƱiga pone el dedo en la llaga de esa lamentable omisiĆ³n en el cuadro mĆ”s amplio de unas obras indispensables para el conocimiento cabal de los orĆgenes de la literatura moderna, omisiĆ³n tanto mĆ”s sorprendente cuanto que dichas obras serĆan fuente de inspiraciĆ³n de la picaresca y, a travĆ©s de ella, de la gran creaciĆ³n cervantina.
Como sabemos, el bautismo, ya fuera voluntario o forzado, no borraba en EspaƱa la mancha original de la ascendencia judĆa y el estigma asociado a ella se mantenĆa al hilo del tiempo (āgeneraciones de afrenta que nunca se acabaā, dirĆ” fray Luis de LeĆ³n). La respuesta por los afrentados a dicha situaciĆ³n aberrante y contraria a la propia doctrina cristiana abarcaba un abanico de opciones, desde el mantenimiento oculto de la fe de los ancestros (lo que mĆ”s tarde se llamarĆa āmarranismoā, estudiado entre otros por RĆ©vah y Yovel) y el descreimiento tanto de la antigua como de la nueva ley (lo de ānascer e morir como bestiasā, muy comĆŗn en los medios judeoconversos en tiempos de Fernando de Rojas) a una escapatoria por medio del humor y la autoparodia como es el caso de los juglares incluidos en el Cancionero de Baena o en el de Burlas provocantes a risa a los que me he referido en diversos ensayos. En este Ćŗltimo apartado, el juglar y su secuela el bufĆ³n asumĆan el oprobio de la opiniĆ³n pĆŗblica (que no nos vengan ahora con lo de āvoz del pueblo/voz del cieloā) y, dĆ”ndole la vuelta a travĆ©s de la risa, inauguraban una forma inĆ©dita de liberaciĆ³n. En vez de intentar esquivar las flechas envenenadas del vulgo avanzaban a pecho descubierto y las dirigĆan contra sĆ mismos con una jovialidad no exenta de amargura, pero con la conciencia de que al burlarse de su presunto oprobio ponĆan al desnudo la injusticia e hipocresĆa de los demĆ”s (en mi juventud, los maricas que actuaban en los teatrillos y cabarĆ©s malfamados de Barcelona desempeƱaban el mismo papel). Entre los ejemplos citados por MĆ”rquez Villanueva figura el de AntĆ³n de Montoro āel Roperoā (el de los āduelos y quebrantosā del Quijote), cruelmente zaherido por sus rivales de oficio, el cual, bajo el disfraz del loco, ādesnudaba su almaā, dice nuestro autor, en unos versos que merecen su reproducciĆ³n:
Hice credo y adorar
ollas de tocino grueso,
torreznos a medio asar,
oĆr misas y rezar,
santiguar y persignar
y nunca pude matar
este rastro de confeso.
La risa acerba se trueca aquĆ en un duro reproche a una sociedad conformista y cerril en la que el infamante baldĆ³n de la sangre impura serĆa elevado al rango de dogma por los estatutos del cardenal SilĆceo durante el reinado de Felipe II. Pero dicha explosiĆ³n de sinceridad resultaba excepcional en un contexto de unanimismo castizo que, fuera de una prudente suspicacia, no admitĆa otro recurso que la mofa de sĆ mismos de quienes en su presunta locura asumĆan su mancha congĆ©nita y la convertĆan en un modesto y menospreciado ganapĆ”n. En virtud de ello, todos los bufones de corte, desde los primeros TrastĆ”mara hasta el ingeniosĆsimo Francesillo de ZĆŗƱiga, fueron siempre conversos, nos dice MĆ”rquez Villanueva. Sus chanzas eran armas de doble filo que invertĆan muy rabelesianamente las jerarquĆas: el chiflado, al convertirse en objeto de burla, se rĆe de los demĆ”s. La locura es una forma superior de cordura y los tenidos por cuerdos son un hato de crĆ©dulos cuyos torpes prejuicios y convicciones mostrencas, vistos con el filtro del tiempo, son los de unos testarudos ensimismados en su ignara autosuficiencia.
Al hablar de la literatura bufonesca del siglo XV que preludia los ādisparatesā y sĆ”tiras de BartolomĆ© Torres Naharro, las prĆ©dicas igualitarias de fray Antonio de Guevara y el nacimiento del gĆ©nero picaresco (un gĆ©nero judeoconverso con la gloriosa excepciĆ³n de Quevedo), MĆ”rquez Villanueva concluye que sus autores hallaron en la literatura la Ćŗnica manera de afirmar la libertad intelectual y su dignidad de personas. Lo cito:
Para estos conversos el impulso hacia una crĆtica radical de la inmediata realidad humana que les rodeaba venĆa a ser simplemente asunto de razĆ³n y de derechos, e incluso a veces de derechos cristianos […] Literatura, polĆtica y religiĆ³n se engranan en nuevos e imprevistos modos en la EspaƱa del siglo XV: eran los nuevos caminos de la modernidad, a los que, como en muchos otros territorios, contribuirĆan los conversos con su fuerte impulso creador.
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La presunta unidad religiosa impuesta a la fuerza despuĆ©s de los pogromos azuzados por las prĆ©dicas antijudĆas ocultaba en definitiva la uniformizaciĆ³n de fachada de una sociedad interiormente fracturada y, como dice MĆ”rquez Villanueva, entregada a un saƱudo ejercicio de autocanibalismo en la medida en que el bautismo mĆ”s o menos forzado no borraba las diferencias entre limpios y maculados, puros e impuros. En razĆ³n de ello no es de extraƱar que los incluidos en el segundo apartado pusieran en tela de juicio los fundamentos de una doctrina, muy poco cristiana por cierto, que marcaba indeleblemente sus destinos y vidas.
En el capĆtulo titulado āNascer e morir como bestiasā nuestro autor, que ha rastreado exhaustivamente los archivos y documentos sobre los procesos incoados por el Santo Oficio a los judeoconversos āuna temĆ”tica compartida con historiadores de la talla de AmĆ©rico Castro, DomĆnguez Ortiz, Caro Baroja, Sicroff, Gilman, RĆ©vah, Netanyahu, Yovel, entre otrosā, subraya la existencia de gran nĆŗmero de procesos en que los acusados no lo son por la prĆ”ctica secreta de los ritos judaicos, no comer carne de cerdo o cambiar de camisa los sĆ”bados, sino por su descreimiento en la inmortalidad del alma y en el castigo o recompensa ultraterrenos, ya sea un toledano que, como en el entorno de Fernando de Rojas, decĆa la frase que encabeza el capĆtulo o un aragonĆ©s atrapado en las mallas del Santo Oficio por proclamar jocosamente āque no hay mĆ”s paraĆso que el mercado de Calatayudā.
A diferencia de lo ocurrido en Francia e Italia, dicha incredulidad no se expresaba en las controversias filosĆ³ficas entre la fe y la razĆ³n propias de los cenĆ”culos y facultades de leyes y teologĆa: se extendĆa al Ć”mbito mucho mĆ”s vasto de las nacientes clases burguesas de Castilla en las que se apoyaban los reformistas encabezados por don Ćlvaro de Luna. Y una vez mĆ”s dicha singularidad, fruto del arraigo del averroĆsmo semĆtico en la floreciente comunidad conversa y sobre todo del desamparo existencial de sus miembros que habiendo abandonado la fe de los suyos no habĆan abrazado no obstante la que se les imponĆa por coerciĆ³n, brinda un vasto y fecundo campo de investigaciĆ³n a quienes libres de todo apriorismo y no aquejados de āincurable sorderaā se adentran en el estudio de ese agnosticismo que abrirĆa el camino a Spinoza y, como seƱala RĆ©vah, al nacimiento de la filosofĆa moderna.
Si en las Partidas de Alfonso el Sabio se fustiga ya a aquellos descreĆdos para quienes āel alma muere con el cuerpoā y sostienen āque el bien et el mal que home face en este mundo no habrĆ” galardĆ³n ni pena en el otroā, los procesos inquisitoriales de dos siglos y pico mĆ”s tarde revelan hasta quĆ© punto dicho agnosticismo habĆa calado en todos los estratos de la estigmatizada pero influyente comunidad judeoconversa, blanco del odio y codicia del muy poco santo tribunal.
Entre los textos estudiados por MĆ”rquez Villanueva de aquel āreino desconcertadoā evocado por sus trovadores en los sucesivos cancioneros, merece destacarse La visiĆ³n deleitable de la filosofĆa, del bachiller Alfonso de la Torre, obra que data de 1440 y que impresa luego figuraba, como recuerda Gilman, en la biblioteca del autor de La Celestina. Alfonso de la Torre, de quien no sabemos gran cosa fuera de su condiciĆ³n de converso y del influjo ejercido en Ć©l por MaimĆ³nides y los filĆ³sofos Ć”rabes del Medievo, se sitĆŗa en un terreno intelectual sin adscripciĆ³n religiosa concreta y en un diĆ”logo didĆ”ctico entre el Entendimiento y la Naturaleza pone en boca del primero, sin que la segunda acierte a responderle sino con un rutinario engrudo doctrinal, las siguientes palabras:
Cuando un hombre muere abre la boca et sale un poco de aire, el cual piensan los hombres que sea el espĆritu, et mĆ©zclase con el otro aire, et non hay diferencia alguna del uno al otro. Y aquesto nos face entender que el Ć”nima muere con el cuerpo, et non como habeis dicho.
AmĆ©n de las pĆ”ginas consagradas a la negaciĆ³n de la Providencia en La Celestina, MĆ”rquez Villanueva estudia a figuras tan dispares como Huarte de San Juan, GĆ³mez Pereira (de quien yo no sabĆa cosa fuera de la obligada referencia por MenĆ©ndez Pelayo) y Francisco SĆ”nchez, pero unidas por su concepciĆ³n puramente biolĆ³gica de las facultades anĆmicas (figuras consideradas hoy como precursoras del pensamiento de Descartes), y tras examinar las cautelas expresivas a las que recurrieron a fin de evitar un choque mortal con la ortodoxia del cuerpo eclesiĆ”stico mediante la consabida distinciĆ³n entre la fe y lo racionalmente demostrable, el autor de Santiago: trayectoria de un mito, del Concepto cultural alfonsĆ y del libro que aquĆ comentamos concluye:
La abrumadora identificaciĆ³n de los conversos con actividades intelectuales motivĆ³ por primera vez en la historia de Occidente ese conflicto entre poder e intelligentsia, tan fundamental y tĆpico de los tiempos modernos y de que EspaƱa brinda tal vez su primer capĆtulo. Dentro de un proceso bastante claro, se trata de actitudes que cristalizan en torno a los nĆŗcleos sucesivos de la revuelta toledana de Diego Sarmiento en 1449, el advenimiento de la InquisiciĆ³n de los Reyes CatĆ³licos en 1481 y la posterior lucha sorda en torno a los estatutos y a la decisiva batalla ganada por SilĆceo en 1547. Es la triste historia de sucesivas pleamares represoras, que han dejado atrĆ”s una condigna estela de disidencias polĆticas, sociales y religiosas de diverso orden, pero sin las cuales no cabe entender mucho de cuanto EspaƱa produjo en las avanzadas del pensamiento y de la literatura.
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En su obra de inagotable lectura Cristianos sin iglesia, el filĆ³sofo polaco Leszek KoÅakowski resume la problemĆ”tica de quienes vivĆan su experiencia mĆstica o religiosa al margen de aquella en los siguientes tĆ©rminos:
La tendencia a una interiorizaciĆ³n total de la religiĆ³n, a una inserciĆ³n de la vida religiosa en la conciencia individual de lo vivido personalmente por el creyente desemboca de modo inevitable en la religiĆ³n concebida como un acto puramente moral, limitada a cada conciencia humana aislada en su fuero interno. La religiĆ³n en cuanto instituciĆ³n orgĆ”nica se revela entonces inĆŗtil.
Dicha conclusiĆ³n coincide grosso modo con la formulada a partir de un enfoque doctrinario opuesto por MenĆ©ndez Pelayo en su igualmente imprescindible Historia de los heterodoxos espaƱoles. El erasmismo primero y la āherejĆa luteranaā despuĆ©s habĆan sembrado su semilla en nuestras tierras y el ācordĆ³n sanitarioā (Bataillon dixit) establecido por Felipe II a fin de atajar la epidemia sentĆ³ las bases de la contraofensiva ortodoxa que cristalizĆ³ en la Contrarreforma Tridentina. La acusada tendencia a desdeƱar todas las instancias intermedias entre Dios y sus criaturas, con la consiguiente pretericiĆ³n de la jerarquĆa eclesiĆ”stica, la liturgia y los sacramentos, hizo sonar todas las alarmas y puso en marcha el eficaz mecanismo represivo del Santo Oficio.
Al exhumar los procesos inquisitoriales a los sospechosos del virus quietista y en general a quienes no alcanzaban a conciliar la experiencia mĆstica con el dogma catĆ³lico y sus prĆ”cticas rituales, MenĆ©ndez Pelayo habĆa advertido la presencia entre ellos de numerosos judeoconversos. āLa cuestiĆ³n de raza, escribiĆ³, explica muchos fenĆ³menos y resuelve muchos enigmas de nuestra historia.ā Ello no tiene nada de sorprendente ya que en razĆ³n del agobio sufrido por dicha comunidad la interiorizaciĆ³n de la vivencia religiosa era una forma de respuesta a su problemĆ”tica existencial. Sin enfrentarse abiertamente a la poderosa mĆ”quina eclesiĆ”stica ni al abrazo tentacular del Santo Oficio, los espĆritus mĆ”s libres e inquietos de la Ć©poca adoptaron estrategias de supervivencia cifradas en la primacĆa de la oraciĆ³n mental sobre las formas exteriores del culto sin abandonar no obstante, precavidamente, estas. Una abundante bibliografĆa en el tema revela que dicha corriente no era patrimonio exclusivo de los conversos, pero no cabe la menor duda de que estos desempeƱaron en ella un papel primordial.
Abordar por ejemplo la obra de Santa Teresa, como hice recientemente colmando un inexcusable vacĆo en mi bagaje de lector, permite vislumbrar las zozobras provocadas por su audacia de mujer entregada a la experiencia mĆstica de sus fundaciones, una aventura vista con sospecha y recelo por el entorno religioso y social de la EspaƱa de su tiempo. Los arrobamientos o suspensiones que la afligĆan āsimilares a los de los alumbrados o dejados perseguidos por la InquisiciĆ³nā la inducĆan a buscar ansiosamente la coartada de los confesores ante los cuales desnudaba su alma. Las vicisitudes dramĆ”ticas de otros conversos expuestas con pluma impasible por MenĆ©ndez Pelayo pesaban sin duda en su estado de Ć”nimo y la obligaban a reforzar sus cautelas. En el capĆtulo 33 de su Vida la ahora santa alude a las denuncias de las que fue objeto y que en algĆŗn caso desembocaron en una persecuciĆ³n como acaeciĆ³ con las Carmelitas Descalzas de Sevilla cuatro aƱos antes de su muerte pero, afortunadamente para ella, la delaciĆ³n de una exnovicia hostil a su persona y obra no prosperĆ³.
Si he sacado a colaciĆ³n el ejemplo de Teresa de Ćvila es para mostrar la suspicacia que estas formas de espiritualidad interiorizada suscitaban en la jerarquĆa eclesiĆ”stica, hostilidad que, salvando las distancias, rodea hoy a la llamada teologĆa de la liberaciĆ³n, condenada durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI (la ambigĆ¼edad de Francisco al respecto no permite establecer aĆŗn una conclusiĆ³n definitiva). En ambos casos el retorno al ejemplo y figura de Cristo y a la vivencia interior de su doctrina chocaban con una bien asentada instituciĆ³n eclesiĆ”stica convertida al hilo del tiempo en una opaca burocracia estatal. Pero dejo la palabra, para rematar estas glosas, a Francisco MĆ”rquez Villanueva:
Reviste proporciones de escĆ”ndalo la ignorancia en que hemos estado acerca de la verdadera naturaleza de la literatura ascĆ©tico-mĆstica, cuyo mero existir es, en conjunto, un fenĆ³meno a contrapelo de la orientaciĆ³n oficial y mayoritaria. Quien se toma hoy el trabajo de leer con alguna inteligencia los escritos de Santa Teresa, fray Luis de LeĆ³n, fray Diego de Estella, san Juan de Ćvila y tantos otros, encuentra en ellos diversos matices de idĆ©ntico despego hacia la vida eclesiĆ”stica al uso, hacia la imposiciĆ³n violenta de la fe, el cesarismo estatal, la limpieza de sangre y la InquisiciĆ³n que (cosa harto notable) rara vez se dignan de mencionar en propios tĆ©rminos. TenĆan aquellos hombres y mujeres el doloroso anhelo de una sociedad sin castas, un Estado sin violencia y una Iglesia incorpĆ³rea, desligada de toda estructura de poder temporal. ~
(Barcelona, 1931) es escritor, uno de los miembros mĆ”s relevantes de la llamada GeneraciĆ³n del 50 espaƱola. La editorial Galaxia Gutenberg publicĆ³ sus Obras completas.