Ilustraciรณn: Oliver Flores

Un verdadero cosmopolita

Amigo de Paz a lo largo de casi medio siglo, Keene es la mรกxima autoridad occidental sobre la historia literaria de Japรณn. Sus recuerdos del poeta nos dibujan al complejo escritor y diplomรกtico que sabรญa comprender y enriquecer las sociedades a las que se acercaba.ย 
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Durante cuarenta y siete aรฑos estuve ligado a Octavio Paz. En 1955, cuando se terminรณ mi beca en la Universidad de Kioto, volvรญ a Estados Unidos para estudiar en la Universidad de Columbia. En Japรณn habรญa trabado amistad con Faubion Bowers, quien hizo mucho por el teatro kabuki. Se decรญa que era un gรฉnero tan arraigado en el mundo feudal que era imposible representarlo, pero gracias a las gestiones de Bowers obras tan importantes como Chลซshingura pudieron llevarse a escena. Fue este buen amigo quien, en Nueva York, me presentรณ a un mexicano que habรญa conocido una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. Yo no habรญa leรญdo nada de su obra, pero me resultรณ enormemente atractivo y despertรณ de inmediato mi simpatรญa; me impresionaron la profundidad de su cultura y la vastedad de sus conocimientos. Puede parecer una contradicciรณn, pero no he conocido persona mรกs cosmopolita y, al mismo tiempo, mรกs mexicana.

Lamentablemente, en esa รฉpoca no llevaba un diario. Estaba seguro de que no olvidarรญa las cosas: ignoraba que con el tiempo la memoria se vuelve traicionera. Conservo, sin embargo, un recuerdo de 1956. En la ediciรณn de agosto de la revista Chลซลkลron publiquรฉ un artรญculo sobre Nueva York, que entonces se consideraba un nido de intelectuales. Me habรญan invitado, no recuerdo por quรฉ, a casa de Edgar Varรจse; entre los invitados estaban Paz-kun (les sonarรก un tanto irrespetuoso el tratamiento) y su esposa. Tambiรฉn habรญa varios mรบsicos holandeses y tres ancianas francesas, probablemente parientes del compositor. Un inglรฉs leyรณ algo acerca de la mรบsica de Varรจse y luego nos trasladamos a otra habitaciรณn, donde escuchamos algo, no recuerdo quรฉ exactamente, pero muy moderno, muy de vanguardia. Lo que se oรญa eran meros ruidos, martillazos, algo mecรกnico. Creo que el tรญtulo era Desierto, y a eso sonaba. Me perturbรณ. Un mรบsico estadounidense dijo: “Quรฉ buena es, nunca me habรญa sentido tan conmovido”; el inglรฉs comentรณ: “Sin duda es muy buena mรบsica; aunque, en ciertos momentos, me parece que quiere reproducir un efecto wagneriano”; una de las ancianas aรฑadiรณ: “Esta mรบsica la deja a una encantada.” Al final los Paz y yo nos fuimos a un bar, donde aquella anciana dijo: “¡Tal como lo esperaba! ¡Apenas terminรณ el espanto, todos se deshicieron en alabanzas!”

Octavio Paz, que habรญa terminado la traducciรณn de Sendas de Oku (Oku no Hosomichi) con un amigo japonรฉs y la comparaba con la mรญa, comentรณ que le gustarรญa traducir al espaรฑol Sotoba Komachi, una pieza de Yukio Mishima que yo habรญa traducido al inglรฉs, para presentarla en Mรฉxico. Su esposa estuvo de acuerdo y aรฑadiรณ que debรญamos presentar una obra de Mishima en un teatro de Tokio.

Paz me enviaba siempre sus libros. (Mi espaรฑol no es impecable: lo estudiรฉ dos aรฑos en el bachillerato y lleguรฉ a hablarlo bastante bien, pero no lo he practicado durante mucho tiempo y no me expreso con con๏ฌanza. Puedo leer sin problemas, siempre que no se trate de un diario, porque entonces necesito tener un diccionario al lado.) Yo tambiรฉn le enviaba los mรญos, y no solo los leyรณ todos, como era de esperarse, sino que llegรณ a citarme mรกs de una vez, lo que desde luego fue un gran honor para mรญ.

Despuรฉs de que Paz se fuera de Nueva York nos vimos en distintos lugares. Nunca lo planeamos, y a mรญ me gusta decir que fue obra del destino. En 1965, por casualidad, me encontrรฉ con รฉl en Nueva Delhi. Yo iba en viaje turรญstico y no sabรญa que Paz estuviera en esa ciudad, asรญ que me alegrรณ mucho encontrarlo. Percibรญ una gran felicidad en รฉl; creo que fue su รฉpoca mรกs plena. Su trabajo como embajador no era excesivo, y podรญa dedicar tiempo y energรญa a sus estudios. Se interesรณ profundamente en el arte y el pensamiento de la India, que siempre le habรญan atraรญdo mucho. Seguramente pasaba algรบn tiempo en el despacho, pero se dedicaba a sus propios estudios. El resultado fue un libro maravilloso, quizรกs el mejor que conozco sobre la India y el mรกs interesante: Conjunciones y disyunciones. Por entonces se iniciรณ en la prรกctica del yoga, que le dio una apariencia de juventud y una salud envidiable.

Paz tenรญa una peculiar capacidad para advertir, en cualquier lugar donde estuviera, los aspectos positivos y benรฉ๏ฌcos, la belleza y la riqueza de cada cultura; siempre descubrรญa algo. En estos dรญas he releรญdo lo que escribiรณ sobre el arte, la literatura y el teatro de Japรณn. En 1955 no habรญa muchas traducciones, pero รฉl conocรญa esas pocas; habรญa asistido a una representaciรณn de teatro noh, y con un poderoso instinto, respaldado por una vasta cultura, era capaz de comprenderlo profundamente. Paz entendรญa la cultura japonesa.

Habรญa sido embajador en la India y, al mismo tiempo, en Afganistรกn, que le parecรญa un lugar muy interesante. “Tienes que ir –me dijo–. Es un paรญs de rocas, pero entre esas rocas hay un valle verde maravilloso y, ahรญ, unas enormes estatuas de Buda esculpidas en la roca. Tienes que verlas.” Seguรญ su sugerencia, fui a Bamiyรกn y asรญ, gracias a รฉl, pude ver un paisaje ahora lamentablemente desaparecido.

Luego, en 1967, di un par de conferencias sobre literatura japonesa en el Colegio de Mรฉxico y pasรฉ un mes en la ciudad, donde casualmente se encontraba Octavio Paz. Se alojaba en la casa de Carlos Fuentes, que estaba entonces en Parรญs. Fui a visitarlo, acompaรฑado por Kazuya Sakai, un viejo amigo argentino hijo de japoneses, pintor de obras maravillosas, que enseรฑaba literatura japonesa en el Colegio de Mรฉxico, y con quien me hospedaba. Apenas los presentรฉ percibรญ cierta tensiรณn; poco a poco entendรญ lo que ocurrรญa. Paz veรญa en Sakai –que era argentino y se sentรญa orgulloso de serlo– a un japonรฉs. A Sakai, que lo trataran como japonรฉs no dejaba de incomodarlo. Con el tiempo se hicieron buenos amigos, trabajaron juntos en la revista Plural, y en su ensayo “La tradiciรณn del haiku”, Paz escribiรณ:

Despuรฉs de la Segunda Guerra Mundial los hispanoamericanos vuelven a interesarse en la literatura japonesa. Citarรฉ, entre otros muchos ejemplos, nuestra traducciรณn de Oku no Hosomichi, el nรบmero consagrado por la revista Sur a las letras modernas del Japรณn y, sobre todo, las traducciones de un traductor solitario pero que vale por cien: Kazuya Sakai.

Lรญneas mรกs adelante, anotรณ:

El Japรณn ha dejado de ser una curiosidad artรญstica y cultural: es (¿fue?) otra visiรณn del mundo, distinta a la nuestra pero no mejor ni peor; no un espejo sino una ventana que nos muestra otra imagen del hombre, otra posibilidad de ser.

No conozco mejor razรณn para leer la literatura japonesa que la que enuncia esa breve frase. La cultura japonesa, dice Paz, no es un espejo sino una ventana a un mundo distinto, ni mejor ni peor que nuestro mundo occidental. Conocer este mundo nos da placer y nos enriquece. Personalmente, al cumplir ochenta aรฑos y ver que he consagrado sesenta a la literatura japonesa, no estoy arrepentido.

Algรบn tiempo despuรฉs de aquel viaje, hubo en Mรฉxico acontecimientos trรกgicos. En respuesta, Paz decidiรณ renunciar a su puesto de embajador en la India e iniciรณ una vida errante. Fue profesor en varias universidades, en dos de las cuales, otra vez por casualidad, nos encontramos. La primera vez fue en Cambridge, en la Universidad de Harvard; la segunda tambiรฉn en Cambridge, pero no en Estados Unidos sino en Inglaterra. “Es la fuerza del destino”, decรญa. Nos vimos en Gran Bretaรฑa en el mejor momento: era primavera y los narcisos estaban en flor. Estรกbamos sentados en el cรฉsped cuando Paz observรณ: “Hay tumultos estudiantiles en todo el mundo, pero parece que en Cambridge de momento no ocurre nada; con el tiempo seguramente protestarรกn. Querrรกn mรกs becas.” Pero eso no ocurriรณ.

En Nueva York habรญa un grupo de admiradores entusiastas de Octavio Paz, y cuando รฉl estaba ahรญ se organizaban lecturas de sus poemas. Una vez me tocรณ presentarlo. He olvidado todo lo que dije excepto la รบltima frase: “Todos vivimos en el mundo de Octavio Paz.” Aunque hay muy buenas traducciones al inglรฉs de sus obras, alguna vez tuve la tentaciรณn de emprender yo mismo la traducciรณn de una, una pieza dramรกtica poco conocida, basada en una novela corta de Hawthorne: La hija de Rappaccini. Pero, como no confรญo mucho en mi espaรฑol, no lleguรฉ a realizarla.

Entre los muchos gratos recuerdos que tengo de Octavio, uno inolvidable es su estancia en Tokio, a donde vino invitado por la Fundaciรณn Japรณn. Pronunciรณ una conferencia en la Universidad Sofรญa. Antes de que comenzara, por cierto, quien iba a servir de intรฉrprete pidiรณ disculpas: “No se suponรญa que yo hiciera la traducciรณn. Se lo habรญan pedido a un experto en literatura hispanoamericana y a รบltima hora he tenido que ocupar su lugar, pero mi especialidad es el comercio internacional y dudo mucho que sea capaz de traducir una conferencia de literatura.” Hizo su trabajo esplรฉndidamente, sin embargo, y me dejรณ bastante sorprendido. Cuando la conferencia terminรณ, hubo la habitual serie de preguntas. Aunque no soy japonรฉs, me inquietaba que alguien hiciera alguna pregunta fuera de lugar. Todas fueron magnรญficas. Al final, un estudiante tomรณ la palabra: “Maestro Paz, usted dijo que la respiraciรณn es esencial en la poesรญa, pero lo hemos escuchado a travรฉs de un micrรณfono. ¿Podrรญa leermos sus poemas sin utilizar el micrรณfono?” Creo que Paz se sintiรณ algo desamparado: en la sala habรญa mรกs de trescientas personas, era difรญcil que su voz se escuchara y, aunque aceptรณ, dijo que no sabรญa sus poemas de memoria y no tenรญa sus libros a la mano. Pero el estudiante le ofreciรณ el que traรญa; Paz lo tomรณ y empezรณ a leer. Se hizo un silencio total y su voz se escuchรณ perfectamente. Fue muy emocionante, un momento maravilloso.

Despuรฉs fuimos a cenar, creo que por cuenta de la Fundaciรณn Japรณn. ร‰ramos cuatro: Octavio, Marie-Josรฉ, Kลbล Abe y yo. El menรบ fue vegetariano –Paz en esa รฉpoca era vegetariano– y nos invitaron a un restaurante maravilloso, el Daigo. No habรญa una lengua comรบn y temรญ que, obligado a hacer de intรฉrprete, me verรญa en aprietos. Nada de eso: Paz y Abe se hicieron amigos desde el primer momento y recuerdo pocas noches tan agradables como aquella. Nunca me he sentido mรกs contento de ser intรฉrprete, una funciรณn que normalmente padezco; fui muy afortunado al servir de puente entre dos personas extraordinarias.

Luego, cuando Paz ganรณ el premio Nobel, me invitaron a participar en diversos homenajes en Mรฉxico y en Estados Unidos, pero, por desgracia, mis compromisos me impidieron asistir. Una sola vez volvรญ a verlo en Nueva York, y me impresionรณ mucho que รฉl, quien siempre se vio mรกs joven de lo que era, no tuviera buen aspecto: estaba sin afeitar, y no parecรญa gozar de muy buena salud. Pero apenas empezรณ a hablar volviรณ a ser el Octavio Paz de siempre, ocupado en una nueva traducciรณn de Sendas de Oku.

Dije al principio que Paz era un verdadero cosmopolita. La palabra suele designar hoy a alguien que conoce la mejor sastrerรญa de Londres y sabe cuรกl es el mejor restaurante en Francia. En el caso de Paz, define a un hombre que dialogaba con la sociedad a la que se acercaba y la enriquecรญa. Su conversaciรณn y sus obras enriquecieron el mundo.

Quisiera citar una frase que Paz escribiรณ en defensa de Josรฉ Juan Tablada, un poeta muy importante aunque poco conocido fuera de Mรฉxico, al que sus contemporรกneos acusaban de practicar “un orientalismo descabellado”. Se trata, dice Paz, de “la acostumbrada, inapelable condenaciรณn en nombre de la cultura clรกsica y del humanismo grecorromano y cristiano. Una cultura en descomposiciรณn y un humanismo que ignora que el hombre es los hombres y la cultura las culturas”.

Son palabras de un verdadero cosmopolita, que deberรญan grabarse en piedra. Paz amaba profundamente a Mรฉxico y era autรฉnticamente mexicano. Descubriรณ a Bashล y redescubriรณ a Tablada; dio a conocer al mundo entero los mitos y las obras literarias mexicanas y dio a conocer a los hispanoamericanos las Sendas de Oku. Fue inmenso lo que nos dio a todos. ~

 

 

 

 

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Conferencia pronunciada en octubre de 2002 en la sede de la Fundaciรณn Japรณn en Tokio, durante la sesiรณn inaugural de un ciclo organizado por la Embajada de Mรฉxico, encabezada por Carlos de Icaza, en conmemoraciรณn del cincuenta aniversario de su apertura por el segundo secretario y encargado de negocios interino Octavio Paz. Tambiรฉn participaron en la mesa Eikichi Hayashiya y Enrique Krauze.

 

Traducciรณn de Aurelio Asiain.

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