Una pregunta urgente y paciente

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1.
Las llamaron argüenderas. Las llamaron brujas. No en sus casas, que ya sería fuerte, sino en las portadas de revistas y periódicos. Paranoicos hasta el soponcio, algunos las acusaron de una conspiración para subvertir la agenda nacional. Acaso para lanzar a una candidata a la Presidencia. Quizá —ya menos paranoides, así lo pensaron— para hacer alianzas secretas.
     Igual las políticas más poderosas de nuestro país asistieron a la cita para celebrar, en el Claustro de Sor Juana, el aniversario cincuenta del voto de las mujeres.
     Este libro, que compilaron Sara Lovera y Yoloxóchitl Casas, reúne los artículos que estas treinta políticas escribieron a raíz del encuentro. Es un volumen donde el significado de aquella reunión se despliega más despacio, más explícitamente.
     Quiero destacar tres asuntos que este libro, harto de provocaciones, evidencia.
     El primero es que las treinta políticas más poderosas del país están de acuerdo en mucho. Todas ven el mismo panorama de inequidad para las mujeres y todas lo cifran en un lenguaje afín.
     Se dice rápido, pero esta coincidencia es el producto de veinte años de trabajo de otras mujeres. Las investigadoras sociales y las teóricas feministas, y las activistas de las ONGs. Se dice rápido, pero hace ocho años alguna priista, en un foro de debate, ponía a consideración un camino de cambio de usos y costumbres tan gradual que una podría esperar primero la llegada a Mercurio que el empoderamiento de las mujeres. Se dice rápido, pero hace tres años las mujeres del PAN, al escuchar la palabra “feminista”, apretaban los dientes como quien dice “de esta sopa jamás tomaré”. En cosa de tres años, las panistas, en efecto, han pintado su raya respecto de los patriarcas barbados de su partido, y han adoptado la ideología feminista en cada área, excepto, y comprensiblemente, en el asunto incómodo del aborto, que las enfrenta a su concepción teológica de la vida.
     De golpe, esta coincidencia en contenido y forma, en cuanto al asunto del género, es la sorpresa más promisoria de El voto de las mujeres.

2.
“Queremos el Poder.” Lo dijo Guadalupe Morfín en el Claustro de Sor Juana, y el público de mujeres civiles sostuvo el aplauso durante un minuto. La misma Sor Juana, que andaba por ahí encarnada en argentina, aplaudió.
     Ésta es la segunda coincidencia que muestra el libro. La robusta honestidad, la falta de modestia hipócrita, con queestas treinta políticas admiten “Queremos el Poder”.
     Bueno: sería raro que Marta Sahagún hubiera escrito: “No, el poder no por favor.” Sería increíble. Imaginemos a Elba Esther Gordillo escribiendo: “Discúlpenme, pero tengo otras cosas que hacer.” Bueno, es claro que estas treinta políticas quieren el Poder. Es más: en distintas medidas, cada cual lo tiene ya. Ellas quieren el poder sin duda. ¿Y luego?
     Claro, se supone que la frase las trasciende. Hablan a nombre de las mujeres todas, que ya no queremos ser el sexo débil. Que sabemos que nuestro mejoramiento de destino pasará por el Poder o no pasará.
     La misma Marta Sahagún publica en el libro una clara explicación de por qué las mujeres todas debíamos querer —y tener— Poder. Porque “sin poder todo ser humano es altamente vulnerable”, víctima posible “de la violencia, mal trato, discriminación, abuso, acoso, explotación, falta de oportunidades”. La sigo citando: “Por tanto el Poder es más que una aspiración; es una necesidad básica que alimenta la igualdad y la libertad…”
     Y sin embargo la frase “Queremos el Poder” entraña una ambigüedad que no puede ser resuelta sólo declarativamente.
     ¿De veras el aumento de Poder de las políticas implica el empoderamiento de las mujeres comunes? ¿De verdad les garantiza el descenso de la violencia contra ellas, el aumento de sus sueldos, la libertad de sus cuerpos, el crecimiento de las prestaciones estatales, la erradicación del cáncer cervicouterino?
     ¿De veras les garantiza algo más que la dicha inefable de estar incluidas semánticamente en un nosotras por mujeres tan carismáticas?
     Rosario Robles escribe lúcidamente sobre —la cito— “el trecho que podemos caminar juntas hasta que nuestras diferencias nos separen”. Enumera las necesidades femeninas que el Estado mexicano ha desatendido y sigue desatendiendo. Es claro que el trecho que describe Rosario Robles es el mismo que las treinta autoras delimitan. Lo que no queda claro es cómo —cómo— podrá caminarse este trecho.
     Entre el destino de estas mujeres de Poder y el destino de las mujeres sin poder debería haber un gozne. Lo que hay todavía es esta ambigüedad de un nosotras teórico.
     Lo que me lleva a la tercera coincidencia de estas treinta coautoras.

3.
Las treinta coincidieron en no coincidir en ninguna acción conjunta.
     De este libro o de aquella reunión en el Claustro, no salió una plataforma mínima promujer, una iniciativa de ley, una exigencia unánime a este gobierno. Ninguna acción efectiva.
     Marta Lamas, en su artículo, habla de la intención de dar “visibilidad” a la problemática de las mujeres. Y sin duda el encuentro la dio y la dará este libro.
     Muchas y varios leerán este libro atraídos por la fama de sus autoras. Incluso por la ganga de leer treinta plumas insignes por un solo precio. Y documentarán su pesimismo sobre la condición de las mujeres. Y documentarán su esperanza de que un cambio es posible.
     Lo que es también innegable es que este saldo simbólico e informativo de la junta de las políticas más poderosas, si bien cumplió las metas de ellas, no cumplió las expectativas de la prensa, que luego de anunciar la reunión con escándalo en primeras planas, pasó su crónica a las páginas interiores y discretas. Y tampoco colmó las expectativas de las civiles más entusiastas, que preveían que tanto Poder no podía reunirse sin una meta práctica. Acaso esperábamos, si no un plan acabado, sí una primera acción en el siglo xxi, en el sitio de ese gozne faltante entre las políticas y las ciudadanas comunes.

4.
De ese gozne faltante escribe Patricia Mercado. Lo escribe con la densidad trágica de quien describe una lenta herida.
     Escribe Patricia Mercado: A cincuenta años de adquirir el derecho de votar y ser votadas “las mujeres son las principales abstencionistas”. Y las mujeres no están votando especialmente por mujeres. Y hay menos mujeres con poder político que hace unos cuantos años.
     Sigo citándola. “Uno de los desafíos más grandes es cómo lograr alianzas puntuales entre las mujeres políticas y las mujeres de la sociedad civil […] a partir de las necesidades concretas de las mujeres, de esos millones de mujeres que hoy se abstienen: una política digna de confianza.”
     Construir, pues, la confianza de que el “Queremos el poder” de las políticas es el mismo “Queremos el Poder” de las vidas más pequeñas de las mujeres comunes.

5.
Supone Patricia Mercado que la ausencia de gozne afecta también, fuertemente, a las mujeres con poder. La cito: “Estoy segura que cada una, independientemente de su supuesto poder, sabe que [en los últimos tiempos] no nos está yendo muy bien, por el hecho de ser mujeres.”
     Josefina Vázquez Mota no sólo señala esta disminución del poder político de las políticas. Lo documenta en cifras. Son menos en cantidad y son menos en poder sumado.
     Y eso que la secretaria Vázquez Mota parece haber redactado su texto antes de los escándalos recientes, en que mujeres de alta visibilidad han sido brutalmente golpeadas.
     Cierto, el nombre del juego político actual es la descalificación en público, con fundamentos ciertos o inciertos. Pero no es comparable lo que les sucede a los políticos y a las políticas. Sencillamente las tres mujeres actualmente más visibles, cada una la más visible de los tres partidos grandes, han sido últimamente golpeadas por ajenos y correligionarios.
     Se cansó ya el entusiasmo por la novedad de las mujeres en puestos de mando. Y al cansarse se despejaron las mitificaciones optimistas. Por ejemplo, aquella que suponía que somos genéticamente más honestas: resultó que somos producto de nuestra formación y de nuestro contexto, igual —qué casualidad— que los hombres. O la otra mitificación: que una mujer en un puesto de mando mandaría la resolución de la problemática de las mujeres. Entonces ahora, en esta desmitificación, el machismo rearremete y se ampara en la certeza de que golpear a una mujer —golpearla en una plaza de pueblo o en las primeras planas— crea una complicidad social.
     Son tiempos peligrosos para las mujeres. Ni duda cabe. En cada campo, aprovechando este despejamiento de la novedad y sus mitos, reaparece el franco intento de regresar a las mujeres a sus casas. De revertir la salida al espacio público.
     Explica Dulce María Sauri que es una especie de mentalidad de butaquería de cine oscuro. El machista, cada que ve a una mujer cómodamente sentada, piensa: “Puf, un lugar menos en el que yo podría acomodarme.” Claro, lo explica con mayor elegancia la licenciada Sauri.

6.
Pero ni modo. Nadie va a regresarse a su casa. Nadie va a ceder su asiento para dejar de ver la amplia película del mundo y regresarse a su casa. Entre otras cosas porque las casas son también lugares peligrosos: en el setenta por ciento de ellas las mujeres sufren algún tipo de violencia, según la última encuesta nacional.
     Este momento peligroso sólo se puede remontar con un empuje mayor de las mujeres. Con más mujeres en sitios visibles y de autoridad, en la política y los otros territorios públicos, hasta que parezca y sea normal que estén ahí. Hasta que la tentación de quitarlas de ahí muera de tristeza.
     Cómo puede ocurrir este nuevo avance si no con un gozne real, un pacto real, entre Política y ciudadanas.
     Lo apuntan varias autoras al vuelo y me parece una táctica no sólo inteligente, noble. El reto también es mostrar que las necesidades de las mujeres son, en medida considerable, los desamparos de la vida diaria y privada de cada ciudadano.
     En otras palabras, hay que hacer precisamente lo que los machistas temieron que harían en su reunión las políticas: cambiar las prioridades de la agenda pública: incluir los temas de mujeres volviéndolos temas de la calidad de lavida de todos.
     Tendría gracia tomar de estrategas a los paranoicos machistas. Pero tendría enorme sentido. Acaso ellos, con la imaginación aguzada por el miedo, ven más clara la viabilidad de una subversión así.

7.
Lo escribe Cecilia Loría en las últimas hojas del libro. “[igual que] las brujas fueron perseguidas por mostrar una realidad que intentaba ocultarse”, “las mujeres políticas comprometidas con las causas de género son las portavoces de los temas que deberá enfrentar la sociedad”.
     La pregunta clave aquí es cuándo. Cuándo y cómo.
     Lo escribe Josefina Vázquez Mota. “¿Cuándo llegará el día en que realmente los temas relacionados con la problemática de género ocupen un lugar importante en la agenda pública?”
     La palabra clave sigue siendo ¿cuándo? ¿En esta generación? O tendremos que esperar para más tarde. Cuándo y cómo y quiénes.
     Es una pregunta urgentemente paciente. ¿Cuándo y cómo y quiénes? ~

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