Coincidente con la primera visita de Estado a México de los monarcas españoles, la muestra Yo, el rey. La monarquía hispánica enel arte se exhibe actualmente en el Museo Nacional de Arte. Esta exposición, curada con inteligencia por Abraham Villavicencio García, manifiesta cierta proximidad, en escala reducida y con importantes aportaciones nacionales, con El retrato en las colecciones reales. De Juan de Flandes a Antonio López, inaugurada a fines del año pasado en el Palacio Real de Madrid.
Al contrario de la española, basada casi exclusivamente en los fondos de Patrimonio Nacional, la muestra mexicana, dedicada no solo al retrato sino también a la representación artística de la parafernalia simbólica que durante siglos acompañó a la imagen de las monarquías europeas, cuenta con la participación de varios museos y colecciones públicas y privadas de diversas partes del mundo.
La muestra del Munal, acompañada por un excelente catálogo, está sostenida en cuatro núcleos temáticos, correspondientes a la reapropiación de símbolos de la antigüedad, a los recursos compositivos e iconográficos de los retratos, a la función del rey como defensor de la fe católica y los bienes eclesiásticos y a los ecos de la monarquía en el México independiente. Yo, el rey resulta de particular peso por el original enfoque del proyecto, con el que se intenta dar un vuelco a un tema aparentemente zanjado por la historia. Pues en la exposición se presenta al virreinato, no como una “unidad geográfica supeditada y relegada”, sino en el papel de “un reino con fuerzas y dinámicas propias”, en palabras de Agustín Arteaga, director del Museo.
De esta forma, y ya dentro del ámbito del arte, la confluencia de piezas de ambas orillas del Atlántico hace que destaquen en su justo valor, junto a las obras de Tiepolo, Goya, Velázquez, Zurbarán, Domenichino, Pannini, Antonio Moro, Mengs, Luca Giordano o Carreño de Miranda, las de artistas novohispanos de la calidad y personalidad de Echave Ibía, Villalpando, los Rodríguez Juárez, Correa, Cabrera, Alcíbar y Miguel y Juan González. Una de las virtudes de la muestra es que será a partir del diálogo con los objetos, exhibidos sin una jerarquización debida a los nombres sino a la sintonía temática y a las divergencias de estilo, que el visitante del museo reinterprete los hechos históricos. Esta forma de acercamiento ayuda incluso a entender algunas situaciones absurdas para nuestro tiempo. Pongo un ejemplo. La imagen del poder monárquico en Nueva España fue en buena medida virtual. La esperanza nunca cumplida acerca de un posible viaje del rey al virreinato llevó a que en los palacios del nuevo territorio se tuviera siempre un sillón lujoso, sustituto del trono, dedicado al visitante ilustre. Personaje que, ante las circunstancias reales, se llegaría a conocer como el fantasma.
En un país acostumbrado a hablar de dos imperios es significativo que a través de los objetos se recupere la imagen de los olvidados: los prehispánicos. En el Munal se exhibe un conocido retrato anónimo, de cuerpo entero, de Moctezuma, en el que el monarca aparece con una inclinación del cuello y la expresión melancólica propia de la capitulación. Pero en la muestra se ve también el álter ego del objeto. Gracias a un estudio radiográfico reproducido al tamaño de la pintura descubriremos el carácter original de este Moctezuma. Según el artista la primera versión de la obra, alterada luego por un pentimento, manifestaba la postura orgullosa del monarca a partir de la verticalidad elegante de la cabeza y, sobre todo, de la expresión orgullosa del rostro. Allí el monarca era, en todos sentidos, de la misma estatura política del emperador representado por Cortés.
En la exposición se distribuyen por igual retratos de las casas Habsburgo y Borbón. Nos toparemos con representaciones de Carlos V y de Felipe II; de Carlos II y de Felipe V. Pero en la muestra se pone especial atención a las figuras de Carlos IV, con presencia en varios óleos de artistas de renombre, y Carlos III. ~