La escritura como conversación

Desde su reserva como figura pública, Gabriel Zaid esgrime una de las escrituras más visibles, esclarecedoras y combativas de la lengua. Ha insistido en mantener la escritura como el espacio privilegiado para el debate de las ideas y aboga por convertirla en una prolongación de la mejor charla casual, nunca exenta de rigor.
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Con el auge del llamado intelectual público en el siglo pasado, el gremio de los escritores tendió a dividirse entre “visibles” e “invisibles”: escritores que asumían los reflectores de la vida pública y escritores que se refugiaban en una discreta penumbra. Gabriel Zaid representa un caso excepcional, pues es un autor que, desde su reserva, esgrime una de las escrituras más visibles, esclarecedoras y combativas de la lengua. En efecto, este hombre que evita las apariciones públicas y se niega a ser fotografiado constituye, desde hace varias décadas, una referencia indispensable de la literatura y el pensamiento contemporáneo por su participación en la creación, la reflexión y el debate escrito. El término “debate escrito” es esencial, pues cuando se ha impuesto una oralidad efectista en el terreno de la cultura Zaid ha insistido en mantener la escritura como el espacio privilegiado del debate de las ideas.

El paladín y mártir de la conversación en Occidente, Sócrates, desconfiaba de la escritura y prefería, con mucho, el intercambio cara a cara. Sin embargo, acaso en una sociedad de masas y, sobre todo, en una era de locuacidad y demagogia la escritura permita guardar un testimonio más perdurable de lo dicho, exigir un mayor equilibrio entre las ideas y las palabras y limitar las trampas de la teatralidad y la vociferación. Pero quizá lo más importante es que cuando se elige ser representado por la escritura se reconoce que el núcleo de una personalidad intelectual no es la imagen que se proyecta, sino el argumento.

Zaid asume una noción particular de la escritura: por el lado del autor, la escritura no es un medio de autopromoción y ascenso sino un ejercicio de interrogación personal y diálogo con el entorno; por el lado de la circulación, la escritura no es una pasarela, sino una de las zonas más vitales y necesarias para una vida pública saludable. Por lo demás, para que la palabra se mantenga firme ante la corrupción de la mentira, los sofismas o las medias verdades debe ejercer un escrutinio sobre su propia producción y someterse a estrictos votos de integridad. Los razonamientos, las analogías, los adjetivos deben ser precisos y la expresión debe aspirar a una claridad y fluidez que, más que con una idea tópica del estilo, tiene que ver con la consistencia del pensamiento. La escritura por la que aboga Zaid, entonces, es una prolongación de la mejor conversación: una escritura que invita al lector a una charla casual, pero no trivial, entre iguales; una escritura-conversación que evade la jerga especializada o la afectación profesional pero no el rigor, y que busca devolver al individuo la capacidad de articular y expresar sus opiniones, allende los feudos de conocimiento.

Porque en un tiempo de especialidades incomunicadas, Zaid, con su escritura conversada, ha tocado las puertas de las más diversas disciplinas; ha sabido franquear fortalezas impermeables de especialistas y ha logrado enlazar saberes que se consideraban incompatibles entre sí. Su abanico de intereses y aportaciones abarca múltiples campos: una práctica poética escueta, ascética y luminosa (contenida en un cada vez más delgado volumen Reloj de sol); un ejercicio tan riguroso como irónico de la crítica literaria (Leer poesíaCómo leer en bicicleta); el análisis de la economía y las propuestas prácticas de urbanismo y política social (El progreso improductivo y La economía presidencial); la sociología del intelectual moderno (De los libros al poder); la demografía del libro (Los demasiados libros); el escrutinio del prestigio y la notoriedad intelectuales (El secreto de la fama), y por supuesto los señalamientos puntuales sobre desfiguros, mitos políticos o ética intelectual (por mencionar algunos, su famosa carta-reconvención a Carlos Fuentes, cuando este planteó el dilema de “Echeverría o el fascismo”, o sus inflamables cuestionamientos a la guerrilla salvadoreña y el sandinismo en plena época de encantamiento revolucionario).

Todo inicia con el poeta, al mismo tiempo crítico y creyente de la epifanía, que, mediante la mayor precisión y despojamiento de la expresión, busca una economía del milagro poético. Igualmente, como lector de poesía, Zaid ensaya un acercamiento ecléctico que suele abordar simultáneamente el entorno social y político y los aspectos técnicos más minuciosos del fenómeno poético. Por un lado, en Cómo leer en bicicleta o Leer poesía, Zaid ha sido precursor de una especie de sociología de la literatura que enfoca el ámbito institucional de la creación, revela las imposturas sentimentales, denuncia las modas y combate la irrupción de las ideologías en la esfera estética. Por otro lado, en libros como Tres poetas católicos, Zaid ha ejercido, al margen de la academia, la investigación, la codificación y el registro de la literatura y ha realizado una obra negra y de restauración que ha permitido tener una visión más amplia de las diversas vertientes temáticas de la tradición poética mexicana. Con esta tarea, Zaid intenta ampliar el público poético con una didáctica que sugiere que la apreciación y el goce estético pueden ser ejercitados por cualquier persona sensible, fuera de los círculos de poder literario.

Otra dimensión de la obra de Zaid es su enfoque de la economía y la vida social en libros como El progreso improductivo o La economía presidencial. En una etapa en que se buscó reavivar la economía mediante la intervención y el crecimiento inmoderados del Estado, Zaid exhibió, de forma pionera, los peligros de este afán: la creación de una casta burocrática y planificadora; las paradojas de un progreso que no era capaz de traducirse en calidad de vida de la población; la invasión de las esferas sociales por la lógica burocrática y, finalmente, la inhibición de las fuerzas e iniciativas –la pequeña empresa, la empresa familiar, las formas de producción ancestrales, los creadores de productos excéntricos y geniales– que, en su opinión, verdaderamente impulsan el progreso sostenible de una sociedad.

En el campo de la cultura, en obras como De los libros al poder, Zaid ha hecho un exhaustivo recuento de los vicios y riesgos que acechan la actividad intelectual, que abarca desde la denuncia de las formas más visibles de tráfico de influencias hasta la detección de las más subrepticias, como el uso cómplice y convenenciero de las citas; desde las faltas veniales (el plagio, la presunción) hasta las faltas capitales (la abdicación de la inteligencia por la búsqueda del poder y del dinero). Dos de los aspectos más importantes que ha abordado Zaid en relación al mundo de la cultura son las nuevas formas de producción y ascenso intelectual y los peligros de la relación del intelectual con el poder. Así, Zaid advierte que la concepción del conocimiento y la lectura, ya no como medios de formación personal sino como medios de ascenso social y político, cambia el sentido de la producción y recepción de cultura y propicia una obsesión por publicar, por inflar el currículum y ostentar un conocimiento arcano, casi incomunicable.

La escritura conversable de Zaid representa un desafío a los estereotipos intelectuales hegemónicos. De entrada, la restitución de la conversación escrita, como parte fundamental de la educación y el diálogo público, tiene una implicación democrática, que se opone tanto al carácter excluyente de las credenciales como a los viejos elitismos letrados. Se trata de una innovación pedagógica que busca enseñar, a contracorriente de los tiempos, con esa mezcla prodigiosa de la exigencia, el gusto y el humor que se despliega en los grandes magisterios personales o en las grandes conversaciones. Por eso, la obra de Zaid es una preceptiva para leer y conversar, es decir, para aprender a desconfiar de la retórica ilustrada y a reclamar el hecho concreto, la demostración contundente, la palabra justa.

El muy extenso espectro de preocupaciones que Zaid ha desplegado requiere, más que de teorías, de intuición e inteligencia práctica. Por eso, el motor de la intervención de Zaid en la arena pública no ha sido la defensa de abstracciones filosóficas o ideológicas, sino el fiel seguimiento a un instinto libertario y a un poderoso sentido común que lo alertan contra los dogmas. Un vistazo a la obra de Zaid permite constatar su rechazo a las teorías rígidas en cualquier ámbito y su preferencia por el tratamiento casuístico y pragmático, lo cual, dicho sea de paso, pone en aprietos a los que pretenden clasificar inequívocamente su obra. Por ejemplo, quienes quieren otorgarle una adscripción doctrinaria fija como economista se enfrentan a un problema, pues si bien Zaid ha sido uno de los grandes críticos del ogro filantrópico eso no quiere decir que sea un partidario incondicional de la mano invisible.

Precisamente por esta desconfianza ante los grandes marcos teóricos, la participación de Zaid en la conversación de la ciudad parte siempre de asuntos concretos y busca sustentar sus argumentos tanto en el razonamiento lógico como en los datos duros. La crítica de Zaid, más que de aseveraciones, se nutre de preguntas pertinentes, así como de propuestas prácticas y modestas. Esta ausencia de certezas últimas explica también el tono constructivo y afable de su crítica: Zaid no habla desde el púlpito de superioridad moral del profeta, ni desde la infalibilidad teórica del sabio, ni desde la trinchera del militante, sino desde el convencimiento socrático de que platicar y discutir ayuda a generar consensos y vislumbrar verdades. Por eso, Zaid ha buscado mantener la escritura conversable como un espacio equidistante entre los expertos y los demagogos; un espacio equidistante entre el esoterismo de la academia y la superficialidad de los medios. Esto lo ha logrado cultivando la claridad de la expresión, el respeto y la curiosidad por todo tipo de interlocutores, el optimismo realista y, sobre todo, la sonrisa de humor benigno. Porque, más allá de que el lector pueda estar o no de acuerdo con sus afirmaciones sustantivas, Zaid es un autor divertido, cortés y grato, que hace agradecer su interlocución.

Zaid no solo es un conversador ameno, sino siempre informado y actualizado. Sus libros no envejecen porque se ocupa de mantenerlos al día y remozarlos en todos los sentidos. Un ejemplo: Los demasiados libros, un volumen que ya pasa de los cincuenta años y que ha visto más de quince ediciones y reescrituras. Cuando Zaid editó por primera vez este clásico sobre la naturaleza y función del libro, en 1972, la principal amenaza que se percibía contra la cultura libresca era la televisión; hoy, se dice que el libro sucumbirá ante las nuevas tecnologías y la influencia de las redes sociales. En ambos casos, Zaid ha analizado las circunstancias concretas de la industria y la cultura del libro, ha rebatido los fatalismos y ha documentado su optimismo sobre la supervivencia de este objeto como un producto finalmente rentable y, sobre todo, como un espacio irremplazable de encuentros y revelaciones.

¿Cómo pueden convivir en un solo individuo tal variedad de perfiles intelectuales, el poeta, el ingeniero, el crítico literario, el analista social? Sin duda, en la personalidad artística e intelectual de Zaid hay una profunda unidad a partir de dos facultades, aparentemente antagónicas, pero que, a final de cuentas, resultan complementarias: por un lado, la facultad extática y, por el otro, la facultad escéptica. Por ejemplo, en el ámbito de la poesía, Zaid es un creador abierto al prodigio, pero también es un poeta profundamente crítico de sus medios, entre ellos del propio lenguaje. Igualmente, como observador social, Zaid detenta un optimismo cristiano, una fe moderada en las capacidades humanas para mejorar gradualmente, pero también un realismo y escepticismo que lo llevan a desconfiar de las utopías y la búsqueda de paraísos en la tierra. Un par de títulos representativos de estas perspectivas complementarias son El progreso improductivo y Cronología del progreso. Como es sabido, El progreso improductivo constituye una crítica de la idea mecánica e inercial del progreso que se traduce en proyectos mesiánicos que ignoran a las personas concretas. En este caso, se manifiesta el escéptico frente a los sistemas. Pero esto no quiere decir que Zaid sea un intelectual nostálgico que añore una edad de oro anterior a lo moderno y en su magnífica Cronología del progreso es posible encontrar a un autor esperanzado y optimista que hace un balance de los avances tanto en nivel de vida como, sobre todo, de urbanidad y moral que permiten decir que la humanidad es una especie gradualmente redimible. Este rico y fecundo contraste entre el extático y el escéptico genera una visión original y reveladora.

Hoy, la dicotomía de escritores “visibles” e “invisibles” constituye un vestigio del pasado, pero muchos de sus sucesores, ya sea los intelectuales expertos, que no admiten la intervención de los legos, o los intelectuales mediáticos, que asumen la opinión más como espectáculo que como reflexión, no permiten abrigar demasiadas esperanzas. Entre estos extremos, Zaid ilustra un paradigma de equilibrio y su perfil resulta naturalmente crítico de la desvinculación del saber especializado de la moral práctica, de la deshumanización de las humanidades y de las numerosas formas de vedetismo intelectual. Gabriel Zaid, permanentemente joven y entusiasta, constituye uno de los últimos representantes de una especie intelectual curiosa, ávida y flexible, que incurre con soltura en todos los terrenos de la vida pública privatizados por los especialistas y que se dedica a promover el arte lúdico y liberador de la conversación. ~

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(ciudad de México, 1964) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es 'La pequeña tradición. Apuntes sobre literatura mexicana' (DGE|Equilibrista/UNAM, 2011).


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