A principios de 1933, el periodista gallego Felipe Fernández Armesto (1904-2002), conocido por su seudónimo Augusto Assía (que comenzó a utilizar para poder colaborar en diversos periódicos españoles de distinta cuerda), le hizo una pregunta incómoda al recién nombrado ministro de propaganda de Alemania Joseph Goebbels. Según Xavier Pericay, que ha estudiado a fondo la vida de varios periodistas españoles del siglo XX, Assía le preguntó al líder nazi si las SS tenían algo que ver con la muerte de tres sacerdotes en la ciudad de Kiel. A Goebbels no le gustó ni su pregunta ni su insistencia y Assía fue detenido. Poco después tuvo que abandonar el país.
Assía llegó a Alemania en 1929 con veintiséis años. Inmediatamente comenzó a colaborar en medios de distinta ideología: desde el socialista La Libertad o el liberal-progresista El Sol a conservadores como ABC o La Vanguardia. Esa promiscuidad ideológica estará muy presente en casi toda su carrera, sobre todo en los años treinta y cuarenta. Aunque Assía es hoy reconocido como un periodista de temperamento liberal, su trayectoria ideológica está llena de trasvases ideológicos, como ha recordado Plàcid García-Planas.
Su primera politización fue comunista. En 1930, un año después de su llegada a Berlín, Assía se afilió al PCE. Según la investigadora Natalia Kharitonova, estuvo en contacto con la Internacional Comunista y contribuyó a la creación de la Unión de Escritores Proletarios y Revolucionarios. Tres años después fue expulsado del partido. Según sus compañeros, era un “oscuro personaje” con tendencias “fascistizantes”. En esos breves años de militancia, Assía escribía crónicas desde Alemania en las que no parecía muy preocupado por el auge del nazismo: “A Hitler, su enorme movimiento le puede servir para muchas cosas, pero no para instaurar una dictadura”. “Los periódicos nacionalsocialistas […] siguen lanzando insultos contra los judíos, mas ello no puede tomarse en serio como voluntad gubernamental”.
En 1933, tras su expulsión de Alemania, fue enviado como corresponsal de La Vanguardia a Londres, donde entabló muy buena relación con la diplomacia británica, hasta el punto de que Gaziel, por entonces director del periódico, le dijo en una carta que tuviera cuidado con no perder la imparcialidad: “Me parece muy bien […] que Vd. mantenga corteses relaciones con el Foreign Office; pero me parecerá todavía mejor […] que esas relaciones no se traduzcan ni remotamente en la más pequeña oficiosidad, como no sea previa consulta y con autorización mía”. Con el inicio de la Guerra Civil, Assía se trasladó a España y se unió a la sección de prensa del bando nacional, donde probablemente no ejerció con la independencia y el temple liberal que se le ha atribuido siempre. Es una etapa poco estudiada del periodista.
En 1939, todavía en España y poco antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial, sus textos no esconden su favoritismo por los países que luego conformarían el Eje. Assía justifica el Lebensraum, la teoría del espacio vital de Hitler, y defiende la anexión de Checoslovaquia. En un artículo dice que “el craso error de querer oponerse al desenvolvimiento natural de un pueblo creador y fecundo como el alemán, un pueblo cuyo desenvolvimiento no puede repercutir sino a favor de toda Europa, ha puesto este viejo continente al borde de la guerra y ha constituido el obstáculo fundamental para la estabilización de la paz”. En otro, dice que el ministro de asuntos exteriores de Mussolini es “el más cabal, perfecto y vistoso ejemplo de esta singular conquista del fascismo sobre los antiguos vicios de la Italia liberal”. Sobre Inglaterra, escribió en 1939 que era un país “acosado por los die hard, por los imperialistas a ultranza, los conservadores ensoberbecidos […], toda esta peculiar y difícil mezcla que se ha apoderado bizarramente de la conciencia pública inglesa, conduciéndola hacia el delirio”. En esos textos se intuye una presión del nuevo régimen franquista. O quizá es la inercia tras haber trabajado para la propaganda del bando nacional durante la guerra. En una década, tres identidades: el Assía comunista, el Assía demasiado cercano al gobierno británico, el Assía propagandista franquista y ligeramente filonazi.
Y entonces comenzó la Segunda Guerra Mundial. Assía volvió a su corresponsalía de Londres y se adhirió a la causa aliada con fervor, a pesar de escribir en un diario, La Vanguardia, muy cercano al régimen. Sus estupendos artículos de la guerra desde Reino Unido, reunidos por la editorial Libros del Asteroide en Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo, publicado en 2015 con prólogo de Ignacio Peyró, son inequívocamente contrarios al Eje y favorables a la causa aliada. Si antes de la guerra definió a Churchill como un “fantasioso” y criticó la industria de la guerra británica, en 1943 escribe que “el Imperio británico es, a la vez que un ejemplo, una esperanza, una garantía de que ni el desorden, ni la barbarie, ni la tiranía podrán enseñorearse del mundo”. Sus crónicas eran tan elogiosas con el país durante la guerra que volvió a recibir una llamada de atención, esta vez del ministro de exteriores franquista, Ramón Serrano Suñer, que le pidió al embajador en Londres que le advirtiera de que estaba en peligro su nacionalidad española. La respuesta del periodista es tan buena que seguro que es falsa: “No importa, con tal de que no pierda la gallega.”
En sus textos desde Londres, Assía no es un reportero. No hay personajes, no entrevista a gente por la calle, no crea escenas costumbristas. Aunque es un escritor irónico y original, no se parece a coetáneos como César González-Ruano (que escribía a la vez que él en La Vanguardia) y su “autoficción” canalla; tampoco a otros corresponsales como Manuel Chaves Nogales o Julio Camba, que tenían una vocación más literaria. Assía está cómodo en su posición de intérprete de la cultura inglesa para los lectores españoles. Al contrario que muchos columnistas de entreguerras, se consideraba periodista, no un escritor que escribía en periódicos. Cuando su editor le propuso publicar una recopilación de sus columnas desde Londres, Assía no lo tuvo claro. En el prólogo de Cuando yunque, yunque, escribió: “Solo respondiendo a sus reiterados requerimientos, he accedido a que fuera publicado.”
A través de pequeñas viñetas pedagógicas sobre las costumbres británicas, desde su sentido del humor (“Los ingleses se ríen de los funerales y de las bodas, se ríen de ellos y de los demás, de sus creencias más serias o sus prejuicios más estúpidos”) hasta sus tradiciones parlamentarias, Assía describe toda una cultura. Su pedagogía es a menudo pedagogía liberal. Explica las particularidades del parlamentarismo británico, su tradición sindical, su libertad de expresión y acaba convencido (y quizá también convence de ello a sus lectores españoles de posguerra) de que son esas libertades las que hacen grande al país. “El ‘derecho a disentir’, que cada inglés suele considerar como un privilegio que nadie puede arrebatarle, parece haberse convertido con la guerra en un deber”, escribe en 1939. “Si se prohibiera la huelga”, escribe en un artículo sobre una huelga general en 1943, “los ingleses considerarían que se les ha arrebatado uno de los derechos fundamentales en nombre de los cuales están haciendo precisamente la guerra”. En una reseña de Vida y muerte del Coronel Blimp, se sorprende de que una película que deja en tan mal lugar al ejército inglés se estrene en mitad de la guerra, y que incluso acuda el primer ministro a la première. Además, no solo está escrita por un extranjero, sino por “el súbdito de un país en guerra con Inglaterra. Un húngaro llamado [Emeric] Pressburger”.
Assía abandonó Londres al final de la guerra, convencido de que “La democracia es la única alternativa a un gobierno de fuerza”, como escribió en junio de 1945 mientras en España, un par de meses antes, la prensa del régimen despedía con honores a Hitler. Tras Londres, cubrió los juicios de Núremberg y fue enviado como corresponsal a Estados Unidos. Volvió a España en los sesenta, donde defendió una especie de conservadurismo liberal o democristiano muy influido por sus años anglosajones.
Assía dio muchos bandazos ideológicos. Vivió una época en la que muchos intelectuales se movían con facilidad entre absolutos: los trasvases entre el comunismo y el fascismo fueron relativamente comunes. Podría parecer que esa promiscuidad era oportunismo, una manera de contentar a diferentes. Al fin y al cabo, escribió durante años para medios antagónicos. Pero hay otra explicación a esos misterios ideológicos. Es la hipótesis del espionaje, nunca confirmada por él. El hijo de Assía, el historiador Felipe Fernández-Armesto, dice que un extrabajador de sir John Masterman, el director del programa de agentes dobles del servicio secreto británico, le dijo que “tu padre era uno de sus agentes más importantes”. A Assía se le atribuyen unas crónicas radiofónicas en las que informa erróneamente sobre el desembarco de las tropas aliadas en Francia en 1944 para despistar al gobierno nazi. Es la misma estrategia que usó el espía español Joan Pujol, alias Garbo (se ha llegado a decir incluso que Garbo y Assía son la misma persona). Quizá, entonces, el seudónimo Assía no era solo una licencia literaria, sino también una tapadera.
Luego hay otra hipótesis, más ontológica, que explica su ambivalencia. En 1967, el ministro de propaganda Manuel Fraga multó al director de La Voz de Galicia por publicar un artículo de Assía en el que se lamentaba de que los hablantes de gallego eran tratados por el régimen como los negros del sur de Estados Unidos. Assía no solo fue muy galleguista durante toda su vida, sino también muy gallego. En una entrevista, su hijo habla de “su capacidad galleguísima de ocultar su verdadera persona”. Quizá sus misterios no tienen nada que ver con el espionaje. Quizá Assía simplemente fue muy gallego. ~
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).