Autorretrato con tigre al fondo. Entrevista a Eduardo Lizalde

Esta entrevista, de la que reproducimos unos fragmentos, se publicó originalmente en el número 211 de Vuelta, en junio de 1994. En ella el poeta, a quien recordamos tras su partida el pasado 25 de mayo, examina su trayectoria literaria y sitúa su obra poética en el contexto de su generación. Esta sección ofrece un rescate mensual del material de la revista dirigida por Octavio Paz.
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Su obra poética, aun desde la época del poeticismo, tiene uno de sus múltiples abrevaderos en la filosofía. Ya están ahí Kant, Descartes, Hume y en Al margen de un tratado (1981-1983), por ejemplo, aparece Wittgenstein. Una vez reunida toda esa obra en Nueva memoria del tigre (1993), ¿en qué ha consistido esa aventura poético-filosófica?

El poeta abreva en todo lo que puede, y cuando comienza a escribir bebe con abundancia de los demás poetas y escritores, que indefectiblemente glosa o saquea, antes de encontrar algo verdaderamente personal que decir por cuenta propia (si es que eso le ocurre alguna vez). Y las ideas sobre el mundo, tanto como las ideas sobre el quehacer artístico, son irrenunciables para los poetas, como irrenunciable fue para los primeros filósofos el instrumento poético antes de que se inventaran los filósofos sistemáticos y los sistemas científicos o seudocientíficos en general. Hice la carrera de filosofía (sin intentar jamás obtener un título), y sigo siendo lector asistemático de textos filosóficos, pero en realidad me nutro, como todos los escritores, de todo lo que cae en las manos, ya sea de los recetarios de cocina, de los manuales de ajedrez, de los libros históricos o filosóficos, de la crónica deportiva, de las guías turísticas, de la jerga urbana o de la página roja, lo mismo que de la literatura. Pertenezco a la especie de los poetas que practican con irregular continuidad la escritura como la redacción de un diario anímico, por supuesto nutrido de las experiencias y emociones personales, y algunas veces fielmente autobiográfico, pero por lo general, como el diario de una o varias personas imaginarias…

Surge usted, en su juventud, como un poeta muy ligado a una generación. Después se ha discutido mucho acerca de las semejanzas y las diferencias con otros poetas como Montes de Oca, Zaid, Deniz, pero creo que en Nueva memoria del tigre se distingue la voz de un poeta muy singular. ¿Encuentra usted esas semejanzas y diferencias con otros poetas de su generación o con los anteriores?

Creo que la generación a la que uno pertenece es siempre más que la propia (si es que se logra pertenecer a una entidad como eso que se llama generación literaria): porque todos los escritores pertenecemos a varias generaciones colindantes del propio medio y de otros, del propio país y de otros. También pertenecemos a varios tiempos, aparte de pertenecer en general al nuestro. Un escritor de mi edad ya ha cumplido medio siglo de convivir con gente de todas las generaciones, muchas personalidades, muchos cambios de perspectiva estética y vital. He recibido la influencia y he sufrido la confrontación con muchos intelectuales, mayores y menores que yo. En esa atmósfera de intercambio inconsciente y consciente se desenvuelve siempre un escritor de cualquier rango, y es difícil por eso hacer siquiera la lista de los amigos de mayor edad o experiencia de los que hemos sido deudores en la juventud. Es más difícil aún hablar con detalle de la deuda que tengamos con autores vivos y muertos que hayamos leído o frecuentado. Y, de la singularidad de su obra, si es que existe, no puede hablar el autor; tienen que hacerlo los otros. También de los parentescos es difícil hablar, como no sean los del aire del tiempo en que vivimos. De esos tres poetas, Montes de Oca es el único con el cual conviví desde la juventud; es tres años más joven que yo, pero más viejo como poeta, porque fue muy precoz y publicó libros que continúo admirando desde que tenía veintidós o veintitrés años. Zaid y Deniz son cinco años más jóvenes que yo, y a los dos los admiro también. El primero, exacto, luminoso, cada día mejor; el segundo ha emprendido un camino tentador e intransitable, tumultuoso y provocador, poéticamente gombrowicziano y joyceano, que me encanta. Creo que soy el más conservador de los tres.

No se puede negar que hay en usted un poeta que se ocupa de la política, además del poeta coloquial, el irónico, el erótico, el metafísico…

Es que la política se ocupa de nosotros, a veces a nuestro pesar en nuestra vida y en nuestra escritura. Todos somos políticos, todos somos coloquiales, todos somos irónicos o metafísicos, también eróticos, en mayor o menor medida, sobre todo en la poesía del siglo XX. Pero los escritores son todas esas cosas en todos los tiempos; cambian el tono y la dosis, el estilo y el signo de todos esos elementos, de acuerdo con la época y la persona que hace la literatura. ~

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(Hermosillo, 1955-Ciudad
de México, 1994) fue narrador, poeta y
locutor de radio. En 1991 Joaquín Mortiz
publicó su novela El libro de Tristán.


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