Belle van Zuylen, sin talento para la subordinación

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Cerca de la ciudad de Utrecht, en un pintoresco pueblo llamado Oud-Zuylen, se alza un castillo de esbeltas torres, Slot Zuylen, rodeado de un foso y un jardín de corte clasicista. Construido originalmente en 1520, en el siglo XVIII se transformó en mansión y durante tres centurias fue el retiro veraniego de los Van Tuyll de Serooskerken, una influyente familia de la alta nobleza holandesa. En este lugar de ensueño nació en 1740 Isabella Agneta Elisabeth Tuyll van Serooskerken, alias Belle van Zuylen (de casada Isabelle de Charrière), una de las mujeres de letras más notables del siglo XVIII europeo. En el interior del castillo pueden admirarse las estancias donde residió y algunos de sus retratos.

Mujer polifacética, de talento excepcional y educación exquisita, Belle se consagró a la literatura y a la música. Escribió en francés, como era propio de la élite europea ilustrada, y es autora de obras de teatro, novelas, fábulas, panfletos y también de óperas, canciones y sonatas para piano. Al mismo tiempo, mantuvo a lo largo de su vida una extensa correspondencia, íntima y detallada, con familiares y amigos entre los que destacan importantes personalidades de la época. Por fortuna, se han conservado la mayoría de sus cartas, que no solo versan sobre su vida privada sino también sobre los asuntos públicos que le preocupaban, tales como el matrimonio, las relaciones sociales, la moral y la educación. El abundante epistolario constituye un material precioso que ha permitido a sus biógrafos trazar un retrato preciso de su vida, su pensamiento y su personalidad.

A pesar de su relevancia en la historia de la literatura europea de la Ilustración, Belle van Zuylen sigue siendo poco conocida por el gran público. En su época su obra gozó de cierta popularidad, incluso fue traducida al alemán y al inglés, y en el siglo XIX fue relanzada por el crítico francés Sainte-Beuve. La primera biografía de la autora se la debemos a Philippe Godet (1906): Madame de Charrière et ses amis. Sin embargo, Belle van Zuylen permaneció en el cajón de la memoria hasta que una monografía escrita por Simone Dubois

((Belle van Zuylen 1740-1805. Leven op afstand (Vivir a distancia), Europese Bibliotheek, 1969.
))

 (1969) volvió a impulsar el conocimiento de su figura y su obra. El reconocimiento definitivo no se produjo hasta que Pierre H. Dubois y Simone Dubois publicaron en 1993 una nueva biografía más completa y actualizada: Zonder Vaandel (Sin bandera). El título de esta magna obra escrita en neerlandés, de más de ochocientas páginas, se inspira en unos versos de la propia Belle:

((Belle van Zuylen a Chambrier d’Oleyres (1-2 noviembre 180). La traducción es mía.
))

 “Me complace no seguir ninguna bandera / y caminar por la tierra de las letras como una persona libre. / En este sentido prefiero los bandoleros a las tropas regulares.”

Poco amiga de las convenciones y restricciones sociales a las que estaba sometida por su condición de mujer y por la clase social a la que pertenecía, Belle siempre luchó por su independencia personal, por la libertad de pensamiento y por el derecho de las mujeres a la educación y a decidir su destino. Es famosa la frase que le escribió a uno de sus pretendientes y que sintetiza a la perfección su espíritu inconformista: “Je n’ai pas les talents subalternes.” Si bien fue educada en el protestantismo, pronto abandonó la religión: era poco proclive a aceptar cualquier tipo de dogma.

A los veintidós años publicó su primera obra, Le noble, una breve novela satírica en la que se burla de los privilegios de la nobleza y denuncia los prejuicios aristocráticos. Sus padres intentaron retirar el libro de la circulación al año siguiente de su publicación, probablemente preocupados por la reputación que podría ganarse su hija y por la crítica, en ocasiones violenta, que esta dirigía hacia su propia clase social. En la decisión de los padres, habitualmente comprensivos y tolerantes, influyó tal vez que Belle era entonces una joven casadera y que las negociaciones para buscarle marido no fuesen nada fáciles. Entre 1764 y 1771 la veinteañera rechazó, por uno u otro motivo, al menos a diez pretendientes de alta alcurnia, entre los que cabe destacar al barón Brömbson, James Boswell, Bellegarde, el barón Van Pallandt, el conde Von Salm, el conde de Wittgenstein y Lord Wemyss.

Finalmente, ya con treinta años, una edad muy tardía para la mentalidad de la época, Belle aceptó contraer matrimonio con Charles Emmanuel de Charrière, seigneur de Penthaz, un hombre culto, introvertido, de talante bondadoso, antiguo preceptor de sus hermanos, que se comprometió a respetar su independencia. Tras su matrimonio, celebrado en 1771 en el castillo de Zuylen –a partir del cual firmó sus obras con el nombre de Isabelle de Charrière–, Belle se estableció en Colombier (Suiza), en la casa familiar de su esposo, Le Pontet, si bien en varias ocasiones residió largas temporadas en París y Ginebra. El matrimonio no tuvo hijos, para gran decepción de Belle, y aunque la relación entre ambos se fundamentó siempre en la amistad y el respeto mutuo, ella se aburría con su marido, que carecía de la vitalidad que ella necesitaba, y la pareja no fue feliz. Desilusionada, Belle enfocó toda su atención en el arte y la literatura y, más adelante, dedicó bastante tiempo a instruir a jóvenes, sobre todo mujeres, a quienes tomó bajo su protección y a las que transmitió sus ideas acerca de la dignidad de la mujer.

El amor lo encontró fuera del matrimonio. Tuvo varias relaciones sentimentales a lo largo de su vida, la mayoría de ellas sustentadas en afinidades afectivas e intelectuales. En 1760, con veinte años, conoció en un baile en La Haya a un oficial suizo de servicio en Holanda, David-Louis Constant d’Hermenches, diecisiete años mayor que ella, a quien se atrevió a sacar a bailar, para escándalo de los presentes. Nació entre los dos una profunda amistad que se expresará en una correspondencia secreta que durará quince años. Su epistolario, tanto el que mantuvo con D’Hermenches como con el barón Van Pallandt y el político escocés James Boswell, se publicó en 1987 en Holanda bajo el título de la famosa frase ya mencionada que Belle escribió a Boswell cuando este le propuso matrimonio bajo una serie de condiciones que restringían su libertad: “Carezco de talento para la subordinación.” Poco se sabe, sin embargo, del hombre que tal vez fue el único amor verdadero de Belle cuando ya estaba casada, un misterio que sus biógrafos han intentado desentrañar y del que existen versiones diversas, porque apenas hay testimonio escrito de esa relación. Atraída por ese misterio, la escritora holandesa Joke Hermsen reconstruye con cartas y fragmentos de diario ficticios, en una obra publicada en 2008, la relación amorosa entre Belle y un atractivo joven (al parecer, Jean-Samuel d’Apples, hijo de un banquero) que probablemente tuvo lugar durante unos años (1785-86) en los que apenas hay rastros de la vida de ella.

((Joke J.Hermsen, De liefde dus (El amor pues), Arbeiderspers, 2008.
))

 Esa relación intensa obligó a Belle a debatirse con dolor entre la razón y la pasión, y finalmente sucumbió a las presiones sociales que ni ella ni su amante lograron resistir.

Más adelante, ya con 47 años, durante una larga estancia en París, en vísperas del estallido de la Revolución francesa, Belle conoció a Benjamin Constant, escritor y político de origen suizo, considerado el padre del liberalismo europeo, un personaje intrigante y complejo tanto desde el punto de vista literario como político. A pesar de que era veintisiete años más joven que ella, enseguida se entendieron a la perfección. La intensa relación entre los dos, que probablemente pasó por fases de enamoramiento pero que fue en esencia admiración mutua y complicidad intelectual, se desvela en la abundante correspondencia que mantuvieron hasta la muerte de Belle. Él admiraba en ella su inconformismo y su constante búsqueda de la verdad y la justicia. Belle admiraba en él su vitalidad e inteligencia. En las cartas de la escritora holandesa podemos seguir asimismo las impresiones que la convulsa época de la Revolución francesa imprimió en su espíritu sensible. Contraria a la oligarquía del Antiguo Régimen y partidaria de las ideas democráticas e igualitarias que había propulsado la Revolución, enseguida comprendió que este ideario de progreso no estaba a salvo en manos de radicales y multitudes enfervorecidas. A partir de la imposición del Terreur, el optimismo de Belle quedó cada vez más atemperado por el escepticismo y la desconfianza en la naturaleza humana.

A lo largo de su vida Belle conoció y trató a destacadas figuras intelectuales de su época, como los escoceses James Boswell y David Hume, y a los principales pensadores de la Ilustración, como Diderot, Voltaire y Holbach. Colaboró en la publicación de una edición de Las confesiones de Jean-Jacques Rousseau y tuvo contacto con Cagliostro, médico y alquimista, famosa figura en las cortes europeas de la época, quien incluso llegó a ser durante un tiempo su terapeuta en París, dado que Belle padecía a veces trastornos depresivos. Conoció también a Madame de Staël, con la que coincidió en sus ideas de corte feminista. Esta vivió una relación sentimental tempestuosa con Benjamin Constant, lo que contribuyó a que Belle se distanciara cada vez más de su amigo, a pesar de que mantuvieron la correspondencia hasta el final.

Como señalan los autores de Sin bandera en la introducción, Belle escribió siempre para transmitir sus ideas y, en este sentido, no hay distinción entre sus cartas y sus obras literarias. Vida y escritura estuvieron siempre íntimamente ligadas. Escribir fue para ella una necesidad. No siempre consiguió editores para la publicación de sus obras, que financiaba ella misma. Durante muchos años solo empleó la correspondencia como forma de expresión de sus ideas y sentimientos. En sus cartas parece escribir más para sí misma que para sus destinatarios. Su excepcionalidad como escritora fue que, más que cualquier otra mujer del siglo XVIII europeo, se manifestó con una extraordinaria franqueza sobre temas fundamentales relacionados con el sentido o falta de sentido de la vida. El tono de esperanza, escepticismo o desesperación que destilan sus escritos está relacionado con su vida como ser humano en general y como mujer en particular, con lo que no es de extrañar que muchos de sus lectores la reconozcan como una mujer de nuestro tiempo.

Se dice que Belle van Zuylen fue sobre todo una pensadora pragmática. Siguiendo el aude sapere (ten el valor de usar tu propia razón) de Kant, la ficción le sirvió para pensar críticamente sobre temas muy diversos, como la moral, la religión, el colonialismo, la opresión o el matrimonio. Entre sus novelas epistolares más tempranas destacan Lettres neuchâteloises (1784), Lettres écrites de Lausanne (1785) y Caliste (1787). La primera causó cierto escándalo entre la población de Neuchâtel, pues cuenta con todo lujo de detalle la historia del hijo de un importante hombre de negocios que deja embarazada a una sirvienta. En Caliste, una de sus novelas más exitosas, William se enamora de Caliste, una mujer independiente que ha vivido con un hombre sin estar casada. La fuerza de las novelas de Madame de Charrière, en esencia literatura de ideas, está en que casi nunca formula juicios a priori, sino que hace que sus personajes adopten posturas diversas y contrasten sus puntos de vista. Esto es claramente perceptible en sus novelas escritas en el periodo de la Revolución francesa, como Henriette et Richard (1792), Lettres trouvées dans des porte-feuilles d’émigrés (1793) y Trois femmes (1797), en las que narra acontecimientos relacionados con los cambios sociales y políticos de la época, adoptando con frecuencia posiciones revolucionarias pero siempre desde un punto de vista crítico y centrándose fundamentalmente en la problemática de las mujeres. Por poner un ejemplo, en su última obra, Trois femmes, inspirada en la filosofía moral kantiana, los personajes reflexionan sobre el sentido del deber, que según Kant consiste en “obrar solo según un principio tal que pueda convertirse al mismo tiempo en ley universal”. En la novela, la protagonista, Constance, una mujer extremadamente rica, es consciente de que su dinero procede de la explotación colonial. Su sentido del deber, en este caso sustentado en el principio de “no robar”, le impulsa a querer devolver el dinero, pero ¿cómo y a quién? Belle sugiere que no es sencillo aplicar el sentido del deber kantiano a la vida cotidiana. Por otro lado, se observa la opinión de Belle acerca de las ideas de Rousseau, cuando le hace decir a Constance: “Dudo de si Rousseau vio alguna vez algo tal como es en realidad.” La postura de Belle era radicalmente contraria al determinismo natural del pensador francés, quien sostenía que la naturaleza había establecido una jerarquía entre hombres y mujeres y que la exclusión de las segundas de la vida pública era necesaria para preservar la pureza del hogar y el papel de ellas como madres y educadoras. Belle se opuso siempre con firmeza a esta idea, para ella hombres y mujeres tenían las mismas habilidades y su diferencia no venía determinada por la naturaleza sino que era exclusivamente el resultado de la educación. En este sentido hoy bien podríamos considerarla precursora de Simone de Beauvoir, madre del feminismo contemporáneo.

Belle van Zuylen, cuya salud fue siempre bastante quebradiza, fue apagándose lentamente a los 65 años, pese a que mantuvo su lucidez hasta el final. Murió en Colombier en 1805, en su casa Le Pontet, dejando atrás una importante obra literaria que nos descubre sus inquietudes personales y los principios morales y filosóficos de uno de los espíritus más libres del siglo de las luces. Su obra está traducida a numerosos idiomas, pero extrañamente todavía no al español. Tampoco la magnífica biografía de Pierre H. Dubois y Simone Dubois. Actualmente, la Sociedad Belle van Zuylen es la encargada de difundir su obra, la Universidad de Utrecht le ha consagrado su aula magna y la ciudad holandesa se enorgullece de esta ilustre ciudadana que podría considerarse una feminista avant la lettre por su defensa de la libertad de las mujeres, su inconformismo y su pensamiento crítico. ~

 

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Es traductora del neerlandés. Ha dirigido los Institutos Cervantes de Ultrecht, Londres y Nápoles.


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