I
Tuve noticia de la escritura de Cartas a una ardilla hace al menos tres años. En cambio, a Angelina (Hyères, Francia, 1936) la he tratado y leído desde hace tiempo. En cierto modo, la he acompañado a lo largo de algunos momentos de su vida editorial y académica. La he entrevistado, prologado, leído y presentado. Su figura y su voz como poeta y ensayista no me son ajenas. Forma parte de ese continente que representan los escritores del exilio español en México, como Ramón Xirau, Francisca Perujo, Luis Rius, Pedro Garfias, José Pascual Buxó, José Gaos, entre otros.
Al igual que a Angelina, también me ha tocado observar a las ardillas desde la ventana que da al jardín desde hace años. Me consta su velocidad y vivacidad. Las he visto casi siempre en pareja columpiándose entre las ramas y entre los cables, como equilibristas. También las he visto en Chapultepec, burlándose de los paseantes a quienes son capaces de arrancar de las manos lo que les llevan.
En las culturas primitivas en las que se practica el chamanismo, como entre los indígenas del norte de México de los que hablaba el don Juan de Carlos Castaneda, aparece la cultura del “aliado”, que puede ser una planta –como el peyote– o un animal –como la lagartija–. Leyendo y releyendo las Cartas a una ardilla de Angelina Muñiz-Huberman he pensado que entre la poeta y escritora y la traviesa especie, que se columpia entre las ramas de los árboles y a veces entre los cables de la luz, se da un diálogo cuyo radio cabría medir con el compás de esta analogía de mágica índole. Esa geometría tal vez ayude a calibrar mejor la altura de su vuelo y la fuerza de su encanto.
En la novela The knight in rusty armor de Robert Fischer de 1989 aparece el mago Merlín, que se alimenta de nueces trituradas por una ardilla, que resulta ser una compañera ideal para el héroe por su empatía y capacidad de comunicación, para que el caballero de la armadura oxidada pueda seguir por el sendero de la verdad. La ardilla de Angelina Muñiz-Huberman y la de Robert Fischer tienen no poco en común.
Las sesenta Cartas a una ardilla también van dirigidas a los pinzones, los colibríes, las tórtolas, tanto como a ciertos personajes como el adolescente meditabundo que Angelina ve desde su séptimo piso. También hay cartas dirigidas a Nadie, a Quien, a todos, a la humanidad. Es un libro que tiene algo de mensaje vesperal, para emplear el título que Jorge Ruiz Dueñas le dio a su reciente libro de poemas. Cartas a una ardilla es un libro de madurez.
Asoman entre líneas escenas del pasado cubano y recuerdos de los amigos y maestros del exilio español. Se trata de un álbum entrañable en el cual se dibuja discretamente la silueta de Muñiz-Huberman. Es también un espacio poblado de claves secretas para los lectores de Angelina, que sabrán descifrar, en algunos de sus pasajes, alusiones a otros textos de la misma autora.
II
Cartas a una ardilla y otros especímenes de Angelina me hizo recordar no pocas cosas. La primera, el libro de Ernestina de Champourcín titulado La ardilla y la rosa (Juan Ramón en mi memoria), que es una selección comentada de las cartas escritas por Ernestina a Zenobia, con Zenobia a Juan Ramón, a quien consideraba su maestro, publicada en 1981.
A mis ojos y oídos, la ardilla es una voz alternativa de la poesía que vertebra estas epístolas, recados, misivas que sostienen Angelina y su ardilla desde la torre de siete pisos en que vive la escritora.
La otra alusión que me vino a la memoria es Lady into fox, título de una novela de un escritor inglés, David Garnett, que Alfonso Reyes cita en El deslinde. La reciente publicación del libro de Muñiz-Huberman me ha llevado a fantasear en un Lady into squirrel. O la dama que miró tanto los ojos inquietos de una ardilla que llegó a apoderarse de su espíritu y a emular su agilidad y velocidad, al menos en el orden mental. La ardilla y la poesía andan jugando juntas por las ramas de las letras.
III
Las ardillas son inquietas y curiosas. También hacen deporte. Se columpian entre las ramas y se dejan caer entre la fronda, parecen practicar la caída libre. Parecerían inmortales. Hasta donde tengo noticia no las registra la Biblia. Tampoco aparecen en la obra de Alfonso Reyes, aunque sí en la de Amado Nervo y en el decimoquinto cuento de adviento “Las provisiones de la ardilla”. Desde luego las conocieron los romanos, que dijeron de ellas que se hacían sombra con su propia cola. O, como dice Miguel Álvarez del Toro: “Las ardillas utilizan su tupida cola para protegerse del frío; cuando duermen se la echan sobre la espalda e incluso pueden envolverse con ella el cuello.”1 La ardilla es un motivo literario que recorre las letras universales.
En el libro de Muñiz-Huberman la ardilla aparece como un ente solitario, aunque yo tengo para mí que el simpático roedor es híbrido de murciélago y colibrí. Más allá de la máscara de la ardilla, hay dos figuras claves que campean por estas páginas: la ciudad y la historia, la propia biografía de la escritora y poeta quien traza, con pudorosa delicadeza, tramos y claves de su vida. Cartas a una ardilla y otros especímenes puede leerse como un libro edificante, no solo para educar niños, sino para reformar el entendimiento de los adultos.
IV
Hay, finalmente, otro apunte necesario. La sobrepoblación de ardillas en la Ciudad de México es un hecho. Algunos hablan de una plaga. No es extraño entonces que una atrevida amiguita de las alturas haya tenido la audacia de subir siete pisos para conversar con Angelina Muñiz-Huberman a través de una misteriosa correspondencia. ~
- Anita Hoffmann, Refranero zoológico. Apotegmas y otras expresiones populares sobre los animales, tomo II, México, unam, 2003, p. 22. ↩︎