Así como el liberalismo discute y transige sobre cualquier bagatela política,
quisiera también disolver la verdad metafísica en una discusión.
Su esencia consiste en negociar, en las medias tintas,
con la esperanza de que el encuentro definitivo, la cruenta y decisiva batalla,
pueda quizá transformarse en un debate parlamentario y
suspenderse eternamente gracias a una discusión eterna.
Carl Schmitt, Teología política
El desafío al orden liberal proviene hoy de una diversidad de actores con narrativas, mentalidades y, en ciertos casos, ideologías de reemplazo. Desde zonas extremas de las derechas e izquierdas, estas críticas plantean una revisión más o menos radical de los fundamentos de las sociedades abiertas y las relaciones internacionales establecidas a partir de la caída del Muro de Berlín. Y, en ese marco, es cada vez más común ver en la prensa el uso, a menudo indiferenciado, de términos como “posliberalismo”, “iliberalismo” y “antiliberalismo”.
Como han demostrado con solvencia autores como J. G. Merquior y Michael Freeden,1 el liberalismo, en su pluralidad y dinamismo, no puede reducirse a un mero individualismo posesivo o un rechazo oligárquico a la cuestión social. Ha procurado modelos de sociedad que garanticen –si bien de forma imperfecta– la protección y el progreso de grupos e individuos, frente a los poderes dominantes de su tiempo: sostuvo la oposición a la intolerancia religiosa y al absolutismo monárquico en los siglos XVII y XVIII; el repudio a la violencia de los movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios del XIX; el enfrentamiento al totalitarismo (Joshua L. Cherniss, Liberalism in dark times. The liberal ethos in the twentieth century) y al populismo (Francis Fukuyama, El liberalismo y sus descontentos).
Para estos propósitos, los liberales –particularmente sus representantes más progresistas– redactaron leyes que dispersaran y controlaran el poder concentrado, desplegaron reformas para combatir la desigualdad y pobreza extremas, expandieron instituciones para encauzar la representación y participación ciudadanas. En sus diferentes desarrollos –opuesto a versiones reduccionistas del propio credo2 y a sus enemigos frontales, de derecha e izquierda–3 el proyecto liberal democrático procuró durante el último siglo el reconocimiento del pluralismo y el consenso como valores intrínsecos de una vida buena, la defensa del Estado de derecho y la tripartición de poderes, así como la combinación de la libertad privada y la participación pública.
Sin embargo, la precaria hegemonía liberal –que prevaleció desde 1989, en lo social, cultural y político– hoy está bajo cuestionamiento. Las figuras y corrientes desafiantes reúnen diversos referentes intelectuales y posturas político-culturales. En el llamado “norte global” (aún) fundamentalmente democrático, destacan los liderazgos populistas y movimientos nativistas, de carácter iliberal. En el este, tanto al norte como al sur, dominan amenazas antiliberales de China, Rusia y el mundo islámico. En ese cruce de Occidente y sur que es Latinoamérica, la amenaza (geo)políticamente mejor organizada contra la democracia liberal ha provenido en los últimos treinta años de las izquierdas autoritarias.
En este ensayo abordaré las características que hoy definen tres posturas opuestas al proyecto liberal –la antiliberal, la iliberal y la posliberal–, identificando las semejanzas y divergencias dentro de un continuum ordenado por las cercanías y distancias con el cuestionado liberalismo y tomando como foco las posturas de la derecha reaccionaria.4 El desafío al proyecto liberal se extiende por una panoplia de ideologías elaboradas, mentalidades colectivas y narrativas comunicacionales de gran alcance. Si tomamos el caso de Estados Unidos, encontraremos dentro de la coalición gobernante elementos de una ideología de extrema derecha –nativista, aislacionista, fundamentalista– conectada con mentalidades racistas y xenófobas de amplios segmentos de la población, abonado todo ello por narrativas que difunden memes y posts basados en teorías de la conspiración o el “gran reemplazo”.
La coherencia antiliberal
El antiliberalismo arranca como forma de reacción conservadora y, a menudo, religiosa a los efectos de la Revolución francesa y los ideales de la Ilustración –como ha detallado Helena Rosenblatt en La historia olvidada del liberalismo–5 que se ha traducido, a lo largo de tres siglos, en un pensamiento y prácticas políticas frontalmente opuestas al proyecto liberal. Este proceso ha combinado realidades ajenas a la Ilustración europea, que incluyen la actualización de tradiciones como el islamismo y el confucianismo,6 con corrientes nacidas en el seno de Occidente en el siglo XX, como los totalitarismos.
Los regímenes totalitarios –fascista, nazi y comunista– cuestionaban el orden político, social y cultural del liberalismo. Como recuerda Rosenblatt, Benito Mussolini se jactaba de que el fascismo formaba parte de “todos los experimentos políticos del mundo contemporáneo” que –declaraba– “son antiliberales”; al tiempo que Stalin condenaba el “liberalismo corrupto” que enmascaraba “los intereses de la burguesía”. Todos estos antiliberales de derecha e izquierda, al descalificar el liberalismo como una ideología asociada al poder de Occidente, reciclaban acusaciones que los contrarrevolucionarios habían enarbolado un siglo y medio atrás.
En este punto resaltan las convergencias y diferencias de las actitudes antiliberales. El totalitarismo comunista, aunque se declara heredero del proyecto moderno e ilustrado, niega en la praxis las ideas emancipadoras de aquel. Al postular una idea universalista de realización y liberación humanas, el comunismo resulta antiliberal en su praxis concreta.7 Por su parte, el fascismo –en su variante italiana y, aún más claramente, en el nazismo alemán– es honesto en su brutalidad y desafío, pues apela a un orden con jerarquías raciales y regresiones culturales. En ambos casos sobrevivieron, de modo selectivo, ciertas trazas liberales, como la supervivencia acotada de la libertad de empresa (fascismo), de la liberación sexual (comunismo) y de la libertad de credo religioso (en ambas); siempre sometidas a los vaivenes represivos de regímenes contrarios a las autonomías.
La hibridez iliberal
Rosenblatt llama la atención sobre cómo, a mediados del XIX –cuando el liberalismo se convirtió en una corriente dominante en Europa, defensora de la propiedad capitalista y de esquemas restrictivos del sufragio y la representación populares–, diferentes sectores progresistas denunciaron este giro como “iliberal”. Casi en paralelo, el ascenso de un régimen protopopulista, representado por el cesarismo de Napoleón III, llevó a valorizar el nexo entre lo liberal y lo democrático. Entre esas corrupciones y derivas de los contenidos originarios del liberalismo podemos encontrar antecedentes del actual debate sobre lo iliberal.
Una de las primeras reformulaciones sobre el tema, tras el fin de la Guerra Fría (The future of freedom, de Fareed Zakaria),8 puso el foco en cómo dentro de las nuevas democracias del este y el sur se producían crecientes contradicciones entre los elementos centrales de la democracia liberal –las elecciones libres, justas y competidas para elegir las autoridades– y los pilares básicos de cualquier orden liberal –la infraestructura del Estado de derecho, con separación de poderes y garantías individuales–. Posteriormente, correlacionando el fenómeno iliberal con el auge populista, Yascha Mounk (en El pueblo contra la democracia)9 abundó sobre esa grieta entre lo liberal y lo democrático, con mayores evidencias empíricas que las aportadas por Zakaria una década y media atrás.
En años recientes, los estudiosos han buscado delinear los contornos y contenidos globales que adopta lo iliberal. Para Marlène Laruelle, el iliberalismo ofrece una crítica del liberalismo y un proyecto político alternativo, pero no necesariamente confrontado con sus legados –como el neoliberalismo–. Defiende la primacía del poder ejecutivo y el debilitamiento de los contrapesos institucionales y los derechos de las minorías. Enarbola un discurso soberanista del Estado-nación, junto a una política exterior civilizacionalista, promoviendo las tradiciones nacionales frente al multiculturalismo y el progresismo globalizantes. Por su parte, Zsolt Enyedi concibe al iliberalismo como una noción general –que, en la praxis, ha tomado las variantes de derecha tradicionalista o libertaria y de izquierda populista y paternalista– fundada en la concentración de poder dentro de un Estado partidizado y una sociedad cerrada. András Sajó, Renáta Uitz y Stephen Holmes definen lo iliberal como un conjunto de fenómenos asociados con la disminución de la libertad individual que, sin constituirse como ideología o tipo de régimen, es compatible con los rituales democráticos; pero cuyas prácticas refuerzan el poder ejecutivo, limitan la diversidad social y atacan el pluralismo político.
Si partimos de las anteriores nociones y casos concretos, vemos que la propuesta iliberal toma distancia del liberalismo democrático sin llegar a una ruptura total: respeta la libertad económica, pero favorece a oligarcas cercanos al poder; niega el cosmopolitismo, aunque sus élites participan en consumos globales; repudia el individualismo, la diversidad y la equidad, entendidos en clave liberal y progresista, pero no erige sociedades estamentarias premodernas. Recela de los frenos y contrapesos, pero mantiene elecciones, aunque con desbalances a favor del statu quo. Para captar tales hibridaciones, conviene distinguir entre el iliberalismo como concepto analítico y su uso en narrativas populistas. El mandatario húngaro Viktor Orbán, por ejemplo, expresó en el campamento político juvenil de Bálványos (2014) que “una democracia no es necesariamente liberal […] algo que no es liberal puede todavía ser una democracia” para afirmar que “el nuevo Estado que estamos construyendo es un Estado iliberal, un Estado no liberal”; cuatro años más tarde precisó en el mismo sitio que “hay una alternativa a la democracia liberal: la llamada democracia cristiana”, pensada para proteger “los modos de vida que brotan de la cultura cristiana” y defender “la dignidad humana, la familia y la nación”, de ahí que, “por definición, la democracia cristiana no es liberal: es, si se quiere, iliberal”.
La confusión posliberal
El posliberalismo, por su parte, es un fenómeno más confuso y circunscrito –hasta fechas recientes– al ámbito académico. A diferencia de lo iliberal y, en toda la línea, de lo antiliberal, las alusiones a ideas y políticas posliberales apuntaron, originalmente, a desarrollos potencialmente democráticos, que moderarían el individualismo liberal, defendiendo mayores niveles de igualdad social.10 Para esta perspectiva, un orden futuro posliberal mantendría la importancia de la libertad como principio ordenador de sus procesos e instituciones, pero fomentaría una mayor libertad colectiva, con mecanismos de deliberación y participación republicanas.11
El posliberalismo clásico combinaba ideas de teóricos y comentaristas que rechazan el cosmopolitismo individualista y elitista de ciertas ideas liberales, proponiendo su reemplazo por enfoques comunitaristas del bien común. La democracia posliberal, en síntesis, se dedicaría a proteger valores e instituciones de la democracia liberal, adaptándolos a una época posmoderna, con demandas sociales distintas a las del siglo pasado. Pero ese sentido temprano del término, concebido como cambio capaz de superar dialécticamente la tradición liberal –sin oposición sistemática–, ha cambiado.
Hoy, el calificativo posliberal reúne a figuras disímiles, de derecha e izquierda –además de algunos veteranos inclasificables como John Gray–,12 lejanas respecto al significado original, pero generalmente reunidas en el ámbito académico e intelectual. En Estados Unidos, el posliberalismo ha girado claramente a la derecha, propugnando un cambio de régimen en pro de un gobierno, una sociedad y una cultura más monistas y homogéneos, guiados por versiones cristianas y nacionalistas del orden. La obra y figura del intelectual Patrick J. Deneen13 ha recibido la atención de importantes personajes de la actual administración (como J. D. Vance y Marco Rubio) e incluso del veterano del iliberalismo gubernamental, Viktor Orbán, quien se reunió con Patrick J. Deneen14 para hablar sobre la importancia de la familia y de Dios. Por su parte, desde el otro lado del Atlántico Norte y en las coordenadas de una izquierda culturalmente conservadora, los británicos John Milbank y Adrian Pabst15 celebran al nuevo laborismo del primer ministro Keir Starmer, apostando por una mezcla de economía social, solidaridad comunitaria, poder local y vida asociativa fuerte.16
Criterios mínimos
Si el fascismo no es una llama espiritual que se extiende a través de las fronteras, es solo una técnica para alcanzar y mantener el poder, sin esa justificación metafísica que solo puede derivarse de valores absolutos […]
Si la democracia está convencida de que aún no ha cumplido su destino, debe combatir en su propio plano a esa técnica que solo sirve al propósito del poder. La democracia debe volverse militante.
Karl Loewenstein, “Democracia militante y derechos fundamentales”
Cualquier postura coherentemente liberal implica la ponderación de la diversidad y el pluralismo, la búsqueda de la moderación y los consensos políticos, el respeto al Estado de derecho y a los derechos de las minorías. Defender y actualizar ese legado es una tarea para quienes nos consideramos, allende nuestras pequeñas diferencias y debates, esencialmente demócratas. Frente a estos principios, así como a las instituciones y prácticas que anima, se erigen ideologías, mentalidades y narrativas de talante antiliberal, iliberal y, de modo menos claro, posliberal.
Hay casos donde estos fenómenos se combinan. La Rusia postsoviética, por ejemplo, cobijó críticas posliberales –por mencionar algunas, neomarxismos, nuevos movimientos sociales, políticas de identidad– a la experiencia de la transición. A su vez, el putinismo ha pasado de una naturaleza iliberal temprana (cuando el autoritarismo acomodó a las oligarquías neoliberales) a su momento antiliberal actual, de franca dictadura personalista con rasgos totalitarios. En el trasfondo, sobreviven centenarias tradiciones religiosas y sociales conservadoras, claramente ajenas (no liberales) al proyecto de la modernidad.

Un último comentario, desde las coordenadas de quien que ha padecido el iliberalismo y el antiliberalismo “progresistas”, pero que defiende el orden liberal democrático frente a cualquier autoritarismo, incluidos los reaccionarios. Necesitamos mayor claridad en nuestros análisis intelectuales y posicionamientos políticos, para lo que propongo los criterios de simetría, proporción y relevancia. Simetría para sostener –en un plano abstracto– el rechazo a cualquier ideología, mentalidad y narrativa extremas –de derecha e izquierda– que atenten contra los principios y realizaciones liberales. Proporción al reconocer, en cada contexto, la gama de posturas adversas al proyecto liberal democrático. Relevancia, actuando en cada lugar contra la fuerza cuya primacía la convierta en la principal amenaza autoritaria. Evitando al Caribdis de la equiparación dogmática –que homologa sin juicioamenazas desiguales– y el Escila de la oposición militante –que reserva exclusivamente nuestras críticas para el enemigo de mi enemigo–, los liberales podemos tal vez rearmar mejor nuestro diagnóstico y resistencia. Dimidium facti, qui coepit, habet: sapere aude. ~
- J. G. Merquior, Liberalismo viejo y nuevo, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1993. Michael Freeden, Liberalismo. Una introducción, Barcelona, Página Indómita, 2019.
↩︎ - José María Lassalle, El liberalismo herido. Reivindicación de la libertad frente a la nostalgia del autoritarismo, Barcelona, Arpa, 2021.
↩︎ - Kurt Weyland, Assault on democracy. Communism, fascism, and authoritarianism during the interwar years, Cambridge, Cambridge University Press, 2021.
↩︎ - He abordado el tema en esta revista (“Iliberalismos de izquierda: el despotismo como redención”, abril de 2025) y en una entrevista con M. Laruelle (Conversation on illiberalism. Interviews with 50 scholars, Illiberalism Studies Program, 2022). Mi perspectiva es deudora del diálogo con César E. Santos, Eszter Kovács, Kurt Weyland, Sergio Ortiz Leroux y Zsolt Enyedi, entre otros colegas.
↩︎ - Helena Rosenblatt, La historia olvidada del liberalismo. Desde la Antigua Roma hasta el siglo XXI, Barcelona, Crítica, 2020.
↩︎ - Ugo Pipitone, El arte del gobierno. Confucio, Nizam y Maquiavelo, Ciudad de México, Taurus, 2024.
↩︎ - Armando Chaguaceda, “El ensayo y el error. Comentario sobre el comunismo realmente existente”, disponible en cubaxcuba.com.
↩︎ - Fareed Zakaria, The future of freedom. Illiberal democracy at home and abroad, Nueva York, W. W. Norton & Co., 2003.
↩︎ - Yascha Mounk, El pueblo contra la democracia. Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla, Barcelona, Paidós, 2018.
↩︎ - C. B. Macpherson, “Post-liberal democracy?”, en Democratic theory. Essays in retrieval, Nueva York, Oxford University Press, 1973.
↩︎ - Philippe C. Schmitter, “Democracy’s future: More liberal, preliberal, or postliberal?”, en Journal of Democracy, enero de 1995.
↩︎ - John Gray, Post-liberalism. Studies in political thought, Londres y Nueva York, Routledge, 1996.
↩︎ - Patrick J. Deneen, Why liberalism failed (hay edición en español: ¿Por qué ha fracasado el liberalismo?, Madrid, Rialp, 2018). Regime change. Toward a postliberal future, Nueva York, Sentinel, 2023.
↩︎ - “PM Orbán meets Patrick J. Deneen to discuss importance of family and God”, disponible en abouthungary.hu.
↩︎ - John Milbank y Adrian Pabst, The politics of virtue. Post-liberalism and the human future, Lanham, Rowman & Littlefield Publishers, 2016.
↩︎ - Para una aproximación a la trayectoria, ideas y recepción de Deneen, véase de Ian Ward: “I don’t want to violently overthrow the government. I want something far more revolutionary”, disponible en politico.com. Las posibles salidas posliberales británicas en Reino Unido han sido reflejadas por Renaud Large: “Blue Labour: descubrir la doctrina Starmer para un conservadurismo social en el Reino Unido”, disponible en legrandcontinent.eu. Para cuando este texto llegue a los estanquillos, estará disponible el nuevo libro del teórico político Matt Sleat (Post-Liberalism), fruto de su investigación sobre el tema. ↩︎