Contemplar el universo de otra manera: el Cosmos de Humboldt

A lo largo de sus escritos, Alexander von Humboldt dio muestras de una inagotable curiosidad por la naturaleza y el saber humano. Cosmos, su obra cumbre, no es una simple enciclopedia sino el resultado de su pasión por conocerlo todo.
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En recientes décadas, las humanidades se han ocupado de estudiar y poner en cuestión las estructuras que dejó el imperialismo europeo para rescatar otras formas de entender el mundo, voces marginales o subalternas (en el sentido de Gramsci y Spivak), distintas a las fórmulas hegemónicas que conocemos. Sin embargo, ¿qué sucede cuando dirigimos nuestra mirada a autores canónicos, como Alexander von Humboldt (1769-1859) y el mundo intelectual del cual proviene?

Si se observa con cuidado, desde siempre existieron en la Europa del Renacimiento hasta la Ilustración voces que rechazaban nociones como la superioridad de los hombres y mujeres blancas, así como del cristianismo y la civilización europea. Voltaire, por ejemplo, es autor de una historia del mundo que no comienza en el Mediterráneo, sino en China, porque quería demostrar que había una historia universal más allá de la cristiandad. Asimismo, en muchos de sus así llamados contes philosophiques como el clásico Candide (1759) o Les Lettres D‘Amabed (1772), solo por mencionar dos de ellos, hace una crítica voraz de las misiones de evangelización bajo las que venía disfrazada la opresión colonial. En Alemania, por acudir a otro caso, Georg Lichtenberg muestra, en una serie de cuadernos de notas escritos en la segunda mitad del siglo XVIII, su reconocimiento al valor intrínseco de culturas consideradas como primitivas y su igualdad respecto a las europeas. El historiador del arte Johann von Winckelmann, por su parte, escribe su Historia del arte de la antigüedad (1764) con una plena conciencia de que la estética griega y romana tenía sus raíces tanto en las culturas europeas preclásicas como en las otras márgenes del Mediterráneo.

En los siglos XVIII y XIX en Europa, después de los grandes descubrimientos de siglos anteriores (de hecho, las exploraciones no habían terminado todavía), muchos intelectuales sabían que, en el nuevo conocimiento del mundo, aún había mucho por esclarecer y sistematizar, y que, en ello, no se podía desechar el legado de otras culturas, muchas de ellas diezmadas por la expansión colonial. Se dieron cuenta, también, del poder destructivo de la civilización europea, tanto sobre la naturaleza como sobre las personas. Con frecuencia se prefiere ignorar que las élites del sur global, a conveniencia, ignoraron el humanismo de esta herencia intelectual porque se beneficiaron de reproducir teorías racistas y eurocéntricas. Si bien se ha debatido mucho sobre su silenciosa complicidad con las élites coloniales americanas y, más adelante, ante la tiranía zarista, Alexander von Humboldt estaba convencido del poder que tiene el conocimiento para transformar el mundo y mejorar nuestra calidad de vida, y, sobre todo, reconocía la misma capacidad intelectual y valor en todos los individuos que componen la raza humana. Fuertemente influido por el romanticismo francés y alemán, sabía del enorme potencial que existía en la contemplación y el gozo en el estímulo de las ciencias y el cultivo del espíritu, es decir, de las capacidades intelectuales y morales de hombres y mujeres.

Aunque en nuestros países la obra de Alexander von Humboldt sobre América es muy conocida, muchos detalles sobre sus libros y su vida permanecen ignorados. Muy poco se sabe, por ejemplo, que se ocupó de América Latina por una mera casualidad histórica (en realidad, tenía puesta la mirada en África y Asia). De México y Cuba, publicó algunos célebres “ensayos políticos” con agudas críticas al sistema colonial y esclavista que aún resuenan en nuestros días. Su conocido viaje por América (1799-1804) tuvo una gran importancia, pero emprendió también otros viajes breves (por ejemplo, Italia) y grandes expediciones (Asia Central). Escribió y publicó numerosos ensayos y escritos sueltos, así como una cantidad inimaginable de cartas y diarios de viaje. Sobre todo, se olvida en nuestro continente la importancia de Cosmos. Ensayo de una descripción del mundo físico, un enorme y complejo proyecto editorial aparecido en cinco tomos entre 1845 y 1862 (el último póstumamente) y que consideró “la obra de su vida”. Recientemente ha sido publicado en español, por primera vez en traducción directa del alemán, el primero de tres volúmenes bajo el sello de Siglo XXI Editores, que contiene los primeros dos tomos del texto original en una edición profusamente ilustrada, bajo mi cuidado y coordinación, al lado de Jaime Labastida. Respecto a este libro monumental me gustaría resaltar cinco rasgos que lo convierten en un clásico de la literatura universal.

Interrelación e igualdad

Humboldt es muy conocido por su comprensión del mundo natural como un todo, en donde sus partes se influyen mutuamente. Esta interrelación compone la cadena de la vida, pero también impulsa el avance de las civilizaciones a través del tiempo. Humboldt era consciente de que los grandes logros de la humanidad son consecuencia de toda esta compleja red de interrelaciones: lo uno lleva a lo otro. En Cosmos, explica cómo el desarrollo del cálculo infinitesimal permitió la sofisticación de la astronomía, por ende, de la navegación, empujando así a los pueblos a aventurarse más allá de los mares conocidos, y a abrirse así al intercambio. También sabe que, si ciertas naciones han tenido un avance tecnológico y cultural más sofisticado que otras, ha sido por casualidades históricas y geográficas y no porque una sea, intrínsecamente, superior a la otra. Todas las “razas humanas” (por usar términos de la época) son igualmente capaces y dignas. La curiosidad innata a los seres humanos, impulsada por la necesidad, pero también por el amor al conocimiento, nos ha permitido avanzar.

Humboldt sabía que los saberes humanos tienen un origen muy complejo. Mucho de lo que Europa pudo desarrollar en el Renacimiento y la Ilustración no podría suceder sin la transferencia de conocimientos que vino desde China, India, Egipto y el mundo árabe, gracias al contacto sucedido en el Mediterráneo y Medio Oriente. En Cosmos, sobre todo en los tomos I y II, Humboldt escribe una historia de las ciencias que es, a su vez, una historia del desarrollo de las naciones en las que su relación con la naturaleza las empujó a moverse en ese largo y accidentado camino que llamamos “progreso”. Un término que, por cierto, Humboldt mismo cuestiona al ser plenamente consciente de su potencial destructivo.

Diversas maneras de llegar a una hipótesis

Humboldt es conocido por sus curiosos métodos de experimentación: famosos fueron sus experimentos sobre su propio cuerpo para entender la transmisión de la electricidad y el funcionamiento del sistema nervioso. Su método fue predominantemente empírico, pero también se planteó preguntas y buscó respuestas a través de otros caminos por los que la ciencia moderna muy posiblemente no se atrevería a cruzar: por ejemplo, ¿se pueden deducir, a través de la raíz etimológica del nombre “Sol” y la evolución de los nombres de los astros, aspectos del desarrollo de la astronomía y del intercambio histórico entre las culturas de la Antigüedad?, ¿es posible que representaciones visuales, en pinturas y códices, puedan ayudar a entender la distribución de plantas y animales sobre un espacio geográfico, así como calcular el ciclo de aparición de cometas y estrellas, e identificarlos echando mano de menciones históricas y literarias? En Cosmos, encontraremos interesantes reflexiones sobre cómo la observación y disfrute de obras de arte puede despertar en los individuos la curiosidad por la naturaleza. También demuestra cómo diversas literaturas nos enseñan que el origen de la ciencia está, precisamente, en la aparición de una relación afectiva, un “sentimiento”, hacia el mundo natural. Esta obra nos recuerda la importante alianza de la ciencia con la esfera de las artes y las humanidades.

El sentimiento hacia la naturaleza

Para el autor de Cosmos, querer saber o conocer algo implica afectos, mismos que acompañan el uso de la inteligencia: el placer de contemplar la belleza de los mares y las montañas; la sorpresa al escuchar el concierto de animales nocturnos que habitan la selva; la estupefacción al observar fenómenos astronómicos o contemplar la inmensidad y profundidad de la bóveda celeste; el miedo y la angustia al percibir el peligro en una corriente llena de cocodrilos o encontrarse cerca de la cima de una montaña, casi sin oxígeno. La obra científica de Humboldt comenzó con un sentimiento: en una carta escrita desde Bogotá en 1804, Alexander recuerda que, durante una visita en Londres, el grabado de un barco envuelto en una tormenta le produjo una melancolía tal que lo llevó a las lágrimas (en alemán habla de Fernweh, nostalgia por lo lejano), en un momento de su vida en que no tenía aún las condiciones para viajar. Cosmos es el resultado de su amor y pasión por la naturaleza y el saber. En él, resume diversas tesis sobre el universo: el orgánico y el inorgánico, el terrenal y el sideral, al que tuvo acceso a través de sus viajes, pero también a través de los viajes y las investigaciones de otros, como los astrónomos François Arago o William Herschel, o como el lingüista Franz Bopp o el orientalista Édouard Biot.

La sorpresa y lo desconocido

Uno de los aspectos que más sobresalen de Cosmos es la enorme cantidad de textos que esconde el cuerpo principal, así como el amplio espectro temático que aborda: se puede decir, resumidamente, que se trata de una historia de la ciencia, pero es mucho más que eso. La obraes también un tratado de historia del desarrollo de las civilizaciones humanas y sus intercambios; un ensayo filosófico sobre las formas de abordar el conocimiento; sobre la interacción entre arte, literatura y saber científico; una relación del avance en campos como la astronomía y la geología hasta aquel momento, así como una historia de las ciencias fuera de Occidente. Para una empresa similar, Humboldt tuvo que echar mano de una amplísima bibliografía, así como de la información que le fue proporcionada en cartas por distintos amigos científicos, como los astrónomos Friedrich Argelander o François Arago, por mencionar solamente a algunos de los más conocidos. Sin embargo, ¿qué podría ser tan atractivo para el lector de su tiempo que Cosmos, en su primera edición alemana, se agotó inmediatamente?, ¿qué podría ser tan interesante que sus primeras traducciones al inglés y al francés fueron incluso víctimas de piratería?, y, sobre todo, ¿qué puede ser llamativo para un lector de nuestro tiempo, sobre todo si en estos temas la ciencia ya ha avanzado muchísimo?

Me parece que una de las mayores cualidades de este libro de Humboldt es que nos ofrece una cantidad de sorpresas y datos científicos curiosos de diversas etapas históricas, que sobrepasan lo que llamamos cultura general: así, por ejemplo, nuestras lectoras y lectores se encontrarán con muchísimas sorpresas –quizá desconocidas a detalle, quizá desconocidas por entero: el origen babilonio de la organización de las semanas en siete días, la importancia que tuvo el desarrollo de las matemáticas para avances tecnológicos cruciales en nuestra historia, la diversidad botánica de las faldas de los Himalayas (imaginadas secas en el cine popular de masas), o conocer los sorprendentes fenómenos astronómicos que son posibles, como el oscurecimiento del cielo por la acción de manchas solares o el avistamiento de aerolitos y estrellas a plena luz del día, así como el origen de estruendos que aparentemente provienen de la nada, teniendo su origen, en realidad, en los movimientos internos de la tierra bajo nuestros pies o en la altura de los cielos.

El mundo natural es más que una serie de datos duros y estériles: esconde muchos secretos inesperados que Humboldt explica y describe de forma amena. Su admiración y sorpresa se observa en detalles como el uso de la puntuación, signos de admiración e interrogación, elaboradas metáforas y adjetivos. En la lectura de Cosmos, quizá nuestro público encuentre de nuevo un acercamiento a un entorno del que, conforme lo destruimos, nos vamos alejando cada vez más.

La obsesión por el detalle

Humboldt no era un científico ordinario. Le costaba trabajo organizar sus ideas. Como escritor, se caracterizaba por el aparente desorden de sus textos. Cosmos es un ensayo que puede verse también como una enciclopedia del conocimiento, que rechaza la brevedad taxonómica de la Enciclopedia, y a la vez rompe todos los límites del ensayo tradicional: no se basa en una sola, sino en muchísimas tesis. Al echar un vistazo al índice de contenidos, es fácil perder el hilo o encontrar una lógica, una estructura que nuestros cerebros, acostumbrados a jerarquizar, pueda reconocer fácilmente. En la lectura, sin embargo, entendemos por qué Humboldt salta de un tema a otro de la forma en la que lo hace: era incapaz de quedarse en lo general, sino que sentía una necesidad casi obsesiva de entregarse al detalle. De ahí el mar de temas que se dividen en subtemas de los que, a su vez, se desprenden muchos otros. Ejemplo de este laberinto sin aparente fin es la abundancia de notas adicionales. Muchas de estas últimas, originalmente publicadas al final en sus ediciones alemana y francesa en el siglo xix, ofrecen textos que tienen vida propia. Del mismo modo, el cuidado minucioso del lenguaje hace de Cosmos una obra de alta calidad literaria por la belleza de las imágenes y metáforas que la pueblan, inteligentemente resueltas y versadas al español por nuestros traductores.

Un libro para Latinoamérica

En los últimos años, hemos discutido con gran fervor sobre la importancia de descolonizar el conocimiento y desmontar aquellas jerarquías de poder que solo han beneficiado a un puñado. Al calor de las pasiones por estas luchas, existe una tendencia a descalificar en automático cualquier voz o pluma que, prematuramente, se asocia con estas jerarquías o que ha tenido una posición alta en ellas. La obra de un hombre blanco, burgués y europeo podría ser (y lo es, de hecho) blanco perfecto de estos ataques. Por supuesto que Humboldt parte desde una perspectiva occidental, protegido por su fortuna y su linaje, sin embargo, tomó positivamente provecho de estas ventajas para ayudarnos a transformar nuestra comprensión del mundo. Las y los lectores latinoamericanos tenemos mucho que ganar de su obra: adquirir una nueva visión del entorno que nos rodea, así como revalorar el conocimiento que nos heredan las culturas que han habitado nuestros territorios desde antes de la llegada de Colón (cuyas cosmovisiones, por cierto, no solo hemos ignorado, sino incluso seguido destruyendo). En general, creo que las lecciones más valiosas que se desprenden de la lectura de Cosmos son dos: primero, la importancia de estimular y darle seguimiento a nuestra curiosidad, porque esta ha sido el motor de grandes cambios, sin perder de vista el placer en ello. Y, segundo, la importancia de descentralizar el conocimiento, sobre todo, convertirlo en un bien al alcance de la mayor cantidad posible de personas y plantearse la pregunta: ¿Quién puede y debe generar conocimiento? Humboldt, quien vivió su vejez en precariedad económica, trabajando hasta muy avanzada edad (escribió las últimas líneas de Cosmos con casi noventa años), nos demuestra que saber y generar saber debería ser posible para todo aquel que así lo desee. De ahí la vital importancia de que Latinoamérica, así como todas las regiones del sur global, continuemos en el desarrollo de nuestras instituciones educativas, no en sumiso vasallaje respecto a Europa y América del Norte, sino en nutritiva cooperación. Muchos especialistas creen que no hay mucho más por descubrir, saber o discutir sobre Alexander von Humboldt. No hay aseveración más equivocada que esta. Con una obra tan vasta y compleja, ¿qué otra cosa no habría de ser si no una fuente inacabable de preguntas y respuestas? Creer lo contrario sería declarar por muerta la curiosidad. Una en la que, por cierto, se encuentra la herramienta más poderosa para enfrentar las crisis de nuestro tiempo.~

Alexander von Humboldt
Cosmos. Ensayo de una descripción del mundo físico. Vol. 1
Edición de Jaime Labastida y Adrián Herrera Fuentes
Ciudad de México, Siglo XXI Editores, 2022, 540 pp

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es escritor, doctor en lenguas romances
y actualmente docente en la Universidad de Colonia (Alemania).
Publicó Dieses merkwürdigste Land zwischen den amerikanischen
Wendekreisen (Vervuert, 2016), acerca de relatos de viaje alemanes
sobre México durante el nacionalsocialismo.


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