Aunque apareció hace diez años, Ornamento, del colombiano Juan Cárdenas (Popayán, 1978) se ha ido convirtiendo, reeditada aquí y allá, en una de las novelas representativas del siglo en curso en América Latina. Mientras la hojeaba, me pregunté si algún día terminaría el imperio de La virgen de los sicarios (1994) sobre nuestra narconovela porque suele suceder que cuando una obra maestra (como la de Fernando Vallejo) a la vez inaugura un género, tardan años y décadas para que desaparezcan sus inevitables réplicas. Así ocurrió con Pedro Páramo, que, como era considerada ineptamente como el culmen de la “novela rural” de México, solo provocaba copias y repeticiones, cuando lo suyo es el mito del padre y de la comunidad agraria. Igualmente, cada novela sobre el narcotráfico, sus crímenes y sus complicidades, me parecía, fuese mexicana o colombiana, una cansina relectura de La virgen de los sicarios.
Si el mundo del narco es barroco, asquerosamente barroco, como lo denuncia Cárdenas (o su protagonista), con su “propensión a la hipérbole, a los gestos enfáticos, a los marcadores de poder con letrero de neón y música incorporada”,1 Ornamento viene a ser, como lo dicta el epígrafe del arquitecto vienés Adolf Loos que la presenta, el abandono neoclásico e hiperracionalista del ornamento, una novela que se quiere limpia y estricta como una línea de cocaína, como la que consume la esposa del narrador, una artista contemporánea, con mayúsculas.
Ornamento es, solo remotamente, una narconovela, pues de ella ha desaparecido toda la tramoya periodística que rodeaba a los legendarios capos, haciendo de las balaceras actuales en Culiacán un anacronismo típicamente mexicano, una prueba de que nuestra democracia en vías de extinción aún hace del mercado uno de los espacios de la violencia. En cambio, para un Cárdenas posmoderno y minimalista, el narcotráfico es una empresa de energías limpias y diseñadores con tenis blancos, urgidos en vender legalmente drogas accesibles, que en la trama de Ornamento ha encontrado su nicho de mercado en una suerte de afrodisíaco solo efectivo en las mujeres de todas las clases sociales, mismas que acaban por amotinarse en busca de una droga de origen políticamente correcto, es decir, ecológica e indigenista.
Dijo J. G. Ballard –una de las lecturas de cabecera de Cárdenas, al parecer– que “vivimos en un mundo dominado por ficciones de todo tipo […] vivimos adentro de una enorme novela […] La ficción está en verdad aquí […] La tarea del escritor es inventar la realidad” y así lo ha hecho Cárdenas porque “los novelistas deben ser científicos diseccionando el cadáver”2 (Ballard otra vez) con un estilete que no falla, ofreciéndonos una novela que es, al mismo tiempo, una distopía, la crónica de un triángulo entre quien experimenta la nueva pastilla con sus conejillos de indias, una de ellas y su mujer, la artista en permanente crisis vocacional. Que la historia acabe mal –con un estallido popular latinoamericano de nuevo tipo, como el de Chile en 2019, donde son los consumidores apetitosos y defraudados quienes se sublevan– hace de Ornamento, también, otra canónica novela latinoamericana, la “novela de la violencia” que un escritor del siglo XXI nos puede ofrecer.
Como es natural, tengo en alta estima los libros que me llevan a otros libros y Cárdenas me permitió releer a Ballard, cuyas ediciones argentinas del sello Minotauro conservo y que cuando leí en la adolescencia estaba yo lejos de imaginar o de colegir que eran algo más que ciencia ficción, aunque ya en los años setenta del siglo pasado prendía el ecologismo y se mantenía, amenazante, el miedo a la guerra nuclear.
El problema de la novela futurista (porque hablar a estas alturas de ciencia ficción me sabe a rancio), y Ballard lo entendía así, es que “es la primera víctima de ese mundo cambiante que anticipa y ayuda a crear” y lo imaginado –escribe él– en 1940 o 1950 es, en realidad, nuestro pasado. Nada más entrañablemente anticuado que un ovni, H. G. Wells es un antiguo tan venerable como G. K. Chesterton y en cambio, se dice, pocas ficciones futuristas anticiparon la computadora personal o el teléfono inteligente. Así, cuando yo leía La sequía (1964) o Crash (1973) en el año en que Cárdenas nació, estaba muy lejos de imaginar que estaba ante logradísimas metáforas de mi tiempo (la colisión automovilística como el ícono erótico del siglo XX) o la sequía como anticipo de un entonces imprevisible cambio climático, de la misma manera en que Zadie Smith, la prologuista de la edición conmemorativa de Crash, explica por qué Filippo Marinetti es obsoleto y Ballard no.3
Si Cárdenas entiende con Ballard que “la neurobiología es una rama de la ficción”, su semejanza con William Burroughs, el querido maestro del autor de La sequía, es más lejana, aunque coincida con él en que la modernidad entera es cabalmente una sociedad de adictos. Si admito que Ornamento es distópica, difícilmente la encuentro apocalíptica –la verdadera adicción de Burroughs, como la de Edgar Hoover, fue a las teorías de la conspiración– porque, como varias novelas de su tipo –las distópicas, precisamente–, la de Cárdenas parece ocurrir después del apocalipsis, ubicada en un presente perpetuo donde la historia ha sido despojada de toda teleología.
La heroína de Ornamento, sin duda, es número 4, la mujer que se presta al triángulo con el médico que experimenta con ella y su esposa, después de haber generado monólogos oraculares que son la medula ósea de la novela: “El resfriado de una disputa teológica que se saldó en varias decapitaciones de apóstatas, un ajuste de cuentas, según las autoridades, ese resfriado le recorre la voz al doctor, que recién salido del huevo clama a los cuatro vientos que el nombre de todas las Españas por la entronización gramatical de todas las cabezas sin rostro […] Pero la señora de la limpieza ya no tiene nada que limpiar, todo está limpio, limpísimo.”4
Si el matrimonio es una unidad –tanto los creadores de drogas sintéticas como los “artistas contemporáneos” son “diseñadores de estados de ánimo artificiales”–5 solo número 4, siguiendo a Ballard, escapa a la ficción e inventa realidad, arañando el mito al instalarse –tanto en el sentido preciso de la palabra como el que le ha dado el Arte Contemporáneo– en un edificio en ruinas, ella misma es el ornamento y el delito, nueva creatura del doctor Frankenstein, un no estilo espeluznante y una agresiva transgresión que hace de Juan Cárdenas el creador de un trampantojo. ~
- Cárdenas, op. cit., p. 50.
↩︎ - J. G. Ballard, Selected nonfiction, 1952-2007, edición de Mark Blacklock y prólogo de Tom McCarthy, Londres, The mit Press, 2023, pp. 12-13.
↩︎ - Ballard, Crash, introducción de Zadie Smith, Los Ángeles, Rare Bird Books, 2017, p. 14.
↩︎ - Cárdenas, op. cit., pp. 40-41.
↩︎ - Ibid., p. 51. ↩︎
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile