Édouard Louis: la fricción entre el pasado familiar y la libertad

En su novela "Quién mató a mi padre", el escritor francés ha buscado mostrar una imagen más compleja y detallada de la clase obrera de su país.
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La nieve continua cayendo sobre sus cuerpos. Padre e hijo respiran partículas de oxígeno que enfrían sus tráqueas y sus bronquios, las nubes de vapor salen de sus bocas y luego se disuelven en la noche. Sus pestañas se cubren de escarcha. De pie observan la nieve caer en silencio. A unos centímetros el uno del otro, pero no se toman de la mano, no se hablan. El tiempo pasa y el hijo dice una frase, luego otra, las palabras salen de su boca como pequeñas chispas con alas. En la distancia algo crepita, ramas secas de un árbol caído que arden. El hijo se llena los pulmones y habla, murmura, luego grita. Pide respuestas, pero el padre no responde. No puede. ¿Es el hijo quien le ha robado el aliento al padre, la posibilidad de expresar lo que el hijo ya ha dicho por él? Las llamas crecen y el horizonte se torna de un rojo brillante, los ciega. Es el bosque del pasado familiar.

Esta imagen es la que está presente a lo largo de la novela Quién mató a mi padre de Édouard Louis. El escritor francés se vale de un narrador en primera persona que se dirige a un padre descrito como un hombre sin estudios, criado en un hogar violento, con tendencias autodestructivas y sin control al momento de gastar –el presupuesto de un mes lo perdía en cuatro días–. Un hombre cuyo objetivo primordial es no ser visto como alguien afeminado. “Era la regla que regía el mundo en el que tú vivías: ser masculino, no comportarse como una niña, no ser un homosexual”, dice el narrador dirigiéndose a ese padre que es mudo, que no puede responder. Si bien se le atribuyen líneas de discurso directo, el lector tiene poco acceso a las motivaciones del padre. Su retrato es borroso, manipulado, siempre filtrado por la conciencia del narrador. Pero es una decisión deliberada, un recurso para mostrar lo que el narrador de nombre Édouard Louis parece haber experimentado a lo largo de su vida. “El padre ha sido privado de contar su propia vida y el hijo desearía obtener una respuesta que jamás obtendrá”, se anuncia al comienzo del libro.

Como hizo en Para acabar con Eddy Bellegueule (2014) y en Historia de la violencia (2016), Louis se ha interesado por mostrar la vida de algunas comunidades marginadas en Francia, las dificultades sociales y educativas a las que se enfrentan y la violencia que puede surgir como consecuencia. Criado en un barrio desfavorecido del poblado norteño de Hallencourt, Louis conoció de primera mano las capas de concreto que aplastaban los sueños de una vida diferente. La angustia constante por la falta de dinero, las carencias materiales y, encima de todo, el ser denigrado por su orientación sexual. Fue el primero de su familia en asistir a la universidad y, no solo eso, fue alumno de dos de las mejores instituciones educativas en Francia: la École Normale Supérieure y la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Ya con una posición establecida dentro de la élite intelectual francesa, el autor reconoce la contradicción que existe en conocer la fama a través de la escritura, un acto en sí de privilegio, y más aun relatando las vidas de individuos que difícilmente tendrán acceso a sus ideas. “Lo más probable es que no tengan el tiempo de leer. Es por eso que me he volcado al activismo”, dijo en una charla organizada en 2021 por Passa Porta House of Literature en Bruselas.

Al igual que Siri Hustvedt, Karl Ove Knausgård, Eduardo Halfon, Sigrid Nunez, Didier Eribon, entre otros, Louis utiliza su vida para construir una narrativa que al mezclarla con ingredientes de la imaginación –por gusto o por fallas de memoria– da como resultado la autoficción. Esa línea tan delgada, que requiere un pacto espinoso con el lector por su ambigüedad, a veces provoca reacciones de incomodidad. En Francia, mucha gente se mostraba renuente a creer que el mundo real estuviera en sus libros, asumían que el autor se lo había inventado todo. “El mundo se protege girando la vista. Es como cuando ves a un sin techo por la calle y miras a otro lugar”, dijo en entrevista a El País.

La imagen del progenitor en Quién mató a mi padre, así como de otros personajes de su entorno, es poco halagadora, por momentos chocante. A Louis se le ha criticado por estigmatizar a la clase obrera porque sus personajes suelen ser homofóbicos, xenofóbicos e incluso machistas rayando en lo misógino. Él ha rechazado la crítica y afirma que su intención era más bien mostrar una clase obrera con todos sus matices, sin idealizar ni demonizar. Apenas una imagen más compleja y detallada.

En su activismo y como pensador de izquierda, se ha pronunciado de forma rotunda, si bien controversial, con respecto a la libertad de expresión. “La libertad de expresión significa saber qué preguntas se pueden hacer y qué preguntas no se pueden hacer. Hay preguntas que no son preguntas sino insultos”, dijo a la prensa francesa, ante lo cual Anne-Sophie Chazaud le apodó de forma sarcástica el rebelócrata (rebellocrate) por una posición liberal que, según la ensayista conservadora, pretende otorgar beneficios solo a ciertos individuos y en ciertas condiciones.

Las críticas han llegado de más de un campo, incluso de quienes se podrían considerar como aliados, pero el autor se ha mantenido firme. “He conocido muchos hombres gay que son explícitamente homofóbicos. Preferiría que una mujer, por ejemplo, contara mi historia en lugar de ellos.”

Si bien es claro que el autor se siente cómodo con un narrador en primera persona –y que comparte su nombre–, es notable que haya decidido tomar varios riesgos en la construcción de Historia de la violencia. El narrador en primera persona reaparece, pero está entretejido con otra narración en tercera persona: la voz de la hermana del narrador. El cambio ocurre en ocasiones en el mismo párrafo, a veces de forma abrupta, y, si bien la tercera persona aparece en itálicas, al comienzo la lectura puede ser desconcertante. El efecto al finalizar el texto es, sin embargo, contundente. No solo se ofrece un punto de vista que contraste con la versión de los hechos del narrador, sino que a nivel de sonoridad Louis consigue una especie de melodía con variaciones y temas fugados. Otro riesgo que el autor decidió tomar fue el incluir un capítulo, a mitad de la novela, en el que describe la influencia que la obra de William Faulkner tuvo en él. El capítulo se lee como un ensayo personal con elementos paraliterarios al arco narrativo; una muestra quizá del deseo de experimentación que podría aparecer más y más en sus textos, así como de lo que se puede conseguir con la hibridación de géneros.

En Combats et métamorphoses d’une femme (2021),el narrador –otra vez llamado Édouard Louis– se vuelve hacia la figura de su madre y la reinventa tras una vida de pobreza y sometimiento. Se relata primero la vida de una mujer joven, antes de la maternidad, con aspiraciones y sueños que se quedan siempre a la distancia. Luego ella es destruida por su entorno, por el peso de sus decisiones –de carácter limitado por su marginación–, por los hombres que la rodean. Y más adelante consigue la liberación. Al hablar de su libro, Louis destaca el contraste que existe entre las formas de libertad que una mujer puede encontrar en función de la época y de su estrato social. “Para mi madre el maquillarse era un placer, un acto de libertad. En cambio para ciertas mujeres educadas, el maquillaje es un acto de opresión.”

Tanto en el recurso de la autoficción como en el tono se pueden encontrar paralelismos con Historia de Shuggie Bain (2020) del escritor escocés Douglas Stuart, ganador del premio Booker 2020. En entrevistas Stuart ha apuntado que el libro recolecta muchas de las historias que su madre le contaba cuando él tenía siete u ocho años. “Aprovecho esa fricción que existe entre la idea que tenía mi madre de que su historia era tan real y común que no merecía ser contada, y el hecho de que, si no utilizo la ficción, no tendría el valor para contarla”, dijo en la misma charla con Louis en Bruselas.

El escritor francés no se amedrenta, no teme a las críticas que van dirigidas tanto a su persona como a su escritura. Sigue asistiendo a debates, mantiene sus posturas combativas sin bajar la frente. Sus ideales lo sostienen. ~

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es periodista y narrador. Ha vivido en Bélgica, Estados Unidos y Noruega. Es autor de las colecciones de cuento Y sin querer te olvido (Felou, 2014) y Silencios al sur (Felou, 2017). Parte de su obra ha sido traducida al francés y al neerlandés.


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