Uno. Forma.
{{ La convenciรณn crรญtica de revisar una obra literaria en funciรณn de โtemasโ ilusoriamente autรณnomos es inoperante al leer a Eduardo Lizalde, pues, en la suya, los distintos hilos expresivos se atan en cada verso y guardan en red estricta su producciรณn completa. No son, pues, temas, los cuadros aquรญ trazados; son โcomo en el cuento de Mijaรญl Bulgรกkov cuyo tรญtulo, retocado, utilizoโ piezas de un retrato conjetural.}}
Quienes lo trataron, y aun quienes solo llegaron a verlo en televisiรณn, escucharlo en la radio o en una grabaciรณn, podrรญan suscribirlo: Eduardo Lizalde se parece a su obra o esta se asemeja a รฉl. La similitud se articula sobre un rasgo esencial: la celebraciรณn y el cuidado de las formas.
En el individuo, las formas cultivadas tenรญan una plural expresiรณn. Las de la cortesรญa, destiladas en el saludo sobrio y el trato de usted; las del vestir, cumplidas en el invariable saco, el paรฑuelo cordial, los lentes oscuros y el panamรก impecable. La forma de ocupar el espacio, con la soberbia serena de un roquedal. Y, claro, las formas vigiladas de su expresiรณn oral, selladas por un estilo inconfundible incluso al abordar un asunto cotidiano o minรบsculo.
En perfecta correlaciรณn, todo en su obra es forma, no en el sentido de molde o exterioridad sino de configuraciรณn deliberada y รบnica dada a un continuum que de otra manera circularรญa sin poder percibirse, al estar hecho de materias escurridizas y mรณviles: el sonido, el habla viva, las ideas, las percepciones sensibles, el idioma y sus desbordantes fronteras. Quizรก por su juvenil aficiรณn a las matemรกticas y a la poesรญa del Modernismo, pronto observรณ Lizalde la necesidad de tener el mรกs completo instrumental โtรฉcnico, mรฉtrico, prosรณdicoโ para gobernar esa materia en fuga. No habรญa, lo supo a los quince aรฑos, ni hay, otra manera de atreverse a la hazaรฑa de la escritura, cuyas brutales exigencias de concentraciรณn, astucia y carรกcter escenificรณ en Cada cosa es Babel (1966) y afrontรณ hasta el รบltimo de sus poemas.
Por fortuna o milagro, la importancia cardinal dada al cuidado formal no lo privรณ de usar una facultad gemela presente en grandes artistas, de Rossini a Picasso: la de abrir las esclusas de la intuiciรณn y la locura y dejarse devorar a ratos por ellas, la de quedarse a solas con su โsound and furyโ y aceptar que el poeta desconoce las leyes โpues no tiene mรกs lengua ni argumentos / que el idioma dorado de su gula / y su miseria majestuosaโ.
Por eso, cuando Marco Antonio Campos le preguntรณ cuรกnto de racionalidad y de su contraria habรญa en sus poemas, respondiรณ: โIgnoro el porcentaje pero creo que la locura y el factor irracional son siempre lo importante, asรญ sumen 5%.โ Y por eso escribiรณ: โLos poemas / de perfectรญsima factura, / los mรกs grandes, / son exclusivamente / un manotazo afortunado.โ
Dos. Oรญdo y voz. Contra la ancha cauda de autores que privilegian otros recursos, Lizalde escribรญa sus poemas oyรฉndolos, oyendo su voz al decirlos.
Presencia saliente de su persona, la voz (que vio en un verso como โuna descomunal columna vรญtreaโ) fue para รฉl prueba y garantรญa de la eficacia y perfecciรณn de un poema propio y ajeno, lo mismo que de un periodo gramatical puesto en un cuento, en un artรญculo, incluso en una tirada oral.
Bajo la guรญa primera del Dรญaz Mirรณn de Lascas, Lizalde hizo evolucionar su facultad auditiva desde la maniรกtica bรบsqueda del verso heterotรณnico hasta la comprensiรณn de que โno importa cรณmo se usen los acentos; lo que importa es que las lรญneas suenen como versosโ. Por esa vรญa de afinaciรณn gradual, hizo del oรญdo instrumento infalible de modelaciรณn de la materia verbal, de iluminaciรณn del mundo (โdesde mi oรญdo y su dudosa luzโ) y hasta de salvaciรณn del poema del desgaste temporal, si se pone al amparo de โel รกngel del oรญdoโ.
La conquista definitiva de ese modo de oรญr y enunciar (โun ritmo mรญoโ) ocurriรณ durante la escritura de El tigre en la casa (1970), sobre el que le dijo a Campos una cosa asombrosa: โYo querรญa contar algo que no se hubiera oรญdo antesโ (cursivas suyas), preciosa confesiรณn sobre el paso que en ese punto se opera hacia una poesรญa โque me pertenece de modo mรกs naturalโ. Traduzco su dicho: una poesรญa que โcuentaโ sin dejar de ser lรญrica, que acata la lecciรณn de Lรณpez Velarde (el amante como figura trรกgica y ridรญcula), y que pertenece al campo de la audiciรณn por partida doble: porque incorpora sin descomponer el cuadro sonoro las voces oรญdas en el habla diaria (โRecuerdo que el amor era una blanda furia / no expresable en palabras. / Y mismamente recuerdo / que el amor era una fiera lentรญsimaโ) y por su condiciรณn de larga suite verbal (62 poemas en seis secciones) orquestada con el solo metrรณnomo de su oรญdo.
Entre los libros que emprendiรณ, Lizalde dejรณ sin concluir El declamador con maestro, โque superarรญa en profundidad, rigor crรญtico, amplitud y actualidad al famosรญsimo Declamador sin maestroโ, aparte de instruir al lector (al escucha) en el arte olvidado de oรญr y de enunciar (hacer oรญr) un poema. Tan aleccionador como ese amor suyo a las modulaciones de la voz resulta su horror al ruido, descrito con neurosis ejemplar en โLadra un perroโ: โTodo es ruido. / La cantina, las copas, los malos cantadores, / la radio loca, los automรณviles del centro. / El ruido es un gran perro como el del vecino, / un Kipnis, un Talvela, / un gran bajo profundo de omitidos armรณnicos.โ Por eso su obra pide a gritos (a susurros, perdรณn, pero insistentes) una semana larga de Lizalde en voz alta y educada.
Tres. Tradiciรณn. El secreto compositivo estรก a la vista, pero, sin su genio, nadie puede servirse de รฉl: Lizalde se apropia de las tradiciones literarias de las que tiene noticia y las pone a convivir sin jerarquรญas ni fronteras en sus poemas, haciendo de ese procedimiento il suo passionato modo. La buscada convivencia no es sencilla ni ajena a fricciones: las piezas, las tonalidades, las formas, al chocar entre sรญ, sacan chispas, mellan sus filos, extravรญan su eficacia cultural. Crรญtico de toda idea recibida, no son, sin embargo, sus faros el mazo de Marinetti y la tea talibรกn; su norte es otro: โEl poeta es ladrรณn y espรญa […] Toda literatura es traducciรณn de otra. โEl arte es desfiguraciรณnโ, dijo Baudelaire. Una desfiguraciรณn que transfigura.โ Ergo, no basta con desmontar la tradiciรณn; resulta imperativo reordenarla a la propia manera.
Asรญ, en el verso ejemplar de Algaida โโlas bรญblicas manzanas gongorinas de hipรณcrita arrebolโโ, Lizalde convoca cuatro mundos y dos mil aรฑos de literatura: la fruta consabida del Gรฉnesis, la perfecta poma colgante en un pasaje de las Soledades y el rojo colorete de la musa de Agustรญn Lara se integran en el artificio garcilasiano creado mediante la agregaciรณn armรณnica de un endecasรญlabo y un heptasรญlabo, mas no como aisladas piezas de museo, sino atravesadas por el adjetivo denunciatorio de su falsedad.
Y si la tradiciรณn es la suma de las energรญas poรฉticas entonces se entiende que la bestialidad de una fiera tanto como su imagen plural procedan de ella (por eso, โUn tigre bien nutrido es un museo, / es la National Gallery del crimenโ); que un poema de 1983 y 1999, Tercera Tenochtitlan, sea la sombra exacta de otro, escrito en 1602, Grandeza mexicana, โpero en sentido contrario, negativoโ. O que Lizalde interpele en incontables poemas a sus maestros (Rubรฉn, don Josรฉ, Juan Ramรณn), vistos como sus pares, alguien dirรก que sin esperar respuesta, yo creo que porque la obtiene siempre: โDe lo inmenso mโillumino, poeta.โ
Contra el difundido lugar comรบn (โla poesรญa es un arma cargada de futuroโ), Juan Gelman propuso una rectificaciรณn radical: โSe equivocรณ (Gabriel Celaya), la poesรญa [de Lizalde] estรก cargada de pasado.โ De memoria, pues, rara vez tan ardiente y tan viva.
Cuatro. Cosas. Como ninguna en el orbe hispรกnico (con la excepciรณn, quizรก, de Neruda), la de Lizalde es una poesรญa llena de cosas. ยฟCosas? Sรญ: โesas mรญseras cosas sin materia: / los detritus, los trastos, pobres cosas / que solo son materia degradadaโ. Puede abrirse al azar cualquiera de sus libros y se hallarรกn ahรญ, vistas con nitidez, cosas que no es usual hallar en un poema: vรญsceras, coles, cueros, rocas, navajas, colmillos, bieldos, botellas, colchones, muebles, vitrolas, teodolitos, alfanjes, un ajedrez Staunton, tortugas, zapatos…
Segรบn una fantasรญa suya, al ser creado โel universo era ciego, se percibรญa por el tacto, se acariciaba, y acaso se oรญaโ, pero ninguna criatura veรญa. โNo habรญa luz, ni color, ni formas a distancia perceptibles.โ Luego, al desarrollarse el ojo en algรบn ancestro zoolรณgico, el humano alcanzรณ estatura de titรกn, pues โaprendiรณ a saber lo que veรญa y a verse con el ojoโ. Fue entonces que, urgido por registrar la cascada fenomรฉnica circundante, con delectaciรณn y asombro se puso a nombrar las cosas. Ya se sabe, la fรกbula del Adรกn sin fatiga bautizando lo que sus ojos ven, a la que Lizalde paga tributo al describir al poeta como cazador de esencias dotado de รณptimas pupilas: โLince entre linces: cรณrneas de platino, / ojos de oro o celdillas de colmenaโ; astuto ser que encierra en su red verbal a โlas cosas que corren y buscan sus redilesโ tanto como a โlas cosas esfรฉricas e inmรณviles, / o mondas y lirondasโ. Amigo que las mima, las acumula y llega a envidiarlas: โYo cambiarรญa mi puesto por el suyo, / objetos, cosas inmortales.โ
Todo eso es cierto, pero el gran giro dado por Lizalde al adanismo poรฉtico se esconde en cuatro versos de Cada cosa es Babel. Sรญ, el poeta ha de amaestrar mediante el nombre a la bestia del ser, mas es otra su tarea bรกsica: โHa de saber, mejor que pardos nombres / โnocturnos al oรญdo en los tejadosโ, / los multitudinarios apellidos de las cosas: / azul, rota, gonzรกlez.โ Los apellidos, es decir, los adjetivos, cuya capacidad de atribuciรณn, caudalosa y exacta, confieren a Lizalde un sitio รบnico en la entera poesรญa castellana.
Cinco. Humor. Aunque serรญa un despropรณsito tildarlo de humorista, Lizalde es el poeta โserioโ que con mรกs frecuencia y acierto nos hace reรญr, sonreรญr, o de plano torcernos en saludable carcajada. Los procedimientos usados admiten una clasificaciรณn con muchas casillas, pero los primordiales son tres (describirlos no incluye explicar los chistes).
El dรฉtournement cultural de tรณpicos poรฉticos consagrados (la rosa, el amor), de modos enunciativos clรกsicos (el discurso cรญvico y funerario, el estilo profรฉtico) y del refranero, cuyo funcionamiento es verbal, como en el pastiche de Gรณngora: โTienes รกrbol doble altura / que un cรญclope, pues careces / de una pupila dos veces.โ El humor extratextual, que supone conocer el modo en que funcionan (mal) las entidades y hรกbitos humanos destinatarios de su burla: el poder y los partidos polรญticos, el amor romรกntico, las capillas literarias, como en โOjo, sectariosโ (tan actual): โSordos, odiad este libro. / Eso incrementarรก mis regalรญas.โ Y al fin, la reducciรณn al absurdo, lograda mediante la postulaciรณn de argumentos de aparente lรณgica impecable: โAman los puercos. / No puede haber mรกs excelente prueba / de que el amor / no es cosa tan extraordinaria.โ
Tambiรฉn aquรญ funciona la bรบsqueda aleatoria: se abre un libro al azar y surge el humor, incluso si nos topamos con la โcanciรณn de inocenciaโ titulada Kindergarten: โEso: jardines, / donde cultivan, podan, / siembran niรฑos.โ ยฟPor quรฉ tan insistente presencia? En su cรฉlebre juicio de 1986, Octavio Paz mostrรณ el hilo sin jalarlo: โMirada-cuchillo de cirujano, mirada de moralista, mirada de enamorado.โ Y sรญ, en Lizalde habitรณ siempre un crรญtico de las costumbres pero atรญpico, pues no hay modo de acercarlo a la estirpe neurastรฉnica de Flaubert, la religiosa de Lรฉon Bloy, la regaรฑona de Karl Kraus, la autoflagelante de Cioran, la acadรฉmica de Barthes o cualquier otra, por la razรณn de que รฉl no se llena de soberbia dando lecciones ni se libra de los propios dardos (es Charlie Brown en la loma, el tigrillo que toma leche caliente). En una palabra, no se salva. Antes bien, se burla, con saรฑa especial del teatro de la virilidad que, jugando, hace protagonizar a su personaje, ineludible invitaciรณn abismal a entrar en su obra, sombrรญo y risueรฑo sottisier.
Seis. Mรบsica. Aunque no es la รบnica vรญctima, Lizalde sufre la asidua tragedia de ver sus aficiones extraliterarias tratadas como rasgos de dandi decimonรณnico, siendo que en รฉl constituyen atributos de su arte poรฉtica y de su art dโexister.
Asรญ, del ajedrez โsobre el que hizo un libro hoy olvidado, De Buda a Fischer y Spassky. Dos mil aรฑos de ajedrez (1972) y dejรณ sin acabar un Delirio histรณrico antropolรณgico ajedrecรญsticoโ procede su consideraciรณn de la vida y la escritura como escenario de infinitas aperturas, ceรฑidas al fin por el tiempo y la muerte (โLo juega a uno el juego, / con esa red de negros que son sรญ, / de blancos que son noโ); su idea del poema como lucha y como tantรกlico escenario de aspiraciones inalcanzables, y hasta su visiรณn de la pรกgina como tablero erizado de encrucijadas y errores sin vuelta atrรกs, aunque tambiรฉn de cumplimientos dichosos y trayectorias dirigidas a la improbable perfecciรณn.
Del cine se alimentan la idea del montaje que ordena su trato con la tradiciรณn, su comprensiรณn sobre el poder subversivo de la imagen, nรบcleo del casi desconocido Luis Buรฑuel, odisea del demoledor (1962) y, sorpresa de exquisitos, tambiรฉn la potencia visual del famoso tigre, segรบn รฉl mismo contรณ: โPara dibujarlo no busquรฉ el remedo de los monstruos clรกsicos. Mis modelos se hallaban en las pelรญculas de terror: Frankenstein, Drรกcula [y] King Kong.โ
De su amor a las enciclopedias y los diccionarios (llegรณ a tener unos doscientos), la profusiรณn de versos construidos como definiciones, y los tรฉrminos recรณnditos que colorean su escritura. Otro tanto podrรญa decirse de sus proclividades femeninas, tigrescas y gastronรณmicas, siendo la musical la mรกs sujeta a malentendidos. Lizalde tuvo, sรญ, una cabeza musical avanzada, pero errarรญamos al atribuir a ese rasgo la intenciรณn aviesa de poblar sus poemas con trinos dulces y gorjeos repetitivos. No, el uso de su descomunal cultura, sobre todo la operรญstica, transita hacia una direcciรณn nada estudiada y central de la obra eduardiana: la inclinaciรณn a concebir y componer sus poemas teatralmente, lo que, ademรกs de postular la igualaciรณn ficcional entre la pรกgina poรฉtica y el escenario, lo lleva a injerirse como personaje y a dotarse de las cualidades distintivas de un protagonista operรญstico (dicciรณn limpia, capacidad para contar cantando, actuaciรณn desbordada), mas no con la intenciรณn de revelar su biografรญa por medio del ocultamiento, sino de ser otro y otros, salirse de sรญ. Como es patente en Algaida (2004), poema operรญstico en su estructura y su enunciaciรณn, Lizalde exhibe a cada paso la procedencia dramรกtica de muchos poemas suyos: eleva la nota vocal y doliente hasta hacerla estentรณrea (โYo me degrado, buitres, / pido piedad, me bajo del caballoโ), se sirve de efectismos retรณricos (โAlto morir sin honra y hacia dรณnde, / desde dรณnde, por quรฉโ) y, al fin, de la autocaricatura, en cuyo brumoso espejo nos vemos: โy otra carga de semen amoroso / se avinagra, con sangre y con dolor, / al fondo de mi cuerpoโ.
Coda. En un pasaje que Lizalde tradujo, Lautrรฉamont registrรณ la experiencia que le acontecรญa al leer a Shakespeare (โCada vez me ha parecido que destazo el cerebro de un jaguarโ). Con parecida actitud de quien no se propone explicar misterios sino registrar escalofrรญos, los lectores y los crรญticos de Lizalde (nuevos y viejos, incluso los nonatos) harรญamos bien en atender el consejo cifrado en uno de sus haikais: โDestaza al tigre / el cazador y encuentra / dentro una antorcha.โ Leer en serio a Lizalde significa llegar a sus entraรฑas y descubrir que la antorcha sigue encendida: ilumina, deslumbra, ciega, quema. ~
es escritor. En 2001 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Literario Joseฬ Revueltas con su libro La poesiฬa de Eduardo Lizalde. En 2014 editoฬ y anotoฬ El otro Efraiฬn. Antologiฬa prosiฬstica de Efraiฬn Huerta, y en 2017, la Poesiฬa reunida de Margarita Villasenฬor.