El emperador de todos los males

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Rafael Pérez Gay

Perseguir la noche

Ciudad de México, Seix Barral, 2018, 194 pp.

Tercera novela de una trilogía formada por Nos acompañan los muertos (2009), El cerebro de mi hermano (2013) y Perseguir la noche (2018). Escribo novela y no “informe”, que es como el autor nombra a su texto, porque conecta en un mismo plano relato, testimonio, informe médico, anécdota histórica, crónica política e investigación periodística, y a ese batiburrillo solo puedo llamarlo novela, por su capacidad de acoger esos diferentes registros sin perder el sentido. Un ciclo de novelas sobre el dolor, la enfermedad, la familia, la historia y la muerte.

En la primera de ellas asistimos a la vejez y muerte de los padres del protagonista. En la segunda a la extraña enfermedad mortal de su hermano mayor. Y en esta, la última, a su propia desventura con el cáncer, “el emperador de todos los males”. La más lograda de la trilogía es la dedicada a su hermano, por la intensidad de sus evocaciones, y la más reciente la más floja. En las anteriores, la mezcla de elementos (la enfermedad y la historia, la política y los hospitales, el dolor y la anécdota literaria) funciona con eficacia. En Perseguir la noche los distintos elementos no ensamblan bien. El paso continuo de la crónica de la bohemia mexicana del siglo XIX a la descripción del cáncer en la vejiga no es muy afortunado. Dos asuntos heterogéneos mal avenidos.

No digo que las anécdotas literarias que Pérez Gay rescata (anécdotas de cafés y burdeles, que animaban Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Ignacio Manuel Altamirano, Bernardo Couto, José Juan Tablada, Julio Ruelas, entre otros) carezcan de interés. No son solo fichas sueltas de sus visitas a los archivos. Cuentan incluso una novela. Una novela dentro de la novela donde los personajes son los poetas y pintores reunidos en torno a la Revista Moderna y que dan cuenta de un atroz feminicidio. Ciertamente la anécdota (los poetas modernistas que asesinan a una prostituta por asfixia en una especie de ritual sexual) es terrible y tal vez los lectores perdimos la oportunidad de leerla en extenso. En vez de eso, Pérez Gay la sacrificó para darle mayor peso a la historia central de Perseguir la noche, que es la crónica de su padecimiento.

¿Cómo se reunieron esas dos historias: la de la enfermedad presente y la del crimen finisecular? Luego de dos libros seguidos sobre las enfermedades y su parafernalia hospitalaria, sobre el dolor y la muerte, las imágenes para hacer literatura de estos males se fueron agotando, repitiendo. Eso por un lado. Por el otro, en sus anteriores libros la enfermedad y el dolor no eran los suyos sino los de sus padres y su hermano. Esa (leve) distancia le daba cierta objetividad para describir estados al límite. En este caso, el sufrimiento es íntimo, personal. Y para este tipo de dolor no hay lenguaje que sirva. “Un descubrimiento –escribe Pérez Gay–: el dolor es enemigo de la fuerza descriptiva, el dolor expulsa el lenguaje.”

Al momento de escribir su propia historia del dolor, Pérez Gay se queda sin forma de describirlo. Buscó entonces, para distraer la ansiedad propia de la enfermedad, un lugar en el pasado para olvidar el presente en desgracia. Ese sitio lo encontró en el periodo en el que se forjó la identidad nacional, en la segunda mitad del siglo XIX. Recuperó cajas y archivos en su búsqueda de “un sueño perdido: la novela de los modernistas”. Y en esos cajones encontró una historia, la del asesinato de la prostituta a manos de los poetas modernistas en una noche de alcohol y drogas. Ese relato, esencial para el narrador (“una parte de mí cree que el encuentro con estos artistas me salvó la vida”), es el que Pérez Gay no logra sintonizar con el resto del informe, que tiene que ver con la entrada al “laberinto blanco de los hospitales”, al “laberinto de la enfermedad”.

Es un mundo que el autor conoce a la perfección: más de treinta veces, nos informa, ha pasado por el quirófano. “De lo último que me gustaría saber es de hospitales y de quirófanos, pero les aseguro que sé de eso.” Noches de insomnio y ansiedad, mañanas desoladas. Con la enfermedad se pierde el control de la propia vida. Una tarde se ve al espejo y encuentra “un hombre desalentado; perdido: no supe qué decirle, lo miré de frente y vi en sus ojos el abismo”. Un abismo que es el de todos: “les recuerdo que todos nos asomamos a un abismo, siempre”.

Literatura del cuerpo. Crónica del abatimiento. Sin miedo a exhibir su patetismo: “me pregunto sin mucho dramatismo si no somos exactamente eso: una muestra en un bote de plástico a la espera de un resultado”.

Testimonio del dolor. Pérez Gay no logra transmitir con fuerza su enfrentamiento con la enfermedad y el miedo animal a la muerte. No puede revivir mediante la escritura la ansiedad de las noches sin sueño a la espera de que el aguijón del dolor no llegue. Está ausente la sensación de sudor frío al pensar en solitario en un fin absoluto.

Con Perseguir la noche Pérez Gay cierra un ciclo sobre la enfermedad. En las tres novelas enfrentó a la muerte con la memoria. Mientras alguien recuerde lo recordado no muere del todo, podría ser la divisa. Escribir para no olvidar. Escribir para perdurar. Escribir contra la muerte. ~

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