El lado equivocado: cien años de Pasolini

Pier Paolo Pasolini ha sido una de las figuras intelectuales y artísticas más relevantes e incómodas de la segunda mitad del siglo XX. Poeta, narrador, columnista, cineasta, personaje público y moralista, encarnó –hasta su trágica muerte– la conciencia crítica de Italia.
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“En Italia cualquiera siente el ansia degradante de ser igual a los demás en el consumir […] nunca la diversidad ha sido una culpa tan espantosa como en este período de tolerancia.” El 11 de julio de 1974, un año y tres meses antes de su muerte, Pier Paolo Pasolini quiso fotografiar así la mutación antropológica de los italianos, la uniformidad despótica de los modelos sociales, la sustitución de la antigua alegría de los muchachos del pueblo por la frustración y la tristeza neurótica de los nuevos consumidores. Esa mutación estaba bajo los ojos de todos, pero nadie logró describirla.

Pier Paolo Pasolini (1922-1975) fue en Italia la figura de intelectual y artista más incómoda, discutida y escandalosa de la segunda mitad del siglo XX. Experimentó todos los géneros y subgéneros y todos los lenguajes: poeta, novelista, ensayista, crítico, director de cine, dramaturgo (por no mencionar los dibujos y las canciones). Personalmente creo que sus cosas mejores son los Escritos corsarios y las Cartas luteranas (artículos de periódico en forma de pequeños poemas en prosa), luego el libro de reseñas literarias (Descripciones de descripciones, donde resucita a la vida cualquier libro del que se ocupe), luego una desgarradora novela póstuma (Amado mío), luego las poesías de Las cenizas de Gramsci, además de las primeras tres o cuatro películas, desde Accattone hasta La ricotta. En cuanto columnista, personaje público, incansable comentarista de la actualidad, moralista resentido, predicador laico (con acentos profético-apocalípticos) y protagonista de la escena cultural encarnó más que cualquier otro el papel de conciencia crítica del país en la última década de su vida, hasta su trágica muerte.

Desde entonces muchos tienden, más o menos legítimamente, a apropiarse de él. Desde luego su obra, multiforme y de valor desigual, rehúye cualquier fórmula demasiado simplificadora, también porque confunde continuamente a sus usuarios. En la vida de Pasolini todo es sustituido por algo más: era comunista pero amaba a la New Left norteamericana, libertaria y no violenta; conducía una existencia transgresora y escandalosa en lugar de la existencia sana y normal a la cual secretamente aspiraba; y además, era un maestro por vocación, sí, pero receloso de la pedagogía; era un antimoderno y singular místico de la democracia, partidario del “progreso” en contra del “desarrollo”, dotado de una sensibilidad gnóstica (el mundo como “mal” frente a la felicidad del útero materno), y, sin embargo, “ferozmente” enamorado de la vida. Pasolini no escribía –propiamente– poesías sino ensayos sobre la poesía, no escribía novelas sino ensayos sobre la novela, no rodaba películas sino ensayos sobre el cine, no escribía dramas teatrales sino ensayos sobre el teatro; y lo digo porque el ensayo es un género muy abierto, y por lo tanto responde a su fuertísima exigencia de aferrar la realidad en su entereza. Todo en la obra pasoliniana es “ensayo”, ante todo en la acepción etimológica de “assaggio” (muestra): esbozo, sinopsis, cuaderno de apuntes, prueba, intento, proyecto inacabado… Imagínense a Montaigne, el inventor del ensayismo moderno, encontrándose en uno de sus amables paseos con Dioniso, el dios griego más intratable y salvaje, y el sugestivo cortocircuito producido por este curioso encuentro. El hecho de que no quisiera ser ensayista, sino poeta, le dio a su ensayismo una lengua extraordinaria, muy raciocinante y a la vez emotiva, argumentativa y rica en metáforas. Este querer ser poeta que se injerta en una vocación ensayística está en la base de su comunicatividad.

Nunca lo conocí, pero a comienzos de los años setenta solía montar en mi Vespa e ir a escucharlo dondequiera que hablara (cines de las afueras, secciones del Partido Comunista Italiano, facultades universitarias). Él se presentaba con su aire ansioso, febril –un poco profeta y un poco maestro de primaria–, con su seriedad dramática e inviolable de adolescente (¡falto de ironía!), con su físico atlético, el pelo negrísimo teñido, la chamarra de piel y las botas. Para mí era una figura magnética, que ponía en tela de juicio todas mis certezas ideológicas. Y sin embargo era también muy diferente de mí, porque encarnaba un modelo trágico-heroico alejado de mi existencia, así como de la existencia “normal” de la mayoría, llena de ordinarias componendas. Pasolini, en cambio, rechazaba cualquier componenda, no tenía ni una familia ni una verdadera vida cotidiana, y no por casualidad le gustaba tanto el extremismo de los Evangelios, el de Jesús, quien condenó a la higuera porque no daba frutos, aunque –lo recuerdo– fuera marzo (¡no obstante Jesús la condenó igualmente por no haber ido más allá de sí misma!). Pasolini no es un modelo, a pesar de haber iluminado con una claridad ejemplar contradicciones y problemas que todavía nos atañen a todos. Sus ideas no eran originales, mas siempre formuladas con una tempestividad y una energía retórica extraordinarias. Impresiona ante todo la transparencia existencial de su pensamiento: de cada una de sus frases, de cada concepto que formuló, se puede deducir el estado de ánimo que los generó; hay una conexión muy fuerte entre la biografía y el pensamiento, entre lo vivido emotivamente y la reflexión, algo muy raro en la cultura italiana.

En ocasión del aniversario de su muerte, un director teatral off-off posteó un diálogo fingido entre Pasolini y Netflix, en el que Pasolini dice que no puede concederle los derechos de sus películas pues en la cultura de Netflix no existe el sentimiento de lo trágico. Bueno, puedo incluso estar de acuerdo con los contenidos, ¡pero nunca habría que citar a Pasolini para darse la razón!

No era, por ejemplo, como Roberto Saviano, figura desde luego admirable –por obstinación y valor (él también, como Pasolini, “pone” su cuerpo)–, mas propensa a tranquilizar a su público, a confirmarle que está siempre del lado correcto. Deberíamos en cambio evocar a Pasolini para estar del lado equivocado, para ser incomodados por lo que decía. A manera de ejemplo: ¿me declaro un sincero pacifista? Está bien, pero debería saber que mi nivel de consumos, fundado en los desequilibrios planetarios y en el saqueo de los recursos, “requiere” la guerra, la necesita. Así lo hubiera comentado el Pasolini corsario. ~

Traducción del italiano de Fabrizio Cossalter.

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(Roma, 1952) es uno de los principales críticos literarios italianos.


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