El matrimonio entre la naturaleza y el bienestar

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Hace sesenta años, como resultado de las políticas promovidas durante la Guerra Fría, John F. Kennedy impulsó un programa que buscaba dotar de tierras a campesinos para evitar la propagación de las guerrillas en los países en desarrollo. En Brasil este programa fue promovido con un lema de profundo espíritu reivindicador de la lucha campesina –“personas sin tierra para tierras sin personas”–, pero fue uno de los principales motores del desmantelamiento de las selvas tropicales. En México esta política provocó que la Selva Lacandona perdiera casi un 70% de la cobertura de vegetación natural y que la población haya aumentado a tasas mucho más elevadas que en el resto del país.

((Jan de Vos, Una tierra para sembrar sueños. Historia reciente de la Selva Lacandona, 1950-2000, México, CIESAS/FCE, 2001.
))

 ¿Qué se perdió y qué se ganó con la transformación de ecosistemas naturales en campos de producción agrícola o en plantaciones de árboles frutales? ¿Quién perdió y quién ganó?

Las selvas tropicales son unos de los ecosistemas más frágiles. De ellos dependen muchas de las funciones ecológicas del planeta: ayudan a captar agua, regulan el clima, retienen el suelo para evitar el azolve de ecosistemas costeros y humedales, previenen las inundaciones, además de que son el refugio de conocimiento ancestral sobre cómo relacionarnos con la tierra.

Al convertir estos territorios en zonas agrícolas se logra que sus habitantes obtengan un ingreso económico y se incremente el Producto Interno Bruto (PIB). Sin embargo, una serie de beneficios naturales, que aún no están considerados en las cuentas nacionales –el agua, el reciclaje de nutrientes o el control de la erosión–, se pierden. Estos beneficios que hemos recibido de la naturaleza en forma gratuita no los hemos valorado lo suficiente, como si la Tierra tuviera una capacidad infinita de ellos.

Para ilustrar la importancia de estas contribuciones, en 1997 un grupo de economistas ecológicos, liderados por Robert Costanza, mostró que la naturaleza le proporcionaba a la sociedad beneficios que tenían un valor de casi el doble del tamaño de la economía global: mientras que el PIB de esos años se estimaba en 18 trillones de dólares, el valor de los bienes y servicios que la naturaleza le proveía a la sociedad era de 33 trillones. El ejercicio se volvió a hacer quince años después y, a pesar de que se sumaron muchos valores que habían sido subestimados en el ejercicio anterior, como la inmensa protección que nos proveen los arrecifes de coral y manglares a la infraestructura costera y que solo se pudo dimensionar después de enormes desastres naturales, como el tsunami de 2004 en el océano Índico o el huracán Katrina de 2005 en la costa de Florida, el valor de los servicios ambientales reveló ser 60% mayor que el PIB global.

(( Rudolf de Groot et al., Global estimates of the value of ecosystems and their services in monetary units, en Ecosystem Services, vol. 1, núm. 1, julio de 2012, pp. 50-61.
))

 A medida que convertimos ecosistemas naturales en zonas de producción la balanza del PIB crece, mientras la producción de servicios ecosistémicos se merma.

Recientemente, por ejemplo, mi equipo y yo calculamos que no solo el valor de los servicios ambientales de la planicie de inundación del río Usumacinta se acerca a la mitad de todo el PIB de Campeche,

((Vera Camacho-Valdez et al., Spatial analysis, local people’s perception and economic valuation of wetland ecosystem services in the Usumacinta floodplain, Southern Mexico, en PeerJ, núm. 8, enero de 2020, p. 26.
 
))

 sino que el flujo de servicios que otorga el río y los ecosistemas asociados a su inundación son el eje de la subsistencia de las comunidades ribereñas. Estas dependen de un río sano para continuar con su actividad pesquera, muchas veces su única fuente de proteínas e ingresos, y a la vez del flujo de nutrientes que las inundaciones cíclicas traen a sus suelos y con el que mantienen la agricultura de traspatio. La principal amenaza para estas economías de subsistencia es la contaminación producida por los monocultivos, como el plátano, la caña de azúcar y la palma de aceite, la extracción de petróleo, así como la deforestación de las selvas. Sin una visión ecológica profunda, los programas destinados a aliviar la pobreza pueden convertirse en la fuerza que empuje su exacerbación.

Una estrategia que se ha aplicado desde hace más de dos décadas para resolver esta paradoja es el pago por servicios ambientales. Gracias a esto, desde 2003 muchos habitantes de las comunidades rurales se han convertido en custodios y restauradores de los servicios que ofrece la naturaleza. Sin embargo, este sexenio, ese programa se ha debilitado y en su lugar se ha impulsado Sembrando Vida, el cual ignora la importancia de promover áreas de restauración y de conservación por sí solas, pues su objetivo es sembrar árboles maderables y frutales cuyos productos puedan comercializarse en el futuro. El programa de pago por servicios ambientales ha sufrido un catastrófico recorte, ahora se invierte menos del 10% de lo que se solía invertir en sus mejores tiempos, una pálida fracción de lo que se destina a Sembrando Vida. Esta visión productivista, como la que habitó las políticas en tiempos de la Guerra Fría, exhibe un nulo conocimiento de la contribución de la naturaleza al bienestar humano.

Ejemplos de cómo los pagos por servicios ambientales han logrado consolidarse y desarrollar una economía basada en conservar la naturaleza están surgiendo por todo el mundo. Algunas empresas de agua embotellada pagan a los agricultores por aplicar prácticas que preserven la calidad de los manantiales de los que extraen el agua, algunos gobiernos cobran en los recibos de agua los costos de conservación de los bosques para recargar los mantos acuíferos, y hay un creciente mercado global que paga por compensar las emisiones de gases de efecto invernadero.

((Sven Wunder, Stefanie Engel y Stefano Pagiola, Taking stock: A comparative analysis of payments for environmental services programs in developed and developing countries, en Ecological Economics, vol. 65, núm. 4, 1 de mayo de 2008, pp. 834-852.
))

De manera creciente la sociedad global está cayendo en la cuenta de que conservar la naturaleza es una tarea impostergable y que un ambiente sano contribuye a nuestro bienestar en todos los ámbitos, incluida la prevención de pandemias como la que desde inicios de este año nos azota. Un estudio reciente demostró que los costos globales de proteger una porción significativa de las selvas tropicales permiten reducir el riesgo de transmisión de virus letales de poblaciones de mamíferos silvestres a los humanos, como fue el caso del SARcov-2, y son mínimos en comparación con los costos de una pandemia. Mientras que los primeros estarían entre los 18 y los 31 billones de dólares anuales, los segundos exceden los 5 trillones.

(( Andrew P. Dobson et al., Ecology and economics for pandemic prevention, en Science, vol. 369, núm. 6502, 24 de julio de 2020, pp. 379-381.
))

Se mire por donde se mire, sin proteger la integridad biológica de la Tierra difícilmente lograremos un bienestar social duradero e incluyente. ~

 

+ posts

es bióloga marina con un doctorado en economía ambiental, profesora investigadora en el Colegio de la
Frontera Sur (Ecosur) e investigadora invitada del Centro de Ciencias de la Complejidad (C3-UNAM)


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: