En busca de las primeras empresarias del mundo hispánico

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En Cruzando la raya estrecha de la aguja y la almohadilla. Mujeres emprendedoras del siglo XVI y XVII, la historiadora, profesora y miembro de la Real Academia de Historia Carmen Sanz Ayán ofrece los resultados de su investigación sobre mujeres empresarias en los siglos XVI y XVII. Una de las hipótesis que sostiene, y que termina por corroborar a fuerza de ejemplos, es que las mujeres empresarias en esos siglos no constituían una excepcionalidad del norte de Europa. Sanz explica de manera clara los contextos y circunstancias que favorecían la agencia de algunas mujeres al frente de negocios y que tienen que ver, desde luego, con el acceso a una formación mínima: leer y escribir, sumar y restar. Sanz une su estudio ya desde el título a la actividad de la costura, que permitía la lectura en voz alta, por ejemplo. La educación que se daba en conventos, por mínima que fuera, era un comienzo también. Está el caso de las mujeres que aprendían el negocio dentro del ámbito familiar de sus padres o sus maridos, y otras circunstancias particulares que empujaban a las mujeres a ponerse al frente de negocios. El libro, que consta de ocho capítulos, no solo da ejemplos documentados en los que se detiene, sino que explica precisamente los hábitos de esas sociedades.

Dedica el primer capítulo a las posibilidades de educación que se les ofrecían a las mujeres en la época (“¿Instruirse? Cómo, dónde y para qué”). Explica luego el contexto jurídico y “El estatus jurídico de la mujer emprendedora”, y expurga con atención el volumen Labirinto de comercio terrestre y naval donde se tratan, en forma breve y concisa, los tipos de mercancías y los métodos de contratación de tierra y mar, de 1619, obra de un escribano de Indias de origen asturiano, en la que “afirmaba abiertamente que la mujer podía ser mercadera”, a pesar de la “infantilización legal”, según el sintagma de Silvia Federici, a que estaba sometida la mujer en la época.

Carmen Sanz Ayán dedica el tercer y el cuarto capítulos a ocuparse de mujeres emprendedoras en negocios de finanzas y pertenecientes al ámbito hispánico. El énfasis en lo de hispánico no es casual: “La excepcionalidad del norte protestante europeo en lo relativo a la actividad empresarial desempeñada por mujeres se diluye cada vez más ante las evidencias que ofrece la investigación.” Sanz Ayán atiende también a la instrucción doméstica: también en el ámbito familiar se podía dar el primer contacto con el negocio, a través del marido o del padre o el hermano. Situaciones de viudedad u orfandad empujaban a las mujeres a tomar las riendas de esos negocios para ganarse la vida sin tener que recurrir al matrimonio –en el caso de las viudas, a otro–. Lo que parece evidente es que eran tan necesarios la curiosidad y el arrojo como la intuición y la pericia. El trabajo se completa con las empresarias teatrales –sobre las actrices pesaba además el sanbenito de la inmoralidad– y el estudio en detalle de María Bezón, y, por último, las mujeres en la industria del libro, con los casos de las libreras María del Ribero y María de Armenteros.

Entre las novedades de este estudio está la de no ceñirse a un solo campo, el del teatro, por ejemplo, sino el de atender a más de una actividad concreta. No es la única característica que aleja este trabajo de Carmen Sanz Ayán de la rigidez habitual de los estudios académicos: evita también recargar el texto de notas y referencias, sin renunciar a las citas cuando son necesarias y vienen a enriquecer el texto, sin que por ello pierda rigor. Por cierto, que entre las fuentes a las que recurre Sanz Ayán para documentarse e investigar no solo hay manuales y registros de la época, como el citado; echa mano de cuadros y otras representaciones iconográficas y también aparecen estudios clásicos, como el de Joan-Kelly Gadol. Sobre su libro Did women have a Renaissance?, de 1977, escribe Sanz Ayán: “insiste en que, durante la transición de la época medieval a la moderna, las mujeres perdieron presencia en los ámbitos profesionales públicos y fueron relegadas a los mundos privados, obligadas a abandonar cualquier tipo de actividad fuera del hogar. Veremos a lo largo de varios ejemplos hasta qué punto esta afirmación puede y debe ser matizada”.

Sanz Ayán comienza, como se ha dicho, con el asunto de la instrucción y cita algunos ejemplos: Teresa de Cartagena, primera escritora en prosa castellana, y Olimpia Fulvia Morata, que casi cien años depués de Teresa de Cartagena escribió cuando tenía unos quince años: “Oh, mujer, he abandonado los símbolos de mi sexo: / Hilado, lanzadera, cesta, hilo.” Se añaden otros nombres a estas primeras mujeres instruidas y letradas de la época: Teresa de Ahumada, Beatriz Galindo e Isabel de Portugal, que impulsó instituciones formativas para niñas indígenas en América. No es un capricho de la historiadora insistir en la importancia de la alfabetización, también la matemática, como primer escalón para emprender o dirigir un negocio. No es casual tampoco que cierre con las mujeres libreras: la lectura y la escritura, anverso y reverso de una misma herramienta para el conocimiento y la libertad, vertebran este trabajo que no solo confirma su hipótesis sino que abre nuevas vías a transitar por futuros investigadores. ~


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