“Voy a adelantarles algo que hasta ahora no he mencionado en ningún otro auditorio”, anunció el escritor argentino Martín Caparrós, durante la presentación de su monumental libro periodístico El hambre en la Feria del Libro de Shanghái. Era un miércoles a las dos de la tarde y no había suficientes sillas para el público amontonado: unas ciento cincuenta personas, en su mayoría estudiantes, profesores, pensionados y periodistas.
Todos ellos escuchaban atentos a este extranjero con inconfundible imagen de boxeador decimonónico y manga larga negra recogida en los antebrazos; flanqueado en el escenario por dos chinos en sus treinta y en camisa de botones. Uno, profesor de estudios extranjeros de la Universidad de Nankín, hacía de entrevistador; otro, el traductor de El hambre al chino, traducía ahora en vivo y en directo a Caparrós.
“Estoy escribiendo una novela de ciencia ficción que se desarrolla en un futuro no muy lejano. En ella, el mundo será dominado por China”, dijo. El traductor recicló las palabras y el auditorio rio satisfecho.
Caparrós se acercó de nuevo el micrófono: “Pero no va a ser un mundo muy agradable.” El intérprete no tradujo. Miró al escritor esperando a que hablara de nuevo, a que dijera otra cosa. Caparrós le instó con la cabeza: adelante, traduce. El otro obedeció y el público respondió con muy pocas risas.
Un par de horas más tarde, mientras hablábamos en el lobby de su hotel, Caparrós sonrió al recordar el comentario. “Tuve la tentación de ser un poco demagogo y después me dije: No, ¿para qué?, si yo no soy así. Yo sabía que podía no decirlo y no pasaba nada, pero…” Hizo en el aire el gesto de una estocada traviesa y soltó un par de carcajadas. El apunte pudo haber caído mal, pues en China –como en casi cualquier parte– se valora más la lisonja que la ironía mordaz. Aun así, tal vez operó más tarde la memoria selectiva. Los periodistas oficiales y los patriotas entre el público pudieron haberse quedado con lo que preferían recordar: Caparrós dijo que el mundo será dominado por China.
Equívocos aparte, resulta llamativo que en un país donde las instituciones no son afectas a los periodistas extranjeros y a los temas poco optimistas, uno de los principales invitados a la Feria del Libro de Shanghái haya sido Caparrós. En especial porque las editoriales les envían a los funcionarios estatales la lista de autores y los burócratas se encargan de revisar la carta y elegir el menú del año. Si bien es posible que los responsables hayan simpatizado con el sumario de acusaciones que el libro presenta contra Occidente, a causa de su fracaso en la lucha contra el hambre, al extender este año la invitación a Caparrós, la Feria de Shanghái confirmó que China está redescubriendo la literatura de Hispanoamérica.
“Los autores hispanoamericanos están generando mayor atractivo, en especial desde el 2008, cuando se abrieron más facultades de español en las universidades”, me dijo Zhang Xinyi, editora de Casa Editorial Literatura del Pueblo, una de las principales de China, que publica a clásicos como Miguel de Cervantes y Federico García Lorca, y a autores más recientes, como Elena Poniatowska.
Zhang es una mujer joven y de ademanes suaves, que estudió en la Universidad de Granada e impulsó la traducción de la prosa de Lorca, su escritor favorito, por primera vez al chino. Hablamos en un café cercano a su oficina, en los grises callejones de los barrios históricos de Pekín. “En general la demanda está creciendo”, me explicó y añadió que los factores políticos no eran ajenos a ese crecimiento. “Desde que el presidente de China, Xi Jinping, visitó los países latinoamericanos [ha estado dos veces durante los últimos tres años], las organizaciones estatales prestan más atención a los escritores de estos países.”
No hay que subestimar la influencia que aún conserva el líder del Partido Comunista en ámbitos ajenos al ejercicio de gobernar. Por ejemplo, el té blanco, que solía ser una bebida de importancia marginal en el repertorio chino, tuvo una bonanza sin precedentes cuando Xi Jinping comentó que era su té preferido.
Los autores hispanoamericanos arribaron tarde a China. De hecho, la literatura en general llegó hace poco. Las primeras novelas de autores extranjeros se comenzaron a vender en 1977, después del desierto intelectual de la Revolución Cultural, aquella convulsa política estatal que, entre 1968 y 1976, buscó purgar a la sociedad entera de influencias ajenas a la doctrina maoísta. En un escrito autobiográfico, el novelista Yu Hua recuerda el primer día en que se volvieron a vender novelas como las de Tolstói, Balzac o Dickens:
A causa de la limitada cantidad de volúmenes en el primer envío a nuestro pueblo, la librería publicó un anuncio diciendo que los clientes tendrían que hacer fila para recibir un cupón que les daría el derecho a comprar dos libros. […] Cuando llegué a hacer la fila, antes del amanecer, debía de haber por lo menos doscientas personas. […] Atrás de mí seguía llegando gente y escuchaba que decían, decepcionados, “¿Pueden creerlo?, ¡nos levantamos tan temprano y aun así llegamos tarde!” […] A las siete de la mañana, la Librería Nueva China abrió sus puertas. […] “¡Solo cincuenta cupones!”, gritó el librero. “¡El resto de ustedes puede irse a casa!”
El boom latinoamericano sacudió a los sedientos intelectuales de China durante los años ochenta, y fue decisivo para la generación de escritores que consumía la literatura del hemisferio occidental, bien o mal traducida, en ediciones piratas y apócrifas. Cien años de soledad, por poner un ejemplo, es la novela hispanoamericana más leída en China –de 1984, cuando fue publicada, hasta el día de hoy– y en 2011 apenas tuvo su primera edición oficial.
“Todos nosotros llevábamos una copia manuscrita de Alturas de Macchu Picchu, de Pablo Neruda, en el bolsillo trasero de nuestros pantalones”, recordó hace poco el poeta Yang Lian, en un encuentro entre autores chinos y latinoamericanos. Yang forma parte de la llamada Generación de la Niebla, la primera que buscó, después del maoísmo, una forma de lirismo que no estuviera dominada por los motivos de las canciones socialistas y las consignas políticas.
La prosa china, a su vez, bebió hasta la embriaguez del realismo mágico. “Era la forma más acorde para describir la realidad de China”, dijo Fan Ye, el traductor oficial al chino de varias novelas de Gabriel García Márquez, durante un evento del Instituto Cervantes de Pekín, en el que se conmemoraba al escritor colombiano. “Influyó en escritores que buscaban nuevas formas de expresarse, como el novelista Mo Yan [Premio Nobel de Literatura 2012].” Sin embargo, la sensibilidad estética está dando una vuelta de tuerca en un momento en que la explosiva urbanización de China empuja a las nuevas generaciones hacia lo que pareciera ser el otro lado del fin de la historia.
En las bóvedas de un estacionamiento subterráneo de la ciudad de Nankín, una enorme cruz negra con un halo de luz le otorga un ambiente de iglesia posapocalíptica a la librería Avant-Garde, una de las más grandes de la ciudad. Las mesas y estanterías con los libros en venta se hallan desplegadas donde antes aparcaban los autos, y las personas que merodean ojeando títulos –en su mayoría gente joven– pisan las flechas amarillas que sobre el pavimento antes indicaban el camino a la salida. Bajo la espectral presencia de la cruz, una cifra se repite: 2666. Escalonada y fractal, la torre de libros publicita una de las novelas hispanoamericanas más vendidas en China.
El país no es ajeno al acontecimiento Bolaño. En las librerías no es difícil encontrar alguna de sus novelas, y no solo las más conocidas. Encontré dos ejemplares de Amuleto en un café-librería de Pingyao –una ciudad turística que podría compararse con Puebla, Ávila o Cuzco–, entre obras de Vladimir Nabokov y Toni Morrison.
“El éxito que Roberto Bolaño ha tenido en China no es gratuito, influyó mucho su buena acogida internacional, en especial en Estados Unidos”, considera Gloria Masdeu, una barcelonesa que ríe fácil y lleva lentes de marco translúcido. Ha vivido en China los últimos siete años, después de haber trabajado en la Agencia Literaria Carmen Balcells. Su labor en Shanghai 99 Readers la ha convertido en la editorial más dinámica para autores contemporáneos de lengua hispana. Hablamos en su oficina, un escritorio de espacio compartido junto a un centro de arte y teatro de Pekín.
“El éxito también puede notarse en el interés que se transmite a otros escritores latinoamericanos contemporáneos como, digamos, Alejandro Zambra. Después de que La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón, tuvo una enorme repercusión, las editoriales chinas compraron libros similares: novelas españolas de misterio y suspenso históricos.”
A pesar de la innegable apertura que se ha dado en estas décadas, la omnipresencia del Estado en el mercado editorial chino todavía es un factor contencioso para los autores extranjeros. Pregunté a Martín Caparrós cómo es presentar un libro periodístico en un país donde no hay libertad de expresión.
“Es una situación confusa y ambigua. Por ejemplo, ayer tuve varias entrevistas y no sabía nunca muy bien qué decir, qué no decir, y al final pensé: bueno, voy a decir lo que me vaya saliendo y luego cada cual verá. Al final hubo una chica a quien le comenté, por ejemplo, que es muy incómodo el hecho de que la mayor reducción en la cantidad de hambrientos durante los últimos veinte o treinta años se haya producido en China, porque es un país que tiene lo peor de cada casa. Un régimen de partido único, autoritario y censor, por un lado, y por el otro el capitalismo salvaje, despiadado y explotador. Al final de la entrevista añadí: probablemente estas cosas que dije sobre China no las podrás poner. Ella primero no entendió, pero después dijo, seguramente para salir del paso, ‘bueeeno, voy a buscar la manera de hacerlo’.”
Martín Caparrós, El hambre y China han hecho un triángulo cuya arista más afilada ha sido la censura. El capítulo del libro que hace un recuento de la historia global del hambre termina con dos páginas sobre la mayor hambruna de los tiempos modernos, resultado del Gran Salto Adelante. Entre 1958 y 1962, los campos de cultivo de China se vaciaron de agricultores para impulsar las industrias y cumplir con las cuotas de acero exigidas por el gobierno central. Para aparentar el éxito, las administraciones provinciales inflaron las cifras de producción, entre ellas las de alimentos. El gobierno central ordenó entonces el envío de abastos a las ciudades. Los campos quedaron sin comida y la escasez desató la muerte de decenas de millones de personas. Cualquier referencia a esta hambruna, y en especial a un vínculo entre la hambruna y una política del Partido Comunista, es susceptible de censura. Para que fuera publicado, Caparrós tuvo que aceptar eliminar estas dos páginas.
El caso de El hambre se incluyó en un informe del pen American Center sobre la censura en China a autores extranjeros, titulado Censura y conciencia. En él se afirmaba que cuando Gray Tan, la agente de Caparrós en Asia, ofreció el libro a editoriales chinas durante la Feria del Libro de Frankfurt del 2014, todos dijeron que no funcionaría, ya que en dos de sus seiscientas páginas hablaba sobre la hambruna del Gran Salto Adelante.
Gloria Masdeu obtuvo para Shanghai 99 Readers los derechos de publicación y distribución del libro en China. “Escogimos El hambre porque nos pareció un tema muy interesante. Es de mucha actualidad que lo que causa más muertes en el mundo sea algo a lo que no se le encuentra solución. Nos parecía muy valioso traer este debate a China.” Masdeu piensa a fondo sus respuestas. Les da vueltas en silencios largos. “Sabíamos por anticipado que el tema del Gran Salto Adelante sería difícil y por eso recomendamos quitarlo. Eso seguro que iba a ser modificado.”
Hay también autocensura. Los editores saben de antemano qué contenido puede ser sensible, aunque los criterios cambian constantemente. Si se publica un libro de esas características, puede haber consecuencias graves para la editorial: desde que se retire el libro de circulación hasta que la cierren o enjuicien a los editores. Un evento de esta naturaleza puede, además, perjudicar la publicación de futuros libros del autor en cuestión.
Los libros de autores extranjeros no pasan por censores oficiales en un Ministerio de Información o Propaganda. Buena parte de la mordaza se encuentra dispersa en la relación que se establece entre las editoriales públicas y las privadas.
Las editoriales privadas necesitan obtener el número isbn de las editoriales estatales (como la Casa Editorial Literatura del Pueblo). Estas editoriales, antes de otorgar el isbn, revisan la publicación tanto en términos de contenido como de formato. Pero incluso cuando el libro recibe un isbn, sigue sujeto a cualquier decisión de retirarlo. El Estado chino, por supuesto, no está en la obligación de dar razones: “A nosotros nunca nos ha pasado algo así. Pero ocurrió, por ejemplo, con Los versos satánicos, de Salman Rushdie, debido a la polémica que despertó entre ciertas comunidades musulmanas. El libro fue publicado y luego retiraron todos los ejemplares del mercado”, dijo Masdeu. “Ahora, si el libro no tiene mucho impacto, pues a veces no pasa nada; pero si el libro tiene impacto, ahí sí que tienes un problema. Es siempre todo muy así. Nada es blanco o negro.”
“Eliminar esas páginas fue una decisión difícil de tomar”, dijo Caparrós. “Primero me negaba, luego acepté la argumentación de la editorial, de que era mejor publicar sin ese fragmento que no publicar nada, pero después pensé que no, que el libro se iba a deslegitimar, pues cualquier lector chino podría pensar: si el autor no habló de esto, ¿qué otras cosas más no habrá incluido? Ese era mi mayor miedo y había decidido entonces no hacerlo. Pero un día hablé sobre esto con un primo mío, que vivió unos años en Argentina cuando éramos chicos. Me dijo: ¿Pero vos te acordás cómo era vivir en una dictadura, vivir con censura? Nosotros sabíamos que había cosas que no se publicaban y si había omisiones obvias era por eso. Me pareció un argumento válido y, como la editorial aquí en China seguía insistiendo en que querían publicarlo y que valía la pena hacerlo, incluso en estas condiciones, pues era valioso para el público chino que el libro circulara, al final acepté.”
La decisión generó cierta controversia. En un artículo de ChinaFile, uno de los principales portales periodísticos en habla inglesa, el veterano corresponsal en China del New York Times, Ian Johnson, retomó el caso de El hambre y comentó que, para él, lo importante no era si el público chino reconocía la omisión, sino que esa ausencia era útil para la reescritura que el régimen chino hace del pasado. “¿Se dan cuenta? No existió esa supuesta hambruna del Gran Salto Adelante”, conjeturaba Johnson que podría decir un funcionario del Partido Comunista, “ni siquiera se menciona en este libro enorme sobre el hambre”.
Existen también, se podría añadir, libros que merecen ser leídos por el público chino a pesar de las resistencias éticas de los escritores extranjeros. Es la posición, por ejemplo, de Peter Hessler, uno de los principales corresponsales del New Yorker, que antes de ejercer el periodismo fue profesor de inglés en China. Cuando este tipo de debates afloran, como lo hacen cada tanto, Hessler suele recordar el valor pedagógico de los libros traducidos, incluso cuando han sido censurados. Es difícil encontrar a una persona china, incluso de las que son conscientes de los olvidos que impone el Estado –que los resienten, que quieren libertad de expresión–, que critique a los autores extranjeros que aceptan publicar en China sus libros censurados. Quienes más fuerte gritan a favor de no publicar en China obras con omisiones son los paladines extranjeros. A veces parece un terreno donde la firmeza ética y el paternalismo comparten fronteras.
La reescritura y falsificación de los relatos colectivos y personales, los silencios históricos y sus zonas grises, son temas cercanos a Javier Cercas, que en el 2016 entró al mercado chino con El impostor. La novela recibió el premio Taofen a la mejor novela extranjera del año, una distinción llamativa para un libro que constituye una vigorosa defensa de la democracia y de la necesidad de enfrentar los pasados colectivos sin edulcoraciones ni censura, sin olvidos impuestos ni tergiversaciones.
“Me llamó sobre todo la atención que en mis presentaciones había muchísimo público joven y que la gente intervenía mucho”, me contó Javier Cercas en una entrevista por correo electrónico. “Dado que el premio Taofen lo concede el Estado, hubo gente que quiso hacer una lectura política del mismo, porque el libro puede y quizá debe leerse como una reflexión sobre nuestra infinita capacidad para esconder el pasado personal y colectivo más duro y, en un país que tiene un pasado reciente tan duro como el de China, algunos veían el premio como un signo de la necesidad de afrontar la historia reciente de China, incluso como un signo de apertura política de las autoridades chinas. No sé si esto es legítimo o no.”
Pregunté a Zhang Xinyi, la editora lorquiana a cargo de Cercas, si algún fragmento del libro había sido censurado: “Las referencias a la dictadura y la defensa a la democracia en El impostor no es un tema que se censure en nuestro país porque son situaciones que se refieren a España, y se asume que el público no las va a relacionar con China. Javier Cercas hace parte de esa nueva generación que se vende bien y que queremos promocionar. En 2019 vamos a publicar Soldados de Salamina para conmemorar el fin de la Guerra Civil española.”
El comentario me hizo recordar a Plauto, el dramaturgo de sátiras romanas que solía ubicar la acción de sus obras en Grecia, o en algún país lejano, para evitarse problemas. Cuando no se habla directamente de China, el campo de expresión es amplio. ~
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Esta es una versión editada de la que apareció publicada en la revista impresa.
Nota: En el lapso entre la escritura y la publicación de este artículo, Gloria Masdeu pasó de trabajar en Shanghai 99 a ocupar el cargo de gerente de adquisición de derechos sénior en Thinkingdom.
(Bogotá, 1981) es un periodista que escribe para medios hispanoamericanos. Ha estado radicado en Sudáfrica y en China, y actualmente reside en Colombia.