Entrevista a Andrew S. Curran. “No creo que Diderot fuera a solucionar nuestros problemas, pero pensar como él nos vendría bien”

En Diderot y el arte de pensar libremente (Ariel), Andrew S. Curran, profesor de humanidades en la Universidad Wesleyana, sigue la vida y la obra de una de las figuras más interesantes de la Ilustración: editor de la Enciclopedia y gran divulgador, escritor brevemente preso en su juventud que ocultó luego algunas de sus obras más importantes, pensador materialista, ateo y defensor de las pasiones, crítico de arte y consejero de Catalina la Grande, dramaturgo y teórico teatral, autor de piezas que combinan la filosofía y la narrativa o de una antinovela como Jacques el fatalista.
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Hay varios libros sobre Diderot. ¿En qué es distinto el suyo?

Hay muchos libros estupendos. Está la gran biografía de Arthur M. Wilson, y varios libros muy buenos escritos por biógrafos franceses. Pero no se prestaban a un público anglófono. Todo el que leía ese libro necesitaba tener un conocimiento profundo de la literatura francesa. Yo quería escribir una biografía distinta, centrada en unos pocos aspectos de su vida. Y también me parecía imposible escribir un libro estrictamente cronológico sobre él, porque trabajaba en muchas cosas cada día. Se levantaba por la mañana y hacía una cosa y luego trabajaba en un artículo de la Enciclopedia, luego pasaba a la obra de teatro o la novela, después una carta de amor a Sophie Volland. Los libros que tratan de seguirlo cronológicamente son casi imposibles de disfrutar. Puedes aprender mucho pero no disfrutar.

Cuando habla de su personalidad, destaca por un lado su rechazo a la autoridad y por otra su afecto por su padre. Esa ambivalencia es interesante, puede verse en otros aspectos de su vida.

Todo el mundo lo presentaba como un radical y alguien que rechazaba toda forma de autoridad. Al mismo tiempo tenía una relación interesante, casi dialéctica, con varias formas de autoridad, es el tipo de persona al que le gusta subvertir desde dentro, frente a quien ataca algo directamente. Hay cosas que atacaba en algunos momentos de su vida. Pero no es como otros ateos más militantes, como La Mettrie o D’Holbach, que querían prender fuego a la doctrina de la Iglesia. Él prefería interactuar con la gente y trabajar con ellos, dejar que sus argumentos se cayeran por sí mismos. Le gustaba hablar con la gente y no solo dominarla. También en la política. Por ejemplo en su relación con Catalina la Grande, esta déspota supuestamente ilustrada. Ahí reconoce un tipo particular de autoridad. Al mismo tiempo intenta impulsar una forma de gobernar más democrática. Y sin duda era así con su padre.

Ha dicho que le sorprendió la importancia de su pensamiento político. Que era más decisivo de lo que había pensado antes.

Yo estudié literatura. Había una perspectiva histórica, pero me parece que no hablábamos lo bastante de su pensamiento político. Su escritura política se descubrió muy tarde y luego en los años cuarenta y cincuenta empieza a saberse que escribió partes de la Historia de las Indias de Raynal, un bestseller internacional, donde desempeñó un papel fundamental a la hora de diseminar algunas ideas que serían clave en la Revolución francesa. Dialoga o tiene un debate con los revolucionarios estadounidenses y con Catalina. Tuvo mucha más influencia en ese terreno de lo que pensamos habitualmente.

Hablaba de la desigualdad, tomó una posición muy crítica con respecto a la esclavitud.

Fue uno de los primeros en refutar la justificación del tráfico de esclavos a partir de una idea racializada de los africanos. La Ilustración fue una época en la que mucha gente se alejó de la trata de esclavos, pero todavía tenían creencias racistas. Diderot entendió que nunca habría un rechazo efectivo de la trata si no se rechazaban también las creencias racistas. Y comprendía que la desigualdad, casi desde un punto de vista sociológico, crea una situación explosiva en Francia. No estaba defendiendo la revolución pero sabía que se necesitaba un cambio radical.

Habla de la importancia que tenía para él la idea de posteridad. Es curioso porque por otro lado era un materialista.

Es una gran contradicción. Tú y yo estamos trabajando para él. Estaría encantado de ver a un periodista español entrevistando a un estadounidense sobre él, un escritor francés. Estamos trascendiendo nuestra existencia material, de alguna manera ha comunicado su importancia a nosotros, trescientos años después de su nacimiento. Entendía que las ideas rebotan de generación en generación. Dijo que producimos nuestra mejor escritura desde la tumba y eso es lo que intentaba hacer. En parte era para evitar la prisión. Pero también lo hizo escribiendo sobre cosas de las que nadie escribía en su tiempo.

Hay una parte de negociación. Está esa idea de pensar libremente y también la disputa constante sobre lo que se puede o no se puede decir en público o en ese momento, al escribir sus piezas o en la Enciclopedia.

No era consistente. Hay veces en las que piensa publicar toda su obra, en los años 1770, no mucho antes de morir. También ocultó muchas ideas en la Enciclopedia, y nunca sabremos exactamente qué artículos le pertenecían. Muchos eran anónimos. Y sus textos más radicales los tuvo que guardar literalmente mucho tiempo en el cajón. Sabía que finalmente serían descubiertos porque hizo tres copias de sus manuscritos. Llevó un tiempo pero funcionó.

Jonathan Israel habla de la Ilustración radical. Reivindica a un grupo de autores, ateos en vez de deístas, más materialistas, dice que fueron más influyentes de lo que a veces se reconoce. Diderot sería uno de ellos.

La Ilustración radical es un libro controvertido pero puedes decir que hay una genealogía que arranca en Spinoza y gente como La Mettrie y Diderot. Tuvieron un gran impacto, pero mucho de lo que representaban fue olvidado a propósito durante la Revolución francesa. La Revolución no podía apoyar a los ateos porque significaba perder una parte importante de la población. Es una decisión política. Nunca ha habido un momento en el que los miembros de la Ilustración radical hayan recibido el crédito que merecen por hacer que la ciencia fuera lo que es hoy. En la separación entre la ciencia y la religión gran parte de la tarea correspondió a gente como Diderot y no se le reconoce. Parece una progresión natural pero no lo fue. Era una época de grandes batallas epistemológicas y religiosas. Es muy difícil en la democracia moderna, en Estados Unidos e incluso en Francia hasta cierto punto, reconocer a un ateo declarado como un héroe intelectual. Los ateos no obtienen reconocimiento. Hay una Ilustración radical: un grupo que contribuyó de una manera que no se ha reconocido.

Diderot es célebre por la Enciclopedia, que muchas veces le parecía una tarea ingrata, que le hacía perder mucho tiempo y energía. También estaban quienes pensaban que no era un pensador original, sino alguien que recurría a otras fuentes.

Lo veían en vida como un divulgador, que no hacía lo que hacía la gente de primera fila como Voltaire. Era menos conocido como escritor. Pero dejó de publicar un tiempo. Le fue bien en algunas cosas, como en el teatro. Pero la reputación le llega como editor de la enorme Enciclopedia. Y le molestaba. Pasó veinticinco años haciendo eso y pensó que estaba perdiendo el tiempo, que era incapaz de producir las cosas que su mente le habría permitido producir. Pero no se daba cuenta de que gracias a ese trabajo logró entender su época como nadie más. Aunque le pareciera una tarea ingrata. Le permitió tener una mente enciclopédica.

Otro elemento importante, en la época y en Diderot, era la idea de conversación.

Algunas de las mejores obras son conversaciones imaginadas, a veces consigo mismo. En las cenas tenía fama de ser un hombre hilarante y abrumador, que podía dominar la habitación. Voltaire pensaba que no era tan buen conversador; hubo una especie de choque de titanes. El diálogo y la conversación fueron una parte crucial de su vida. Le encantaba intercambiar ideas, por ejemplo en el salón del barón D’Holbach: ahora hay allí un dentista. Era uno de sus lugares preferidos, estaba casado con una mujer muy devota, poco interesada en ese mundo, iba allí y veía a sus amigos.

Muchos episodios de su vida son muy interesantes.

Tuvo amistades muy profundas. Y sufrió mucho tiempo porque se casó con la persona equivocada. Resulta que su padre y su madre tenían razón: te casas con la persona equivocada, no es lo bastante buena para ti. No es inteligente como tú, tú eres un intelectual, ella es una lavandera, apenas sabe escribir. Y él dijo: me da igual. Y se marchó a buscarla. Se queda con ella. Aunque tuvo amantes –con una de ellas, Sophie Volland, mantendría una intensa y prolongada relación epistolar– parecía apegado a la idea de tener la familia unida. Podría haber sido un canalla de verdad. Sin duda quería a su hija y esa fue una de las relaciones más importantes de su vida. Lo vemos en su escritura. La amistad es muy importante para él. No es el tipo de filósofo que se quiere aislar. Comete errores. Es muy humano. Se implica con mucha gente. Podría haber sido mucho más productivo si hubiera sido más gilipollas. Era amistoso, cálido y abierto, corregía o reescribía libros de otros y les daba consejos y participaba de manera colectiva con su filosofía.

Resultan llamativos el interés y la modernidad de su tratamiento de la sexualidad. Escribe Los dijes indiscretos, donde hablan vaginas; en sus obras aparecen la homosexualidad y la masturbación; le parecía importante que su hija tuviera un conocimiento de la sexualidad.

Su visión de la sexualidad era muy presciente en algunos sentidos. Reconoce que la homosexualidad es totalmente natural porque ocurre de manera natural en el mundo. Abre la puerta a distintas formas de sexualidad, algo bastante impensable en el siglo xviii. En segundo lugar, le parecía que como humanos deberíamos llegar a un sistema moral que encajara con nuestro cuerpo. Hay un par de experimentos mentales sobre el tema, en el Suplemento al viaje de Bougainville y otras obras, donde habla de moralidad y corporalidad. La moralidad se consideraba algo etéreo, revelado. Diderot pensaba que no: debería ser parte de lo que somos, y somos seres físicos y sexuales también. Claro, el matrimonio es una cuestión problemática. Es una idea muy freudiana: la civilización produce descontento.

Piensa en las cosas de una forma relativa, no prescriptiva sino especulativa, interesado por la condición humana. Piensa que tenemos que mirar la sexualidad para entender quiénes somos, que mucho de lo que somos está determinado por nuestros impulsos sexuales, que son fisiológicos. Habla de la masturbación, de cómo la mente opera de ciertos modos por esas cosas. Va por delante de un tiempo en el que la gente pensaba que el sexo era una pasión, una pasión negativa. Piensa: no, no es una mala pasión, es parte de quiénes somos. Hay una rehabilitación general del placer.

La idea de que la civilización trae el descontento hace pensar en Rousseau. Los dos tienen una gran amistad y una gran discusión, y los motivos son tanto personales como ideológicos, sobre la forma de ver la civilización y la sociedad.

Es interesante pensar en la idea de progreso y civilización a partir de los dos. El Rousseau que conocemos cree en historias regresivas, piensa que la civilización nos hace a todos depravados y degradados. Nos aleja de nuestro ser verdadero y nos corrompe. El sistema es corrupto, la propiedad privada tiene efectos negativos. Muchas de esas ideas son protomarxistas. Diderot cree firmemente que la humanidad puede mejorar a través del progreso tecnológico, de la adquisición y diseminación del conocimiento. Hay mucha tensión entre los dos pero también solapamiento.

Cuando Diderot habla de que los pueblos indígenas están siendo destruidos por la civilización lo hace de una manera muy rousseauniana, como si esas ideas fueran a arrancarlos de un estado de naturaleza donde teóricamente habría armonía entre su moralidad y sus leyes civiles. Diderot cree que hemos perdido algo, pero no convierte esa idea en una especie de principio filosófico que lo gobierna todo, como hacía Rousseau.

Eran amigos y su disputa en los años 1750 fue emblemática de una tensión en la Ilustración entre la idea de que nos envilece, un poco a la manera de Adorno y Horkheimer, y la idea de que nos mejora. Es un debate que continúa. Por ejemplo tienes a Pinker y su libro sobre la Ilustración, pero también a mucha gente en la izquierda, incluyendo políticos estadounidenses, que tienen una visión bastante regresiva y rousseauniana.

Además de la creación literaria, la divulgación y la filosofía está su faceta de teórico de la estética. Como crítico de pintura, por ejemplo, o en el teatro, con La paradoja del comediante.

Su idea de la convención en casi todas las áreas es muy interesante. Su teatro nos parece muy aburrido ahora, es como una mala sitcom con un final feliz. Aun así hay un alejamiento radical con respecto al tipo de teatro que existía en la época. Es más naturalista, inventó la cuarta pared, se alejaba de los personajes estereotipados. Había cosas que otros hacían, pero contribuye a crear el contexto para obras como Las bodas de Fígaro; podemos pensar en el vodevil también. No querría decir que es el padre de la sitcom, pero hay un tipo de comedia de situación que presenta a esa gente normal, burguesa, identificable frente a los personajes clásicos (el bufón, el campesino, etc.).

Era un gran asimilador de información. Hay un interés en la técnica, en los oficios, que otros autores habían desdeñado previamente. Y también le interesan las técnicas novelísticas: imita innovaciones de Richardson, de Sterne.

Las letras y la filosofía inglesas fueron una gran influencia. Le acusaron de plagiar a Sterne con Jacques el fatalista. Y, pese a lo parecido, hay grandes diferencias. Hay elementos y hay un reconocimiento. Pero presenta una meditación sobre el determinismo mucho más grande, y una reflexión sobre lo que significa reconstruir la realidad en una novela. Son consideraciones profundamente modernas, una filosófica, la otra literaria y estilística.

Toma prestado y juega con cosas, pero eso hacía otra gente con él también. Era permeable, aceptaba influencias, en El sobrino de Rameau se critica de forma indirecta. Habla de la idea del genio, como Voltaire o Mozart, alguien que hace una sola cosa y la hace muy bien. Por supuesto, Voltaire también hizo más cosas, pero tanto él como Rousseau son genios de una mente distinta. Diderot tenía otro tipo de intelecto, hacía cosas muy variadas.

Una de las críticas a la Ilustración –por ejemplo, en las obras de Isaiah Berlin– es el optimismo, una confianza excesiva en la razón, una suerte de monismo. Diderot, dice usted, prestaba atención a las pasiones, a lo irracional.

Muchos de sus libros tienen momentos asombrosos de delirio, de irracionalidad. Y, sin embargo, a menudo dice que en esos momentos encuentras más claridad. Por un lado predica las ideas de la Ilustración, la idea de derivar verdades de la observación, y también cree en el poder de la mente para sobrevolar algunos problemas. En La carta sobre los ciegos, tenemos a Saunderson, que va a refutar la existencia de Dios y habla de una comprensión especulativa del universo, en cierto sentido muy a lo Lucrecio, nunca hecho antes en este tipo de literatura.

Y en El sueño de D’Alembert se puede contar la historia de la especie cuando un cuerpo, soñando, crea un mundo. Sabía que lo irracional puede construir otros caminos del pensamiento. Y que nos muestra lo problemática que es una noción excesivamente racional del universo. Esto lo encontramos en El sobrino de Rameau, donde el que sería normalmente el emblema de lo irracional, Rameau, es quien habla con algo de sentido, a menudo comprendiendo y subrayando los problemas reales de la Ilustración y del sistema. Rameau dice cosas que Rousseau podría decir a veces, pero no del mismo modo. Leo El sobrino de Rameau una vez al año, es uno de esos textos fascinantes, siempre inestables.

Otro episodio interesante es su relación con Catalina la Grande, y su papel en la adquisición de la colección del Hermitage.

Es gracioso pensar en eso, y en Diderot haciendo ese viaje a Rusia. Desde su pequeño apartamento en París a La Haya, a Ámsterdam, luego a San Petersburgo. Y ahí, presentado como un gran filósofo, cree que puede cambiar el lugar pero por supuesto se equivoca, y vuelve algo deprimido, pero bastante asombrado por haber tenido esa experiencia. Es una de las cosas que lo llevan a la izquierda: ver de cerca una monarquía absoluta. Él y Catalina tienen una verdadera amistad pero ven la vida de forma muy distinta.

Ella le dice: se te ocurren grandes ideas porque trabajas sobre el papel, yo trabajo sobre la piel humana, lo que significa que pienso en personas reales y fuerzas políticas reales. Tienen ideas distintas de lo que debe hacer un filósofo. Ella cree que le debe dar unas ideas, ayudarla, hablar. Quería convertir San Petersburgo en una gran capital europea y que Rusia fuera un gran imperio. No quería reformarla, como las personas a las que invitaba.

También habla de cómo fue rechazado en la Revolución, luego se lo tachaba de pornógrafo o de radical. En el XIX tuvo grandes admiradores, como Marx.

La batalla por la posteridad no ha terminado. Sería maravilloso que los escritores más radicales de la Ilustración recibieran el crédito que merecen. Me gustaría que pensáramos en su forma de cuestionar las cosas. Su gran lema es que el escepticismo es el primer camino hacia la verdad. Nos vendría bien. Entenderíamos mejor los medios, que hay que tomar las cosas con precaución. Ese escepticismo también está siendo atacado.

La gente habla de fake news, pero no hay nada más dogmático que decir fake news a la primera de cambio. El enfoque empírico que representa Diderot y la idea de diseminar el conocimiento para que la gente sea mejor son cosas que en parte hemos abandonado. Probablemente Diderot no sería muy optimista en nuestro tiempo. Su forma de pensar no abunda. No creo que Diderot fuera a solucionar nuestros problemas, pero pensar como él nos vendría bien. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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