Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2010 por su “cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”, Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) es el escritor más celebrado de nuestro tiempo. Protagonista del boom latinoamericano, ha firmado varias de las obras maestras del siglo XX y el actual. No menos destacada ha sido su contribución a la esfera política. Después de transitar del marxismo al liberalismo, en 1990 le disputó a Alberto Fujimori la presidencia de Perú y desde 2002 dirige la Fundación Internacional para la Libertad (FIL), un think tank dedicado al análisis y promoción de la doctrina liberal en el continente.
Sus reflexiones sobre América, el individuo y la libertad han sido publicadas en decenas de ensayos y recopilaciones de artículos, como Entre Sartre y Camus (1981), Contra viento y marea (1983-1990), Diccionario del amante de América Latina (2006), Piedra de Toque (2012) y La llamada de la tribu (2018). En ellos, Mario Vargas Llosa explora el fracaso de las utopías y analiza las amenazas que acechan a los Estados de derecho. A pocos meses de las elecciones presidenciales de Colombia y Brasil, habló sobre la actualidad latinoamericana y sus obsesiones políticas más recurrentes.
Recientemente, usted declaró que lo importante en unas elecciones “no es que haya libertad”, sino “votar bien”. ¿Cree que una democracia sin libertad es posible?
Yo sí defiendo la libertad en democracia. De lo contrario, no votarías ni bien ni mal: votarías lo que quiere el gobierno. Ahora bien, en democracia no basta con que los ciudadanos puedan votar libremente. También es necesario que los ciudadanos voten bien porque pueden votar mal. Y ¿qué es votar bien? Votar bien es votar por la democracia, en defensa de la democracia, para que haya unas elecciones garantizadas en el futuro. En el caso del Perú, claramente se ha votado mal. Se ha elegido a Pedro Castillo, una persona que no estaba preparada para ser el presidente de la república. En consecuencia, el país está paralizado, ha habido una corrida muy grande de inversiones hacia el extranjero y la situación se va agravando día a día, con especial incidencia sobre las clases sociales más humildes. Si se hubiera votado bien, esta situación no la viviríamos.
Colombia y Brasil celebran elecciones este año. En Colombia se disputarán el poder el izquierdista Gustavo Petro y el candidato por la centroderecha, Fico Gutiérrez. En Brasil, lo harán Lula da Silva y el actual mandatario, Jair Bolsonaro. ¿Qué candidatos representan a su parecer el voto sensato?
Bolsonaro es una persona en la que en un momento dado llegamos a confiar muchos liberales, pero nos defraudó. En la gestión de la pandemia, él ha actuado de una manera muy irresponsable. En lugar de mantener una neutralidad a este respecto, que es lo que corresponde a un presidente de la república, él ha hecho campaña en contra de las vacunas. A día de hoy, la mayoría de la población brasileña y del gobierno está vacunada y sus palabras, que no tenían ninguna evidencia científica, han quedado en entredicho. Por otra parte, Lula no es para nada mi candidato favorito. Él ha pasado por la cárcel, acusado de ladrón con unas justificaciones muy sólidas. Sí lo fue el juez Sergio Moro, una persona de una gran honestidad y valentía que condenó a Lula a prisión, pero acaba de retirarse de la campaña.
En lo que se refiere a Colombia, considero que votar por Petro es votar por Maduro; es convertir a Colombia en Venezuela, y eso sería gravísimo para América del Sur. Si sube una izquierda como la de Petro, las posibilidades de que nunca más vuelva a haber elecciones en Colombia son muy grandes. Petro representa una izquierda radical. Mi esperanza es que su opositor obtenga una mayoría electoral que garantice a Colombia mantener esa especie de semilegalidad en la que ha vivido en estos últimos cincuenta años.
Y, sin embargo, las encuestas predicen lo contrario. ¿Por qué cree que una parte significativa de los colombianos y brasileños va a votar “en contra” de la democracia?
Existe todavía en América Latina una ilusión con la izquierda. El latinoamericano piensa que aquella puede ser efectiva. Pero se trata de una gran ingenuidad, ya que esa izquierda no representa sino una utopía, pues todas las veces que ha llegado al poder ha fracasado. ¿Acaso han tenido éxito Venezuela, Nicaragua o Cuba? Esta ilusión es alimentada por las diferencias sociales existentes en la región y que no son comparables con las desigualdades que existen en otras partes del mundo. En América Latina, los pobres no tienen esperanzas, a diferencia de lo que ocurre en otros países, donde hay pobreza y ganas de mejorar. Cuando se pierde la ilusión, se naufraga en la utopía de la izquierda, una utopía que en el resto del mundo no tiene fundamento alguno. ¿Cuáles son los países que progresan de verdad? Son los países del Asia, donde hay una evolución muy positiva hacia la democracia y las economías de mercado. Corea del Sur o Taiwán son países que están prosperando por haber rechazado las fórmulas de la izquierda que todavía en América Latina despiertan una ilusión.
Con el fin de evitar gobiernos incompetentes, Jason Brennan en su libro Against democracy propone implementar la epistocracia: un sistema de gobierno que asigne el derecho a voto en función del conocimiento político de los ciudadanos. Según este teórico, de igual forma que al conductor temerario se le impide circular por la vía pública, el electorado ignorante no debería intervenir en las decisiones públicas.
Establecer un impedimento de esa clase resultaría catastrófico y sería la negación de la democracia. Las elecciones deben ser libres y eso significa que los ciudadanos deben estar en condiciones de libertad para informarse suficientemente y votar en consecuencia. Es cierto que no ocurre muchas veces así. En América Latina no ha ocurrido un sinnúmero de veces y por ese motivo hemos tenido tantos dictadores y gobiernos de facto. Pero la verdad es que la democracia es efectiva. Funciona en Europa y en Estados Unidos, aunque haya díscolos que la cuestionen.
¿Qué es la democracia?
La genuina democracia debería ser autorizar a los ciudadanos a que se pronuncien con plena libertad en cada circunstancia electoral.
Usted no siempre se posicionó a favor.
En mi juventud estaba convencido de que la revolución era el modo de acceder a un mundo más libre y justo. Entonces, me había marcado mucho una lectura que hice de La noche quedó atrás. Es la autobiografía de un comunista alemán, Jan Valtin, que lucha clandestinamente en la época de Hitler. Imagínese: nada más leerla, yo quise ser como él. Creía que formando parte del Partido Comunista ejercería mi oposición a la dictadura del general Odría, quien había depuesto a Bustamante y Rivero, un jurista honesto que ganó unas elecciones limpias en el Perú. Influido por el libro, decidí estudiar en la Universidad de San Marcos, en contra del deseo de mi madre. Allí aún quedaba una resistencia del apra y del Partido Comunista Peruano: el Grupo Cahuide, en el que milité un año. Lo que luego a mí me defendió contra el comunismo fueron mis lecturas francesas: Sartre, Simone de Beauvoir, Camus. Yo creo que los existencialistas franceses me impidieron llegar a esa cuadratura mental en la que estaban muchos de mis camaradas.
En La llamada de la tribu explica que dejó de ser revolucionario en 1971 tras el caso Padilla; explica que a partir de entonces comenzó a defender la democracia como único medio legítimo para acceder al poder.
En los sesenta, empecé a distanciarme de la Revolución cubana: primero a raíz de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), que eran campos de concentración donde el gobierno cubano encerró a disidentes, delincuentes comunes y homosexuales; después, por un viaje que hice a la URSS en el que advertí un país pobre y de enormes desigualdades; y, finalmente, debido al encarcelamiento del poeta Heberto Padilla. Esto último fue para mí un caso dramático. Yo conocía muy bien al poeta Heberto Padilla y sabía que no era un agente de la CIA, como así lo acusaba Cuba. ¡Vaya tontería!
Pero no fue hasta que me mudé a Inglaterra cuando me convertí en lo que hoy trato de ser: un liberal. Entonces gobernaba Margaret Thatcher y pude conocer de primera mano las fantásticas transformaciones que se produjeron bajo su gobierno, que, dicho sea de paso, era más bien conservador. Hasta ese momento, los partidos habían estado empujando a Inglaterra hacia una especie de resignación a la vida. Sin embargo, las reformas económicas de Thatcher convierten al país en el más poderoso de Europa. Ella introduce una economía de mercado, derrota una huelga masiva organizada por los mineros de carbón y fomenta la creación de industrias modernas. Comencé así a interesarme por los modelos de la señora Thatcher y a leerlos. Es el caso de Karl Popper, el pensador de la libertad más importante de esta época, y también de toda la Escuela de Viena, defensora de un capitalismo popular al alcance de todo el mundo.
Antes le preguntaba qué es para usted la democracia. Ahora le pregunto, ¿por qué?
Una de las ventajas que tienen las democracias sobre las utopías sociales, como el anarquismo o el comunismo, es que la democracia permite conseguir un desarrollo económico, al mismo tiempo que rectifica y reduce la violencia. Mientras América Latina no lo entienda así no va a salir nunca de ese subdesarrollo que es la gran tragedia latinoamericana. Vea usted lo que está pasando hoy en día en Ucrania. Es una cosa terrible: un pequeño país que lucha por su independencia de la dictadura rusa. Se trata de una guerra insensata en la que están muriendo niños, ancianos, inocentes; gentes que no quieren participar en esa guerra y que no pueden huir de ella porque los ejércitos rusos están allí perpetrando toda clase de excesos.
¿Puede prescindir la libertad política de la libertad económica?
En ningún caso. En mi opinión, la libertad política sin la libertad económica no existe. Cuando el Estado toma el control de un país, la libertad desaparece automáticamente. Ese es el gran problema del socialismo comunista. Una vez que se nacionalizan todas las fuentes de la riqueza y el Estado pasa a ser la máquina gobernante –la máquina que estructura toda la constitución del país–, desaparece la libertad y se crea una forma de dictadura que es mucho más total que las dictaduras militares latinoamericanas del pasado. Lamentablemente, todavía hoy hay una izquierda a la que ese control sobre el conjunto de la sociedad la seduce, pero a mí no porque he visto los efectos, las consecuencias, los miles y miles de muertos que ha significado una tiranía como la que estableció Stalin en la urss.
Hayek va más allá y sostiene que la libertad política emana de la económica.
La libertad económica es fundamental. Ahora bien, también se necesitan gobiernos que sean muy sólidos y firmes, y que no sean susceptibles a la corrupción, que es el gran problema de los gobiernos democráticos en América Latina. Si los empresarios no pagan exactamente sus derechos, no responden a la fiscalidad como se espera de ellos, la democracia empieza a deteriorarse y puede conducirnos al fraude generalizado. Eso tenemos que evitarlo, y la única manera es teniendo funcionarios que impongan una legalidad.
Perú, Chile, México, Bolivia y Argentina han optado recientemente por la izquierda. Y, próximamente, podría hacerlo Colombia con el primer gobierno de esa tendencia en toda su historia. ¿Qué amenazas representa el actual viraje ideológico de América Latina para las libertades políticas de la región?
Colombia es el país que ha estado defendiendo al resto de América Latina contra Venezuela y Cuba. Si Colombia, a través de elecciones legítimas y libres, vota a favor de Petro, el resultado es que en América Latina ya no va a haber defensas contra las dictaduras. Ahora, ¿queremos eso para América Latina? ¿Queremos una pobreza tan generalizada con una cúpula que roba de manera escandalosa? Yo no creo que América Latina sea tan ciega como para votar por un candidato que representa exactamente eso. Lo que cabe esperar es que en las elecciones de Colombia haya suficientes colombianos que voten en defensa de la democracia, que mal que mal ha funcionado a pesar de los cincuenta años de guerrillas.
Se refiere a Uruguay como la esperanza del continente.
Así es. Y también a Ecuador. ¿No están funcionando estos dos países? En el caso de Uruguay, muy bien; y en el caso de Ecuador, bien, a pesar de la oposición que hay en contra del presidente Guillermo Lasso. Son países que, aun siendo pequeños, estoy seguro de que marcan el rumbo y que poco a poco el resto de América Latina va a ir inspirándose en ellos.
No parece ser el caso de México, donde una porción considerable de la sociedad sigue respaldando las políticas de Andrés Manuel López Obrador.
El caso de México es muy triste para América Latina. AMLO es un demagogo y populista que ha interrumpido el proceso que seguía el país en pos de la modernidad y la libertad. Con él en la presidencia, el populismo –el sacrificio del futuro en nombre de un presente inmediato– ha retornado a México.
¿Qué lectura hace del fracaso de los gobiernos liberales de Mauricio Macri en Argentina y Sebastián Piñera en Chile?
El equipo de Macri, al que yo conocí muy de cerca, era un equipo de gentes jóvenes, idealistas, muy bien preparadas. El problema fue que Macri se encontró con un desafío tremendo. Los ministerios habían sido recargados de funcionarios durante el peronismo, agravando aún más la crisis económica del país. Macri estaba desesperado: “¿Qué hago?”, me decía. “Necesitamos mil personas en ese ministerio, y hay cuatro mil. Pero si yo echo a la calle a esas tres mil personas, sus familias van a morirse de hambre.” La opción que entonces él tomó fue la de transferir a esas personas sobrantes al sector activo de la economía de una manera gradual. Y a mi parecer ese gradualismo fue catastrófico para Macri porque dio la impresión de que había fracasado. Él no fracasó. Él hizo todas las reformas que eran necesarias y esperó a que los capitales vinieran a la Argentina. Después, los capitales no vinieron porque había una gran desconfianza internacional hacia el país.
En Chile el fracaso respondió, tal vez, a la ausencia de una verdadera igualdad de oportunidades, de tal modo que el desarrollo económico favorecía solo a un sector social y se olvidaba del resto. Es cierto que el proyecto liberal trajo enormes capitales a Chile. Desapareció la extrema pobreza y se crearon unas clases medias que se iban acercando al nivel de las clases europeas pobres. Ahora bien, se trataba de un modelo defectuoso que no contentaba al grueso de la población, la cual acabó saliendo a protestar, a quemar estaciones de metro y edificios. En un momento dado, vimos ese modelo como un ejemplo a seguir en los países latinoamericanos, pero, a la luz de lo ocurrido, ya no lo es. En todo caso, temo que se avecinen años muy difíciles para el país.
El escenario actual nos plantea de forma ineludible la siguiente cuestión: ¿continúa vigente el liberalismo en el continente?
Creo que no solo está vigente, sino que es necesario. Pienso en el principio de igualdad de oportunidades, una idea esencialmente del liberalismo. Supone garantizar a todo el mundo un mismo punto de partida actuando en diversos ámbitos, como la educación. Eso es una realidad en los países que son genuinamente democráticos, como Suecia o los Países Bajos. Donde las democracias son defectuosas, como sucede en América Latina, no ocurre necesariamente así. La falta de oportunidades, en el caso de Chile, ha provocado que los votantes entreguen el poder a la izquierda. Cuando, en realidad, lo que Chile debería haber hecho es perfeccionar su democracia, inspirarse en los buenos modelos, y crear esa oportunidad múltiple, generalizada, que es la que da su solidez a la democracia.
El exministro de Economía de Argentina Ricardo López Murphy suele contar que, cuando sus nietos no se quieren ir pronto a la cama, los amenaza con llamar a los “neoliberales”. ¿Qué hace que en América Latina el liberalismo sea aún hoy una palabra tan temida?
Tenemos en América Latina una larga tradición de ausencia democrática por la gran cantidad de golpes militares que padecimos desde el siglo XIX. En vez de experimentar con la democracia, hemos tendido a abdicar de nuestra responsabilidad política y económica ante el Estado. Al mismo tiempo, el desprestigio que padece el liberalismo constituye un gran éxito de la extrema izquierda, que ha conseguido que se olviden las dictaduras feroces que instauró en países como Rusia o China y que ahora se han convertido en un capitalismo de amiguetes, que falsamente se asocia con el liberalismo. Los modelos genuinos del liberalismo están en países a los que la economía de mercado ha traído una libertad política. Es el caso de Corea del Sur y de Taiwán: dos genuinas democracias en las que se puede criticar a los gobiernos y en las que hay además un desarrollo económico notorio. Eso es lo que nos falta en América Latina: unas democracias que funcionen, en las que haya realmente igualdad de oportunidades para todas las personas. Para ello es fundamental que termine la corrupción. Desgraciadamente, la corrupción es muy grande en nuestros países y conduce inevitablemente al fracaso de nuestras democracias.
La izquierda teme al liberal, pero ¿por qué el liberal teme al Estado?
El Estado, con excepciones, es el enemigo de la libertad. Hayek explicaba que el comunismo y el fascismo son dos expresiones de un mismo fenómeno: el totalitarismo. No ocurre así en los países nórdicos, donde el Estado siempre es puro, esto es, una institución en la que las personas cumplen con sus funciones independientemente del partido en el poder y donde la corrupción es mínima, si es que existe. Se trata, además, de países en los que el juego que produce el capitalismo favorece en última instancia al grueso de la población.
En Chile, el regreso de la izquierda se ha visto acompañado de las políticas identitarias con un gobierno más atento a las minorías raciales y sexuales.
Si la izquierda solo hiciera eso sería muy positivo. Yo estoy a favor de las formas más extremas del feminismo y creo que la democracia debe estar al servicio de todas las libertades. Sin embargo, la izquierda quiere implementar el socialismo con base en nacionalizaciones. La realidad es que el socialismo ha fracasado en todas partes y no va a ser Chile el que lo va a salvar, en ningún caso.
Algunos intelectuales alertan de que detrás de las políticas de identidades anidan formas de censura perversas como la corrección política.
Los países democráticos no pueden impedir que haya una cultura libre. Es en los países socialistas donde el poder puede establecer regímenes de censura y la prueba está en que no hay ningún país de extrema izquierda que no haya establecido estos sistemas. Estos países crean las uniones de escritores, a las que solo los amigos del gobierno tienen acceso, y generan una literatura clandestina que tiene mucha dificultad para manifestarse. Se trata de un socialismo extremo que conduce a la desaparición de la literatura.
¿Qué rol está llamada a jugar la cultura en un Estado liberal?
Creo que la cultura mejora las relaciones entre las personas. Yo no soy creyente, pero considero que, por ejemplo, la religión, que forma parte de la cultura, ha hecho que las naciones progresen. Gracias a la cultura, el capitalismo, que es la forma más avanzada del progreso, es hoy un sistema más humano de lo que fue en el pasado cuando la Revolución industrial. No olvidemos que la Revolución industrial llenó de minas a los niños. Esto hoy en día es intolerable, salvo en los países subdesarrollados.
Usted expresó al recibir el Premio Rómulo Gallegos en 1967 que la literatura es fuego: “es inconformismo y rebelión, pues la razón del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica”.
Eran textos más violentos que los que escribo hoy en día. Pero yo no he cambiado en la manera de pensar. Para que haya una literatura es fundamental que exista la libertad y creo que la literatura libre es una literatura de oposición. La literatura más creativa, la más original, va más allá de lo que representa el gobierno. Por este motivo, si queremos tener una literatura libre, un arte libre, debemos respetar esa oposición permanente que representan siempre los escritores, los poetas, los pintores y los músicos. La literatura y el arte están por lo general menos sujetos a la realidad y pueden permitirse soñar en mundos mejores, más transparentes y más libres que el que tenemos. Así pues, ni los escritores ni los artistas deben acercarse demasiado al poder. Es muy importante que guarden esa independencia que les permite ir más allá.
Acaba de cumplir 86 años. Mirando en retrospectiva su vida y trayectoria ideológica, ¿considera que la defensa de la libertad ha tenido mayor protagonismo en usted que la literatura?
Yo soy fundamentalmente un escritor. Si hay algo por lo que quiero ser recordado es por mis libros. En ellos he volcado lo mejor de mí mismo. Pero también opino que un escritor tiene una responsabilidad que es de tipo social y latinoamericano. Hay muchos escritores, como Borges en América Latina, que a la hora de escribir no tienen ninguna preocupación por la situación social. Esa actitud debe ser respetada, al mismo tiempo que se permite a los escritores que sí tenemos una vocación de tipo social defender libremente nuestras ideas. ~
es periodista, especializado en cultura y política latinoamericana. Estudió Periodismo y Humanidades en la Universidad Carlos III de Madrid.