En el jardín de Tusquets, frente a dos tazas de café, Fabio Morábito y yo empezamos esta entrevista platicando del último cuento de La vida ordenada, que él recortó para que quedara más apretado porque el texto así lo exigía. De paso, evitó que “La luna y las ratas” pareciera una joroba dentro del libro. “Tiene algo de thriller —advierte Fabio, y agrega—: Realmente, todo cuento es mínimamente policiaco. Es algo que me pregunté escribiendo estos cuentos. Aun la historia más plana, la más moderada posible, desde el punto de vista de lo anómalo, de lo imprevisto, debe tener un huequito que cree un mínimo suspenso, una mínima pregunta que tenga que resolverse de algún modo”.
Muchos cuentos contemporáneos fallan por eso: recrean la vida cotidiana, las cosas que suceden todos los días, pero no hay misterio.
A lo mejor sus autores lo hacen porque sienten el temor de abaratar un poco su imaginación al caer en un estereotipo del misterio, cuando en realidad es lo que justifica que uno empiece a contar una historia. Es decir, no habría historia sin un mínimo de fricción.
La mayoría de tus cuentos están escritos en primera persona.
Solamente el tercero está en tercera persona. Me interesaba tener una historia escrita así. Yo desconfiaría de un autor que sólo sabe escribir en primera persona, porque esto te lleva a un manejo técnico muy determinado y elimina problemas al mismo tiempo que, por supuesto, crea otros. La tercera persona es quizá la manera más arquetípica de contar. Lo que se cuenta ya ocurrió, ya no le pertenece a nadie. No atreverse a enfrentar estos problemas puede empobrecer la narrativa. Luego hay también una tercera persona mezclada con la primera, como en “La caída del árbol”: sólo se platica lo que se ve, no hay esa omnipotencia que te permite meterte en la cabeza de los personajes, pero no deja de ser una tercera persona. Por eso coloqué este cuento en una posición central, para que hiciera un juego de oposición con los otros.
Todos los personajes tratan de ordenar su vida sin lograrlo.
Es como una aspiración irrealizable. Son personajes que necesitan ordenar su vida en un momento de crisis por el que pasan, pero al mismo tiempo la vida no se deja ordenar. Mi esperanza es que el título del libro sugiera eso por sí solo, es uno de los hilos que unen a estos cuentos. Se trata de un desorden a veces muy sutil, muy poco esperado. Quizá alguno de los personajes no sabe que está en un momento crítico y son los acontecimientos los que le muestran la precariedad de su situación.
También está la condición nómada de algunos personajes: cambian de departamento, salen de la cárcel, se trasladan a otro lugar…
Eso es lo que hace de la casa, del espacio físico, un lugar tan importante en estos cuentos. Qué más importante para ser precarios o nómadas que la esperanza de una vida ordenada, de un lugar estable. Estos personajes están en un momento de desorientación, de indecisión, han llegado a un punto muerto. El espacio cerrado agudiza esta crisis, es una especie de lente que afoca de una manera más precisa el interior de los personajes. Si hubiera espacios abiertos, estos conflictos se diluirían.
El departamento como espacio físico está presente tanto en tus cuentos como en tus poemas.
El tema del muro, de la contigüidad y, al mismo tiempo, de la separación, la voz que se oye, la conciencia de alguien que vive a dos metros de distancia, no me deja de asombrar. Es decir, vivimos cerquísima y separadísimos, basta un muro de veinte centímetros para que nos desconozcamos, pero al mismo tiempo me pregunto si verdaderamente vivimos desconociéndonos o si la conciencia del otro que está a un lado, abajo, arriba, no nos acompaña de una manera permanente en un nivel muy consciente, y eso también determina nuestra vida. No sólo porque de pronto, si tenemos un pleito con nuestra mujer, decimos “Cállate, porque nos van a oír”, sino que sentimos constantemente ese zumbido de vida ajena.
Toda esa promiscuidad: no puedes evitar oír el televisor del piso de abajo, los pasos del vecino…
A pesar de que la mayoría de…
A pesar de que la mayoría de los personajes son seres solitarios o que viven en un momento en el que se agudiza su soledad, la conciencia del otro nunca se pierde, y quizá eso los coloca en la disponibilidad de poder atender a situaciones o encuentros en los que en otro momento no invertirían nada. El otro siempre está ahí, desconocido, anónimo, a veces no tiene nada que ver con nosotros, pero a veces basta un mínimo intercambio para que se convierta en un ser muy próximo, aunque sepamos que después no lo vamos a volver a ver. El edificio es el paradigma de esta dialéctica de lo lejano y lo próximo.
Percibo en tus cuentos un afán de sutileza, un afán de sugerir en lugar de ser explícito.
Probablemente me venga un poco de la poesía, pero también de una voluntad de no crear momentos álgidos. Si hay un momento álgido en la historia debe tratarse de manera que no lo parezca para que su potencia resalte más. Si acordonamos en el cuento, el espacio específico donde sentimos que va a ocurrir algo importante, lo que le da la vuelta de tuerca a todo, le estamos restando energía precisamente en ese esfuerzo de darle resalte. Y creo que esa sí es una técnica muy del thriller: lo importante hay que encubrirlo lo más posible. Se dan pistas mínimas, y luego uno se da cuenta de que eso era lo fundamental. También hay una voluntad no sólo de técnica sino quizá más poética, moral. En la vida ocurre de ese modo: hasta después entendemos que aquel acontecimiento nos marcó profundamente.
En la poesía rehúyo el verso memorable o memorizable. Me gusta que todos los versos entren en una especie de cooperación, de caldo donde cada ingrediente otorga su parte de sabor pero no puede erigirse como el ingrediente principal. También en los cuentos es necesario que todo vaya capa tras capa constituyendo el organismo general de manera bastante imperceptible, y que no haya ninguna pista privilegiada o ningún elemento preponderante que pueda hacer perder de vista los otros.
Me llamó la atención el manejo del diálogo en La vida ordenada.
En mis cuentos muchas veces no hay diálogos como tales: pregunta, respuesta, de ahí a otra pregunta, a otra respuesta… Esa lógica se va rompiendo y pareciera que cada quien habla un poco por sí mismo, y el otro contesta una cosa que no es realmente la respuesta esperada, que a su vez plantea otra pregunta; es decir, hay un desencuentro. Me parece que eso constituye una marca de nuestra época. Yo creo que ya no conversamos, y conste que no lo digo necesariamente de un modo negativo. Hay tanta gente que no sabe oír, que no sabe escuchar, que aprovecha lo que dijo el otro nada más para poder decir lo que necesita decir, pero en realidad nunca atendió verdaderamente. Es un diálogo de sordos, parece que están hablando muchísimo y muy bien, pero en realidad no se están comunicando nada.
En apariencia eso es muy negativo porque, claro, es una falta de atención hacia el otro, pero nunca hay cosas totalmente negativas o positivas. No soy muy dado a la queja, y quiero creer que también hay un nuevo modo de comunicación. Es uno de los temas de mi libro: que no nos conocemos como creemos que nos conocemos, que en realidad permanecemos bastante desconocidos para el otro y, por consiguiente, para nosotros mismos. Pero eso que aparentemente es un efecto negativo, cada quien por su cuenta, nos otorga una libertad que no tendríamos si nos conociéramos a fondo unos a otros. A mí me ha ocurrido cuando algunas personas muy queridas por mí me han ubicado demasiado bien, que me siento en una prisión cariñosa y afectiva: se me está mutilando, y tengo unas ganas locas de rebelarme, de decepcionar al otro. Te pueden adorar, pero es una adoración carcelaria. Esto tiene una contraparte. Muchas veces una persona a la que sentimos que le somos indiferentes, de pronto tiene un gesto, una observación, una palabra que nos hace ver que nos pusieron mucha más atención de la que creíamos.
Todo esto crea una situación comunicativa actual en la que nunca sabemos qué tan bien nos conocen, qué tanto nos desconocen. Los otros siempre nos desmienten y nosotros siempre desmentimos a los demás, y quizá eso se refleje en los diálogos de mis cuentos donde no hay una verdadera comunicación frontal, nítida, de respuestas claras, pero no deja de haber diálogo. Al mismo tiempo algo por abajo está comunicándose, a lo mejor no con esas palabras que se dicen sino con los gestos, con el erotismo o cualquier cosa. Tal vez por eso la continuidad de los gestos en el libro. A mí los gestos me parecen fundamentales: un gesto nos dice mil cosas de una persona que sus palabras encubren. –