Visito la galería E Ciento Veinte, abierta hace unos meses en Madrid bajo la dirección de Karmele Rodríguez y con el propósito de fomentar el intercambio cultural entre Latinoamérica y Europa, que está a punto de inaugurar una exposición de Perla Krauze. Formada en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM, el Goldsmiths College y el Chelsea College of Arts de Londres, Krauze lleva cuatro décadas exponiendo su trabajo por todo el mundo. Un repaso a los títulos de las exposiciones puede dar una idea de los intereses de la artista desde el principio de su carrera. Por ejemplo: Orígenes, Naturaleza, Huellas de la memoria, Naturaleza suspendida, Huellas en el tiempo, Paisajes: Huellas y recorridos, Registros-Recorridos, Stones and Flowers, Topografías y Constelaciones, o Materia Lítica, una serie de nociones con las que me voy a encontrar cuando ella misma me explique las obras que se pueden ver en Madrid hasta principios de noviembre. Esta exposición se titula Un lugar después de otro y está comisariada por Sofía Mariscal, que estableció en Ciudad de México la Fundación Marso, donde conoció a la artista. El deseo de hacer algo juntas fue inmediato.
La exposición de Madrid está prácticamente montada, y un primer vistazo sugiere algo entre lo japonés y el gabinete de curiosidades, por los lienzos de distintos tamaños que cuelgan, casi superpuestos, de una de las paredes, y por la infinidad de piezas más pequeñas alineadas a lo largo de una repisa que recorre otro de los muros. Pero acerquémonos más. La pieza principal está hecha a base de frottage, improntas que Krauze ejecuta en distintos lugares, a lo largo del tiempo, en este proyecto en marcha en el que lleva cinco años. Con un trozo de grafito, sobre papel o sobre tela, registra las topografías con que se va encontrando, “pequeñas o grandes imperfecciones, sobre el suelo mayormente. En Ciudad de México tenemos muchísimas grietas causadas por distintas razones, ya sean tectónicas, que son las más graves, o porque una jacaranda ha crecido mucho y ha levantado con las raíces el pavimento”. Es una de sus maneras de conservar las huellas del paso del tiempo en los edificios y en las calles. “Para mí esas palabras son fundamentales: memoria, tiempo, paisaje. Todas estas marcas se tornan paisaje, topografía, parecerían montañas, ríos, a veces son piedras reales, cada una tiene una historia y un sitio de donde viene. Generalmente son lugares no importantes, sitios anónimos, en la calle donde trabajo, o lugares importantes como Culiacán, donde se han dado situaciones complicadas.” Los lienzos parecen mapas: alguno un mapa antiguo de una isla, otro la retícula ortogonal del ensanche de una ciudad. “Encontré un sitio en Puebla, Tecali, donde cortan la piedra sobre unas mesas gigantes. Al ir cortando, la sierra deja la huella en la piedra, y yo llego con mi tela para hacer la impronta. Estoy utilizando la huella de lo que otros hicieron. Es un tipo de grabado, el más básico.”
En cada exposición que hace procura incluir alguna huella de la ciudad. Hay tres improntas registradas durante estos días en Madrid. Se exponen junto a lo que parece el curso de un río, pero que es realmente la impronta de una grieta en un parking de Washington. Muchas de las piezas han viajado de un sitio a otro, tal y como se revela en el título. Parten de imperfecciones que encuentra por azar, en caminos o carreteras, y así el trabajo en marcha se va alimentando de los hallazgos durante el montaje de las exposiciones. Nos referimos a piedras, formas en los senderos, ramas o plantas, pero dentro de la categoría de hallazgo reutilizable puede contarse una estructura metálica que estaba en la galería y que la artista ha aprovechado para disponer algunas piezas, lienzos colgantes o las piedras, resinas y pequeñas esculturas colocadas, provisionalmente, a lo largo de la repisa adosada a la pared. La movilidad permanente parece un concepto, pero al juntarse con el hallazgo azaroso desemboca en otra de las técnicas distintivas de la artista: “El sitio me proveyó con la escultura. Las estructuras rectilíneas me permiten generar otras piezas. Puede que esta no sea la última versión.” Sucede lo mismo con un biombo de madera muy sencillo, apenas un bastidor, de estructura tan versátil que la pieza cambia incluso durante la explicación, cuando Krauze cuelga una ramita de aluminio fundida a partir de un modelo natural. Y así se comprende mejor la decisión de dejar visto el bastidor de los cuadros, que podrían pasar por esculturas: “Ese ir y venir extraño, indefinido, me interesa.” Dice Krauze que si fuese posible se pasaría a diario por sus exposiciones para recolocar las piezas, en un ejercicio de combinación que hace que una pieza se transforme en otra, donde la pintura y la escultura se relacionan entre sí. La movilidad en la disposición de los objetos genera una constelación, entendida como la relación viva detectada en los distintos elementos, y permite “descubrir que las relaciones van cambiando entre los objetos”, de modo que no solo la artista, sino también el visitante puede descubrir algo sobre los objetos, que se revela a través de relaciones inesperadas. Ella también se permite ser sorprendida por las nuevas relaciones entre los objetos al mostrarme, mientras cambia una pequeña piedra de lugar, cómo suele trabajar, cómo suele decirse: “qué bien, esto podría ser, quién dice que no”. ~
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).