Recuerdo la primera vez que vi a una mujer matar a un hombre (y, eventualmente, a varios). Lo hacía en venganza por haber sido violada, y para evitar que él y el resto agredieran a otras mujeres. La vi a mediados de los años noventa, dentro de un salón de clases. Yo era alumna de un curso dedicado al cine de Abel Ferrara, y ella era la protagonista de Ms .45, de 1981. Claro que, para entonces, ya había visto cine violento. Pero nunca algo así: una película sobre una mujer que tomaba la justicia por sus propias manos. Los vengadores que el cine me había presentado eran todos hombres que, si acaso, vengaban el honor de una mujer cercana, es decir, su propio honor.
Ms .45 fue mi puerta de entrada a un subgénero que todavía no identificaba por nombre: las llamadas rape-revenge movies (que en adelante llamaré “fantasías de venganza por violación”). Con el tiempo vería muchas más y aprendería a hacerlo con distancia. Confieso que la cinta de Ferrara me movió en lo visceral. Quizá por la novedad, me llenó de satisfacción.
Ms .45 transcurre en Nueva York a inicios de los ochenta. Su protagonista, llamada Thana (Zoë Tamerlis), trabaja en un taller de costura. Tímida y discreta, no usa maquillaje y su forma de vestir es sobria. Thana es muda, pero esto no la aleja del resto de las modistas. Las chicas socializan.
Una tarde, después del trabajo, Thana es violada en un callejón. Sobrevive al ataque solo para, el mismo día, llegar a su departamento y encontrar dentro a un ladrón. Tomando ventaja de su mudez, el hombre también la viola. Esta vez, sin embargo, Thana golpea a su atacante en la cabeza con un objeto y lo remata con una plancha. Lleva el cuerpo a su tina, y el hecho de tenerlo ahí comienza a afectar su estabilidad mental. Lo desmiembra para deshacerse de él y reparte los restos en distintas partes de la ciudad. Conserva del violador una pistola calibre .45, que da nombre a la cinta, y en adelante la descarga sobre todos aquellos que ella percibe como agresores: el piropeador que la sigue hasta un callejón; el fotógrafo de moda que la lleva a su estudio; un proxeneta que golpea a una prostituta; un jeque árabe que recoge mujeres en su limusina. Conforme adopta el rol de vengadora, Thana cambia su apariencia: se pinta los labios de rojo y usa vestidos de mujer fatal. Puede que sentirse en control la haga apropiarse de su sexualidad o que use esa apariencia como anzuelo para atraer a sus víctimas. En todo caso, elije vestirse de monja para ir a la fiesta de disfraces donde ocurre la ejecución final. (Para Ferrara, un cineasta católico, la redención es un tema central.) El director da a la fiesta una atmósfera de depravación. Ahí, Thana mata al hombre que más veces le puso las manos encima y quien también le dijo cosas denigrantes: su jefe. El trauma de la violación doble ha vuelto más arbitraria su elección de víctimas. Convencida, además, de que su misión tiene un sesgo espiritual –y con el atuendo para probarlo–, la monja armada mata a una decena de hombres. Para detener la masacre, una de sus colegas le entierra un cuchillo en la espalda. Thana intenta dispararle, pero se detiene cuando la reconoce. Antes de desvanecerse, emite la única palabra que se le escucha decir: “Hermana.”
¿Cómo esta espiral de violencia podría causar un sentimiento parecido a la satisfacción? Por el entendimiento, hasta hace poco compartido, de que las fantasías de venganza no son relatos literales: recurren a la hipérbole y así provocan catarsis. En las venganzas por violación, el asesinato de uno o varios hombres es, ante todo, un símbolo: cada hombre asesinado por Thana encarna tipos distintos de depredador. Participando de la convención, un espectador comprende que quien muere en pantalla no es un hombre con particularidades, sino la cara humana de un tipo de abuso. Cada que Thana descarga un tiro, se cumple la fantasía de que, por una vez, él no tuvo la palabra final.
A cuatro décadas del estreno de Ms .45 podría caerse en la tentación de llamarla una película “feminista”. Sería un despropósito porque Ferrara no la concibió así. Sin embargo, en su película previa, The driller killer (1979), el director había inyectado al género slasher una dosis de denuncia social. Una película tan violenta que se prohibió en Inglaterra, The driller killer atribuía la locura creciente de su protagonista a la hostilidad de las calles de Nueva York. En este sentido, tanto esa película como Ms .45 están más emparentadas con Taxi driver (1976), de Martin Scorsese, que con el género de explotación. Si bien sus protagonistas terminan siendo asesinos temibles, ambas apuntan a un entorno (indiferencia, explotación, atropello) que contribuye a que las personas pierdan el sentido de la realidad. Del interés de Ferrara por señalar responsables se deriva que haya observado el sexismo de sus contemporáneos. El guion de Nicholas St. John deja ver que el comportamiento de los hombres asesinados por Thana es nefasto. No son víctimas circunstanciales de una mujer perturbada.
Ms .45 es una de las pioneras del subgénero de fantasía de venganza por violación, pero también es una joya rara que se adelanta a su tiempo. No incluye una sola toma que sexualice a Thana (es ella quien se transforma, a su tiempo y en sus términos) y no se regodea con las escenas de violación. Y es que, hasta hoy, a este subgénero se le reprocha un doble discurso: condenar la violencia sexual y, a la vez, mostrar a una mujer al momento de ser violada desde ángulos que exhiben su cuerpo con innecesario detalle. Fue lo que caracterizó a las películas contemporáneas de Ms .45, como I spit on your grave (1978), de Meir Zarchi, que dedica casi media hora a la representación de una violación en grupo. En décadas posteriores, se movió la balanza para dar más peso narrativo y visual a los ajustes de cuentas. Algunas películas de este subgénero son homenajes más refinados a sus predecesoras (Kill Bill [2003], de Quentin Tarantino), otras son piezas de autor (Dogville [2003], de Lars von Trier) y otras desafían hasta al espectador más estoico (la magnífica Elle [2016], de Paul Verhoeven, sobre una mujer que toma el control absoluto de la narrativa de su violación). El movimiento #MeToo ha dado pie a revisiones interesantes del subgénero. Algunas directoras han vuelto a enfocarse en las escenas de violación, ahora volviéndolas realmente aberrantes (The nightingale [2018], de Jennifer Kent), y otras han llevado el factor venganza al terreno del horror (Violation [2020], de Madeleine Sims-Fewer y Dusty Mancinelli). De entre estas reelaboraciones, ninguna ha sido tan popular como Promising young woman (2020), escrita y dirigida por la inglesa Emerald Fennell, y nominada a cinco premios Óscar.
Cuando esto se publique, se sabrá si fue elegida como película del año, o como aquella con el mejor guion o con la mejor dirección. Espero que no. Toma riesgos, y eso se agradece, pero termina por recular. Su estética estilizada de luces neones y feminidad camp sienta un tono lúdico que luego se vuelve didáctico. Fennell presenta a su protagonista Cassie (Carey Mulligan) como un personaje excéntrico, casi de cómic: de día trabaja en una cafetería y, por las noches, finge alcoholizarse en bares para atraer hombres que intentarán aprovecharse de su estado de indefensión. Llegado el momento, Cassie los confronta. Lo hace para vengar el suicidio de su amiga Nina, siete años antes, por depresión. Nina fue violada por compañeros de su universidad; cuando reportó el hecho con los directores, estos se negaron a castigar al agresor principal.
Casi todas las vengadoras seriales lo son en nombre de otras mujeres. Cassie, por su parte, revela un rasgo problemático. Su personalidad excéntrica es más bien una especie de máscara pegada a la piel. Pronto queda claro que, tras la muerte de Nina, Cassie puso en pausa todo –estudios, relaciones, pasatiempos– y anuló su propia vida al igual que otros anularon la vida de Nina. En el caso de otras vengadoras, el trauma en carne propia explica una cacería humana que, tarde o temprano, ha de ser detenida. Sin embargo, Cassie hace una interpretación oscura de la noción de sororidad: se identifica con Nina desde la muerte, y no desde la posibilidad de vivir. Esto llega a su clímax en el último acto de la película (advierto spoilers). En posesión de un video que documenta la violación de Nina, Cassie se disfraza de stripper y se infiltra en la despedida de soltero del principal culpable. Todavía en personaje, Cassie lo esposa a una cama de postes. Ya inmovilizado, le recuerda su trasgresión. Este set up de fantasía de venganza toma un giro siniestro: el confrontado se libera, forcejea con Cassie y la asfixia. La escena es lenta y sádica, no muy distinta de aquellas que explotan una violación. Se ha dicho que la trama es astuta porque Cassie, al presentir su muerte en manos de los violadores de Nina, había enviado el video de la violación a la policía y programado mensajes de texto “ácidos” que se leerían después de su muerte. No es por ser aguafiestas, pero nada en el guion sugería que, para hacer la denuncia, se requería la autoinmolación.
Más allá de que Promising young woman idealice la autovictimización, su problema es la trampa que tiende al espectador. Hacerse pasar por subversiva y ser más bien reaccionaria. Fennell ha dicho que su desenlace busca recordar a la audiencia que las mujeres siempre salen perdiendo. Pero insisto: nada en la lógica de la película hacía inevitable la muerte de Cassie. Fennell quiso integrar géneros que complacen a dos tipos de audiencias: las que buscan el placer vicario de castigar a un culpable simbólico y las que exigen que los personajes sean ejemplo de comportamiento. El intento hizo corto circuito y el resultado es un relato de dirección confusa. El equivalente cinematográfico a invitar a alguien a tomar asiento para luego quitarle la silla. Se ha dicho que esta fantasía de venganza “inspira a las mujeres de una nueva generación”. Es inquietante pensar que la muerte autoinducida de su protagonista sea vista como aspiración. A la idea de que su protagonista exuda empoderamiento, opongo que no hay mujer más poderosa que aquella que, dada la opción, elige la supervivencia. Cassie la descartó. ~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.