Vale, nos rendimos, ok. Aceptamos que el crack del 08 es culpa nuestra, tuya, mía, de cada cual. Aceptemos el dogma ultraliberal… porque no se nos ocurre nada práctico para combatirlo o superarlo. La crisis sigue vivísima en todas partes, estamos muertos, endeudados, perdidos. Somos los personajes de Juan Rulfo, zombis sin rumbo en Comala, cualquier urbe. Críticas ponderadas a dos libros rebeldes, los últimos de Marina Garcés y Remedios Zafra, inciden en que no proponen alternativas concretas. Es que no las hay. John Lanchester da una receta en el último número de esta revista: acabar con la opacidad del dinero. Es fácil en la práctica, pero imposible en la política. No se hace. Quizá porque el dinero manda en la política y no quiere ser detectado, no quiere pagar por sí mismo… ni que le vean. Dios es invisible, innombrable. Es ley global: que solo paguen los pobres.
Entonces, en este infierno, y asumida la culpa/deuda individual y sus autoayudas inherentes, a ver qué se podría hacer para no descarrilar el sistema, si es que se le puede llamar así. Una vez reconocido el poderío absoluto del dinero para todo, para evadirse, para declarar qué es el mundo y qué hemos de pensar y decir (con algunas libertades locales micro en los sitios “democráticos”, ya con muchas comillas), veamos algunas rendijas por las que mejorar un poco el chiringuito. El objetivo, ya descartada toda esperanza, es mejorar un punto la supervivencia y aliviar el sufrir… sin molestar al dinero. Si hay un hilo hemos de intentarlo.
pause: los ídolos del fútbol evaden y no piden disculpas: Messi, Ronaldo y otros muchos, han reconocido deudas enormes con Hacienda, han aceptado cárcel (teórica), devolverán algo y ya se cierra el episodio. Fin. Pero siguen siendo héroes mundiales, reyes del balón de oro. No piden disculpas, no se arrepienten, no dicen nada. Ninguna de estas evasiones colosales va con ellos. No son responsables. Son el modelo humano, personal, de la hiperrealidad: el dinero no paga impuestos, es una herejía. Es lo que está pasando. Ellos son el ejemplo vivo de cómo es el mundo. Nos roban a todos con lo que no pagan, les pillan, les hacen devolver algo, llegan a un acuerdo, fin. Pero su fama, su buen nombre, permanece, no se ven cuestionados. El dinero no paga, o paga tarde y poco y mal, pero no se descuenta la gloria. Este es el modelo para los niños que vienen al mundo Rulfo.
El único resquicio para obtener algo del dinero, ya libre y dueño absoluto de sus opacidades globales, es la caridad. La caridad, como se sabe, tiene un precio más alto que el interés estándar. ¿Cuál sería el precio de esta poscaridad que le vamos a pedir al dinero todopoderoso? ¿Acaso puede quedar algo que pueda interesarle si ya es el dueño absoluto del mundo y de nuestras conciencias hasta el punto de que adoramos a Messi y Ronaldo o a las marcas que nos chupan la sangre y el sentido? Hay que buscar ese algo. Servirá para negociar, siempre desde la humillación ya póstuma y una vez admitida la derrota universal y definitiva. Esta derrota total hay que admitirla con sincera alegría, en caso contrario el amo no accederá a considerar la caridad. Lo primero es declararse culpable.
Entonces, hay que buscar algo que esté ocurriendo ya, pues no es posible proponer nada. Hay que buscar algo horrible que esté pasando a toda velocidad y que pueda o pudiera remotamente perjudicar al dinero que gira loco sin tiempo. Hay que tener en cuenta que ese dinero es todo invisible, opaco, no le afecta la vida real. Es una divinidad electrónica, un juego inaccesible. Las subprime fueron una demo al lado de esto. Igual que la física reconoce la energía oscura y la materia oscura hemos de reconocer esta realidad y vivir zombimente bajo ella, en su espesor de muerte.
Lo más fácil sería decir: la gente está tan abrasada que opta por lo único que puede hacer (descartada la revolución): votar al más loco, al más radical, al peor. Si esta resistencia o reacción desesperada –pero todavía no muy desesperada, queda margen– se extiende, el mundo podría volverse un lugar mucho más peligroso, y esa incertidumbre o locura podría perjudicar también, acaso, al dinero. Se le podría plantear ese dilema: abran un poco la mano, den un respiro y eviten el caos total. Un 1 por ciento o por mil de sus ganancias trillonarias sería suficiente para rescatar a los zombis rulfianos y reavivar un poco la democracia en su fase ya vencida o desvencijada. Aplazar deudas estatales. Rebajar gabelas un puntito. Los rehabilitados podrían ser inversores en sus preferentes futuras y devolverían con creces ese punto. Podrían esquilmarles de nuevo enseguida. Podrían volver a estafar al mundo si le dejaran respirar otra vez.
La energía y la materia oscura se reconocen al fin, imposible calcular la magnitud de nuestra ignorancia sobre el sistema. Reconozcamos la opacidad del dinero en el día a día, en los memes, en los tuits, en los augurios de esos mercados que aún auscultan las cifras micro de lo conocido y mensurable.
¿Qué se puede ofrecer a los dueños del mundo para que aflojen un punto su codicia? ¿Quién sería el interlocutor? ¿Sería posible que un gobierno de un país suelto pudiera alcanzar ese punto de apoyo, ese pacto, cuando todo ha sido arrasado?
En fin, por decirlo que no quede: renta básica global, paridad universal y legalización de las drogas. Quizá cuando la gente pueda respirar un día entero podrá pensar en el cambio climático. Feliz día de los muertos. ~
(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).