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Juan García Ponce: elogio a la imaginación

En una mesa redonda publicada en Plural, García Ponce subrayó la necesidad de hablar de la imaginación cuando se habla de literatura. Para el narrador y ensayista había una verdad en la imaginación capaz de instalar un nuevo espacio en nuestras vidas.
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Estoy convencida de que la dimensión creativa de la literatura, la imaginación, resulta mucho más poderosa que la dimensión de la crítica, y autores como Juan García Ponce lo confirman. Releerlo es revivir también una sensación de antaño nuestra: recobrar el asombro ante la palabra como si se pronunciara por primera vez, con su carga de magia, misterio y sentencia que, alguna vez, tuvieron todas las palabras al nacer, cuando cada una se hermanaba a su etimología. Cierto, reconozco también en García Ponce una obsesión o engolosinamiento ante el lenguaje. Pero él es un poco así: encantador de serpientes, con una dosis de descaro frente a las buenas conciencias lectoras.

Es sabido que sus temas son pocos y que vuelve a ellos una y otra vez; no obstante, ninguno carece de profundidad. Prefiere la repetición, la hondura de un mismo asunto, antes que la traición de quien explora un tema que sencillamente no le interesa. El amor, el erotismo, lo sagrado son los temas privilegiados en su obra, y en ellos se apoya para fraguar tanto su propuesta narrativa como su producción ensayística. Hay que mencionar, no obstante, que estos temas parten de un factor común: la imaginación.

A casi cuarenta años de haberse publicado Crónica de la intervención –novela monumental, síntesis de lo que considero su poética–, ¿por qué resulta relevante seguir hablando de estos asuntos? Para responder esta pregunta, basta parafrasear al mismo García Ponce a propósito de Nietzsche en el número 21 de Plural: hoy por hoy, la imaginación constata su vigencia porque, a más de dos mil años de la instauración del cristianismo, hemos sido capaces de crear nuevas guerras, nuevos virus, pero hemos sido totalmente ineptos para inventar nuevos dioses. Ahí, tal vez, nuestra derrota. Ahí también la dimensión creativa de lo literario se evidencia como alternativa.

Con una voz que se perfila como una de las propuestas más hondas de la Generación de Medio Siglo, García Ponce forma parte del primer número de la revista Plural, en octubre de 1971, en la transcripción de una mesa redonda en la que participó junto a Octavio Paz, Carlos Fuentes, Marco Antonio Montes de Oca y Gustavo Sainz. Bajo la pregunta “¿Es moderna la literatura latinoamericana?”, García Ponce ensaya algo parecido a una declaración de principios: “Quisiera hablar de otra realidad, la realidad de la imaginación, la que aparece y se muestra en la poesía.” Para ese tiempo, cuenta ya con varias publicaciones. Es autor de Figura de paja (Joaquín Mortiz, 1964) y La cabaña (Joaquín Mortiz, 1969), dos de sus primeras novelas, y tan solo un año después escribirá “El gato” (cuento decisivo para el posterior desarrollo de su poética del voyeur), aunque habrá que esperar diecisiete años para la aparición de Inmaculada o los placeres de la inocencia (FCE, 1989).

Como apasionado lector de Pierre Klossowski y de Georges Bataille, entre tantos otros, no tuvo reparo en mostrar su desencanto o su falta de fe ante las instituciones, desde el gobierno y la iglesia hasta el matrimonio. Así que en más de una ocasión fue sincero: no quería hacer nada, al menos nada “útil” para la sociedad. “Quizá más que escribir, o anteriormente a que la necesidad de escribir se presentara en verdad, lo que quería era no hacer nada”, puede leerse en su Autobiografía precoz, publicada en 1966 cuando contaba con tan solo 34 años de edad. Y algo parecido escribe también en el número 13 de Plural, alrededor del título “México 1972. Los escritores y la política”: “Durante mis años de estudiante, aparte de que a mí no me interesaba hacer carrera en ningún lado, ni tampoco tener una ‘carrera’, [la] retórica oficial convertía la política en el terreno de la náusea.”

No obstante, su aparente apatía deviene luego en postura de vida, conciencia política que emana de la emoción del que constata la injusticia. Porque el 68 aún vive. “La imaginación al poder” fue uno de los eslóganes del movimiento estudiantil y obrero conocido como el Mayo francés. Movimiento que tuvo influencia en las manifestaciones que sucedieron luego en otros países; entre ellos, México. 1968: otra forma –utópica, tal vez– de concebir un orden distinto. “Hay una verdad de la acción como pura protesta dentro de la que las emociones están justificadas, la intensidad es auténtica –es una actitud política”, subraya García Ponce en el número 13 de Plural.

El papel de la literatura, entonces, es cosa seria. El tema de la imaginación es poco estudiado en la obra de García Ponce y, sin embargo, es un concepto matriz: la imaginación sigue siendo la loca de la casa. Con ello se reafirma que el espacio literario persiste como territorio vital. No como esperanza benigna o reconciliadora, no como escape o final feliz, sí como grieta que se abre, sí –y ahí su gracia– como posibilidad.

De tal suerte, no resulta inapropiado hablar en la obra de García Ponce de una fuerza de atracción entre las palabras. Porque aunque la condena del escritor sea moverse en el vacío, aunque se escriba para mostrar el vértigo, la ausencia de puntos de apoyo, la falta de equilibrio –pienso en Maurice Blanchot, también en Marguerite Duras–, la imaginación funciona como acto potenciador de otras realidades; ahí donde el cuerpo disgregado se restaura como templo y el erotismo –y el amor, claro está– es motivo de transgresión y rebeldía.

Y es que la “verdad de la imaginación, el poder de la imaginación, es capaz de hacer aparecer un nuevo espacio”,

((“La cultura”, Plural, 21, p. 17.))

 escribe García Ponce, y esa verdad remite al espacio literario con toda su carga de tiniebla y luminosidad, con toda su violencia y plenitud. Porque un ser humano sin mitos, un ser humano sin símbolos, un ser humano sin fe, es alguien marcado por la carencia. La falta de amor y erotismo prueba la existencia de un ser escindido en la más pura esencia del castrato medieval: el Abelardo de Eloísa, que se avizora intelectual, toda razón, pero que se desea hombre.

El espacio literario, como espacio de la imaginación, es la zona donde todo puede ocurrir, o donde todo, paradójicamente, vuelve a ocurrir por primera vez. Recordar a los Novalis, a las Brontë, a los Baudelaire, es recordar aquello que los románticos llamaban magia. Romanticismo, movimiento literario que, para García Ponce, fue el último intento de la humanidad por reagrupar fuerza y provocar un nuevo nacimiento, otro lenguaje:

[…] en este sitio oculto y revelado por el bosque, en el claro cercado por los altos árboles, en el verde prado húmedo, en medio de la vegetación, desde ese lugar en el que podríamos tal vez escuchar a lo lejos el rumor de las aguas de un arroyo, mirar el cielo estrellado en el que brilla redonda y amarilla la luna y conducidos por esta visión y este sonido, esperar la aparición mágica […], tal vez el mundo podía haberse poblado nuevamente con las figuras de los dioses.

((Idem, p. 16.))

Imaginación: la loca que da la espalda a los interdictos para explorar otros significados de la palabra. Imaginación, metáfora del embeleso: “noche encantada bañada a la luz de la luna”.

((Idem, p. 17.))

 Su cometido –si es que puede hablarse en estos términos– sería colarse a la vida, provocar una zona donde nuevos dioses nos habiten. Esperanza, ilusión, tal vez, llámesele como sea. Pero si todavía somos capaces de creer en la loca de la casa entonces todo, una vez más, cobra sentido. Si la dejamos hablar, al más puro estilo de Erasmo de Rotterdam, veremos a una imaginación libre, bella y estulta, micrófono en mano, ocupando el lugar más alto en la tribuna. ~

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es escritora. En 2018 Alfaguara publicó su novela Jugaré contigo. Con Tangos para Barbie y Ken (Textofilia/IZC, 2016) obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen; y con Poética del voyeur, poética del amor. Juan García Ponce e Inés Arredondo (UAM/Conaculta, 2013), el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario.


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