Bárbara Jacobs evidencia que para algunos escritores la lectura es una forma de escritura y que lo que se escribe no es sino la reinterpretación de lo que se ha leído. Su obra es una profunda indagación en la experiencia literaria desde sus primeros libros y que ha transitado por todos los géneros: la narrativa, el ensayo, la antología, la traducción, la correspondencia, la poesía e incluso la marginalia. La buena compañía (Era, 2017) es, hasta el momento, la última entrega de las conclusiones a las que va llegando a través de la obra de autores como James Joyce, Juan Rulfo, Ida Vitale, Antón Chéjov, Mercè Rodoreda, Hannah Arendt, Albert Camus o Carlos Monsiváis. Nacida en Ciudad de México en 1947, en el seno de una familia de emigrantes libaneses (experiencia que recreó en su premiada, celebrada y con frecuencia revisitada novela Las hojas muertas), cursó la enseñanza secundaria en Canadá y, de nuevo en México, se licenció en Psicología.
La buena compañía se presenta como historia de los géneros a través de sus lecturas o historia de sus lecturas a través de los géneros. Pero es un diálogo, una interpretación, una antología… Es decir, continúa el diálogo que ya ha planteado con las obras que le interesan desde sus primeros libros (Escrito en el tiempo, por ejemplo). ¿Qué ha descubierto de nuevo en este libro, por qué es un paso adelante?
Más que un paso adelante, pienso que La buena compañía, en cuanto al proyecto que ha sido para mí, y por la edad que alcancé a cumplir, más bien tambaleantemente en el transcurso de terminarlo, se trata de un paso final. Aunque no he parado y me temo que no pararé de leer y de escribir sobre mis lecturas (y sobre lo que se me ocurra) hasta que se me cierren los ojos para siempre, me parece que con este libro dejo establecido mi juicio y mi gusto literarios que, si no han variado mayormente de los que he presentado en mis libros anteriores, en cambio sí se han reafirmado y confirmado. La buena compañía es mi testamento literario.
Este diálogo con otros autores y otras obras también lo tiene presente en la ficción, por ejemplo en la novela La dueña del Hotel Poe, que publicó en 2014, ¿qué diferencia existe cuando lo aborda desde un género o desde otro?
Me gusta que se vean mis libros como diálogos con otros autores y otras obras. En todo caso, en ambos diálogos, los que imponen el tono son esos autores y esas obras; yo solo me dejo llevar. Y la verdad es que cuando se establece esa interlocución, para mí no hay diferencia entre la ficción y la realidad.
La identidad es un tema muy importante en toda su producción y en ocasiones insinúa que se busca a sí misma en lo que han escrito otros. ¿La literatura abarca todos los terrenos de su vida?
La literatura es cada vez más toda mi vida y mi vida es cada vez más pura literatura.
En relación con la identidad, es constante su preocupación por la traducción y por la lengua materna o los idiomas que se hablan o se dominan. ¿En qué medida la literatura y el lenguaje forman la identidad?
Mi identidad está formada en todos sus aspectos por componentes de divisiones disueltas y absorbentes o permeables. Así, aun cuando por herencia soy cristiana y judía, el hecho es que no soy creyente de ninguna de estas dos religiones en particular, sino que procuro seguir los lineamientos que trazan tanto estas dos como todas las religiones, por no decir que simplemente los que trazan la filosofía y el sentido común.
Aunque formalmente podría afirmar que soy mexicana, libanesa y estadounidense, el hecho es que no siento que pertenezca a la cultura de ninguna de estas tres nacionalidades; más bien, siento que pertenezco a todas a la vez, o a ninguna. Por otra parte, y de igual modo, aunque mis lenguas naturales son el castellano y el inglés, no siento que ninguna de las dos sea, en exclusiva, la materna. Tampoco puedo dejar fuera el árabe, que oí y estudié de niña, ni el francés, que oí y estudié de niña y que he seguido frecuentando toda mi vida. Y supongo que, debido a esta inclinación mía, me interesa tanto la traducción que no solo ha sido el conducto imperecedero hacia la transmisión de la cultura, sino que ha sido la clave que ha posibilitado que nos entendamos los unos a los otros o, al menos, que nos podamos entender.
¿Cuán identificada se siente con la etiqueta de metaliteratura? ¿Y la de autoficción?
Ahora que ya les han puesto nombre a estas inclinaciones hacia las que siempre he tendido de manera natural me siento menos anónima ante la crítica.
A veces los títulos, citas o nombres de autores parecen ser utilizados casi como se utilizaría un ready-made en arte. ¿Eso excluye a una parte de lectores?
En la literatura suelen abundar las referencias, las alusiones y las intenciones más cultas (y quizá por lo mismo más ocultas), o más populares (y quizás por lo mismo más al alcance de la mano). El buen autor se entretiene incluyendo unas u otras o todas ellas a la vez, y deseará que el buen lector aprecie las que capta en una primera lectura, cada una en su justa medida, y que, en relecturas subsecuentes se tope con más y las aprecie tanto por sí mismas como por haberlas encontrado.
No tengo a la mano la cita exacta de Joyce, pero sostenía, en el colmo de su malicia y de su ingenio, que él llenaba su obra de referencias y alusiones tan cultas y tan recónditas como lo hacía no solo para mantener intrigada y entretenida a la crítica durante años y años, sino para, y por lo tanto, convertir su obra en inmortal…
¿Por qué cree que ahora se transita este camino en el que se reinterpreta o se parte de lo ya escrito?
Aunque la frase parece ser ya de dominio público, creo que fue Gide quien dijo que todo ha sido dicho ya, pero que, como nadie escucha, hay que volverlo a decir.
¿Qué otros futuros o vías de expansión ve para la novela o para la creación literaria?
Si un autor parte del principio de no repetirse, ante cada nueva obra que emprenda tendrá el campo totalmente abierto y despejado para enfrentarlo no solo con mayor conocimiento sino con mayor libertad y, siempre, con toda la imaginación de que nuevamente sea capaz.
¿Qué opinión le merece el debate sobre la muerte de la novela?
Los géneros literarios evolucionan, pero no desaparecen. Siempre han sido los mismos, la poesía, la narrativa y el ensayo. Con el tiempo, solo han ido ramificándose, y cada ramificación solo ha ido adquiriendo un nombre, según sus propias particularidades. Y las ramificaciones son infinitas.
Al leer La buena compañía, el lector se siente destinatario de los argumentos de la autora por los que merece la pena leer o escribir. ¿Podría resumirlos?
Para mí, y en este orden, escribir y leer son las actividades que han dado forma a mi vida desde siempre. Soy muy reservada y muy pasiva. Al escribir (mi diario, mis notas, mis cartas, mis artículos, mis libros) doy expresión a todo lo que callo; y al leer, me hago de todo lo que no salgo más allá a buscar. El verso de William Blake “las puertas de la percepción” está tomado de su poema “El matrimonio del cielo y del infierno”; Aldous Huxley tituló con el mismo verso un libro en el que se refiere a percepciones que experimentó y que fueron “puramente estéticas” hasta “la visión sacramental”. Modestamente, para mí leer es la “puerta de la percepción” del mundo, de la vida y de la muerte, y escribir es franquearla. ~