Si los demócratas pierden la elección

¿Cómo podrían responder los demócratas? ¿Cómo deberían responder? ¿Cuáles son los peligros? ¿Cuáles las puertas que se abren?
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Antes de que Joe Biden terminara su campaña en julio, muchos demócratas se habían resignado ante la posibilidad de que Donald Trump volviera a la Casa Blanca. Pero después de que el presidente se retiró de la contienda, Kamala Harris diera un paso adelante y los demócratas encabezaran las encuestas, el estado de ánimo ha cambiado. La esperanza volvió. Sin embargo, si en este nuevo escenario Trump gana, los demócratas estarán devastados.

Perder una elección nunca es fácil. Pero una derrota presidencial demócrata en noviembre (junto con la pérdida del Senado y de la Cámara de Representantes, si se da el caso) sería mucho más que difícil. Sería existencial. ¿Cómo podrían responder los demócratas? ¿Cómo deberían responder? ¿Cuáles son los peligros? ¿Cuáles las oportunidades?

Si los demócratas pierden podrían estar tentados a recalibrar o resistir. Pero la mejor estrategia sería repolarizar y realinear al electorado estadounidense. Esta es la estrategia más difícil, pero que ofrece la mayor recompensa.

A lo largo de la historia, los partidos políticos han reaccionado a la derrota con una mezcla de introspección y recalibración. Un partido perdedor puede hacer ajustes y encontrar nuevos líderes y temas nuevos en los cuales hacer hincapié. También puede esperar a que el partido ganador se extralimite, acumule fracasos y falle en cumplir sus promesas.

El electorado estadounidense lleva décadas hambriento de algún “cambio” no especificado. Cada elección ofrece una nueva oportunidad para “echar a los buenos para nada”. Nótese, por ejemplo, que Harris, a pesar de ser la actual vicepresidenta, se presenta a sí misma como una opción novedosa y fresca. Esta podría ser una estrategia normal. Pero no vivimos tiempos normales. Trump no es un presidente normal. Según todos los indicios, un segundo mandato de Trump podría ser mucho más radical que el primero.

Cuando Trump llegó por primera vez al poder, en 2017, un cuadro de republicanos tradicionales preservó el statu quo. Ocho años después, una segunda administración de Trump podría estar integrada por una nueva generación de leales. Estos leales han pasado numerosos años contemplando un ambicioso plan de desmantelamiento del Estado actual. Parecen especialmente decididos a imponer un enfoque severo y militarizado en la frontera sur y a la migración en general.

Existen fuerzas dentro del Partido Republicano que quieren implementar una prohibición nacional al aborto (o algo cercano a eso). Sin embargo, Trump mismo se muestra un poco dudoso de hacerlo. En su lugar, se muestra más decidido a castigar a sus enemigos políticos en un frenesí de retribución.

Dado que Trump no es un presidente normal, sino un empresario conflictivo, parece poco probable que los demócratas se limiten a contenerse y a esperar su turno de vuelta al poder. Y tampoco deberían hacerlo.

Durante la primera administración de Trump muchos demócratas se refirieron a sí mismos como parte de la “resistencia”. Pero esa es una postura más retórica que en sustancia. Las acciones de protesta se limitaron a algunas marchas. Algunos funcionarios locales demócratas se opusieron al endurecimiento de las políticas migratorias, ofreciendo sus jurisdicciones como “ciudades santuario”. Pero la evidente impopularidad de Trump lo volvió suficientemente vulnerable como para que muchos demócratas se sintieran seguros de que podrían derrotarlo a través de medios electorales normales, particularmente después de una fuerte actuación demócrata durante las elecciones intermedias de 2018.

Ahora, deberíamos esperar una “resistencia” más agresiva, dada la devastación que desencadenaría la derrota demócrata, sobre todo si los demócratas ganan el voto popular y pierden en el Colegio Electoral (como ya ocurrió en 2016). La facción activista del Partido Demócrata no se va a quedar de brazos cruzados. Una pregunta para el Partido Demócrata y sus líderes electos deberá ser qué tan cerca estarían de ese movimiento de resistencia, en caso de que surja. La escalada a través de protestas masivas y el rechazo por parte de funcionarios locales y estatales a cumplir con las órdenes federales es una estrategia peligrosa. Puede triunfar si se adhiere a los principios de no violencia y provoca reacciones exageradas. Pero también puede fracasar si se vuelve violenta o si se fragmenta en diferentes facciones.

Por lo tanto, un verdadero riesgo para los demócratas son las enfurecidas disputas internas y los desacuerdos sobre la agresividad con la que contraatacar.

Es de suponer que algunas voces dentro del partido busquen una estrategia de oposición más “normal” –criticar al partido ganador, rechazar sus iniciativas y esperar a que paguen el inevitable costo político que conlleva ocupar el poder–. Otros, seguramente, señalarán las ambiciones radicales de la administración de Trump y de los republicanos, y temerán que, si no resisten y pelean ahora, puede que más adelante no haya elecciones. Las luchas internas en la oposición son el camino más seguro hacia el autoritarismo.

Los republicanos ya han mostrado su deseo de alterar las reglas electorales para incrementar sus oportunidades de victoria. Cuantos más demócratas contraataquen agresivamente, más justificados se sentirán los republicanos para intensificar la escalada. Al fin y al cabo, este es el manual de los autoritarios: seguir aumentando la polarización, recurriendo a las declaraciones más extremas de la otra parte y utilizarlas para justificar nuevas medidas represivas.

Sin embargo, existe una tercera estrategia: lo que unos politólogos llaman “repolarización transformadora”. Cambiar el campo de batalla de la política estadounidense hacia un nuevo eje: no solo izquierda contra derecha, sino democracia contra autoritarismo, inclusión contra exclusión, igualdad contra jerarquía.

No pretender que las divisiones no existen, sino redefinirlas para forzar un realineamiento político. Canalizar la energía de esas divisiones hacia una gran reforma.

Esto podría involucrar iniciativas audaces que aborden directamente los agravios que alimentaron la polarización, como la desigualdad económica, la erosión de la confianza en las instituciones democráticas y la erosión de la autoridad local en la toma de decisiones (principalmente en las ciudades). Y lo que es más atrevido, un programa de reforma debería abordar directamente la naturaleza distorsionadora de las instituciones electorales estadounidenses, en las que el ganador se lo lleva todo, y abogar por romper el sistema bipartidista que impulsa y acelera lo que he denominado el bipartidismo de la perdición.

Como han argumentado los politólogos Jennifer McCoy y Murat Somer, “la repolarización transformadora en torno a ejes de valores democráticos y reformas que aborden los agravios subyacentes puede iniciar un círculo virtuoso. Por ejemplo, la presión de un movimiento social que surgió en torno a cuestiones de justicia social en Chile en 2019 cambió el eje de polarización y condujo a un referéndum exitoso sobre la organización de una asamblea constituyente”.

Ante el retroceso democrático, es necesaria cierta resistencia. Pero la clave para una resistencia efectiva no es simplemente resistir, sino realinearse. Es una estrategia de jiu-jitsu: tomar la fuerza de cualquier política agresiva de la administración de Trump y reformularla como si socavara las tradiciones democráticas estadounidenses. Al presentar una nueva y audaz visión de la inclusión democrática y política, los demócratas podrían crear una democracia nueva y más resiliente, una que esté mejor preparada para enfrentar las presiones del autoritarismo y para cumplir las promesas de igualdad, justicia e inclusión para todos los estadounidenses.

Pero este es un camino angosto. Demasiadas disputas internas, demasiadas recriminaciones ante la derrota y demasiada complacencia son riesgos reales. Hay mucho en juego. Si los demócratas pierden la elección y luego se fisuran y titubean en su respuesta, Trump podría mover a Estados Unidos varios pasos hacia el autoritarismo. ~

Traducción del inglés de Karla Sánchez.

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es un politólogo estadounidense. Es miembro senior de la New America Foundation.


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