Leer no es opcional

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Nuestros papás se preocuparon porque aprendiéramos a leer cuando éramos niños, creyeron que eso representaría nuestro “éxito” e inserción en un sistema sociocultural. Leer para poder entender el entorno inmediato, para abrir una puerta, para tomar el metro en la dirección correcta o para comprender las cláusulas de un contrato. Esa misma preocupación, en algunos casos, dio un paso más: leer no solo para entender un mensaje, también para conocer historias y fomentar una sensibilidad estética. En el mismo sentido que nuestros padres, desde hace muchas décadas, el Estado mexicano ha tenido la intención de educar a los ciudadanos y enseñarles a leer. Primero a leer letras y entender mensajes, luego a leer por placer. El sistema educativo ha asumido la primera forma de lectura, mientras que la segunda ha sido una labor compartida entre la SEP y las instituciones culturales y se ha reflejado en proyectos como la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ) y la colección “Obras para Niños y Jóvenes” del Fondo de Cultura Económica (FCE).

La FILIJ es, en palabras de los organizadores, “un espacio de promoción a la lectura dirigido a niños y jóvenes y [de] difusión editorial”.

((Sitio web oficial de la FILIJ: bit.ly/2zDPb0g.
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 Fue fundada en 1981 como un proyecto del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (hoy Secretaría de Cultura) junto con la representación en México del International Board on Books for Young People. Con los años, la feria ha crecido en tamaño y alcance; su objetivo original de crear lectores se mantiene y extiende a través de las actividades que realiza. Durante diez días, la feria ofrece múltiples eventos para el público infantil y juvenil, y en paralelo organiza jornadas académicas para profesionales acerca de la ilustración, la literatura y el fomento a la lectura (la mayor parte de esta oferta está dirigida a la lectura y el análisis de materiales de ficción, las publicaciones de otro tipo tienen una presencia insuficiente). En 2017, la FILIJ alcanzó el mayor aforo desde su fundación, al recibir 481 mil asistentes en diez días. Una cifra abrumadora para la capital de un país donde “nadie lee”. Si partimos del supuesto de que hay pocos lectores en México, ¿los visitantes de la feria son lectores en potencia o gente que busca un lugar de esparcimiento? Me inclino por lo segundo. Basta ser un observador promedio de la FILIJ para reconocer el abismo entre las multitudes que convoca un concierto y las raquíticas audiencias en la presentación de un libro.

La feria, además, reproduce ideas románticas acerca de la lectura. Para comprobarlo, solo hay que revisar las palabras inaugurales de su 37a edición, cuando Jorge Gutiérrez Vázquez, subsecretario de Diversidad Cultural y Fomento a la Lectura de la Secretaría de Cultura, lanzó la consigna: “formemos jóvenes lectores y hagamos mejores ciudadanos”;

((“Arranca la 37 Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil”, Crónica, 10 de noviembre de 2017.
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 estas palabras se suman a discursos similares que se reproducen año con año. Entiendo el origen y el contexto de la frase, conozco el repertorio de lugares comunes, sin embargo en México seguimos sin tener claro cuál es el beneficio de crear lectores de ficción y sin contar con un indicador sobre cómo cambia la vida de quien se entrega a leer por gusto frente a la de alguien que no lo hace. Las encuestas sobre la lectura se concentran en la comprensión de textos, no reparan en el goce que se obtiene o en el cambio que este suscita en los usuarios. El placer y sus efectos son rasgos de la lectura que no se pueden sistematizar, para tener respuestas más precisas sería necesario realizar estudios de caso, seguir la vida de un lector de ficción y la de un no lector para detectar las diferencias entre uno y otro –un trabajo arduo, ocioso y equívoco que no asegura una respuesta clara–. En la actualidad, las instituciones culturales no se centran en resultados a largo plazo o en los efectos de sus iniciativas, pero acumulan cantidades: ejemplares vendidos, tirajes, asistentes.

Tras varias ediciones de la FILIJ y ante el crecimiento de la oferta de libros para niños en México, en 1988 el FCE comenzó a planear una colección para el público infantil, dirigida por Daniel Goldin. Años más tarde, él mismo señaló que en su paso por el FCE se descubrió como “parte de un vasto y complejo movimiento en que las instituciones de diversa índole buscaban, por razones no siempre claras, formar más y mejores lectores”.

((Daniel Goldin, Los días y los libros, México, Paidós, 2006, p. 12.
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 Con una convicción firme y sin un objetivo explícito, Goldin compró derechos, buscó autores en todo el mundo y articuló un corpus nutrido y sólido. En la actualidad, la colección de literatura infantil y juvenil cuenta con un amplísimo catálogo dominado por la narrativa: la colección “A la Orilla del Viento” tiene cerca de doscientos treinta títulos, mientras que “Los Especiales de Ciencia” tiene apenas unos diez. Un contraste revelador, pues los intereses estatales vuelven a apuntar hacia la lectura recreativa. La venta de literatura y su difusión son, otra vez, parte de la agenda estatal. Los libros para niños y las ideas que los rodean cumplen una doble función: por un lado generan números y, por el otro, perpetúan un discurso romántico que mantiene la ilusión de estar construyendo un proyecto de nación.

Las dudas que me han surgido después de años de revisar proyectos culturales son muchas, lamento profundamente no tener las respuestas precisas a interrogantes como: ¿por qué una actividad que se supone recreativa adquiere una carga cívica?, ¿por qué los niños tendrían que mejorar a su país leyendo historias?, ¿por qué no pueden decidir no leer?, ¿por qué no pueden pasarla bien leyendo sin que les digan que esa diversión debe tener un propósito?, ¿por qué no pueden elegir sus propias lecturas?, ¿pueden los editores asumir la responsabilidad de transformar a un país?, ¿la ficción tiene el deber de educar?

Nuestros padres, como el Estado, siempre nos han arruinado la diversión. Son esa voz que dice que todo lo que haces tiene que tener un objetivo aunque ellos mismos no tengan claro cuál es. Vuelven público un asunto que debería ser un deseo privado, no nos dejan leer solos ni en silencio, piden resultados, números. Juan Domingo Argüelles señala que se debería aspirar a que la lectura “sea una pasión creativa y recreativa, que despierte nuestras capacidades dormidas y no que nos adormezca en el tedio y en la insatisfacción de estar haciendo algo que no queremos por el único motivo de que leer es bueno y políticamente correcto.”

((Juan Domingo Argüelles, La lectura: Elogio del libro y alabanza del placer de leer, México, Fondo Editorial Estado de México, 2012, p. 21.
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es editora de libros para niños, columnista de Tierra Adentro y autora de Los libros de niños no son para niños (Luzzeta, 2017).


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