Sobre la destrucción de la ciudad

Desde sus orígenes, la urbe no es solo la imagen mejor acabada del espacio vital o espacio humano, sino que al mismo tiempo se erige como el escenario perfecto para el crimen y el pecado.
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La primera vez que pensé en la imagen de “una ciudad destruyéndose” estaba leyendo la traducción que Claudio Gancho realizó de El Cantar de los Cantares, publicado por la editorial Acantilado. En el estudio que le precede, a cargo de Guido Ceronetti, encontré la siguiente nota: “Alberto Magno dice que Sodoma y Gomorra fueron destruidas el día diecisiete. En ese día no hay que emprender nada. Ni deben prescribir nada los médicos. Los sueños se revelarán verdaderos tres días después. Los niños que nacen el diecisiete serán felices, quién sabe por qué.”

En las Sagradas Escrituras hay varios pasajes donde la imagen de la ciudad está vinculada con las enfermedades, la degradación, la total desolación. Probablemente, la más conocida sea la imagen de Lot implorando a su Dios por la salvación de Sodoma y Gomorra o ambas ardiendo en llamas mientras la mujer de este, presa de la duda, trasgrede la prohibición de mirar hacia atrás. Los ángeles que llegan a Sodoma le comunican a Lot que abandone la ciudad “…porque vamos a destruir este lugar, por cuanto el clamor contra ellos ha subido de punto delante de Jehová; por tanto, Jehová nos ha enviado para destruirlo” (Gn. 19:13).

Pero Sodoma y Gomorra no fueron las únicas arrasadas por la furia de Dios: Admá y Zeboím tuvieron la misma suerte. En todas ellas, los ángeles enviados por Dios hicieron llover azufre. Por otro lado, es curioso cómo los ángeles aparecen siempre como emisarios siniestros de lo sagrado. Un ángel le pide a Abraham que le ofrende a Dios a su único hijo. Otro ataca a Jacob mientras volvía a Canaán: “fue sorprendido en medio de la oscuridad por un ángel, con el que luchó toda la noche. Jacob intentó derribarlo para poder mirar su rostro, y el ángel, al no poder vencer al patriarca, le instó un fuerte golpe en el muslo hasta dejarlo cojo, aún así, Jacob no cedió” (Gn. 32:22-30).

A principios del siglo XVI, Albrecht Altdorfer pintó una de las obras más emblemáticas sobre la destrucción de Sodoma; en el cuadro se puede ver a Lot con sus hijas y en el horizonte se ve un terrible incendio que devora la ciudad. La pintura de Altdorfer mezcla el tema del incesto de Lot con sus hijas (Gn. 19:12-38) y la destrucción de una ciudad que arde lejos.

Los historiadores de la ciudad antigua han observado que desde sus orígenes la urbe no es solo la imagen mejor acabada del espacio vital o espacio humano, sino que al mismo tiempo se erige como el escenario perfecto para el crimen y el pecado: la ciudad parece ser el escenario donde se realiza el mal.* En su libro The idea of a town, Joseph Rykwert señala que “la fundación de una ciudad parece llevar emparejado el peso de la culpa”, pues si bien “Dios creó el primer jardín, Caín creó la primera ciudad”. Una vez expulsados del paraíso, Adán y Eva vagaron por el desierto y con el paso de los años procrearon a sus hijos varones, uno de ellos –el primer asesino de la historia– fue también el fundador de la primera ciudad: “Y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Enoc; y edificó una ciudad, esa ciudad fue nombrada como su hijo, Enoc.” (Gn. 4:17).

El Dios del Antiguo Testamento muestra un aspecto fascinante y aterrador. Es oscuro y vengativo, com- pletamente impredecible. Es un Dios que en algún momento se arrepiente de su creación y decide destruirla (como ejemplo: el tema del diluvio). En diferentes pasajes lo vemos furioso e iracundo, maldiciendo o destruyendo ciudades. En el libro de los Números encontramos una de las más terribles devastaciones contra Mesopotamia: “De Jacob saldrá el dominador y destruirá lo que quedare de la ciudad” (Nm. 24:19). Mientras que en el libro de Jeremías 51, leemos:

Voy a enviar un viento destructor
contra Babilonia y los caldeos.
Haré que sus enemigos traten a Babilonia
como a trigo que se lanza al aire;
haré que dejen sin habitantes su territorio.
Cuando llegue el día del desastre,
la atacarán por todas partes.

En el siglo XX, el tema del carácter siniestro de los ángeles reaparece en uno de los poemas más fascinantes de Rainer Maria Rilke, Elegías de Duino, donde se puede leer:

Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes
son ustedes. Los días de Tobías,¿dónde quedaron?,
cuando uno de los más radiantes apareció en el umbral
sencillo de la casa un poco disfrazado para el viaje,
ya no tremendo (muchacho para el muchacho,
que se asomó, curioso). Si ahora avanzara el arcángel,
el peligroso, desde atrás de las estrellas, un solo paso,
que bajara y se acercara: el propio corazón, batiendo
alto, nos mataría. ¿Quién es usted? ~

* Marta Llorente Díaz, La ciudad: inscripción y huella. Escenas y paisajes de la ciudad construida y habitada, hacia un enfoque antropológico de la historia urbana, Barcelona, UPC, 2010, p. 238.

Extracto del libro Sobre la destrucción de la ciudad, de próxima aparición bajo el sello del FOEM. Libro ganador del Certamen Nacional de Literatura Laura Méndez de Cuenca 2023 en la categoría de ensayo.

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es escritora y académica. Su libro Las damas fáusticas obtuvo el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2023.


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