Los capitalistas, el Estado y la globalización

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“La tendencia a crear el mercado mundial se da directamente en un concepto del propio capital. Todo límite aparece como una barrera a superar… De acuerdo con esta tendencia, el capital va más allá de las barreras y prejuicios nacionales tanto como más allá del culto a la naturaleza, así como de todas las reproducciones tradicionales, confinadas, complacientes […] de las viejas formas de vida. Es destructor de todo eso y lo revoluciona constantemente, derribando todas las barreras que obstaculizan el desarrollo de las fuerzas de producción, la expansión de las necesidades…”, etc.

Así, según escribió en sus Grundrisse (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política), es como Karl Marx veía la globalización: como una parte inseparable de los intereses y el impulso de los capitalistas. Nada ha cambiado lo bastante en los 180 años transcurridos desde que se escribió este pasaje como para hacernos creer que el comportamiento y los incentivos de los capitalistas son diferentes hoy en día. Entonces, ¿la continuación de la “alta globalización”, que comenzó con la apertura de China y la caída del comunismo en la Unión Soviética y Europa del Este, es simplemente un proceso natural e imparable del capitalismo que rompe barreras de espacio, tecnología y hábitos en busca de beneficios? En nuestra época, el capitalismo se ha expandido no solo geográficamente, sino que también ha creado nuevas actividades y nuevos mercados, desde alquilar nuestros pisos hasta cobrar por influir en las decisiones de compra de otras personas o vender nuestro nombre como marca comercial. ¿Cómo podemos entender entonces que el país capitalista por excelencia, Estados Unidos, decida salirse de la globalización o al menos limitar su avance?

Creo que solo podemos explicarlo haciendo intervenir a otros dos “actores” además del destacado por Marx. En primer lugar, podemos incluir al Estado, asumiendo que el Estado es hasta cierto punto un actor autónomo y que lo que hace no está totalmente determinado por los intereses de los capitalistas. Es un tema que se ha debatido durante más de un siglo y sobre el que no se ha llegado a ningún consenso. Pero si el Estado tiene suficiente autonomía de acción, entonces puede anular, en algunos casos, los intereses de los capitalistas.

La segunda posibilidad es permitir la escisión dentro de la clase capitalista. Junto a lo que podríamos llamar “los capitalistas cosmopolitas”, que se han beneficiado generosamente de la globalización mediante la externalización de la producción, estarían lo que podríamos llamar “los capitalistas militares”, es decir, la parte de la clase capitalista directamente vinculada con el sector de la “seguridad”, la adquisición de armas y la sustitución de importaciones tecnológicamente sospechosas procedentes de países hostiles. La eliminación de cada software antivirus Kaspersky y de cada cámara de circuito cerrado de televisión de fabricación china beneficia a alguien que puede producir un sustituto. Tienen incentivos para apoyar una política más belicosa y, por tanto, para cuestionar la globalización.

Pero los capitalistas militares trabajan con dos importantes desventajas. Son capitalistas muy inusuales, en el sentido de que sus beneficios dependen de los gastos del Estado, que a su vez exigen elevados impuestos. Así que, en principio, tienen que estar a favor de una fiscalidad elevada para financiar los gastos del Estado en defensa. Podrían beneficiarse en conjunto, pero la preferencia por el gasto y los impuestos elevados les pone en desacuerdo con otros capitalistas. El segundo problema es que al frenar la globalización actúan contra una fuerza responsable del menor aumento de los salarios nominales, a saber, los bienes producidos con salarios más baratos e importados de Asia. Porque quizá la mayor contribución de China y el resto de Asia no fue la influencia directa (mayores beneficios de las inversiones), sino la indirecta: permitir que los salarios reales occidentales subieran, aunque modestamente, pero desplazando la distribución a favor del capital. Esto es lo que ha sucedido en los últimos treinta años en Estados Unidos y otras economías avanzadas, y se engloba bajo la rúbrica de la disociación entre productividad y crecimiento de los salarios reales: es otra forma de decir que la participación del trabajo ha disminuido. La proporción de mano de obra ha disminuido sin reducir el salario real gracias al abaratamiento de los bienes de consumo. Esto ha supuesto una gran ventaja tanto para los capitalistas cosmopolitas como para los militares. Si se revierte la globalización, ese beneficio se evaporará: el salario nominal tendría que subir aunque el salario real se mantuviera constante, y la participación de los beneficios en el pib se reduciría.

Así pues, los capitalistas militares se enfrentan a dos problemas: tienen que defender una mayor fiscalidad y, a la vez, están implícitamente a favor de la reducción de las rentas del capital. Ninguna de las dos cosas es popular. Sin embargo, no se puede descartar el éxito. Es posible que se forme una alianza entre los capitalistas militares y la parte halcón del Estado semiautónomo. Pueden estar dispuestos a aceptar tales “costes” si permiten a Estados Unidos frenar el ascenso de China. La pura geopolítica dominaría el interés económico. La experiencia histórica también ayuda a esa alianza: Estados Unidos ha ganado todas las grandes guerras (la Primera Guerra, la Segunda y la Guerra Fría) y en cada ocasión su victoria le ha llevado a la cima del poder geopolítico y económico. ¿Por qué no habría de repetirse?

Así es como debemos considerar el futuro de la globalización, al menos desde el punto de vista del cálculo occidental: como un compromiso entre un poder geopolítico sin restricciones y unos ingresos internos reales más elevados. Los argumentos económicos, así como la habitual (y a veces quizá facilona) suposición de que el Estado hace lo que los capitalistas quieren que haga, apuntan abrumadoramente a favor de que la globalización continúe. Sin embargo, la “alianza bélica” puede ser lo suficientemente fuerte como para mantener a raya a la otra parte, si no para derrocar por completo la globalización y llevar al país hacia la autarquía. ~

Traducción del inglés de Lola Rodríguez.

Publicado originalmente en el blog del autor, Global inequality.

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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