Los gatos de Odesa

Los murales de gatos en Odesa nacieron como arte callejero, para dar ánimos a los habitantes de las zonas pobres. En tiempos de guerra, esos mismos grafitis se han convertido en símbolos de resistencia y burla hacia el invasor ruso, pero también de libertad y esperanza.
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En Odesa, la puerta ucraniana desde el mar Negro, los gatos ya no están en la bolsa,

{{ En inglés, la expresión letting the cat out of the bag, dejar que salga el gato de la bolsa, significa que algo ha dejado de estar oculto.}}

 sino en las paredes: ya son ciento veinte y aumentando. Desde la ciudad que nos dio el ingenio de los Cuentos de Odesa de Isaak Bábel, llegan los murales de los “Gatos patrióticos” que bromean y se burlan de Rusia desde las paredes y las esquinas.

Los gatos son un proyecto audaz y divertido, pero sobre algo muy serio, que levanta la moral y recorre esta ciudad portuaria famosa por su singular arquitectura fin de siglo y su humor diagonal. Estos murales de gatos nacieron como arte callejero de guerrilla, pero se han convertido en un ingrediente fundamental del esfuerzo de guerra civil de Odesa; son totalmente ilegales, pero cuentan con la bendición implícita de las autoridades, y son guaranteed to raise a smile, como prometía el Sgt. Pepper de los Beatles, incluso en tiempos de tribulación y miedo.

Odesa se ha librado de lo peor hasta ahora, pero fue una de las muchas ciudades alcanzadas por más de cien misiles rusos en respuesta al ataque de octubre contra el puente de Kerch en Crimea y a la contraofensiva ucraniana de noviembre que liberó la ciudad de Jersón. Estos ataques anunciaron un nuevo capítulo invernal de la guerra, en el que ningún lugar está a salvo.

Igor, uno de los creadores y pintores de los gatos, se hace llamar Bamp; no se deja fotografiar con ninguna de sus obras, ni revela su apellido. A pesar de su encanto y su disposición a hablar del proyecto, muestra poco interés por la publicación o no de este artículo. “Nuestro objetivo es pintar arte callejero”, dice, “no comercializarlo. Al principio no teníamos dinero, y ahora no buscamos dinero ni publicidad. Somos lo que pintamos”.

No obstante, hay un recorrido por “lo que pintamos”, y una explicación a continuación, que empieza por el principio, en la calle Sadovaya 17, cerca del centro de la ciudad, con un original “Gato Marino de Odesa” de antes de la guerra, sonriente y con uniforme de marinero.

¿Por qué gatos? ¿De dónde surgió la idea? “Hay gatos en todos los patios de Odesa”, dice Igor. “Están solos y son independientes, pero pertenecen a todos y a nadie a la vez. Yo cuido de ocho gatos en mi patio –uno de ellos pesa nueve kilos– y tengo uno en casa, sin pelo, pero con una cola esponjosa –una mezcla de gato esfinge y gato de patio normal–. Estos gatos están por todas partes, son los espíritus libres de la ciudad y, por eso mismo, son la forma perfecta de señalar con el dedo a Putin, porque su espíritu es libre y hacen sonreír a la gente en tiempos de guerra.”

Llegamos a una pequeña plaza detrás del museo de arte, cubierta de grafitis, entre ellos un “gato anarquista”, rodeado por el lema de “un famoso anarquista ucraniano de hace cien años, Néstor Majnó [organizador de un sindicato de ‘campesinos pobres’ que defendía comunas agrícolas], que no creía en el Estado y alteraba sus monedas con su propio sello, que reproducimos aquí, como heráldica. Majnó luchó tanto contra los rojos como contra los blancos [comunistas y zaristas], bien por él”.

¿Eres anarquista, Igor? “No, no lo soy. De hecho, respeto la propiedad privada, soy más bien conservador en ese sentido, pero tengo uno de los billetes de Majnó en mi colección.”

“Somos un colectivo de cuatro personas”, dice Igor. “Todos hacemos de todo, no hay roles.” Esto nos lleva a hacer una pausa para hablar un poco de cómo empezó todo. Igor “creció adorando los cómics”, explica. “El Pato Donald, Popeye, cualquier cosa de Disney. Los dibujaba en mi cuaderno, y en el colegio inventaba mis propios personajes, sobre todo animales.”

Los proyectos de murales empezaron “durante los primeros años del milenio, en el barrio de Basolak Kotoskova. Es una zona pobre, el ambiente era deprimente y las paredes estaban desnudas. Así que empezamos a pintarlas para animarlas. Lo hicimos por iniciativa propia; no sabíamos nada de lo que se hacía en Estados Unidos, ni conocíamos a Banksy”.

La mayoría de los grafitis eran de “animales que copiábamos de libros de naturaleza”. Llevaban, y siguen llevando, las letras LBWS, por los nombres de los cuatro amigos: Lisha, Bamp [alias de Igor], White y “S” [que ahora ha abandonado el grupo y ha sido sustituido por otro artista]. Igor muestra un primer ejemplo en su teléfono: un gato dormido en una cama leyendo LBWS.

“Todo era ilegal”, recuerda, “pero las autoridades no nos perseguían. Cada vez que nos enfrentábamos a la policía, nos preguntaban: ‘¿Qué hacéis, por qué?’ Les explicábamos que las paredes estaban en mal estado y eran aburridas, y que solo intentábamos hacerlas más interesantes. Nos escucharon y nos dejaron en paz, no nos detuvieron. De hecho, creo que estaban de acuerdo con nosotros”. Estas interrupciones “se producían con más frecuencia a medida que el trabajo se complicaba, y un buen mural podía llevar un día entero”.

Igor insiste en que “no estamos comercializando esto. En realidad no me gusta Banksy, lo que hace es puro comercio, vende protesta. Fui a Palestina a ver su obra en el muro, y su hotel lleno de turistas que pagaban por verla. Es ridículo todo ese negocio. Había un artista llamado Kidult que empezó como vándalo, pintando tiendas de las grandes marcas con extintores. Pero luego se convirtió en una actividad comercial: ¡las marcas querían que Kidult destrozara sus tiendas! Solo somos artistas, de Odesa, de la ciudad, para la ciudad, y ahora para apoyar nuestra guerra. Eso es todo”.

En 2017, el grupo se hizo viral con un hashtag, #animalbws, y aumentó su actividad, en parte como respuesta a las anexiones rusas de tres años antes. Pero: “No somos políticos”, insiste Igor. “Fui a las manifestaciones del Maidán [por la democracia, en 2013], pero nunca participé en los enfrentamientos callejeros.”

La siguiente parada en nuestro paseo por los gatos de Odesa es un muro junto a Staroportofrankivska, 67, donde un gato radiante proclama las palabras: ¡Vida y prosperidad! “Es un hospital de maternidad”, explica Igor, “así que ese mural es un deseo para el futuro de los niños”.

La preferencia por los gatos y solo por los gatos “empezó antes de la última guerra, en torno a 2020-2021. Pero luego, en 2022, todo cambió”. Los artistas se unieron al esfuerzo bélico, “llenando sacos de arena, repartiendo combustible en los puestos de control militares, reparando redes de camuflaje y ayudando a construir barricadas. Fuimos al frente en marzo, solo para conocer a gente que conocía nuestro trabajo. Pero necesitábamos hacer algo por Ucrania que se nos diera bien, y eso era pintar gatos”.

Y así, los siguientes murales se acercan temáticamente a la guerra, a las sirenas nocturnas que anuncian una violencia lejana de Odesa, pero tan cercana. Un gato con tatuaje de marinero porta una bandera ucraniana; otro proclama Slava Ukraini, “Gloria a Ucrania”. En otro cruce, un gato san Jorge sobre un caballo al galope mata a una especie de dragón con dos cabezas de águila que representa a Rusia.

Hay un gato robótico guerrero llamado Azovstal, en honor a los defensores de la fábrica de acero en la que el batallón Azov luchó heroicamente, pero en vano, para salvar de la devastación a Mariúpol, ciudad portuaria hermana de Odesa. El gato Azov sostiene a un joven ciudadano en un brazo y protege a otro. “Lo pintamos en abril, cuando el batallón libraba su última batalla, para llamar la atención de todos sobre la crisis”, cuenta Igor. “Tuvimos reacciones de los chicos de Azovstal. Vieron fotos en Facebook y nos dijeron: ‘¡Gracias por vuestro apoyo gatuno!’ Tuve sentimientos encontrados. Me sentí mal por no haber estado allí con ellos.”

“Ahora todos nuestros horizontes se han reducido”, dice Igor. “No sabemos qué va a pasar mañana. Lo único que sabemos es que ya hemos pintado unos ciento veinte gatos y que queremos que haya más. Esa es la única certeza.” Ahora hay pegatinas de los murales, y están apareciendo en coches, circulando por la ciudad: “coches de amigos, y también pintamos algunos en cafés regentados por amigos y conocidos. Había un tipo en el frente cuyo nombre militar era ‘El Gato’, así que le hicimos un parche especial para que lo luciera en su uniforme”.

Pero a veces los gatos son solo eso, “un dedo para Putin. Para levantar la moral. Para hacer reír a la gente, permitirse una distracción de las terribles noticias a las que se enfrentan cada día en estos momentos. Queríamos dejar claro que los gatos son más listos que ellos”.

Así, en la carretera que va hacia el barrio de Moldavanka, donde Isaak Bábel situó a su gángster con humor negro Benya Krik, hay un gato sentado a la mesa con los ingredientes de una buena sopa borsch –cebollas, manteca de cerdo, pan–, comiéndose un abundante cuenco, con una servilleta como babero. “el borsch es nuestro”, reza el pie de foto, no sea que los rusos pretendan lo contrario. “Tenemos que impugnar la cultura rusa por principio”, dice Igor. “¿Qué clase de cultura educa a una generación de rusos para alegrarse por la muerte que provocan?”

“Me cuesta hablar de mí mismo y de lo que estamos haciendo”, reflexiona. “La guerra –que empezó en 2014– nos ha cambiado a todos, lo ha cambiado todo, radicalmente. Ahora hay más tiempo libre que hay que llenar de manera creativa. Tenemos que ayudar a nuestros soldados, no solo en lo físico sino en lo psicológico, y eso intentamos hacer.”

“Pero no somos la corriente dominante de nadie”, insta. “Somos simplemente un ángulo humorístico y creativo de la realidad actual. Dentro de varios años, no habrá rastro de estos gatos, y nadie los recordará. Los grafitis no pueden tener una larga vida. Hoy los ves, y mañana alguien vendrá y los tapará.”

Los gatos se propagan, son libres. “Hemos empezado a pintar gatos en otros lugares del óblast [región] de Odesa. Vemos una señal de tráfico y pintamos un gato detrás. Siempre vamos a todas partes con una escalera y pinturas; llevamos la cuenta de cuántos hemos hecho, pero no hay una lista de dónde están. Eso tienes que descubrirlo tú mismo.”

Y cuando el clima templado dio paso al frío y la nieve durante el mes de noviembre, los gatos de Odesa hicieron una súbita aparición en la maltrecha Járkov, en el extremo noreste; una ciudad a solo cincuenta kilómetros de la frontera rusa, sometida a un asalto perenne, noche y día. A lo largo de la fachada norte de la Plaza de la Libertad, dominada por el ahora vacío edificio del gobierno regional (sus ventanas y planta baja destruidas por sucesivas explosiones), allí están: ¡gatos!

Uno de ellos muestra a un gato reportero de televisión camuflado, con el puente de Crimea en llamas al fondo: “Qué bien arde”, dice el gato. Un gato con un sable dice simplemente: “Fuerza de voluntad.” Tres gatos, uno con un misil Javelin y dos con ametralladoras, enlazados por la palabra “¡Unión!”. Y una gata madre sostiene a su gatito y se pregunta “¿Esto será Ucrania?”

¿Por quién haces esto, Igor? “Por Ucrania, por nadie y por todos. No tengo dueño”, insiste. “Yo también soy un gato de Odesa. Nuestros gatos luchan contra los rusos sin lágrimas. Es después de la victoria cuando lloramos.” ~

Traducción del inglés de Ricardo Dudda.

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