Cuando Nina Apollonovna Ponomaryova nació en 1929, Dmitri Shostakóvich fue despedido de la Escuela de Coreografía porque su música se alejaba del camino principal del arte soviético. Cuenta Julian Barnes, en El ruido del tiempo, que ese mismo año Misha Kvadri, a quien dedicó su primera sinfonía, fue el primero de sus amigos en ser detenido y fusilado. Al mismo Shostakóvich le tocaría jugar el papel de “enemigo del pueblo” en la presentación de su Lady Macbeth de Mtsensk, que “graznaba y resoplaba”, por su ritmo más procedente del jazz que de la tradición musical del proletariado.
Nina nació en una provincia rural de los Urales. A los dieciocho años decidió comenzar su carrera deportiva en el lanzamiento de disco. En los campeonatos de Stávropol Krai ganó un lugar en la selección nacional soviética. En 1951, cuando el Kremlin solicitó al Comité Olímpico Internacional la acreditación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la joven ya era una de las grandes esperanzas del régimen para competir en los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952. Ese sería el último año de vida de Iósif Stalin, el líder del Partido Comunista, el mismo que había acusado de antirrevolucionario a Shostakóvich. Después de convertirse en la primera campeona olímpica soviética, el 9 de agosto de ese mismo año Nina estableció un nuevo récord mundial en la disciplina con un tiro de 53.61 metros. Nina era la nueva cara de un país que se enfrentaba al capitalismo desde las trincheras del deporte. La URSS terminó en segundo lugar en el medallero con 22 oros y un total de 71 medallas. Cuatro años después, en Melbourne, la delegación soviética vencería a Estados Unidos por primera vez en la historia. Nina viviría lo suficiente –murió en 2016, a los 87 años– para ver cómo los equipos de la URSS vencerían a los estadounidenses en la carrera por la supremacía deportiva mundial. Entre 1952 y 1988, antes de la caída del Muro de Berlín y la disolución del Imperio, como lo llamó Ryszard Kapuściński, los atletas socialistas acumularon muchos más oros que sus rivales americanos.
La actuación de la Rusia zarista en los Juegos Olímpicos de inicios del siglo XX no fue nada memorable. Su primera participación fue en París 1900. Por razones económicas y políticas no asistió a San Luis, Misuri, 1904. En Londres 1908 lograría su mejor cosecha de medallas, incluida su única medalla de oro. En Estocolmo 1912, antes que se vinieran abajo los imperios, sumó dos platas y tres bronces. En 1914, la muerte del príncipe heredero al trono astrohúngaro Franz Ferdinand provocó el estallido de la Gran Guerra. Nada volvería a ser lo mismo. El zar Nicolás II sería brutalmente asesinado junto con su familia y Rusia comenzaría su era soviética con Vladímir Lenin como mariscal de campo.
La URSS fue constituida formalmente el 30 de diciembre de 1922, treinta años antes de su primera participación olímpica. Pocos movimientos políticos dieron tanta importancia a la práctica deportiva de sus habitantes como el de los sóviets. James Riordan asegura, en La política exterior deportiva de la Unión Soviética durante el período de entreguerras (1917-1941), que los dirigentes del partido no solo dieron la espalda al mundo del deporte, Juegos Olímpicos incluidos, sino que trataron de crear un nuevo modelo de relaciones deportivas basado en el deporte obrero o la cultura física. “Por primera vez un Estado de envergadura declaraba que el deporte era una institución política que jugaba un papel significativo en la guerra de clases entre los trabajadores y la burguesía, entre el nuevo estado socialista y el mundo capitalista.” La Revolución bolchevique de 1917, encabezada por Lenin, incluyó al deporte en el discurso del aparato ideológico. Karl Marx afirmaba que “todas las instituciones comunes son abarcadas por el Estado y reciben una formación política”. Las primeras generaciones de la posrevolución fueron adiestradas en la competencia contra el capitalismo. La URSS, según sus fundadores, serviría a la unificación de los obreros del mundo y los Juegos Olímpicos representaban una distracción para los trabajadores en su lucha de clases. Por ello, boicotearon la participación de sus atletas en unas competencias organizadas y dirigidas por Occidente. Diez años antes del nacimiento de Nina, en 1919, se fundó la iii Internacional o Komintern con la firme intención de promover el comunismo en todo el mundo a través del deporte y del arte. En 1920 se fundó la Internacional Deportiva Obrera Socialista en Lucerna. Su tendencia socialdemócrata provocó el nacimiento de la Internacional Deportiva Roja o Sportintern en julio de 1921, cuyos estatutos dejaban en claro su misión en el mundo: la gimnasia y el deporte son medios de la lucha de clases, no fines en sí mismos.
En 1922 Lenin nombró a Stalin líder del partido. Cuenta Simon Sebag Montefiore, en La corte del zar rojo, que solo Lenin podía darse cuenta de que Stalin estaba perfilado como su sucesor más probable, por lo que dictó en secreto un “testamento condenatorio” en el que exigía su destitución del Partido Comunista. “Lenin murió de una apoplejía fatal el 21 de enero de 1924. Contra los deseos del difunto y de su familia, Stalin orquestó la divinización efectiva del líder y su embalsamamiento, como si de un santo ortodoxo se tratara, en el mausoleo de la Plaza Roja. Stalin se apropió de la ortodoxia sagrada de su héroe difunto para construir su propio poder.” Varios miembros del partido asumieron que León Trotski se convertiría en el sucesor natural de Lenin. Nada más alejado de la realidad. Con la bandera de “el socialismo en un solo país”, Stalin asumió las riendas del futuro soviético. La vida al interior del partido y de todo el país cambiaría radicalmente, Koba, como se le conocía, haría de la traición y la desconfianza una forma de gobierno. Las víctimas mortales de sus sospechas se contarían en millones. La revolución que intentó propagarse a todos los obreros del mundo se convirtió con él en una política hacia dentro de los muros de la Unión Soviética: el partido de un solo hombre.
El deporte formó parte del espíritu de partido. La Internacional Deportiva Obrera Socialista realizó sus primeras Olimpiadas Obreras en 1925, en las cuales la Internacional Deportiva Roja rechazó participar. En respuesta, en 1928 el Sportintern organizó su primer acontecimiento deportivo internacional en Moscú: Las Espartaquiadas. “Estuvieron al servicio de la propaganda del internacionalismo deportivo proletario convirtiéndose en los Juegos Olímpicos Obreros Universales y fueron un contrapeso a los Juegos Olímpicos burgueses que se habían llevado a cabo cuatro años antes en París.” El diario Pravda contó doce naciones participantes. La Rusia soviética pasaba, además, por un creciente proceso de industrialización. Dice Riordan que el periodo iniciado por los planes quinquenales, a partir de 1928, llevaba un desarrollo económico y social rápido. De manera que “los índices oficiales de producción industrial se vieron multiplicados por veinte en varias regiones del país entre 1926 y 1940”. La clase obrera necesitaba del ejercicio y del tiempo libre.
Serguéi Popov y Alexéi Srebnitsky aseguran en El deporte soviético: preguntas y respuestas que los sindicatos ayudaron a fomentar el movimiento deportivo de masas desde el nacimiento de la URSS: “En los años veinte patrocinaron los círculos deportivos recién creados por la juventud obrera en fábricas y empresas, asignándoles recursos y ayudándoles a consolidarse.” Poco antes de los Juegos de Moscú los círculos deportivos agrupaban a más de 121 millones de trabajadores de distintas ramas. Las unidades deportivas estaban divididas en zonas urbanas y zonas rurales, como en la que creció Nina. “Hubo –explican los autores– sociedades que agruparon a los atletas, según sus profesiones, a escala de todo el país. El Spartak (trabajadores de la cultura, servicios, industria local, instituciones médicas); Lokomotiv (a los del transporte ferroviario); Vodnik (a los de la flota marina y fluvial); Burevéstnik (a los de institutos y universidades).” La maquinaria deportiva de la revolución creó instalaciones deportivas en todas las repúblicas de la URSS. Además se preparó a miles de maestros e instructores físicos que entrenaron primero a los atletas soviéticos y luego a los del resto del orbe después de la guerra.
Millones de deportistas fueron entrenados para defender los colores de la revolución, que encontró un nuevo enemigo en los partidos socialdemócratas a los que se acusaba de fascistas. El “aislamiento” soviético en el campo deportivo no terminaría, prácticamente, hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Jean-Marie Brohm sostiene que de 1920 a 1930 la URSS mantuvo pocos contactos deportivos con los países del mundo capitalista. No se adhirió a las federaciones internacionales, porque pensaba que estaban controladas por la burguesía internacional, y se negó a participar en los Juegos Olímpicos, considerados una manifestación imperialista. “El arribo de Hitler al poder en Alemania, favorecido por la desastrosa táctica del Komintern estalinista, con su rechazo al frente obrero único, cambió las características del problema. La lucha antifascista y luego la táctica del frente popular, aplicada como línea estratégica general, privaron, de allí en adelante, [en] la alianza de todos los deportistas contra la guerra y el fascismo.” Ese impacto, subraya Brohm, alcanzó las centrales obreras de una buena parte de Europa, sobre todo en Francia e Inglaterra.
El deporte es la guerra por otros medios. El 23 de agosto de 1939 Viacheslav Mólotov y Joachim von Ribbentrop, ministros de Asuntos Exteriores de la URSS y la Alemania nazi respectivamente, firmaron un pacto de no agresión ante la inminente guerra europea. Alemania ya se había apoderado de Checoslovaquia en una invasión brutal y despiadada. El 1 de septiembre Hitler comenzó su ofensiva contra Polonia. Dos días después Francia e Inglaterra declararon la guerra al Führer. El 17 de ese mes, Stalin se apoderó del oeste polaco para “recuperar” los territorios de Ucrania y Bielorrusia que los polacos se habían apropiado en 1921. De paso, el ejército rojo se hizo de Estonia, Letonia y Lituania, países que habían competido de manera independiente en el programa olímpico.
Josep Fontana, en El siglo de la revolución, sostiene que, desde el inicio de su carrera política, Hitler consideraba adueñarse del territorio ruso. El culpable de esa idea había sido un agrónomo nacido en el Cáucaso, Herbert Backe, quien aseguraba que los alimentos producidos en la Unión Soviética eran indispensables para mantener a las fuerzas alemanas durante muchos años. En el alba del 22 de junio de 1941 comenzó la Operación Barbarroja. De acuerdo con Fontana, 3.35 millones de soldados (tres cuartas partes de todas las fuerzas alemanas) acompañados de entre 600 mil y un millón de hombres de sus aliados, que se sumaban a la “cruzada contra el comunismo”, dieron inicio a la invasión rusa. Stalin no dio crédito a la amenaza nazi. Antony Beevor, en Stalingrado, narra que Valentin Berezhkov, el primer secretario e intérprete jefe soviético, llamó al Ministerio de Asuntos Exteriores alemán para concretar una entrevista sobre los preparativos militares en las fronteras desde el Báltico hasta el mar Negro. Ribbentrop estaba fuera de la ciudad: “la Wehrmacht se preparaba sin ningún disimulo, aunque la falta de secrecía parecía confirmar la idea en el retorcido cerebro de Stalin de que esto era parte del plan de Adolf Hitler para obtener mejores condiciones”. Entre 1941 y 1943 Rusia se convirtió en una carnicería. La Operación Urano en noviembre de 1942 fue clave para la liberación de Stalingrado, la gran batalla en el frente oriental que condujo al debilitamiento de las fuerzas alemanas. Según Fontana, de los 60 millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial, 27 millones fueron soviéticos.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Stalin intentó extender el comunismo por Europa. La rendición incondicional de Alemania del 9 de mayo de 1945 dio otro mapa al mundo. Nació la Guerra Fría y el deporte sería la nueva trinchera. Rusia mantuvo sus recelos ante las federaciones internacionales y los organismos deportivos de Occidente, mientras preparaba atletas, entrenadores, profesores de educación física, laboratorios y sistemas de estudio para competir en la nueva arena de la diplomacia política. En 1951, ya con un ejército de atletas bien preparado y ocho años después de la disolución de la iii Internacional, Stalin ordenó la inscripción de la URSS como Comité Olímpico Nacional ante el Comité Olímpico Internacional. La URSS fue aceptada para competir un año después en los Juegos Olímpicos de Helsinki. Finlandia había sido un país clave en las intenciones políticas de Stalin y de Hitler durante la guerra. La ironía de la historia: en esos juegos también debutó el Estado de Israel. Seis millones de judíos, muchos de ellos soviéticos, fueron asesinados por las políticas de exterminio de Hitler y Stalin durante los seis años que duró la guerra.
La URSS vino a darle un nuevo relato a la contienda deportiva. Nina Apollonovna Ponomaryova se convirtió en la campeona nacional soviética en lanzamiento de disco en 1951. Era una de las “cartas fuertes” del régimen soviético para su debut olímpico en Helsinki porque era la prueba fehaciente del éxito de sus refinados sistemas de entrenamiento. La verdadera intención de Stalin con el ingreso a las justas olímpicas era demostrar que el sóviet era más diestro que Occidente en la propagación y perfeccionamiento deportivo.
Slavoj Žižek pregunta ¿cómo se relacionan con la modernidad el capitalismo y el comunismo? ¿Puede reproducirse el capitalismo sin basarse en un núcleo de valores y prácticas tradicionales modernas? El 19 de julio de 1952, durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Helsinki, ocho meses antes de la muerte de Stalin, la relación Este-Oeste cambió radicalmente el discurso de la beligerancia geopolítica, la guerra ahora estaba en el deporte. Dice Žižek: “¿no era el estalinismo, de manera primordial, una modernización extremadamente brutal (colectivización forzada, rápida industrialización) y no se podía decir lo mismo del Gran Salto Adelante de Mao?”. Cuando el atleta finlandés Paavo Nurmi, ganador de nueve medallas de oro, encendió el fuego olímpico, la Guerra Fría se convirtió en una Guerra Deportiva. Como sostiene Brohm, probablemente, tampoco es fruto del azar que la entrada de la URSS al olimpismo haya coincidido con el fin del poder de Stalin.
El oro de Nina fue el primero de los 473 que ganó la URSS en sus nueve participaciones olímpicas. Entre 1952 y 1988 los atletas soviéticos se enfrentaron ocho veces a los estadounidenses. En cinco de ellas los vencieron en el cuadro de medallas. Los deportistas “rojos” compitieron en equipo por última vez en Seúl 1988, obtuvieron 55 medallas doradas, diecinueve más que los estadounidenses. Todavía en Barcelona 1992, como Equipo Unificado, ganaron ocho oros más que sus rivales capitalistas. “Los hermanos enemigos”, como se les llamó en los tiempos del deshielo deportivo, dirimieron sus diferencias en la pista y el campo, pero al final siempre ganaron los rojos.
Una cara de la modernidad, en términos de Žižek, nació en el verano de 1952: Nikita Jrushchov, futuro sucesor de Stalin, aseguró, antes de Helsinki 1952, que el deporte es “lenguaje universal de la comprensión entre los pueblos y ayuda a favorecer la paz”. La paz por otros medios. Años después, antes de los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, y ya como jefe del Partido Comunista y del poder soviético, cuando Nina había perdido el récord mundial del lanzamiento de disco, Jrushchov dijo a los atletas: “los encuentros entre deportistas de distintos países contribuyen al acercamiento de los pueblos, jugando así un importante papel en la consolidación de la paz general”. Quizá vale la pena volver a la sentencia de Riordan: “Es naturalmente imposible medir el impacto del deporte sobre los comportamientos de los Estados a fin de saber si el deporte puede, en realidad, afectar sus políticas, dejando solos los espíritus y los corazones. Todo lo que sé decir es que, una vez que la URSS entró en la arena deportiva, el deporte no pudo seguir siendo por más tiempo (si alguna vez lo fue) el intermediario neutro, apolítico, imaginado un día por ciertas personas.”
Shostakóvich murió en 1975 en Moscú, un año antes de que la Unión Soviética apabullara a Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976. Su Obertura festiva, opus 96, fue tocada en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980. Y otra obra suya sonó en la clausura de Atenas 2004. ~
es reportero y editor. En 2020, Proceso editó su libro Golpe a golpe. Historias del boxeo en México.