Jorge Méndez Blake: la palabra desbordada

No es escritor, pero participa de la literatura; no es arquitecto, pero participa de la construcción de espacios: definir la obra de Méndez Blake requiere de una confianza absoluta en la inestabilidad.
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Hay un gesto en la obra de Jorge Méndez Blake (Guadalajara, 1974) que está siempre escapando de las lógicas de la materia. Un gesto a través del cual explora las posibilidades formales y conceptuales de la palabra y de la arquitectura, dos de las disciplinas que acompañan su trabajo. Este gesto hace que sus piezas se desdoblen hacia otros espacios que construyen sus propios principios lógicos, visuales y conceptuales. Cuando conocí su trabajo, me maravilló la manera en la que encapsulaba las letras no solo en un texto sino en un marco, la forma en que la palabra se volvía también imagen pictórica pues había alcanzado un nivel de abstracción inusual y desde ahí seguía comunicando. Actualmente se presenta su primera retrospectiva albergada por el Museo de Arte Contemporáneo (Marco) de Monterrey, la cual hace una revisión de sus veinte años de carrera.

En su concepción original, esta exposición escapaba de la idea de ser una retrospectiva por los riesgos que eso implica: pueden quedar fuera muchas piezas importantes, se crean huecos en la historia del artista y su trabajo, no siempre es tan fácil seguir el hilo evolutivo de la obra, entre otros motivos. No obstante, la formulación de la muestra se volvió una oportunidad para revisar los archivos del artista y descubrir en el camino motivos e intereses que se repetían. En entrevista menciona: “no es que no haya una línea recta en mis procesos creativos sino que esa línea parece que siempre está volviendo a ciertos escritores, a ciertos temas y a ciertas obsesiones”. Más que una retrospectiva que mire hacia el pasado, esta exhibición es un viaje de reconocimiento por los motivos e intereses que han acompañado al artista desde sus primeros años como productor. “Es como cuando uno tiene un déjà vu, la memoria te hace un juego”, y es que incluso a lo largo de la muestra se perciben estos ires y venires de un artista preocupado por su contemporaneidad, pero también atento a los mensajes que ha dejado el pasado y que vale la pena revisitar.

La muestra, bajo la curaduría de Víctor Palacios, se presentó primero en el Museo Cabañas, un edificio clásico del siglo XIX que funcionaba como hospital y donde las salas se pensaron como dormitorios, por tanto, el recorrido de los espectadores y espectadoras en ese recinto requería de otras fórmulas espaciales para experimentar las obras aun en la estrechez de sus pasillos. En contraste, el espacio del Marco acuerpa las obras de Méndez Blake de una manera muy distinta: el recinto cuenta con el doble de espacio y, además, la reelaboración de la muestra se preocupó por hacer una revisión del pasado del artista y no focalizar tanto la atención en el presente, como sucedió en el otro museo.

Entre los motivos e inquietudes que acompañan la práctica de Méndez Blake desde sus primeros años y que se reconocen en la exposición están la lectura y los viajes, ambos como detonadores de movimiento, acción y reflexión. La lectura, por una parte, es una actividad personal, privada y silenciosa que nos prepara para el mundo; la pregunta de por qué leemos ofrece respuestas que se transforman todo el tiempo, pero al artista le interesan precisamente las posibilidades de esa resolución: ¿cómo nos acercamos a la parte abstracta del mundo –historia, literatura, arquitectura– desde la palabra para que esto tenga un efecto en el lector o lectora? El viaje también aparece en su trabajo de manera constante, como movimiento físico y como motivo temático. Durante cuatro años, por ejemplo, creó la pieza Querido Tomás, te escribo desde Utopía, misma que se presenta en esta exposición, y que consistió en escribirle cartas durante cuatro años a Tomás Moro (1478-1535) desde hoteles que se llaman Utopía ubicados en seis países distintos, como si le narrara la vida cotidiana a un amigo. Esta es la primera vez que se exponen las cartas junto a las maquetas que aluden a la arquitectura de los hoteles.

“Lo cronológico se vuelve como una línea del tiempo donde ves todo al mismo tiempo”, esta es una de las definiciones que mejor enmarcan el efecto que tiene la exposición. Más que pensar en un orden de principio a fin, lo que hay en la muestra es un compilado de intereses que empiezan a encontrar su lugar en la lógica del artista y sus procesos; es decir, como parte del proceso de curaduría y selección de las piezas, lo que Méndez Blake hizo fue identificar en el camino los daños de las piezas anteriores para también reconocer la riqueza de sus procesos, hacerse las preguntas pertinentes sobre lo que cambiaría o no de una pieza, etcétera. Lo que estas reflexiones nos devuelven es una exposición que se acerca a algunas piezas históricas, pero lo hace desde una visión contemporánea que de alguna manera activa el archivo. No se trata de una revisión sino de una recreación de la obra misma. Un ejemplo de esto es la obra titulada El teatro del mundo que, la primera vez que se presentó, constaba de únicamente dos fotos. Hoy, lo que se encuentra en el Marco es una instalación de 32 imágenes.

Otra de las piezas que destacan en esta exposición por su sentido histórico y al mismo tiempo por su lectura contemporánea es Moby Dick (2003-2004), obra que forma parte de la Colección Jumex y que desde hace más de quince años no se había vuelto a exponer. La instalación conjunta el momento íntimo de la lectura individual y el puente hacia la plataforma del arte visual, “me interesaba hacer énfasis en la importancia de la lectura como acto artístico. Leer es tan importante como hacer una escultura”, comenta el artista. Pensar en la posibilidad de recrear esta obra en el presente es casi imposible de imaginar: durante un año Méndez Blake se dedicó a leer y subrayar su edición para después presentarla extendida en el muro. Esta era su manera de trabajar: leyendo. La pieza la creó en un momento de transición entre la vida “común” y el momento de comenzar a ser artista. María Gainza, autora argentina, dice que el tiempo de contemplación es el tiempo que nos permitimos salir de nosotros mismos. Hoy día parece que dicho atrevimiento es un lujo, “la poesía es casi análoga y corre el peligro de volverse un espacio aislado”, concluye el artista.

Definir la obra de Méndez Blake, e incluso su perfil como creador, requiere de una confianza absoluta en la inestabilidad: no es escritor, pero participa de la literatura; no es arquitecto, pero participa de la construcción de espacios. En sus palabras, “es una manera natural en la que me muevo, dependiendo lo que vaya a hacer, me muevo más hacia la literatura o más hacia la arquitectura”. Esta misma libertad se traslada a la experiencia de quien visita la exposición porque, más que buscar las explicaciones de las obras, lo que encuentra son guiños a algo más. La obra que se expone ya no le pertenece al artista, una vez que se presentan frente al público las piezas se liberan, en el sentido de que no es posible controlarlas y, sobre todo, no es factible controlar su significado. Creo que en la decisión del artista por presentar sus piezas con las menores explicaciones posibles hay un gesto por darles a espectadores y espectadoras el mismo derecho al goce de la lectura y al de la observación.

Proscenios literarios, término que acuñó el curador y da título a la muestra, sirve para ejemplificar algunas de las piezas más importantes de la carrera de Méndez Blake: “Siempre me ha interesado cómo se divide la vida cotidiana de la vida artística. Hay una pieza que es un libro abierto, Vita activa / Vita contemplativa (Emily Dickinson) (2016), y aborda la idea del espacio liminar: cuando estás leyendo, estás alejado del mundo y estás en el mundo de la ficción y la filosofía, algo que siempre se le ha cuestionado al artista; pero al mismo tiempo necesitas eso para salir y hacer la revolución.” ~

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es egresada de literatura y ha colaborado en
distintos medios culturales


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