El Pekín preolímpico fue la capital de una excelente generación de corresponsales. La expectación por conocer lo que sucedía en la creciente potencia económica, su presentación ante el mundo a través de los Juegos Olímpicos de 2008 y la complejidad del país propiciaron que los medios de comunicación serios de todo el mundo, los de prestigio y con presupuesto, enviaran a sus mejores espadas a la capital china. (Los españoles, siempre adelantados a nuestro tiempo en materia de precariedad, llegábamos allí por nuestra cuenta y con apenas alguna colaboración pactada.)
Aquellos corresponsales con salarios decentes, de quienes aprendí casi todo observando su práctica, venían bregados de varias corresponsalías, con altos estándares periodísticos y la humildad del que pregunta mucho y alardea poco. Hablaban varios idiomas incluido el chino y su conocimiento de los asuntos internacionales y locales era formidable. Esta madurez y seriedad profesional también entrañaba una aguda conciencia de que la profesión vivía sus mejores últimos días. La competencia desleal de internet y la caída de la publicidad ya habían sellado nuestro futuro para siempre.
El club de corresponsales fundado en 1981, el Foreign Correspondents Club of China (fccc), organizaba casi cada semana charlas con expertos y académicos y otros eventos que consistían en una formación continua de altísima calidad. En una de estas ocasiones, tal vez después de los Juegos de 2008, fue cuando el consejo de sabios decidió organizar un evento con Edith Coron, una excorresponsal de Libération y Le Monde en varios continentes que ya por aquel entonces había dado el salto al sector del coaching asesorando a ejecutivos de multinacionales en Pekín. El objetivo de la reunión era analizar las posibles salidas profesionales después del periodismo.
“Parecía una reunión de Alcohólicos Anónimos”, me comentó entonces uno de los asistentes al evento. Algunos compartieron sus experiencias en otras profesiones, como profesores universitarios o consultores, pero confesaban que al cabo de un tiempo añoraban tanto el periodismo que regresaban a él, aun a sabiendas de que la situación era cada vez más insostenible.
“Es cierto, parecía una reunión de aa, porque casi todos reconocían que eran adictos a esta profesión”, recuerda Coron desde París, donde hoy reside. “Y lo que más me sorprendió de esa ‘adicción positiva’, porque los periodistas aman su profesión, que es una profesión noble e indispensable, fue su falta de imaginación para verse a sí mismos haciendo algo diferente fuera de las salidas habituales, como relaciones públicas en grandes empresas, consultores, o convertirse en escritores, donde es tan difícil triunfar.”
Esos periodistas no eran idiotas, prosigue Coron, sabían que la profesión moría. Con la apertura de China cada vez llegaban más freelancers, una figura que ha uberizado el oficio, sin opción alguna para sindicarse y proteger los salarios y derechos sectoriales. La coach llegó a varias conclusiones a raíz de esta reunión, única en su carrera, y es que son los propios talentos que hacen brillar a un periodista, y en concreto a un corresponsal, los que impiden que pueda dedicarse con éxito a otras profesiones.
Por ejemplo, la falta de imaginación para visualizarse haciendo otra cosa es consecuencia de una obsesión por los hechos verificables y el desdén por la ficción. También la combinación única de un alto nivel intelectual para compilar hechos, datos e historia con la modestia para articularlos sin artificios en sus cinco uves dobles desubica al futuro experiodista, que habita entre la academia y la artesanía, el ego y la humildad.
Otro de los obstáculos para integrarlo en una jerarquía empresarial es la propia estructura de los medios: el periodista, y en concreto el corresponsal, trabaja prácticamente solo, con un gran nivel de autonomía y apenas supervisado por un par de editores. Es un asilvestrado. Y luego está el prestigio. Un corresponsal de un medio con influencia se codea con líderes mundiales, aun a sabiendas de que su noticia se imprime en el papel que envolverá el fish and chips de mañana. Y cuando deja la carrera vuelve a ser un donnadie.
“Es una combinación muy única. El corresponsal vive intensamente entre la influencia geopolítica y el drama humano, se siente respetado y trabaja para organizaciones respetables, su trabajo tiene un sentido. Esto ocurre en muy pocas profesiones”, reflexiona Coron, quien está de acuerdo en que, con la precarización de los salarios y las colaboraciones, solamente quienes no necesitan el dinero pueden dedicarse al periodismo: los hijos de las élites educadas en Oxford y Cambridge, también conocidas como Oxbridges.
El periodismo se ha convertido en un entretenimiento para privilegiados que escriben de sus cosas: sus ideologías identitarias, sus aventuras en países en conflicto, la última performance y el último gritito en cocina vegana en Tribeca. Son un club, de ahí sus linchamientos mediáticos contra sospechosos de machismo, sexismo, islamofobia u omnivorismo. El lector a pie de calle que vive preocupado por su salario, el desempleo, la inflación y su hipoteca se siente desconectado de esos contenidos.
Esto significa, según recordaba Arcadi Espada en uno de sus Yira Yira, que aquellos plebeyos que se gradúen entre esos 15.000 estudiantes de periodismo que hay en España (un número decreciente y aun así abultado ante la falta de salidas), deberán azuzar su instinto y encontrar una segunda fuente de ingresos para sobrevivir, regresando así a la época decimonónica de Rafael Cansinos Assens.
Seamos claros, los salarios de los periodistas, tanto en España como en el mundo anglosajón, se acercan más al salario mínimo que al salario medio. Y son más los freelancers que combinando varias colaboraciones difícilmente alcanzan el mínimo para subsistir. Los periodistas cobran ahora menos que en el año 2000. Aunque, lamentable, el lado positivo es que ese periodismo a tiempo parcial dará más libertad para no ceder ante la dictadura de la línea editorial de los medios. No habrá miedo al despido.
En mi entorno muchos corresponsales han sentado la cabeza y transitado hacia otras profesiones, dando la razón a Coron, con una destacada falta de imaginación. Comunicación corporativa, sector humanitario, analista de datos, consultor, profesor universitario, conductor de Uber. Profesiones convencionales pero remuneradas.
No obstante, discrepo con Coron sobre cómo la realidad puede limitar la creatividad. Estudié periodismo a finales de los noventa, trabajando a tiempo completo en empresas privadas y después de dejar la carrera de bellas artes a medias. Fue precisamente esta capacidad de trabajo y diversificación lo que me permitió dedicarme a una profesión que, sabía, carecía de futuro. Que haya podido vivir solo del periodismo durante dos décadas superó mis expectativas. Y fue la observación de la realidad y sus nichos lo que me inspiró para asumir riesgos. De la misma manera, observando los comportamientos de mi entorno, se me ocurren algunas maneras creativas de aprovechar los talentos periodísticos para generar beneficios.
El periodismo como identidad
Algunos compañeros que por fin se dedican a trabajos serios, como empleados de la Unión Europea o de la onu, siguen asegurando en sus redes sociales que son periodistas. Hasta hace poco, y de acuerdo con Espada, habría dicho que uno es aquello de lo que cobra, por lo que me habrían parecido unos farsantes. Pero puesto que es imposible vivir del periodismo, aplaudámoslos: sí, señora, el periodismo es una identidad. No hace falta cobrar para ser periodista, basta con sentir que uno es periodista, como sentir que se es catalán o que se es cristiano. Podemos incluso clasificar el periodismo como una disfunción social o en peligro de extinción, cancelar a quienes no nos vean como periodistas. Podríamos formar una secta, el periodismo como religión, y comercializar todas las teorías conspiratorias posibles. O fundar la República Periodística, exigiendo beneficios fiscales y la expulsión de los migrantes espurios provenientes de otras profesiones.
Adopte a un periodista
Ponga un periodista en su vida. Los periodistas hablan sin parar de todo lo que saben, de las aventuras vividas, de sus traumas cubriendo conflictos, de si este o aquel político bosteza en las ruedas de prensa, de lo mona que es la Rosalía en persona. Quién podría aburrirse con un periodista. ¿Tiene una vida anodina? Adopte a un periodista, sobre todo si ya supera los cuarenta. Fundemos un mecenazgo, una empresa de eventos. Invite a un periodista a las reuniones corporativas, a su boda, al bautizo de sus hijos. Ella o él amenizará la conversación entre sus familiares e invitados y usted emanará la enjundia de conocer a alguien de mundo. Los periodistas tienen además la ventaja de carecer de hígado, por lo que pueden beber y hablar durante horas. Recuerde ubicarlo en la barra y proporcionarle tantos whiskies on the rocks como sean necesarios para que su verborrea no cese. Atención: no apto para entierros.
Organizar un máster de periodismo
Son muchos los llamados, pero pocos los elegidos. Muchos quieren ser periodistas porque creen que escriben bien o porque quieren salir por la tele. Hace años me escribían jóvenes que empezaban pidiendo consejo, pero ahora también recibo mensajes de jubilados que quieren dedicarse a escribir columnas. El mercado es amplio. El periodismo para algunos es un sinónimo de fama, creencia sin fundamento, pero lo importante es que las creencias generan dinero. Bajo el lema “el mejor oficio del mundo”, prometa esa vida de aventuras, de éxitos, de influencia a los futuros alumnos, haga prácticas con cámaras y softwares para que vean publicados sus nombres en Times New Roman. Y cóbreles cantidades obscenas por la matrícula. El secreto para mantener estos másteres es no desvelar cuánto cobra un periodista. He dado clases en ellos y mi momento favorito es cuando les digo lo que pagan los grandes medios por una colaboración. Pánico en el aula.
El juego del calamar
¿Qué podemos hacer con ese elevado número de hijos de millonarios que aun habiendo estudiado periodismo en universidades de la Ivy League no han podido entrar en The New York Times o en The Washington Post? Todos quieren pertenecer a la aristocracia del periodismo. Hay que estar ciego para no verlo: montar un reality inspirado en El juego del calamar. Un gran hermano en el que varios aspirantes pijos tienen que darse puñaladas por la espalda para publicar en esas cabeceras. Desde aparentar que trabajan o hacer la pelota a la jefa cincuentona con síndrome de estrés postraumático, hasta camelarse a la pobre corresponsal proletaria despistada para que les presente a sus jefes y puentearla. Es condición fundamental que sean niños con pedigrí, como en esas tertulias televisivas que incluyen a una marquesita naíf y despreocupada para dar colorido al programa. O como un show Kardashian en versión periodismo. Recuerden, solo puede quedar uno.
Pues claro que sí: dedicarse a la ficción
Contra lo que muchos creen, la creatividad no surge de la nada, sino de la observación de la realidad. Y quienes mejor lo saben son los periodistas que no llegan. Que no llegan a tiempo para hacer la conexión en directo desde el epicentro del terremoto, que no llegan a entrevistar al monje budista que se quiere quemar a lo bonzo, que no llegan, en definitiva, a encontrar un testigo que les confirme la historia que sus jefes esperan. La necesidad obliga, y estos que-no-llegan son expertos en que les cuadre el albarán de la narrativa recurriendo a la creatividad. No es de extrañar que sean, por tanto, quienes mejor se ganan la vida después con la ficción: saben cómo reconfortar las expectativas y los anhelos del lector. En la fluidez y gracia de su escritura no se interpone la textura pedregosa de la realidad.
Al fin y al cabo, como recuerda Coron durante nuestra conversación, está bien documentado que lo que Ernest Hemingway contó sobre su rol como periodista en la Segunda Guerra Mundial lo escribió desde el bar del Hotel Ritz en París. “La verdad debía ser la servidora voluntaria de su ego”, Paul Johnson dixit. Con paso firme, compañeros, el Nobel es el límite. Aunque es aún más difícil: todavía son menos los elegidos. ~
Es periodista. Ha cubierto Europa, Asia y Medio Oriente para medios como Associated Press y The Guardian