El panorama político electoral se ha complicado enormemente para la izquierda. El Partido de la Revolución Democrática sufre una de las peores crisis de su corta historia. El 2 de julio no sólo perdió la elección presidencial, sino que además vio reducida su bancada en el Congreso en más de cincuenta diputados y su victoria en la Ciudad de México fue oscurecida por la pérdida de la mayoría absoluta en la Asamblea de Representantes y por el triunfo de Acción Nacional en las delegaciones más importantes. Desde entonces el PRD no ha logrado levantar cabeza. Aunque hay que señalar que la anulación de las elecciones en Tabasco y el triunfo de Pablo Salazar en Chiapas le han permitido recuperar, por algunos momentos, el aliento.
Lo cierto es que la crisis del PRD no se parece a ninguna de las anteriores. En esta ocasión se enfrenta a un problema inédito. Su líder histórico, Cuauhtémoc Cárdenas, ha desaparecido de la escena política y no es probable que, como el Ave Fénix, vaya a renacer de sus cenizas. La derrota del pasado 2 de julio no se parece en nada a lo que ocurrió en 1988 y en 1994. Para los neocardenistas el 6 de julio del 88 es una fecha memorable y fundadora de su movimiento. La gran mayoría de ellos está convencida de que Cuauhtémoc ganó la elección, pero que le fue literalmente robada. En esa medida y a partir de entonces, las adhesiones de los ex priístas y de las corrientes de izquierda radical a su líder histórico se basaban en un cálculo racional y pragmático. Cárdenas Jr. encarnaba no sólo lo mejor de la Revolución Mexicana, sino que era además el único hombre que podía dividir al PRI en dos y conformar una amplia coalición capaz de derrotar al “partido de Estado”.
Este es el fundamento del caciquismo que Porfirio Muñoz Ledo denunció en su momento y que lo llevó a abandonar las filas del neocardenismo. Él no fue el único que no soportó el “culto a la personalidad” que se desarrolló en el interior del PRD. Antes salió la gran mayoría de aquellos que apostaban a un proyecto de izquierda moderno. Ese tipo de corrientes no pudo tener cabida porque atentaba contra el principal eje y factor de cohesión del partido. Las críticas contra Cuauhtémoc se percibían como un atentado contra la propia organización y su proyecto histórico. Y por eso la mayoría de los neocardenistas no dudaron un solo minuto de que el único candidato que debían tener en el 88 (como Frente Democrático Nacional), en el 94 y en el 2000 era Cuauhtémoc Cárdenas.
¿Qué es lo que se ha modificado tan radicalmente con los resultados del 2 de julio? De entrada hay dos hechos que deben ser subrayados: Vicente Fox obtuvo la victoria asesorado por dos de los principales lugartenientes de Cárdenas en el 94 y contó, además, con el sufragio de muchos simpatizantes del PRD que optaron por la tesis del “voto útil”. Pero estos hechos son menores si se les compara con la percepción que hoy se tiene en el interior del PRD. Las tesis medulares que le daban credibilidad al liderazgo de Cárdenas se han ido a pique.
En primer lugar, el hombre que logró sacar al PRI de Los Pinos no provino de Michoacán, sino de Guanajuato. Dato histórico demoledor que echó por tierra el mito fundacional del 6 de julio: sólo Cuauhtémoc, y nadie más que él, tenía la fuerza y la carga histórica suficiente para derrotar al partido de Estado. A ello hay que agregar que en el entorno de Cárdenas se construyeron teorías trascendentales y escatológicas. El destino manifiesto (liquidar al PRI) del hijo del general Cárdenas se fundaba en la existencia de un “pueblo cardenista” que había sido traicionado por los gobiernos posteriores, pero que había permanecido idéntico a sí mismo a lo largo de cincuenta o sesenta años. Por eso estaban convencidos de que la victoria de Cuauhtémoc era inevitable y por eso, también, explicaban las derrotas anteriores por los usos y abusos del partido de Estado, es decir, por el fraude electoral.
Toda esta construcción se desmoronó…
Toda esta construcción se desmoronó como un castillo de naipes el 2 de julio. Cárdenas perdió sin que hubiese fraude electoral. El “pueblo cardenista” votó en su gran mayoría por Vicente Fox, por el Partido Acción Nacional (enemigo histórico del general Cárdenas) y por el PRI (“partido de Estado”). Y lo que es más grave: a partir de entonces la retórica y la doctrina revolucionarias dejan de ser un referente fundamental del discurso político. El candidato de la Alianza por el Cambio llegó al poder con un mensaje que era y es ajeno a las principales coordenadas de la Revolución Mexicana. La pureza de sangre pierde así razón y sentido. No se trata ya de saber si Cárdenas encarna o no lo mejor de la Revolución Mexicana, sino del hecho de que para la mayoría de la población esta referencia fundacional carece de sentido. La gente votó por el cambio, no por recuperar el rumbo perdido.
Es por eso que, a diferencia de las derrotas anteriores, los resultados del 2 de julio socavaron el liderazgo de Cárdenas en el interior del PRD. Su persona ya no es garantía de cohesión porque las expectativas de vencer al partido de Estado ya caducaron. Toda proporción guardada, es lo mismo que le ocurre al PRI con la pérdida de la presidencia de la República. Es por eso que las distintas corrientes y movimientos defienden sus propios intereses sin someterse ya al arbitrio y al consejo de Cárdenas. El que mejor ha entendido esta nueva situación es, sin duda alguna, Andrés Manuel López Obrador. El jefe de la Ciudad de México está trabajando en la construcción de un nuevo liderazgo tanto al interior como al exterior del PRD. Pero, por desgracia, las habilidades y los horizontes de este ex priísta tabasqueño parecen estar muy por debajo de lo que exige una izquierda moderna y democrática. –